Festejo en
Colle Don Bosco por el aniversario 189 de su natalicio.
“La
pasión del “Da mihi animas” de Don Bosco”
Homilía
del Rector Mayor en el Encuentro Europeo 2004 en Colle Don Bosco
Estoy
realmente feliz de poder celebrar aquí, en Colle Don Bosco, el aniversario de
nuestro amado Don Bosco, rodeado por los jóvenes que se han reunido para el
Confronto Europeo.
Pasaron
189 años desde el nacimiento de este niño, de origen humilde y pobre, pero rico
en dotes, educado por una mujer genial y con corazón de educadora, en la fe y
la práctica de las virtudes cristianas, niño que se tornó “educator princeps”
(príncipe de los educadores) –como fue definido por Pío XI- pero sobre todo
“padre y amigo de los jóvenes”.
Hoy,
la familia espiritual apostólica que de él nació, se extiende a todos los
continentes y está presente en 130 países del mundo, unidos por su pasión
educativa, se expresa en el mote que se tornó programa de vida para todos, “Da
mihi animas, coetera tolle” (denme almas y llévense lo demás) y llevando
adelante el sueño que tiene a los nueve años, justamente en este lugar donde
hoy nos encontramos, sueño de consagrar todas sus energías por la salvación de
los jóvenes.
La
razón, sin embargo, del Confronto Europeo de este año de 2004 es la voluntad de
los jóvenes de celebrar el jubileo de la canonización de Santo Domingo Savio y
el centenario de la muerte de la Beata Laura Vicuña, los frutos más preciosos,
así como de los jóvenes mártires del Oratorio de Poznan, frutos preciosos del
Sistema Preventivo de Don Bosco.
La
palabra de Dios que escuchamos, nos ayuda a entender cuál fue la fuente de
inspiración para la vocación y misión de Don Bosco. De hecho, la primera
lectura bíblica, sacada de la carta de San Pablo a los Filipenses, nos presenta
la invitación a la alegría, como también la orden de no temer: “Alegraos en el
Señor” (v.4) y “no os inquietéis por nada” (v.6). y el fundamento de ese
programa de vida es encontrado por el apóstol en el hecho de que “el Señor está
cerca” (v.5).
En
Jesús, Dios se aproximó a la humanidad, llenando de alegría y esperanza nuestra
vida. Dios no se fundamenta en un sentimiento de voluntad personal, en una
disposición interior al optimismo, pero sí en la persona de Jesús, que es
garantía de espera para el futuro. Son, por tanto, tres palabras que explican
aquí la fisonomía personal y comunitaria de la esperanza: alegría, confianza,
paz y que Don Bosco supo traducir en praxis educativa para sus jóvenes, que él
quería siempre felices, en el presente y en la eternidad.
La
alegría deriva del hecho de vivir en comunión con Jesús y con los otros.
Recordar que quien lo afirma no es alguien extravagante, sino que es un apóstol
sufriente, encadenado, que solicita repetidamente a los Filipenses que se
alegren y tengan confianza: “En todas las circunstancias coloquen sus pedidos
delante de Dios, con oraciones, súplicas y acciones de gracia...”(v.6).
Abandonarse a Dios no es algo indigno del hombre, no es el refugio de un mundo
irreal, pero si es parte de la verdadera sabiduría, porque “el señor vigila
sobre el camino de los justos” (1Sm 2,9). La paz es el resultado de cuando
precede. Como se ve de las pocas palabras de Pablo, la paz no es ausencia de
preocupaciones, es el fruto del poder de Dios, que guarda el corazón y los
pensamientos de los creyentes en Cristo Jesús v.7), que es muy distinto del
simple “no tener pensamientos”. La verdadera paz no es superficial, se aferra
al hombre donde él decide sobre sí mismo, en la mente y en el corazón, porque
así también sus acciones y relaciones serán acciones y relaciones de paz.
La
parte del evangelio de Mateo que tiene por tema “hacerse pequeño”, llama, sin
embargo, para una actitud fundamental de la existencia humana, subraya la
necesidad de superar tanto la autosuficiencia de los grandes, como por el
orgullo de grupo. La palabra de Jesús mira hacia la vida interna de la
comunidad de los discípulos: “el mayor en el reino de los cielos” es el menor
(v.4).
Parece
natural que, según la mentalidad mundana, los jefes de la comunidad civil sean
los que se distinguen por sus dotes y capacidades humanas o por el sentido de
responsabilidad en la administración de los servicios comunitarios. Por otro
lado, es igualmente natural en el hombre el deseo de sobresalir. Por eso,
también los apóstoles se dejan llevar por discusiones interesadas sobre los
lugares que ocuparían y sobre quien de ellos sea el mayor (v.1). El Señor,
entonces, toma un niño y lo coloca junto a él, en el centro, y responde con
palabras precisas: “Quién se torne pequeño como este niño, será el mayor en el
reino de los cielos (v.4).
Sólo
el pequeño es “grande”, porque es inocente, sencillo, sin pretensiones. Para
Jesús, el niño es símbolo del verdadero discípulo, porque quien se hace pequeño
es disponible, deja más espacio en él para la obra y la acción del Espíritu. Él
se convierte en grande por la fe en el Señor y encuentra fuerza en su nombre,
es a mí a quien acoge” (v.5).
La
sociedad en que vivimos creó barreras entre ricos y pobres, entre blancos y
negros, entre el norte y el sur del mundo, entre pequeños y grandes. ¿Cómo
hacer para romper esa barrera de desconfianza? Jesús nos ofrece la respuesta:
considerando a todo hombre como hermano nuestro, creando familiaridad con él.
Este
principio es igualmente válido con los jóvenes, Don Bosco decía: “Sin
familiaridad no se demuestra afecto y sin esa demostración no puede haber
confianza. Quien quiere ser amado debe demostrar que ama. Jesucristo se hizo
pequeño con los pequeños y cargó nuestras debilidades. ¡Allí está el maestro de
la familiaridad! El profesor visto nada más en su cátedra, es profesor y nada
más, pero si está en el recreo con los jóvenes se torna hermano. Quien sabe que
es amado, ama; y quien es amado alcanza todo, especialmente de los jóvenes. La
confianza establece una corriente eléctrica entre los jóvenes y los superiores.
Los corazones se abren y dan a conocer sus necesidades y manifiestan sus
defectos. Ese amor hace que los superiores soporten cansancios,
aborrecimientos, ingratitudes, desórdenes, faltas y negligencias de los niños.
Jesucristo no quebró la caña partida, ni apagó la luz que humeaba. Es vuestro
modelo”. (de la Carta de Roma, 1884).
Por
tanto, vean donde Don Bosco modeló su corazón de educador y de pastor de los
jóvenes, donde aprendió, para enseñárselos, el programa de la santidad como la
vida en la alegría. Leemos en el prólogo de su libro, “El Joven Instruido”:
“Son
dos los errores principales, con los cuales el demonio procura apartar a los
jóvenes de la virtud. El primero es hacerles ver en la mente que servir al
Señor consiste en una vida melancólica y distante de cualquier diversión o
placer. No es así, queridos jóvenes, yo quiero enseñarles un método de vida
cristiana que pueda, al mismo tiempo, volverlos alegres y felices, indicándoles
cuales son las verdaderas diversiones y los verdaderos placeres, para que
puedan decir con el santo profeta David: “Sirvamos al Señor en santa alegría
(Servite Domino in laetitia)” Esa es justamente la finalidad de este libro,
servir al Señor y vivir alegres”.
“El otro engaño es la esperanza de una vida
larga con el consuelo de que se convertirán en la vejez o en la hora de la
muerte. Vean bien, hijos míos, que muchos fueran así engañados. ¿Quién nos
garantiza que llegaremos a viejos? Sería necesario hacer un pacto con la muerte
para que nos espere hasta aquel tiempo: pero la vida y la muerte están en las
manos del Señor, que puede disponer de ellas como le agrade. Y si Dios les
concediera una vida larga, he aquí una advertencia que les hace: el camino que
el hombre inicia en la juventud continúa en la vejez hasta la muerte. Eso
quiere decir: si comenzamos una vida buena ahora que somos jóvenes, buenos
seremos en los años venideros y buena será nuestra muerte y el inicio de una
felicidad eterna (...).
Queridos
míos, yo los amo con todo mi corazón y basta que sean jóvenes para que los ame
mucho, y puedo garantizarles que pueden encontrar muchos libros aconsejados por
personas más virtuosas y más doctas que yo, pero difícilmente podrán encontrar quien los ame más que yo en
Jesucristo y que más desee vuestra felicidad. El Señor, esté siempre con
ustedes y haga que, practicando estas pocas sugerencias, puedan llegar a la
salvación de vuestra alma y así aumentar la gloria de Dios”. (Giovanni Bosco, Prólogo
al Joven Instruido, en J. Aubry ed. Giovanni Bosco, Escritos espirituales. 1, Roma, 1976, 111- 113.)
Tanto
los educadores que aprendan de Don Bosco esta sabiduría espiritual, como los
jóvenes que acojan este programa de vida –como Domingo y Laura- pueden
comprobar esta verdad.
Concluyo
invitando a todos los educadores, padres y animadores, Salesianos e Hijas de
María Auxiliadora, para que hagan propia la pasión educativa de Don Bosco, su
método y su espiritualidad. Convido también a ustedes, queridos jóvenes, a
modelar vuestra vida en la de Domingo Savio y Laura Vicuña, que aprendieron a
hacer de la alegría que viene del Señor, el camino real de la santidad y a no
demorar en hacer de la adolescencia y de la primera juventud el momento
privilegiado para las opciones valientes de entregarse totalmente al Señor.
“La
situación de los jóvenes en el mundo de hoy –a un siglo de la muerte del santo-
está muy cambiada y presenta condiciones y aspectos multiformes, como bien
saben los educadores y los pastores. Por lo tanto, también hoy permanecen
aquellas mismas preguntas, que el sacerdote Juan Bosco meditaba desde el inicio
de su ministerio, deseoso de entender y determinado a actuar. ¿Quiénes son los
jóvenes? ¿Qué quieren ellos? Tanto antes como hoy, estas son las preguntas difíciles,
pero ineludibles que todo educador debe enfrentar”.
“No
faltan hoy, entre los jóvenes del mundo entero, grupos genuinamente sensibles a
los valores del espíritu, deseosos de ayuda y apoyo en la maduración de su
personalidad. Por otro lado, es evidente que la juventud está sometida a
estímulos y condicionamientos negativos, fruto de visiones ideológicas
diversas. El educador atento, sabrá ver claramente la condición concreta de los
jóvenes y así, poder intervenir con competencia segura y clarividente
sabiduría”.
“Tal
vez, nunca como hoy, educar se convierte en un imperativo vital y social al
mismo tiempo, lo que implica una toma de posición y decidida voluntad de formar
personalidades maduras. Tal vez, jamás como hoy, el mundo tenga necesidad de individuos,
de familias y de comunidades que hagan de la educación su propia razón de ser y
se dediquen a ella como finalidad prioritaria y le den sus energías sin
reservas, procurando colaboración y ayuda, para experimentar y renovar nuevos
procesos educativos, con creatividad y sentido de responsabilidad. Ser educador
hoy, comporta una verdadera y propia opción de vida, a lo cual es imperioso que
le sean dados reconocimiento y ayuda, por aquellos que tienen autoridad en las
comunidades eclesiales y civiles. (Juan Pablo II, Carta Juventum Patris,
passim.)
Confío
a todos y cada uno de ustedes a los cuidados maternos de María Auxiliadora,
para que ella sea para ustedes madre y maestra, como lo fue para Don Bosco,
desde el momento del sueño de los nueve años. En su escuela aprenderemos a ser
“humildes, fuertes y robustos” y toda la pasión por Dios y por los jóvenes,
encerrada en nuestro programa de vida: “Da mihi animas, coetera tolle”. Amén.
Pascual
Chávez V.
Colle
Don Bosco, 16 de agosto de 2004.