Desandando más de cuarenta y nueve años

Padre Rafael Sánchez Vargas SDB

Boletín Salesiano Mexicano, octubre de 1986

 

 

Acababa yo de ser ordenado Sacerdote con otro nutrido grupo de compañeros procedentes de catorce diversas naciones. El solemnísimo acto se había efectuado en la misma Basílica de María Auxiliadora de Valdocco, en Turín, construida por San Juan Bosco, setenta años antes.

 

Para satisfacer un ardiente anhelo personal elegí celebrar una de mis primeras Misas en la Casa Salesiana de Piosasco, distante  solamente una hora de la Ciudad de Turín. Allí eran atendidos cuidadosa y fraternalmente un grupo de Salesianos, pues era la Casa de los Enfermos Salesianos.

 

Me preguntaréis, queridos lectores del “Boletín Salesiano”, qué razón me movía a elegir tal sitio privilegiado para iniciar allí mi pastoral salesiana.  Os los confesaré desde luego. Llegaba yo al Sacerdocio, escalando penosamente la soñada cumbre, por un auténtico milagro obtenido cuatro años antes, el 23 de abril de 1934, instantáneamente por intercesión de San Juan Bosco, que aquella fecha cumplía apenas 23 días de haber sido elevado al honor de los Altares por su Santidad Pío XI, al clausurarse el Año Santo con motivo de los 1900  años de la Redención, y también había obtenido el milagro por intercesión de mi hermana mayor, Sor Victoria, Hija de María Auxiliadora, muerta en olor de santidad exactamente un año antes, en México, DF. el 23 de abril de 1932.

 

 

¿Cómo fue la pérdida de mi salud?

 

Desde mitad de julio de 1931, tras los seis años primeros de Salesiano, pasados en la Ciudad de la Habana, Cuba, primero como Novicio y estudiante de Filosofía, y después como “maestrillo” en tirocinio práctico pedagógico con más de un centenar de artesanos internos, mi salud había quedado arruinada.

 

A punto de responder afirmativamente a mi Padre Inspector Don Luis J. Pedemonte, que me invitaba a embarcarme a Italia para comenzar en el Instituto Internacional de la Crocetta, en Turín, mis estudios de Teología, recibí una enérgica orden médica para volverme a mi Patria y sujetarme a un estricto régimen, con la finalidad de recuperar, si fuera posible, la salud de mis pulmones, gravemente arruinados.

 

Pasé casi un año en las Casas Salesianas de Puebla y México, DF., entre médicos, medicinas y descanso, tratando de recuperarme inútilmente.

 

A título de no ser del todo inútil pasé varios meses como Secretario del Padre  Inspector y como Asistente del taller de Encuadernación en el “Cristóbal Colón” de Santa Julia, actualmente “Renacimiento”. No me arrepentiré nunca de este paréntesis de espera para la prosecución de mis estudios sacerdotales, porque me enriquecieron enormemente con vivencias que marcaron en mi vida un sello indeleble.

 

Tres fueron las muertes salesianas que en este lapso me proporcionaron una lección de vida eterna de que jamás habría soñado gozar.

 

Primera: la de Don Plácido Pérez, el primer Coadjutor Salesiano Mexicano, procedente de Tepatitlán, Jalisco. De quien, en compañía del Padre Pedemonte, pude recibir el último suspiro en el Colegio de Santa Julia, DF., precisamente el 31 de enero, cuando Don Bosco cumplía 46 años de muerto.

 

Segunda: la del Padre Felipe de Jesús Valdés, Director de la Casa Salesiana en Morelia, y que vino a morir en plena edad adulta en un Hospital de México, DF., atendido por el Padre Alberto López Landa, entonces Catequista del Colegio de Santa Julia. Su muerte fue casi en vísperas de la fiesta de María Auxiliadora, el mes de mayo de ese mismo año de 1933.

 

Tercera: la de mi hermana Sor Victoria Sánchez Vargas. Ocho días antes de su fallecimiento la fui a visitar en una casa de la calle de San Fernando, en Tlalpan, en donde estuvo, como en casa de salud, atendida espiritualmente por el Padre Pedemonte y después por el Padre Félix de Jesús Rougier, Cofundador con la Sra. Conchita Armida de Cabrera, de la Congregación de los Misioneros del Espíritu Santo.

 

-Rafa, me dijo mi hermana “Tolla, en su última conversación conmigo: “El próximo día 26 de abril vamos a celebrar la festividad del Beato Juan Bosco, nuestro Padre. Yo le voy a pedir tres gracias: que a nuestra madrecita la conserve, devolviéndole la salud, por muchos años. (ella moriría a los 96 años).

 

Que nos conceda que nuestro buen padre se acerque a los Santos Sacramentos, de los que desgraciadamente está alejado. (nuestro papá volvió a la frecuencia de los Sacramentos y murió envidiablemente en la paz de Dios en el año de 1950, atendido por el Padre Luis González López y por mí).

 

Y por fin que a uno de los dos dé la salud y el otro vaya al cielo a seguir ayudando al que se queda. ¿Tú que prefieres? Yo respondí en seguida: Acepto lo que tú dispongas, como hermana mayor. Entonces, trato hecho, Rafa: yo me voy al cielo y tú, que por ser hombre, sí puedes ser Sacerdote, harás así más bien y trabajarás en la tierra por los dos”.

 

Tolla moría santamente el domingo siguiente a la Pascua, atendida por el Padre Félix de Jesús Rougier (cuya causa de beatificación está en sus finales) el 23 de abril de 1933.

 

Con todo lo dicho queda sobrada razón de que mi ida a la Casa de los enfermos de Piosasco obedecía a un grave compromiso de reconocimiento contraído cuatro años antes.

 

Después de celebrada mi Santa Misa en esa Casa se me dijo que ahí había un Sacerdote casi moribundo, que había sido Inspector en México de 1903 a 1908, y que deseaba que fuera a llevarle la Sagrada Comunión.

 

 

Recibiendo de una mano Sacerdotal moribunda la antorcha de su sacerdocio

 

Todavía, después de 49 años tengo presente, como si fuera ahora, aquella escondida y sin embargo esplendorosa escena:

-Padre Miguel Foglino, le dije: “Recién ordenado Sacerdote, quiero continuar el Sacerdocio de usted, prométame ante la Virgen Auxiliadora Guadalupana, que usted desde el cielo va a pedir para que yo prosiga el Sacerdocio de usted, hasta que lo pueda pasar a otras manos jóvenes y yo en cambio le prometo que todos los días lo tendré presente en la Santa Misa y en el Santo Rosario”.

 

El rostro de aquel santo, moribundo Sacerdote, el segundo Inspector nuestro de principios de siglo, se iluminó de inmensa alegría, y dijo:

 

- Querido hijo, ahora sí puedo rezar mi “Nunc dimittis” del anciano Simeón. ¡Gracias, gracias, gracias!.

 

Fin del artículo.

 

 

 

El Padre Rafael decide cooperar para la Familia Salesiana y crear un ambiente más intenso de oración, y nos entrega estos hermosísimos versos, en los que  le expresa a Cristo, todo su amor, toda su entrega sacerdotal.

 

 

 

Me amó hasta entregarse por mí

 

Padre Rafael Sánchez Vargas SDB

 

 

 

Ya estoy contigo, Dios agonizante

 

Ya estoy contigo, Dios agonizante,

en la congoja atroz de tu agonía,

estaba junto a Ti mi cobardía

sin ver la púrpura de Tu Semblante.

 

Y mientras tu oración, la más constante,

en lágrimas y Sangre se vertía,

en el Huerto de Olivos yo dormía

sin darte de mis noches ni un instante.

 

Pero me despertó por fin tu grito

con clamor que llegó hasta mis entrañas.

Mirando que tu amor es infinito

 

y con tu Sangre misma Tú me bañas,

a tu Convite de dolor me invito

en espera del sol de tus mañanas.

 

 

 

Qué tarde, Dios, te conocí: que tarde

 

Qué tarde, Dios, te conocí: que tarde,

Cristo, llegó tu luz a mi ceguera.

¿Cómo no descubría yo la hoguera

que dentro de tu herido pecho arde?

 

La sombra de tu Cruz al fin resguarde

el aliento postrer de mi carrera.

¡Si regresar el tiempo yo pudiera,

cómo de amor haría ya alarde!

 

Renacería como un hombre nuevo,

cambiando el viejo corazón que llevo.

 

Barrería la noche de mis ojos,

para bañarlos en tus lirios rojos.

 

Y prendido a la luz de la alborada,

bebería el fulgor de tu mirada.

 

 

Las miradas de Dimas apagadas

 

Las miradas de Dimas apagadas

contemplaban tu Cuerpo destrozado,

y buscaban la luz de tu Reinado

al débil resplandor de tus miradas.

 

Y presagiaban, Cristo, tus moradas

del Reino de la muerte al otro lado,

y que abrirías pronto tu Costado

a todas tus ovejas descarriadas.

 

De tu cruz a su cruz nació la Vida

como una onda de amor que amor convida.

 

Onda de salvación y Vida Eterna

que con palabras mínimas se externa

 

y que salva sin otros requisitos

que tus perdones con tu Sangre escritos.

 

 

Dimas, el Buen Ladrón, abrió la puerta

 

Dimas, el buen ladrón, abrió la puerta

más ancha de tu Corazón que daba

el robo de amor que te robaba

y dejaría a los demás abierta.

 

Tu dejarte robar me desconcierta,

porque saber de amor mi amor no acaba.

Cristo, tu Amor a él se anticipaba

con tu gran Corazón como compuerta.

 

Con Él hallaste, Robador de amores,

el dejarte robar de pecadores.

 

Y en trueque de robar y ser robado

siempre desde la Cruz, Cristo, has ganado.

 

Porque es de amores tanto tu derroche

que derrochas, Jesús, de día y de noche.

 

 

Tus caminos, Señor, no son los míos

 

Tus caminos, Señor, no son los míos,

y por mi amor los míos Tú desechas

para llevarme por ignotas brechas

que me sanen al fin de mis desvíos.

 

Y con tus amorosos desafíos

Tú por mis descaminos más me acechas,

y con tu celo más y más estrechas,

y al fin vencen, Señor, tus poderíos.

 

Vencida la ceguera ya bien veo

que en Ti se sacia todo mi deseo.

 

Y por fin hallé aquí la ansiada meta

que a tu pasión divina me sujeta.

 

 

Me sorprendió el dolor y en un momento

 

Me sorprendió el dolor y en un momento

rompió mis sueños y atajó mi paso

y me llevó a la angustia de un acaso

y me dejó sin luz el pensamiento.

 

Y en este trágico sacudimiento

sentí la mordedura del fracaso,

y en el postrer lindero del ocaso

uní, Dios, mi tormento a tu tormento.

 

Te hablo de cruz a cruz, con voz callada,

y bebiendo la luz de tu mirada.

 

Y pongo mi dolor atormentado

en la llaga de amor de tu Costado.

 

Y en tus manos divinas ya sin miedo

hasta la muerte con tu amor que quedo.

 

 

Hermano, ¿me preguntas si de veras...

 

 

Hermano, ¿me preguntas si de veras

yo amo a Cristo Jesús? Es la pregunta

tuya la que a la mía tengo adjunta

en horas de dolor o placenteras.

 

Si al grito de mi corazón creyeras

que una locura de mi amor trasunta

y en lágrimas alguna vez despunta,

locura y lágrimas por ciertas dieras.

 

Pero mi amor no está crucificado

como el amor sangrante del Amado.

 

Al sufrimiento cuánto soy esquivo...

Todavía para Él vivo y no vivo.

 

Y a pesar que le repito que lo amo,

yo de continuo escucho su reclamo.

 

 

 

¡Qué maneras de hablarme tan extrañas...

 

¡Qué maneras de hablarme tan extrañas

las que usando conmigo estás ahora!

Me adviertes que llegó por fin la hora

del amante dolor con que me dañas.

 

Y quemas con tu fuego mis entrañas

con quemadura purificadora,

y con la luz sangrienta de tu aurora

las agonías de mis noches bañas.

 

Hablaba de tu Cruz con teorías

que me enseñaron en lejanos días.

 

Pero mi cruz, Señor, no con palabras

sino con tu callado amor la labras.

 

Y allí me dejas y de extraño modo

junto a tu Cruz, mi Dios, me enseñas todo.

 

 

Me trajiste, Señor, por tus atajos

 

Me trajiste, Señor por tus atamos,

desviando bruscamente mi camino;

atónito me pregunté y sin tino

Por qué rompías mi ilusión a tajos;

 

porqué llevábame por altibajos

escabrosos tu Amor a mi destino;

por qué me dabas hiel en vez de vino,

y en vez de paz me dabas tus trabajos.

 

Pero comprendo ya que necesitas

romper mis planes; sin hablar me gritas

 

que mis sendas, Señor, no son tus sendas,

y que tengo que vivir bajo tus tiendas,

 

y contigo seguir por el desierto,

y cual grano, morir, como Tú has muerto.

 

 

Dios, si en la Cruz me ofreces tu morada

 

Dios, si en la Cruz me ofreces tu morada,

¿por qué me ufano tanto y desconsuelo

por lo fugaz y fútil de este suelo,

que es vanidad, engaño, sueño y nada?...

 

Allí pondré, mi Cristo, la mirada,

en permanente y amoroso vuelo,

en tus manos dejando mi desvelo,

en el diario trajín de la jornada.

 

De la plegaria en el feliz remanso

encontraré la luz de tu sonrisa.

 

De tu Espíritu el viento leve y manso

frenará, Dios, mis ímpetus y prisa.

 

Y de lo terrenal sin cortapisa,

serás en adelante mi descanso.

 

 

¿Qué necesitas de mi sufrimiento...

 

 

 

¿Qué necesitas de mi sufrimiento

para en la Cruz tenerme compañero?

¿Me haces del Buen ladrón el heredero

en tu definitivo Testamento?...

 

¿Quieres de mi dolor en pagamento

del amor que me diste Tú primero?

¿Y así probar de veras si es sincero,

y que por fin, mi Cristo, no te miento?

 

¿Y me regalas tu acompañamiento,

para darme de estar en el madero?

 

Y tendremos los dos el mismo asiento,

sin temor ya de serte traicionero?

 

¿Sin separarnos ya ningún momento

podré probarte, Cristo, que te quiero?

 

 

¿Qué dirá el corazón que olvida...

 

¿Qué dirá el corazón que olvida

lo que me dio tu Amor que no se agota,

con tu Sangre en la Cruz y gota a gota,

entregándome allí toda la vida?

 

¿Qué tendré la memoria tan perdida

que el grito tuyo, Cristo muerto, brota,

y en mi interior vacío ya rebota

como la piedra por el choque herida?

 

¡Oh pobre corazón el que yo llevo

que por su olvido a darte no me atrevo!

 

Perdónalo, Señor, porque no piensa

Miles de veces tu bondad inmensa.

 

Tritúramelo y cámbiamelo, Cristo,

porque como es, a dártelo resisto.

 

 

Crucificado, vuelves cada noche

 

Crucificado, vuelves cada noche

con tu presencia viva y amorosa,

que como en propia sede en mí se posa,

y siento en mi conciencia tu reproche;

 

porque tu Amor me diste con derroche,

y yo te olvido por cualquier cosa;

y tu Amor que perdona más me endiosa,

y un nuevo olvido pongo como broche.

 

Es tu bondad tan santamente terca,

que por más que la olvide, más me cerca;

 

Y sin reclamaciones me perdona

y más y más a diario se me dona;

 

Y en mí se vuelca su incansable empeño

hasta poner la paz sobre mi sueño.

 

 

Jesús, que te amo, lo he de boca tantas...

 

Jesús que te amo, lo he de bocas tantas

y tantas veces repetido, pero

¿hasta dónde de veras soy sincero

como fue Magdalena ante tus plantas?

 

De verdad, con tu Amor mi vida imantas,

y de alma y corazón, mi Dios, te quiero,

pero mi pobre amor es embustero

ante un Amor de Cruz con que me espantas.

 

Ese sí que es Amor, el que me entregas,

en donación sin limites y a ciegas,

 

cual víctima de salvación, de suerte

que das perdón y vida con tu muerte,

 

y das como primicias tus perdones

y tu Amor en eternas donaciones.

 

 

Vayamos, Magdalena, en busca suya;

 

Vayamos, Magdalena, en busca suya;

nos dice el corazón que está dormido;

pero su amor despierto no se ha ido,

ni posible es que del sepulcro huya.

 

Hay un presunto canto de Aleluya,

queriendo consolar a tu gemido,

con júbilo que jamás se ha vivido

para que el alba nos abra la puerta...

Para nosotros tiene reservada

la primicia vital de su mirada.

 

Y oiremos de su voz el claro acento

que trocará en eterno ese momento.