“Aquello que han visto y han escuchado en mí,
es aquello que deben hacer”
Ez
34, 1-31; Sal 23,; Flp 4, 49; Mt 18, 1.6.10
En la Eucaristía del
“cumpleaños” de Don Bosco
Aniversario 190
Queridos
hermanos, amigos:
La
celebración del “cumpleaños” de nuestro amado Don Bosco, nos ha convocado de nuevo
en el lugar del origen, suyo y nuestro, de su historia personal y de su misión
y de su carisma.
Aquí, en I Becchi, volvemos a elevar nuestra alabanza al Señor por el don que ha significado para la Iglesia y para el Mundo en particular, no sólo para el “planeta joven”, el nacimiento de Juan Bosco, hace 190 años. Ciertamente, aquel pequeño, nacido en estos lugares, había madurado largamente toda su existencia, de adolescente, joven estudiante, seminarista en Chieri, clérigo en la Residencia Eclesiástica, sacerdote para los jóvenes en Valdocco hasta su muerte el 31 de enero de 1888, es toda su vida la que agradecemos y es toda su historia la que convertimos en su testamento.
Hoy
volvemos a decir su mensaje sintetizado en las palabras de San Pablo a su predilecta
comunidad de Filipo: “Aquello que han escuchado y han visto en mí es aquello
que deben hacer”. ¿Qué cosa es aquello que hemos escuchado y hemos visto en Don
Bosco y que debemos reproducirlo y continuarlo?
Tal
vez será oportuno ir a los hechos para comprenderlo bien e imitarlo fielmente.
En
el perturbado ambiente italiano, político, social, económico, religioso, que
caracterizó buena parte del siglo XIX, y que definimos con el término
“Risorgimento”, don Bosco siente el drama de un pueblo que se aleja de la fe y
sobre todo siente el drama de la juventud, predilecta de Jesús, abandonada y
traicionada en sus ideales y en sus aspiraciones, por los hombres de la política, de la economía, incluso también
de la Iglesia.
Ante
tal situación reaccionó enérgicamente, encontrando formas nuevas para oponerse
al mal, ha resistido a la fuerza negativa de la sociedad, denunciando la
ambigüedad y la peligrosidad de la situación, “contestando”, a su modo, a los
fuertes poderes de su tiempo.
Es en estos momentos sintonizados, para desarrollar y
potenciarlo, con las posibilidades que ofrecían las condiciones históricas y
culturales y la coyuntura económica de ese momento histórico: la estructura
social paternalista del anciano régimen del reino sardo, el aspecto político
liberal abierto a la descentralización de la caridad y de la filantropía; la
disponibilidad de recursos para la beneficencia, los consensos existentes, a
pesar de la parcial oposición del mundo eclesiástico, de la autoridad y de los
fieles. Aun así fundó oratorios, escuelas de varios tipos, talleres de
artesanos, periódicos y revistas, tipografías y editoriales, asociaciones
religiosas juveniles, culturales, recreativas, sociales; iglesias, misiones
extranjeras, actividades de asistencia a los emigrantes, además de dos
congregaciones religiosas y una laical, que continuaron su obra.
Tiene éxito gracias a sus fuertes dotes de comunicador
nato, a pesar de la falta de recursos económicos (siempre inadecuados a sus
realizaciones) su modesto bagaje cultural e intelectual (en un momento en que
había necesidad de respuestas de alto perfil teórico), al ser hijo de una
teología y de una concepción social limitada (y por tanto inadecuada para
responder a la secularización y a la
profunda revolución social en acción). Siempre empujado por la audacia de la
fe, en circunstancias difíciles, pide y obtiene ayuda de todos, católicos y
anticlericales, ricos y pobres, hombres y mujeres con dinero y poder,
exponentes de la nobleza, de la burguesía, del bajo y alto clero. Su petición
de ayuda no podía no resonar directamente o indirectamente como un desafío de
condena moral hacia aquellos que habían cerrado el corazón a la realidad
doliente del prójimo, removiéndolos con
la presencia del reproche, porque era muy ventajoso para ellos vivir en la
permisividad de los criterios de la ética libertina.
La
importancia histórica de don Bosco tiene que estudiarse, primero en tantísimas
“obras” y en ciertos elementos metodológicos relativamente originales , el
famoso “sistema preventivo de don Bosco”.
En
la percepción intelectual y emotiva de la importancia universal teológica y
social, “del problema de la juventud abandonada”, esto es, de la enorme
porción de la juventud de la que no se ocupaban o se ocupaban mal;
en
la intuición de su presencia primero en Turín –después en toda Italia y en el
mundo- con una fuerte sensibilidad, en el ambiente social y en el “político”,
del problema de la educación de la juventud y de su comprensión de parte de los
ambientes más abiertos y de la opinión pública;
en
la idea que lanzó de las intervenciones obligatorias en la gran escalera
social del mundo católico y civil, como una necesidad primordial para la vida
de la Iglesia y para la misma supervivencia del orden social;
ni
político, ni sociólogo, ni sindicalista, simplemente sacerdote-educador, don
Bosco parte de la idea de que la educación puede mucho, en cualquier situación,
si es realizada con el máximo de buena voluntad, de empeño y de capacidad de
adaptación. Se empeñó en cambiarle a los jóvenes la conciencia, formarlos en la
honestidad humana, la lealtad cívica y política y en esta perspectiva “cambiar”
la sociedad, y todo esto mediante la educación.
Transformó los fuertes valores en los que creía –y que
defendía contra todos- en hechos sociales, en gestos concretos, sin replegarse
en lo espiritual y en lo eclesial, entendido como espacio excluido de los
problemas del mundo y de la vida. Al contrario, con la fuerza de su vocación de
sacerdote educador, cultivó un cotidiano que no era ausencia de horizontes (más
bien era dimensión encarnada del valor y del ideal); que no fuese nicho
protector y rechazado de la abierta confrontación (pero sincera medida de una
realidad más amplia y diversificada); que no era un mundo estrecho de pocas
necesidades y lugar de repeticiones casi mecánicas de actitudes tradicionales;
que no era rechazo de alguna tensión, del sacrificio exigente, del riesgo, de
la renuncia al placer inmediato, de la lucha. Tiene para sí y para los
salesianos la libertad y la intrepidez de la autonomía. No quiso atar el
destino de su obra a la imprevisible variación de los regímenes políticos.
El notable teólogo frances M.D. Chenu, O.P.
respondiendo por los años ochenta del siglo anterior, a la pregunta de un
periodista que pidió que señalara los nombres de algunos santos portadores de
un mensaje de actualidad para los nuevos tiempos, afirmó sin dudar: “Me agrada
recordar a quien se ha anticipado un siglo al Concilio Vaticano II: don Bosco.
Proféticamente, él es un modelo de santidad por su obra que ha cambiado el modo
de pensar y de creer de sus contemporáneos”.
Fue un modelo para muchos; no pocos imitaron
su ejemplo, se volvieron el “Don Bosco de...Bergamo, de Bolonia, de Messina y
así de ....”
La figura y el significado de don Bosco y de
su obra son reconocidos histórica y universalmente, con la buena voluntad de
quienes escriben, como el notable escritor Alberto Moravia, que dice... “los
santos no hacen la historia”. Obviamente el “secreto de su “éxito” se encuentra
en cada una de las diversas facetas de su compleja personalidad: capacísimo
empresario de obra educativa, perspicaz organizador de empresas nacionales e
internacionales, finísimo educador, gran maestro, etc...
He aquí, queridos míos, cuanto hemos escuchado
y visto en Don Bosco y cuanto somos llamados a continuar con nuestra fidelidad
dinámica. A Ella, que nos fue dada como
madre y maestra, María Inmaculada Auxiliadora, le confiamos nuestro empeño para
ser hoy, signo de esperanza para los jóvenes.
Pascual
Chávez V.
Colle
Don Bosco, 16 agosto 2005