Acoger
la gracia de este jubileo para dirigir, a toda la Familia Salesiana, una
invitación para relanzar la propuesta de la santidad juvenil.
En el 50º aniversario de la
canonización de Domingo Savio,
PROPONGAMOS DE NUEVO A TODOS LOS JÓVENES
CON CONVICCIÓN
LA ALEGRÍA Y EL COMPROMISO DE LA SANTIDAD
COMO “ALTO GRADO DE VIDA CRISTIANA ORDINARIA”
(Cf. NMI, 31)
COMENTARIO AL AGUINALDO 2004
Introducción
Han pasado cincuenta años desde el día en que el neozelandés Edmund Hillary y
el sherpa Tenzing Norgay alcanzaron la cima más alta del mundo, el Monte
Everest. Era el 29 de mayo de 1953. Desde aquella fecha se han multiplicado las
escaladas y, desde entonces, ha habido más de mil alpinistas que han alcanzado
los 8.848 metros de la cima más elevada del planeta Tierra. Desde entonces se
han acumulado muchos records, respecto del grado de dificultad, de la estación
en que se han realizado las ascensiones, del número de éstas, de la edad,
condición y sexo de los escaladores; pero el espíritu que los ha llevado hasta
allá arriba sigue siendo el mismo. No hay duda de que ha sido una de las
odiseas del mundo contemporáneo.
Ha habido muchísimas otras aventuras, pero ésta reviste ciertamente una
importancia particular, no sólo por el mito que encierra la cumbre más
prominente del mundo, sino, acaso también, porque como desde ninguna otra parte
se tiene una visión más amplia del mundo y se está más cerca del cielo.
No es indiferente el hecho de que con frecuencia el camino de la vida
espiritual se presenta como una subida a la montaña, para indicar el gran
esfuerzo de mirar a lo alto, de dar lo mejor de sí y de alcanzar metas que
superan la mediocridad de la vida. Don Bosco presentaba su itinerario interior
a los muchachos como una invitación a mirar a lo alto y a actuar con valor,
y les enseñaba a arriesgar por estos grandes ideales. Bajo este aspecto,
la fuerza educativa de la montaña es única. Y me siento contento de saber que
todavía, acá y allá, en los programas de escuelas, parroquias, oratorios y
centros juveniles, no falta la excursión a la montaña, la conquista de una
cima.
Describe espléndidamente el esfuerzo de la empresa un artículo del Boletín
Salesiano Italiano de septiembre de 2003: “Está amaneciendo: la larga fila de
excursionistas se pone en marcha, la mochila en la espalda, las botas en los
pies, el gorro en la cabeza, el paso regular, la respiración que lentamente se
adapta al paso y la voluntad de realizar una empresa, de “conquistar” la cima,
de tocar el cielo, de desafiar al águila... Según se va subiendo, la
chismografía de la comitiva disminuye de intensidad para mantener lo más
posible las energías necesarias para llegar a la meta. Es grande el empeño de
superar la fatiga, la maravilla de encontrar una fuente, la esperanza de un
descanso, el esfuerzo de los últimos metros, la alegría de la meta lograda.
Allá arriba, en el espacio inviolado de las cimas es más fácil el coloquio con
Dios, más cómoda la reflexión, más sentida la oración” [1] .
El quincuagésimo aniversario de la canonización de Domingo Savio, el primer
adolescente santo no por la vía del martirio, acaece precisamente un año
después del jubileo de la ascensión al Monte Everest. Yo querría servirme de
esta extraña coincidencia para introducir e iluminar el aguinaldo del año 2004,
que quiere captar la gracia de este jubileo, para dirigir a toda la Familia
Salesiana una invitación a relanzar la propuesta de la santidad juvenil,
a señalar a los jóvenes cimas altas que alcanzar.
Se trata de creer en los muchachos que, desde la adolescencia, son capaces de
hacer opciones valientes de vida, como la de Domingo Savio, de Laura Vicuña y
de una multitud de jóvenes que han caminado detrás de sus huellas buscando,
como los escaladores del Everest, caminos nuevos. Significa reconocer que los
jóvenes tienen energías de bien que desarrollar, energías que encuentran el
mayor dinamismo en la opción por Jesús y por su Evangelio, por su amistad y por
la voluntad de luchar por estos valores. Para decirlo con Don Bosco, invitarlos
a entregarse totalmente a Dios.
Se trata de renovar nuestra convicción, como educadores, de que “todo el
proceso educativo está orientado al fin religioso de la salvación, lo cual
conlleva el compromiso muy profundo de ayudar a los educandos a abrirse a los
valores absolutos y a interpretar la vida y la historia según las profundidades
y las riquezas del Misterio” (cf. JP 15). Los grandes ideales no deben
reservarse a unos pocos, al grupo seleccionado de los “elegidos”, sino a todos,
porque para todos hay una vocación y una misión, un “sueño” que realizar, una
causa que llevar adelante, una meta que alcanzar.
Debemos ir más allá del falso ideal de una felicidad dependiente solamente de
lo efímero, típico de una sociedad consumista y hedonista. Debemos ayudar a los
jóvenes a comprender que servir a Dios no significa ser desdichados; es más,
que nadie como Dios nos hace felices, porque se transforma en una fuerza que
arrastra y transfigura lo cotidiano y hace gustar el cumplimiento de los
deberes. ¿No fue, acaso, ésta la experiencia de Miguel Magone?
He aquí las palabras de Juan Pablo II, en la carta escrita con ocasión del
centenario de la muerte de Don Bosco:
- &nbssp; “En la Iglesia y en el mundo
la visión educativa integral, según aparece encarnada en San Juan Bosco, es una
pedagogía realista de la santidad. Hay que recuperar el verdadero concepto
de ‘santidad’, en cuanto elemento de la vida de todo creyente. La originalidad
y audacia de la propuesta de una ‘santidad juvenil’ es intrínseca al arte
educador de este gran Santo, que con razón puede definirse como ‘maestro de
espiritualidad juvenil’. Su secreto personal estuvo en no decepcionar las
aspiraciones profundas de los jóvenes -necesidad de vida, de amor, de
expansión, de alegría, de libertad, de futuro- y simultáneamente en llevarlos
gradual y realísticamente a comprobar que sólo en la ‘vida de gracia’, es
decir, en la amistad con Cristo, se alcanzan en plenitud los ideales más
auténticos” (JP 16).
Es el desafío de poder realizar un intercambio entre “educación” y “santidad”.
Si ésta es la cima que hay que alcanzar, aquélla es la indispensable mediación
metodológica. Si la “santidad” marca la plenitud de vida que todos anhelamos,
la “educación” indica el método para formar personalidades robustas, maduras.
Si la santidad es don de Dios y viene sólo de Él, la educación es el
instrumento humano privilegiado para el desarrollo de las potencialidades que
Dios pone en el corazón de todo hombre y de toda mujer.
PROPONGAMOS
UNA VEZ MÁS A TODOS LOS JÓVENES
CON CONVICCIÓN LA ALEGRÍA Y EL COMPROMISO DE LA SANTIDAD COMO
”ALTO GRADO DE VIDA CRISTIANA ORDINARIA”
(Cf. NMI, 31)
1. Significado de este Jubileo.
El jubileo de la canonización de Santo Domingo Savio y de la muerte de Laura Vicuña
quiere ser para nosotros una gracia que el Señor nos ofrece para renovar
nuestra fe en el Sistema Preventivo y para proponer a los jóvenes un alto grado
de vida cristiana ordinaria.
La santidad de Domingo y de Laura, como, por otro lado, la de otros jóvenes del
oratorio de Valdocco (Francisco Besucco y Miguel Magone) es también una
manifestación de aprecio a la educación salesiana, al Sistema Preventivo.
Es verdad –como decía- que la santidad es obra del Espíritu Santo, el único
capaz de transformar desde dentro a las personas y hacer de ellas obras
maestras; pero también lo es que la gracia tiene necesidad de naturalezas bien
dispuestas y, sobre todo, del arte de la pedagogía, que hace madurar a las
personas ayudándolas a desarrollar sus mejores potencialidades y energías.
Bajo este aspecto es justo afirmar que Don Bosco tenía necesidad de Domingo
Savio para convalidar su método educativo: pero también lo es que Domingo Savio
tenía necesidad de Don Bosco para poder encontrar una santidad juvenil, una
santidad a la medida de un adolescente y de un joven. En verdad, las dos
historias son inseparables. Precisamente para convalidar la unión que debería
haber entre “educación” y “santidad”, escribe el Papa: “Él (Don Bosco) es un
‘educador santo’, se inspira en un modelo santo –Francisco de Sales-, es
discípulo de un ‘maestro de vida espiritual santo’ –José Cafasso- y entre sus
jóvenes sabe formar un alumno santo –Domingo Savio” (JP 5).
Hoy está más claro que nunca que la grandeza de Don Bosco estaba ya en la
decisión tomada el día de su vestición de entregarse totalmente a Dios, para su
Reino, inflamado de celo pastoral. De aquella totalidad de su vivir sólo para
Dios provenía un modo pastoral de leer los problemas y la realidad de los
jóvenes.
Pero Don Bosco era consiente de que el camino hacia la santidad tiene
itinerarios diferentes, porque el punto de partida no es siempre el mismo.
Desde el primer encuentro con Domingo Savio, Don Bosco comprendió que había
paño para un hermoso vestido para el Señor y así pudo hablar de santidad, de la
vocación a la santidad, de la urgencia de la santidad, de la facilidad de
hacerse santos. Y Domingo comprendió el discurso, hizo suya la llamada y se
lanzó decididamente hacia aquella meta, hasta decir: “si no logro hacerme
santo, habré fracasado”.
A Miguel Magone, un muchacho de la calle, Don Bosco no podía evidentemente
hablarle en los mismos términos. Simplemente lo invitó a ir al oratorio y así
le ofreció un ambiente donde pudiera desarrollar aquellas cualidades y aquellas
virtudes que hasta entonces habían estado en él un poco atrofiadas. Miguel
respondió con generosidad y en un período breve alcanzó un alto grado de vida
espiritual.
Si Don Bosco sintió la necesidad de escribir tres biografías juveniles, no fue
sólo porque era un autor prolífico –y lo era-, o porque quisiera ser respetuoso
en relación con cada uno de estos muchachos, sino porque quería indicar a todos
los muchachos del Oratorio tres modelos en los que pudieran encontrarse y
sentirse estimulados.
Teniendo en cuenta esta misma línea de la diversidad de puntos de partida y de
itinerarios para la santidad, trató de encontrar también una solución para las
necesidades y las aspiraciones de la juventud femenina. La descubrió en María
Dominica Mazzarello, que el Señor suscitó a su lado como Cofundadora, la cual,
con un grupo de jóvenes compañeras ya comprometidas, a nivel parroquial, en la
formación cristiana de las muchachas, asumió y desarrolló el espíritu
salesiano.
El alto grado de vida cristiana ordinaria pedido por Don Bosco se podía
sintetizar en tres valores que él reptía de varias maneras: Alegría,
Estudio, Piedad. Expresión que no era muy diversa de otras semejantes, como
por ejemplo: alegría y perfecto cumplimiento de los deberes. Pero la
cosa más importante es comprender, en base también a otras intervenciones
educativas suyas, qué quería significar Don Bosco con estos lemas. Ante todo,
la meta era la conformación con Cristo por medio de la obediencia y la
humildad, que son la fuente de la verdadera ciencia, la que lleva a darnos
totalmente a Dios y a servir a los demás y encontrar ahí la felicidad.
No largas oraciones ni sacrificios que no se adaptaran a la edad de los
adolescentes, sino alegría y cumplimiento de los deberes, religiosos, académicos
y comunitarios.
De la misma manera con que enseñaba a la gente: amor a la Eucaristía, devoción
a la Virgen y fidelidad al Papa; o a los educadores: Razón, Cariño y Religión;
o a los Salesianos: Trabajo, Templanza y Oración; a los jóvenes les pedía Alegría,
Estudio y Piedad. Yo diría que se trata, en el pensamiento de Don Bosco, de
formas diversas para expresar lo que es la espiritualidad salesiana, la cual
naturalmente asume formas diversas permaneciendo la misma en su contenido
esencial.
En efecto, la espiritualidad es la fuente del sentido, el dinamismo con que se
vive la fe; la opción fundamental es la finalidad que orienta toda nuestra
vida, la que le da unidad; la praxis cotidiana es la concretización de las
acciones, el banco de prueba de nuestras motivaciones y de nuestra opción de
vida.
En nuestro caso, la espiritualidad tiene siempre como centro el amor, el de
Dios difundido en nuestros corazones y el que brota de nuestros corazones y que
se demuestra auténtico en el servicio de los demás; la opción fundamental es la
maduración de la persona hasta alcanzar la estatura del hombre perfecto, Cristo
Jesús, la plenitud que es fruto del amor; la praxis cotidiana es el lugar del
encuentro con Dios y el de su verificación.
Cuando Jesús, en el Evangelio de Mateo (cf. Mt 5,48) nos invita a ser
perfectos como su Padre celestial, no nos da ninguna definición teórica o
abstracta de perfección, de santidad. Simplemente nos pide que amemos a
nuestros enemigos y que recemos por los que nos maldicen, a semejanza del Padre
celestial que hace brillar el sol sobre buenos y malos, y manda su lluvia sobre
justos y pecadores.
Su obrar determina lo que debería ser nuestra vida y lo que debemos indicar a
los muchachos. Obrando así, nos manifestaremos como miembros de la comunidad de
los hijos de Dios y daremos prueba de tender a la perfección de nuestro Dios. A
mi parecer, éste es el sentido más profundo del programa educativo recibido de
Juanito en el sueño de los nueve años: “Ponte ahora mismo a instruirlos sobre
la fealdad del pecado y la belleza de la virtud” [2] , que se podría
parafrasear así: “ponte a enseñarles a ser santos, porque la santidad es
luminosidad, tensión espiritual, esplendor, luz, alegría interior, equilibrio,
limpidez, amor llevado hasta el extremo”.
Podríamos preguntarnos qué dicen a los jóvenes de hoy estos dos muchachos
santos, Domingo y Laura. Pues bien, encontramos la respuesta en la exhortación
pronunciada por Juan Pablo II antes de la oración del Angelus, con la
que clausuraba la celebración del centenario de la muerte de Santa María
Goretti, el 6 de julio de 2003: “Marieta –así era llamada familiarmente-
recuerda a la juventud del tercer milenio que la verdadera felicidad exige valor
y espíritu de sacrificio, rechazo de cualquier componenda con el mal y
disposición para pagar personalmente, hasta con la muerte, la fidelidad a Dios
y a sus mandamientos. ¡Qué actual es este mensaje! Hoy se exaltan con gran
frecuencia el placer, el egoísmo o incluso la inmoralidad, en nombre de falsos
ideales de libertad y de felicidad”.
2. Memoria.
La ejemplaridad de Domingo y de Laura se hace evidente en la sólida tradición
de jóvenes santos de que disponemos, desde los primeros años del Oratorio de
Valdocco hasta nuestros días, como demuestra el catálogo de santidad que
poseemos y que será objeto de mi rúbrica en el Boletín Salesiano de 2004.
La finalidad de la presentación de algunas de estas figuras es hacer una
llamada a educadores y educandos, jóvenes y adultos, para contemplar estos
modelos y su propuesta pedagógica, puesto que toda nuestra acción educativa
tiende a ayudar a los muchachos a alcanzar la estatura del hombre perfecto,
Jesucristo (cf. Ef 4,12).
La toma de conciencia de la fecha del jubileo de Domingo Savio y de Laura
Vicuña y el deseo de aprovechar esta celebración para proponer a los jóvenes “un
alto grado de vida cristiana ordinaria”, nos llevan a valorar el rico
patrimonio de muchachos y muchachas que el sistema educativo de Don Bosco ha
encaminado por la vía de la santidad, haciendo de ellos obras maestras de
humanidad y de gracia. Me refiero sólo a aquéllos y aquéllas que han sido
alumnos/as de los Salesianos y de las Hijas de María Auxiliadora. Esto quiere
decir que el catálogo resultaría todavía más rico y variado si se tuviera en
cuenta la entera Familia Salesiana. ¡Son verdaderamente los frutos más
preciosos del Sistema Preventivo!
El sistema pedagógico de Don Bosco, que los Salesianos y las Hijas de María
Auxiliadora aplican desde su fundación, ha dado en el curso de más de 150 años
frutos casi inesperados, ha formado héroes y santos, hombres y mujeres que han
permanecido desconocidos, pero que han sido “extraordinarios en lo ordinario”.
Ciertamente, el contexto actual y la situación juvenil del mundo de hoy son muy
diversos de los de Don Bosco; pero, por una parte, las esperanzas más profundas
de los jóvenes siguen siendo las mismas; y, por otra, la clara inspiración
cristiana de la pedagogía de Don Bosco permanece válida, porque se inspira en
la pedagogía transcendente de Dios.
Todos sabemos que la referencia a la vida vivida puede resultar más incisiva
que la luz de un principio, sobre todo ahora que el mundo parece sufrir una
fuerte carencia de modelos. Esta afirmación, que es válida para todas las
edades, lo es, de modo particular, para la edad juvenil. Si nuestro bagaje
cultural y espiritual nos permite encarnar los mensajes en modelos concretos,
los habremos hecho más convincentes y propositivos.
“Pocas cosas pueden fecundar y rejuvenecer la teología, y por su medio toda la
vida cristiana, como una transfusión de sangre proveniente de la hagiografía”,
dice uno de los teólogos contemporáneos más brillantes (Hans Urs von
Balthasar).
Nuestros santos, especialmente los/las jóvenes santos/as, son el mejor timbre
de autenticidad, además de ser fuente privilegiada de pensamiento. Ellos no
sólo “se han acercado cada vez más a Cristo”, sino que, como todos los santos,
han enriquecido de valores y de sensibilidad el ambiente y el tejido social.
Cuando ha querido hablar de espiritualidad juvenil, Don Bosco no ha escrito
tratados de teología espiritual, o de mística juvenil; simplemente ha escrito
la vida de Domingo Savio, de Miguel Magone y de Francisco Besucco. Señalaba así
–escogiendo entre los de carne y hueso que frecuentaban su Oratorio- los
ideales que proponer a los muchachos.
Volver a nuestros santos y volver a las figuras que más han incidido en la edad
de los ideales de nuestros antiguos alumnos es para todo educador salesiano una
motivación más; así hizo Don Bosco, aquel pedagogo extraordinario que conocía
tan bien el corazón de los muchachos que sabía dirigirlos “alegremente” por
caminos que todos consideraban difíciles y fuera de mano de los muchachos
comunes.
Si echamos una mirada de conjunto, nos podemos dar cuenta de que disponemos de
un patrimonio muy rico y variado: partiendo de las figuras más conocidas, como
las de Domingo Savio, Laura Vicuña y Ceferino Namuncurá, pasando por la
categoría de los mártires, como los cinco jóvenes polacos beatos, y llegando a
las figuras con aureola como la Beata Teresa Braco, el Beato Piergiorgio
Frassati y, dentro de poco, Alberto Marvelli; o sin aureola pero igualmente
ejemplares, como D’Acquisto, Maffei, Devereux, Ocasion, Calò, Di Leo, Ribas,
Adamo, Flores, Zamberletti, Blanco Pérkumas, De Koster, Cruz, Scalandri...
Por lo que se refiere a la proveniencia, provienen de Italia, Argentina, Chile,
España, Francia, Polonia, Portugal, Lituania, México... Esto sólo a modo de
ejemplo. Sería de desear que cada Inspectoría pudiera escribir el propio “Libro
de Oro” de la educación salesiana y publicar los perfiles biográficos de
muchachos considerados modelos.
Estos jóvenes santos no son simples “flores en la solapa”, sino estimuladores
autorizados de nuestro camino y de nuestra propuesta educativa.
Ésta es la razón por la que serán ellos, con su vida, quienes nos hablarán a lo
largo del año 2004, convirtiéndose así en el contenido de nuestras propuestas
educativas. ¡También aquí es verdad que son los jóvenes quienes evangelizan a
los jóvenes!
3. Profecía.
Nuestra misión y nuestra competencia es ser compañeros de camino de los jóvenes
hasta alcanzar juntos, nosotros y ellos, educadores y educandos, la estatura de
Cristo (cf. Ef 4,12) por medio de la educación.
Hablando de la santidad de Don José Kowalski y de los cinco jóvenes mártires
polacos del Oratorio de Poznam, Don Vecchi concluía así su carta circular: “En
el Oratorio, en efecto, había nacido y crecido su santidad, puesta de manifiesto
en el martirio. El sistema preventivo hace santo al educador, propone la
santidad y ayuda a los jóvenes a hacerse santos: su lugar de nacimiento y de
renacimiento es el oratorio” [3] .
Releyendo la vida de Domingo, de Laura y de estos adolescentes y jóvenes que el
Señor nos ha regalado, podemos contemplar el futuro que estamos llamados a
crear: “los santos del tercer milenio”, “los centinelas de la mañana”, para
usar expresiones programáticas de las últimas Jornadas Mundiales de la
Juventud.
Debemos, pues, pasar de la llamada a hacerse santos, a la propuesta de aquellas
figuras de jóvenes que han alcanzado esta cima; de la propuesta de modelos, al
acompañamiento como verdaderos guías en la vida espiritual de los jóvenes; del
acompañamiento, a la asistencia creando las condiciones personales y
ambientales, a modo de microclima, donde puedan germinar, madurar y fructificar
las grandes opciones de vida. La convicción personal de Don Bosco fue que sin
la dirección espiritual no habría logrado nada bueno. Por eso quiso ser para
sus jóvenes un guía espiritual que entusiasmaba, indicaba, comprometía, guiaba,
corregía.
El vocablo “santidad” no debe asustar, como si quisiese decir vivir un heroísmo
imposible, propio sólo de pocos. La santidad no es obra nuestra, sino
participación gratuita de la santidad de Dios; por tanto, es una gracia, un don
antes que ser fruto de nuestro esfuerzo, objetivo de los propios programas.
Indica que toda la persona (mente, corazón, manos, pies) está inserta en la
esfera misteriosa de la pureza, de la bondad, de la gratuidad, de la
misericordia, del amor de Jesús. Es una entrega total de nosotros mismos, en la
fe, en la esperanza y en el amor a Jesús, al Dios de la vida; una entrega que
se realiza en la vida diaria vivida con amor, serenidad, paciencia, gratuidad,
aceptando las pruebas y las alegrías de cada día, con la certeza de que todo
tiene sentido delante de Dios, que todo es válido e importante en Él.
Una primera conclusión que podemos sacar es que la adolescencia y la
juventud no son tiempos de espera, sino estaciones para desarrollar el inmenso
potencial de bien y de posibilidades creativas al servicio de las propias
opciones valientes, las que responden a los interrogantes sobre el sentido de
la vida. Se debe reaccionar decididamente a la tentación de muchos jóvenes de
acomodarse en una vida sin ideales, y animarlos, en cambio, a la creación de un
mundo que refleje más claramente la belleza de Dios.
La sensibilidad hacia los valores emergentes, como la apertura a la verdad, a
la justicia, a la solidaridad, a la comunión y a la participación, a la defensa
de los derechos humanos y de la dignidad de la persona, a la salvaguardia de la
naturaleza, a la paz, no es sólo “sueño” y/o “utopía” para pasar bien esta fase
de la existencia, deseando un mundo mejor; sino un compromiso para traducirlos
operativamente y ser constructores de una nueva civilización que sea una
civilización de amor, de justicia y de paz, fundamento y expresión de la nueva
humanidad. Una cosa es cierta, que nadie podrá sustituir a los jóvenes; por lo
tanto, son ellos quienes deben asumir su responsabilidad. Esto significa para
nosotros, educadores, prestar atención a los contenidos educativos de los
programas y de las propuestas, tratando de desarrollar los elementos más
importantes de carácter humano, social y evangélico y creando ambientes ricos
de estímulos y compromisos.
Ciertamente, este estilo de vida cristiana no se improvisa, ni es fruto de la
casualidad, sino que ha de ser cultivado seria y sistemáticamente. Don Bosco lo
hizo dando lugar a una experiencia educativa que tenía en cuenta todos los
aspectos humanos y religiosos que podían ofrecer a los jóvenes todo lo
necesario para llegar a ser “buenos cristianos y honrados ciudadanos”. Su
pedagogía era una pedagogía permeada de humanismo cristiano, precisamente
porque tenía una concepción antropológica integral.
Así, su propuesta de santificación juvenil partía del darse a Dios totalmente
y culminaba en el cumplimiento de los propios deberes, en la piedad sacramental
y en la vida de gracia y en el apostolado entre los propios compañeros.
No es –y no puede ser- tan diversa la propuesta de Juan Pablo II cuando insiste
en la opción por Jesús, el único que hace posible la santidad, la fe como
horizonte de la vida, la escucha de la Palabra y la frecuencia de los
sacramentos de la Eucaristía y de la Reconciliación, como luz que ilumina la
mente y alimento que nutre el corazón, y el apostolado, especialmente en favor
de los mismos jóvenes más necesitados.
Es importante que continuemos desarrollando una pedagogía de la santidad
juvenil salesiana, que enlace con el rico patrimonio del pasado y
responda a los jóvenes del mundo de hoy.
Uno de los problemas que ha acompañado el reconocimiento de la santidad de
estos/as muchachos/as ha estado en los estudios psicológicos sobre su edad
evolutiva, todavía no bien desarrollados, y en las dinámicas de las
motivaciones del universo del adolescente, que ofrecían muchas sombras y pocas
certezas.
El problema de la edad juvenil acompañará siempre la historia de estos/as
muchachos/as. Sin embargo, es verdad que la Sagrada Escritura conoce ya al
final del Antiguo Testamento una ulterior reflexión: “El hombre justo, aunque
muera prematuramente, tendrá una suerte feliz... La prudencia vale más que las
canas y una vida intachable más que una larga existencia” (Sab 4,7.9).
Los santos, criaturas en las que el amor de Dios es como un icono, son profecía
para los tiempos actuales y futuros. Su vida se convierte en alabanza a la
Trinidad, proyecto realizado. Y es éste el testimonio que la Iglesia proclama
ante el mundo. Cada vez más, la profecía de estos/as muchachos/as
“salesianos/as” se hace itinerario maduro para caminar hacia Dios.
4. Mirando a Domingo Savio y la
santidad para los jóvenes del tercer milenio.
Para profundizar, adaptar y renovar la propuesta de santidad juvenil salesiana,
el mejor camino es contemplar a Domingo Savio y su ejemplaridad para los jóvenes
del tercer milenio. A veces, pudiera existir, una cierta iconografía, que lo
dibuja o esculpe demasiado angelical, nos lo hace parecer lejano y poco
accesible o proponible. A veces, un escaso conocimiento de su historia real,
que ensalza su pureza y apenas hace alusión a su genio apostólico, nos impulsa
a buscar otros modelos. A veces, una falta de valor para cruzar los umbrales de
la timidez evangélica en relación con los jóvenes nos lleva a concebir y
presentar la educación salesiana como una mera alternativa humanista, sin
identidad ni incisividad, y a reducir la pastoral a diversión, sin proponer
metas altas que alcanzar.
Vemos, en cambio, cómo se comportó Don Bosco en relación con Domingo Savio,
cuando desde el principio, en los primeros contactos, descubrió que detrás de
aquella figura frágil se ocultaba un santo, que era paño para hacer un vestido
de lujo para el Señor. Vemos cómo Don Bosco no minimizó sus esperanzas ni lo
decepcionó, sino que se transformó en un acompañante magistral, un guía del
espíritu [4] .
Hay que reconocer que Domingo Savio, en 1954, marcó un record, obteniendo el
“guinness” de juventud entre las personas canonizadas no mártires. Cuando murió
estaba para cumplir 15 años: exactamente 14 años, 11 meses y 7 días.
Treinta años después, en 1988, la Beata Laura Vicuña, beatificada en la ocasión
del centenario de la muerte de Don Bosco, adelantó todavía la edad: a su muerte
tenía 12 años, 9 meses y 17 días. Hay que recordar el escenario de esta
beatificación: en el Colle Don Bosco (Colina Don Bosco), en la gran
plaza delante del templo, una mañana inolvidable de sol esplendente, en una
gozosa manifestación de juventud salesiana, reunida para celebrar la gracia de
Dios que transforma la debilidad humana en fortaleza para hacernos testimonios
elocuentes de su amor. Era también un tributo agradecido a la capacidad de los
adolescentes para alcanzar la cima espiritual más alta, el Everest de la
santidad.
Está a la espera Ceferino Namuncurá, el centenario de cuya muerte ocurrirá el
año próximo, todavía como Venerable, es decir, con la vida ya examinada por
parte de los expertos en experiencia cristiana y encontrado ejemplarmente
maduro, más aún heroico, en la práctica de las virtudes evangélicas: murió con
18 años, 8 meses y 15 días.
Son tres jóvenes crecidos en los ambientes salesianos de mundos diversos que,
podemos decir hoy, han recorrido los caminos del Proyecto formativo salesiano y
han aprovechado el ambiente de la Comunidad Educativa, donde han encontrado un
clima de alto espesor educativo, animado por educadores/as que han tenido la
audacia de proponer ideales de gran altura, que los han llevado al encuentro
personal con Cristo y les han enseñado a tomar decisiones valientes de vida.
A ellos se han unido los jóvenes mártires de Polonia, beatificados en junio de
1999 en Varsovia: eran cinco jóvenes oratorianos, entre los 19 y los 23 años,
todos frecuentadores regulares del oratorio de Poznam, animadores de grupos, comprometidos
en actividades, encarcelados precisamente por ser conocidos públicamente como
jóvenes de fe.
En el conjunto, estos jóvenes cubren todo el arco de la adolescencia y de la
juventud, de los 12 a los 24 años. Y -lo hemos comprendido y subrayado- han
madurado su santidad en ambiente salesiano, como tantos otros muchachos y
muchachas que han encontrado inspiración en Domingo Savio. Este dato hace ver
la fortísima valía educativa del carisma salesiano y de sus ambientes, a
condición de que sean verdaderamente atrayentes y propositivos.
Es lo que dice el mismo Juan Pablo II en la carta ya citada a los Salesianos en
1988: “Quiero considerar que Don Bosco realiza su santidad personal en la
educación, vivida con celo y corazón apostólico, y que simultáneamente sabe
proponerla como meta concreta de su pedagogía. Es un educador santo... y
sabe formar entre sus jóvenes un alumno santo, como Domingo Savio” (JP
5).
Pío X, cuando favoreció el acceso a la Eucaristía en una edad más tierna, había
profetizado: “Habrá santos entre los niños”. No obstante, durante mucho tiempo
todavía, se discutió si en la niñez y en la adolescencia sería posible una
verdadera santidad, que se pudiera proponer como modelo de vida cristiana. Y
alguien lanzó una voz de prudencia a los Salesianos: “Salesianos, despacio con
los muchachos candidatos a los altares”.
Hoy tales reservas han sido resueltas y parece que definitivamente, tanto desde
el punto de vista teológico como psicológico. Nosotros no queremos traer acá
toda la discusión; pero concluimos con las palabras iluminadoras de Pablo VI:
“La santidad en la juventud nos parece un fenómeno humano digno del mayor
interés por la precocidad (alude a los niños prodigio y a los jóvenes héroes) y
parece un hecho admirable por la riqueza de dones sobrenaturales que la
inmadurez misma de la edad pone en evidencia”.
Está claro, pues, que Dios y su gracia pueden llenar al adolescente y al joven
y hacerse comprender por ellos: Dios no está limitado por la edad. Él puede
moverse hacia cualquier corazón humano y llenarlo haciéndose sentir.
¿Por qué este interrogante y esta discusión resulta interesante para nosotros
desde el punto de vista práctico? Para que padres, maestros, educadores y, en
general, adultos, aprendan a valorar bien las posibilidades que encierra el
alma de los muchachos, de los adolescentes y de los jóvenes: no todos pueden,
ni es totalmente fácil, imaginar que en el corazón del joven que tenemos
delante puede estar trabajando Dios en una forma del todo singular.
Y puede ser que las esperanzas que expresamos, la confianza que somos capaces
de cultivar, las propuestas que hacemos, estén muy por debajo de sus
capacidades y disponilidades. Hoy no es corriente proponer el máximo. Es más,
muchas veces hoy se presentan como valores una vida sin ideales, un mundo a
nuestra medida, lo efímero, el individualismo, el hedonismo, el relativismo, el
“apáñate tú”. Hoy no son muchos los que tienen el valor de hablar a los
jóvenes como Juan Pablo II: “¡Jóvenes de todo continente, no tengáis miedo de
ser los santos del nuevo milenio! Sed contemplativos y amantes de la oración,
coherentes con vuestra fe y generosos en el servicio a los hermanos, miembros
activos de la Iglesia y artífices de paz” [5] . Y pensar que
estas palabras no son otra cosa que lo que nosotros, Salesianos, en el CG23
hemos tomado como camino de fe que debemos recorrer con los muchachos en las
cuatro grandes áreas de desarrollo: la opción de la Vida, el encuentro con
Cristo, el sentido de Iglesia, el papel en el Mundo.
La singularidad de Domingo Savio está en haber compartido la santidad
transmitida y propuesta por su Maestro, Don Bosco; porque éste se dio cuenta
del paño que tenía el muchacho con el que se había encontrado. Efectivamente,
así narra él su primer encuentro: “Presto advertí en aquel jovencito un corazón
en todo conforme con el Espíritu del Señor; y quedé no poco maravillado al
considerar cuánto le había ya enriquecido la divina gracia a pesar de su tierna
edad”.
Esta observación perspicaz de Don Bosco estaba inspirada y sostenida por una
convicción: la disponibilidad de los muchachos ante una propuesta de vida de
gracia, su capacidad de hacer una experiencia de Dios y la felicidad que
habrían sentido por ello. Éste es precisamente el tema del sermón que movió a
Domingo Savio a emprender, con una intención directa y explícita, el camino de
la santidad.
Soy consciente –como ya he dicho- de que la situación cultural actual es muy
diversa de aquella en que vivieron Don Bosco y Domingo Savio. Basta leer la
carta sinodal “Ecclesia in Europa” para ver el panorama cada vez más
secularizado que reina en todas partes. Parece natural, pues, que más de uno se
pregunte: ¿Pero hay hoy jóvenes capaces de una vida cristiana? Y, en
consecuencia: ¿Hay Maestros que descubren las cualidades naturales, el trabajo
de la gracia en los muchachos, y se muestran dispuestos a hacer a los jóvenes
la propuesta de santidad y a guiarlos por sus senderos?
Está fuera de duda que la sensibilidad cultural de los jóvenes del muno de hoy,
como también sus esperanzas, son diversas. Pero también es verdad que sus
necesidades más profundas siguen siendo las mismas: la sed de amor, de felicidad,
de vida. El problema se encuentra más bien en la fuente a la que los estamos
llevando para apagar esta su sed. Dicho con otras palabras: el joven de hoy es
culturalmente diverso, pero es siempre, ante todo y sobre todo, joven.
En los jóvenes ciertamente notamos:
- &nbssp; un gran deseo de vida y de
sentido, que tiene su mejor icono en el encuentro y diálogo del joven con Jesús
sobre la vida eterna (cf. Mt 19,16-30);
- &nbssp; tergiversaciones y
ambigüedades en la búsqueda de una vida plena y feliz;
- &nbssp; capacidad suficiente para
distinguir el valor diverso de las ofertas que hay en el mercado: lo duradero
de lo efímero, lo que ennoblece de lo que arruina;
- &nbssp; deseo de experiencias válidas
que compartir con coetáneos y adultos;
- &nbssp; generosidad, si bien con
frecuencia frágil y ocasional.
Entonces, si el alma del joven es así, ¿cuáles son las sugerencias para un
camino de santidad juvenil que nos vienen de Domingo Savio?
Impresionado por las palabras de Don Bosco sobre la posibilidad y la felicidad
de hacerse santo, Domingo Savio le hace esta petición: “Dígame cómo debo
regularme para comenzar la empresa”.
Y nos viene en seguida este pensamiento: ¿Qué habría respondido un educador
incompetente o corto en ideas? Tal vez se habría encontrado impreparado y sin
capacidad de respuesta; tal vez no hubiera pasado de una sonrisa,
considerando ingenuo e inconsistente aquel ímpetu de fervor; tal vez habría
juzgado por debajo de las exigencias de la vida espiritual el ansia sincera,
pero irrealizable, del muchacho.
Don Bosco, pertrechado de una buena doctrina, semejante a la que nosotros
tenemos hoy acerca de la llamada universal a la santidad según el propio estado
de vida, y ya experto en almas juveniles, no sonrió, no sacudió escépticamente
la cabeza, no esquivó el problema; sino que se lanzó rápidamente a trazar un
programa para ponerlo en práctica.
A nosotros aquel programa nos interesa, porque, traducido en términos actuales,
constituye una propuesta de santidad para los jóvenes de hoy, para
formar verdaderamente muchachos y muchachas que sean “luz del mundo y sal de la
tierra”, “honrados ciudadanos y buenos cristianos”, “los centinelas de la
mañana”; en una palabra “los santos del tercer milenio”.
He aquí los puntos:
a. Asumir
la vida como un don, desarrollar sus aspectos mejores con gratitud y vivirla
con alegría.
“Constante y moderada alegría” – “Participar asiduamente en el recreo
con los compañeros”, diría Don Bosco.
Con estas palabras entendía la santificación de la alegría de
vivir, es decir:
- &nbssp; promover un ambiente de
alegría y de confianza, en el que la personalidad del joven pueda
espontáneamente expansionarse y madurar;
- &nbssp; cuidar el propio crecimiento,
reconociendo lo que el Señor ha depositado en nosotros de bueno y de hermoso,
desarrollándolo con confianza y con perseverancia;
- &nbssp; convivir con los compañeros,
compartiendo con ellos la espontaneidad de los momentos de diversión, la
alegría de la amistad, el dinamismo de la fiesta;
- &nbssp; abrir los corazones al
optimismo y a la confianza en la vida, salvada y redimida por Jesucristo y
amada por Dios.
Es el deseo de vivir de Ninni di Leo, condenado a muerte por la
leucemia, que hechiza a los compañeros del hospital con su sonrisa.
La espontaneidad de Fernando Calò que a la pregunta: “¿Y si murieses?,
responde: “Estoy dispuesto; se juega al fútbol en el Paraíso, ¿no?”.
La mirada, la sensibilidad, el amor a las cosas bellas de Paola Adamo,
que decía a sus amigas: “Si Dios es la fuente de todas las cosas, sólo Él podrá
hacernos verdaderamente felices, no el dinero, ni el poder, ni el placer”.
b. El nervio, la columna vertebral, la energía y la garantía
del crecimiento: es la experiencia de Dios y de su presencia providente, la
amistad con Jesús y la vida que se va conformando a ella.
“Ser perseverante en el cumplimiento de los deberes de piedad y de
estudio”, diría Don Bosco, como segunda indicación adecuada al ambiente en
que se desarrollaba la vida de Domingo Savio.
Quería decir ante todo:
- &nbssp; comprender la propia vida
desde la fe, como don de Dios y fruto de su amor, y vivirla siempre en su
presencia con una actitud filial;
- &nbssp; desear y vivir un encuentro
personal de amistad con Jesús y con María, su Madre, a través de una oración
sencilla y perseverante, la participación frecuente y comprometida de los
sacramentos, especialmente la Eucaristía y la Reconciliación;
- &nbssp; profundizar la formación
cristiana, iluminar las situaciones y los problemas de la vida con la Palabra
de Dios, asegurar un compromiso constante y generoso de ir mejorando la
vida.
Es el proyecto de Xavier Ribas: “Mi compromiso actual se puede resumir
así: obrar en los diversos ambientes en que vivo... de acuerdo con mi fe...
Librarme de las esclavitudes es una condición imprescindible para realizar
esto; una entrega diaria a la oración, que para mí consiste en la lectura de la
Palabra de Dios, en recordar a los hermanos y amigos, y una revisión de mi vida
o de un hecho”.
Es la fidelidad de Teresa Braco a la Eucaristía diaria siempre al
amanecer, su devoción a la Virgen a través del rezo de la corona del rosario en
su trabajo cotidiano de pastorcita...
Pero Don Bosco añade el estudio, es decir, la santificación del deber cumplido
por amor de Dios y la gozosa aceptación de las duras exigencias de la vida
cristiana.
Indica, pues:
- &nbssp; abrirse a una visión de la
vida de cada día como misión confiada por Dios en el desarrollo de los propios
recursos y cualidades, al servicio de la propia vocación en la Iglesia y en la
sociedad (cultura vocacional);
- &nbssp; vivir el trabajo diario del
estudio, de la profesionalidad, de la vida de familia, con precisión y con
perseverancia, como respuesta de amor al Señor y servicio a los demás.
Es interesante ver cómo Don Bosco une estrechamente la piedad y el estudio, lo
que aparece como “religioso” y de iglesia con lo que parece “profano”, “del
mundo”: el estudio, el trabajo, la diversión.
El “Da mihi animas” es el resumen de una espiritualidad que integra de
forma unitaria y proporcionada la acción y la oración, lo cotidiano y la
fiesta, lo personal y lo comunitario, el trabajo y la templanza, la amistad y
la capacidad de autonomía...
c) Abrirse a la dimensión
social, al servicio, a la solidaridad, a la caridad, y
asumir un proyecto de vida.
“Trabajar activamente para ganar almas para Dios”, continuaría diciendo
Don Bosco, es decir, salvarse y hacerse santo salvando las almas.
Los jóvenes educados por Don Bosco, al hacerse buenos, se hacían santamente
agresivos, celosos, o sea, misioneros entre los compañeros. Domingo Savio se
comprometió con valentía a reconciliar a dos compañeros que querían matarse en
un duelo, se entregó a fundar un grupo de ayuda mutua, ofreció sus servicios en
una epidemia de cólera que asolaba Turín, suspiró por la unión de Gran Bretaña
con la Iglesia Católica, expresó el deseo de ser sacerdote.
El camino propuesto por Don Bosco se articula en planos diversos y
complementarios:
- &nbssp; actuar en favor de los
compañeros en la vida cotidiana, por medio del ejemplo, la ayuda amigable para
superar las dificultades, el apoyo del ambiente educativo...
- &nbssp; abrir a los jóvenes a las
grandes perspectivas apostólicas de la Iglesia y a las necesidades de la
sociedad (las misiones, la paz, la solidaridad, la construcción de una nueva
civilización del amor...), y ayudarlos a traducirlas en actuaciones inmediatas
en la situación y en el ambiente donde viven y trabajan;
- &nbssp; promover grupos, asociaciones
y movimientos en los que los mismos jóvenes desarrollen como protagonistas una
fe comprometida y atenta a la promoción humana y a la transformación del
ambiente;
- &nbssp; guiar y acompañar a los
jóvenes en la maduración de sus motivaciones para llegar a concretar un
proyecto de vida evangélico y una opción vocacional.
Es, tal vez, esta dimensión del servicio y de la caridad la dimensión de la
santidad que los jóvenes acogen más inmediatamente, dimensión por la que se
sienten atraídos y en la que creen más, aquella que nosotros debemos seguir promoviendo
para hacer concreta la voz de su corazón. En efecto, es asumida con generosidad
por un gran número de jóvenes que trabajan como animadores y voluntarios, en
los cuales se ve, si no la santidad completa y perfecta, al menos algún rasgo
que puede y debe crecer.
Sin embargo, para que estas experiencias expresen toda su carga de amor y dejen
ver todo su don de gracia, han de ser colocadas en el espacio del Reino; deben
tener la característica de la gratuidad, y de “ocasionales” deben convertirse
en definitivas y totales, un proyecto de vida a tiempo pleno y con todas sus
fuerzas; los jóvenes deben llegar a ser conscientes de que Dios obra a través
de ellos.
En esta línea están los ejemplos del voluntario Sean Devereux, el hombre
de la sonrisa luminosa, del valor, del compromiso, de la coherencia, que ha
dado su vida trabajando en África para aumentar las expectativas y las
posibilidades de la gente, para darles dignidad y esperanza: “Mientras mi
corazón palpite, debo hacer lo que pienso que puedo hacer, es decir, ayudar a
todos los que son menos afortunados que nosotros”.
He ahí el compromiso progresivo como animador de sus grupos, y entre sus
compañeros de escuela y de barrio, de Xavier Ribas, animado y estimulado
por su grupo de formación del Centro Juvenil, que le ayudan a descubrir la
llamada de Jesús: “Mirando mi vida y sin saber por qué, ya que no hay nada de
extraordinario en ella, parece como si Dios me hubiera atraído y me hubiera
llamado; por mi parte estoy tratando de seguir el camino a pesar de las
dificultades”.
He ahí el heroísmo de los cinco jóvenes oratorianos polacos mártires,
comprometidos en la animación de los compañeros, unidos entre sí por intereses
y proyectos personales y sociales, y que juntos en los momentos de la prueba la
viven con valor y fidelidad: “Dios nos ha dado la cruz y nos está dando también
la fuerza para llevarla”.
Para concluir He comenzado este comentario al aguinaldo recordando la conquista
de la cima más alta del mundo, el Everest, y lo he continuado describiendo el
camino recorrido por Domingo Savio bajo la sabia dirección de Don Bosco.
Concluyo con una fábula, que he visto escenificada por nuestros muchachos en el
teatro de Budapest, donde se tuvo la celebración del 90º aniversario de la
presencia salesiana en Hungría. Me gustó mucho, también porque el mensaje está
perfectamente en armonía con cuanto escribía al comienzo, en el sentido de que
los grandes ideales no hay que proponerlos a pocos, al grupo seleccionado de
los “elegidos”, sino a todos, puesto que poniendo juntos la propia luz, el
propio germen de belleza, de verdad y de bondad, es como haremos brillar un
nuevo sol, un nuevo día, una nueva humanidad en cada una de nuestras otras,
hasta convertir cada una de ellas en el Valdocco de Don Bosco.
He aquí la historia narrada por János Pilinszky, poeta católico, muy religioso,
que ha conocido la experiencia de los lager, que debió permanecer en silencio,
con el solo permiso de escribir fábulas, como ésta de la que os transcribo el
resumen:
Durante mucho tiempo sólo
las estrellas habitaban en lo alto de los cielos.
El mundo vestía el hábito de luto.
La tierra caminaba en soledad en estas tinieblas,
sólo los vecinos conversaban los unos con los otros,
y muchas veces entorpecían o se adormecían cayendo en sueño profundo.
Los animales no se conocían, las nubes vagaban sin sentido,
las flores no veían el vestido y los colores de las otras flores.
Las lluvias no sabían dónde caían.
Un día muchas de las estrellas decidieron unirse
para crear con sus destellos una grande y espléndida luz
Se pusieron en camino multitud de estrellas las unas hacia las otras.
En mil direcciones, por mil caminos,
mil estrellas se dirigieron desde el abismo de las tinieblas
para dar origen a un esplendor común
en el centro del firmamento vacío como el abismo.
Tuvieron que hacer un largo viaje
sobre el negro firmamento,
pero finalmente con gran felicidad
todas las mil estrellas se fundieron
en una grande, espléndida y única luz.
Nació así el sol,
el hogar común de mil estrellas
y así comenzó la primera gran fiesta de la luz.
¡Fue una verdadera fiesta!
La fiesta del primer día verdadero.
Llegaban los huéspedes al banquete
alrededor de la grandiosa mesa redonda de la luz, nunca vista antes.
El primero de todos llegó el aire junto con el firmamento viejo
llevando un largo manto ligero.
El tercer huésped fue el mar,
sus olas resonaron como una salva.
Luego llegaron los grandes bosques, los árboles
en capas verdes de hojas,
la familia de las flores, silenciosas pero de bellísimos colores.
Luego los animales: los caballos veloces, los perros fieles, los fuertes
leones...
¿quién podría contarlos
todos?
En lo mejor de la fiesta
llegó una pareja hermosa:
un joven y una joven,
como la pareja real del
banquete,
aunque llegaron los
últimos, se sentaron en la presidencia;
los otros invitados se
sintieron felices.
Todos se sentían hijos del sol del mediodía,
predilectos en el reino apenas nacido del firmamento espléndido.
Pero de improviso una sombra entró
en el palacio de cristal del sol,
y otras pequeñas sombras la siguieron.
Al principio nadie se preocupó de ellas,
pero llegaban cada vez más,
se mezclaban entre los huéspedes,
y a un cierto punto todo se quedó casi a oscuras.
El sol recién nacido comenzó a apagarse.
Los huéspedes se asustaron y todos huyeron del banquete.
La joven pareja humana se quedó sola en la noche
que continuaba haciéndose más oscura.
Pero el muchacho no se asustó en su corazón,
abrazando su amor habló al mundo:
“¡No temáis, mares y flores,
no temáis, animales y hierbas!
El sol no ha muerto, sólo descansa
para surgir mañana de nuevo con una fuerza renovada”.
Pero durante esta primera noche ninguno dormía,
ni hierba, ni árbol, ni viento, ni mar.
Todos estaban ansiosos por saber si había sido verdadera la promesa de su
joven rey
sobre el regreso del sol.
Y cuando por la mañana la luz se despertó en la sala de cristal
de su palacio, la acogió un júbilo mayor que el primer día.
Porque entonces todo el mundo supo:
la noche es siempre sólo un sueño,
pero después del sueño llega la espléndida realidad de la luz.
A María, la Madre de Dios, bajo cuya protección emprendemos este año 2004,
confío a cada uno/a de vosotros, miembros de la Familia Salesiana, educadores,
jóvenes del mundo. ¡Qué Ella, la más eminente colaboradora del Espíritu Santo,
nos enseñe a formar, por medio de la obra educativa, a personas que alcancen la
estatura del hombre perfecto, Jesucristo!
Con afecto y agradecimiento, en Don Bosco.
Don Pascual Chávez V.
1 de enero de 2004
Solemnidad de María Santísima, Madre de Dios
y Jornada Mundial de la Paz
[1] Bollettino
Salesiano Italiano, septiembre 2003, pag. 11
[2] J. BOSCO, Memorias
del Oratorio de San Francisco de Sales, traducción de José M. Prellezo,
CCS, Madrid, 2003, pág. 10
[3] ACG 368,
julio-septiembre 1999, pág. 41
[4] Recordemos
aquí la intervención de Don Vecchi “Mirando a Domingo Savio”, con ocasión del
50º aniversario de la presencia de los Salesianos en Lecce (diciembre de 1999).
[5] Mensaje con
ocasión de la XV Jornada Mundial de la Juventud, L’Osservatore Romano
2-07-1999, pag. 5