Alfonso Junco
Insigne Cooperador Salesiano
Alfonso Junco fue un hombre excepcional, platicar con
él era una delicia, siempre bromeaba y su sencillez para exponer sus ideas,
encantaba a todos los que tuvimos la alegría de compartir nuestras reuniones de
cooperadores salesianos.
Alfonso Junco nació en Monterrey, Nuevo León, México,
el 25 de febrero de 1896. Murió en la Ciudad de México, DF el 13 de octubre de
1974.
Su familia era muy cristiana, desde niño le enseñó a
ser un católico convencido. No tuvo estudios universitarios, pues su familia
era de pocos recursos, así que Alfonso trabajó desde muy joven como tenedor de
libros, esto es, contador privado. Su cultura era impresionante, pues era gran
estudioso, de libros clásicos y modernos, desde muy joven empezó a escribir.
Además de ser un escritor que cultivó los más diversos géneros literarios,
periodismo, historia, poesía, y se distinguió ante todo y sobre todo por ser un
católico íntegro, firme y tenaz en la defensa de sus ideas pero nunca
intolerante con las ideas ajenas.
Ingresó como numerario en la Academia Mexicana de la
Lengua el 25 de septiembre de 1950. Nunca dejó de defender su fe católica, en
un ambiente rodeado de mentalidades masónicas, como es México, fue un gran
católico, orgullo de los Cooperadores Salesianos.
Yo le escuché hablar con un amor sentido y único de
Mamá Margarita. Por el momento, no tengo sus escritos, solamente algo que
escribió sobre Don Bosco, pero prometo buscarlos.
¿Qué hizo Don Bosco?
Mil cosas extraordinarias, todas con una alegre
serenidad que maravilla.
Amó con singular amor al niño pobre y lo atrajo a su
genial institución del Oratorio Festivo. Lo formó en sus admirables Escuelas de
Artes y Oficios.
Quiso asegurar a la juventud obrera elevación moral,
vida amable, bienestar económico. Trabajó así por el problema social, no con la
fiebre de los demagogos que destruyen, sino con la paciencia de los apóstoles
que crean.
Pedagogo intuitivo, conoció como pocos la psicología
de la adolescencia.
Reformador y precursor sin humos, fue apóstol de la
alegría en la educación, de la espontaneidad suscitada por la confianza, de la
libertad blandamente regida por una autoridad de aire paterno, más inclinada a
la persuasión que a la sanción. Su sello en todo es la llaneza, la
familiaridad, la sonrisa.
Guardan y multiplican este sello las dos grandes
corporaciones religiosas que fundó: La Congregación Salesiana y las Hijas de
María Auxiliadora. Ejemplares forjadores de almas, entregados de preferencia al
pueblo humilde, todo es en ellos flexibilidad y atracción, júbilo y sencillez.
Y para apoyar estas ingentes obras, desde el exterior,
a modo de orden tercera, están los Cooperadores Salesianos.
En oratorios festivos, colegios, talleres, industrias,
fundaciones agrícolas, misiones, el genio y la bondad de Don Bosco perseveran y
fructifican por toda la anchura de la tierra. Su sonrisa sigue siendo claridad
de muchos. Claridad para todos nosotros.