Historia de una Madre
Que Mâe!
Padre Humberto Pasquale SDB
1945
¡Cooperadoras de los cincuenta años de trabajo salesiano en tierras de
Portugal!
Auxiliares beneméritas de las Casas de:
Braga
Viana do Castelo
Poiares da Régua
Vila do Conde
Pôrto
Mogofores
Semide
Lisboa-Estorial
Évora
Angra-Cabo Verde
Moçambique
India
Macau
¡Cooperadoras, que vivís en
la Patria de los justos, donde la caridad es premiada!...
Cooperadoras, que trabajan a nuestro
lado, generosamente, para la re-cristianización, la formación y la salvación de
la juventud...
A todas, desde las que ponen
sumas abultadas en nuestras manos, para transformarlas en pan para nuestros
desamparados y pobrecillos, desde la más humilde que, cariñosa, dio y da su
trabajo de propaganda, porque nada posee, hasta aquella que nos acompaña en la
gran labor, con simpatía y oraciones....¡Para todas, es nuestra llamada!
Sabemos que estáis presentes,
hasta lo sentimos. Presentes con vuestro nombre, escrito en las páginas íntimas
de nuestras crónicas, en la crónica de cada Casa y que, de generación en
generación, pasa por las manos de los Hijos de Don Bosco, para deciros lo bien
que los queréis, el bien que les hacéis.
Presentes en el alma de cada
uno de los Salesianos y de muchos jovencitos y hombres, que sintieran la suave
caricia de vuestra caridad, que os deben su rehabilitación, su posición social
y todo cuanto poseen.
Ninguno os olvida. Todos os bendicen, tanto a ustedes como a sus obras.
¡Presentes! ¡Presentes! ¡Presentes!
Las madres acuden cuando los hijos lloran.
Acuden los generosos cuando el huérfano llama.
Acuden también cuando la familia está de fiesta.
¡Fiesta de nuestro cincuentenario, cincuentenario de una Obra que es
vuestra!
No podéis faltar en esta fecha faustosísima:
-Para ver el bien que habéis hecho en estos diez lustros...
-Para sentir lo mucho que os quieren, que os desean los Salesianos...
Sentiréis, más que nunca, el fervor de nuestras preces por vosotros...
Por las que viven y por las que Dios llamó a la eternidad.
¡Ninguna quedará olvidada!
Y para que quede recuerdo de
este homenaje de agradecida veneración que os tenemos, queremos dedicaros el
presente volumen.
Es la biografía de la Madre
de Don Bosco, la primera Cooperadora de la Obra Salesiana, la primera Madre de
los niños de nuestro querido Santo.
Queda muy bien el nombre de
esta mujer junto al vuestro y el vuestro ligado al de ella. Para imitar sus
obras y las vuestras, encerradas en el catálogo elocuente de las Casas
Salesianas, y para decir a todos, los milagros de tanta caridad y la bondad de
vuestro corazón.
Un ramillete de nombres, rico
y venerado, que será conservado entre nosotros y que los hijos de nuestros
hijos bendecirán.
No hay obra, fundada por un
hombre, que no haya tenido a su lado, acompañándolo, un corazón de mujer.
Y ni en las obras y ni en los
hombres se olvidan de estas beneméritas.
No os olvida en el Cielo la
Virgen Auxiliadora, que inspira todo lo que se hace entre nosotros, no os
olvida nuestro Padre, el Santo de gratitud delicada y vivísima.
Este humilde trabajo lleve a
todas, a cada una de vosotras, conocidas o no, pero siempre estimadas, el
homenaje sincero de todos estos sentimientos.
Mogofores, 31 de enero de
1945
Fiesta de San Juan Bosco
Salesianus.
(Seudónimo del P. Pasquale).
Una cuna de nuevo se anima y un ser pequeñino llora. Los padres, los hermanos, los vecinos, todos quieren ver, quieren mecer este ángel aparecido, frágil y rosadiño, que mal se mueve en la blancura de las ropas. El tierno botoncito es el tercero de los cinco hijos con que la Providencia quiso regalar a la virtuosa familia, una vez más de fiesta.
Llevada a la pila bautismal
el mismo día que nació, se le puso el nombre de Margarita. Hasta el nombre
anunciaba que la niña debía ser una flor.
Etimológicamente la palabra
significa: Regalo del Cielo. Todo hijo es un regalo del Cielo y como regalo lo
reciben en los buenos hogares donde la moral y la religión son vigorosos y la
pequeñita de estos modestos labradores fue un presente precioso y bien
estimado. ¡Qué lástima cuando esto no sucede!
Mas que las caricias, más que los bienes de fortuna, acarician la cuna
las virtudes acrisoladas de los padres, cuya bondad era proverbial entre sus
vecinos y hasta en los alrededores. La virtud, por sí misma, se impone e
irradia.
Fue el día primero de abril
de 1788, que Margarita sonrió por primera vez a los suyos y a la vida. Poco
sabemos de su infancia, pero podemos conjeturarla por los frutos que ella dio,
en su vida, en su edad juvenil y en su ancianidad.
Por los frutos del otoño se
mide la florescencia primaveral y entonces el hombre recoge lo que sembró.
“Piedad y trabajo” forman el
camino por el que los padres llevan a sus hijos. Piedad y trabajo, dos
palabras, que bien conjugadas, orientan una vida.
Otras dos palabras que marcan
los términos de la vida: Dios y el deber, los enemigos del vicio y del egoísmo,
y que abarcan el bien de todos los hombres. Del alma y del cuerpo, sin
contraposiciones ni sobreposiciones; el alma a mandar, el cuerpo a obedecer y
Dios para iluminar todo.
Es la realización de una
sólida pedagogía, de la verdadera pedagogía.
Margarita saldrá siempre
victoriosa, gracias a este ejercicio con que la sabiduría de sus padres la
orientaron en la vida. Conciencia recta, franca en el hablar, decidida en sus
actos, y en todo muy ágil y desenvuelta.
En estas frases se resume el
poema de su mocedad y el panegírico más bello que se puede hacer de una
jovencita cristiana. A su firmeza a defenderse de cualquier trampa mora, se une
el guiarse por la rectitud que no le consiente nada que contraste con la
voluntad de Dios, cuyo nombre ha aprendido a respetar, a invocar y a amar, por
eso su ser tan desenvuelto nos revela su inteligencia y el tino de su rara
actividad. ¡La mujer de las Escrituras está reproducida en ella con fidelidad!.
En los días de fiesta, las
amigas iban a buscarla. Les parecía muy justo una hora de holganza después de
una semana de trabajo. Los campos floridos y las verdes colinas parecían
sonreír e invitaban a pasear.
-Pero, ¿y mis padres?
–respondía Margarita- y además, miren, yo ya di mi paseo. Fui esta mañana a la
iglesia... el camino es tan fatigante que no tengo voluntad ni fuerzas para
volver a salir.
La disculpa tiene la eficacia
y el valor de la lógica y convence sin ofender, al mismo tiempo que la liberaba
de las compañías livianas y perjudiciales.
El lector no se admire de
esta actitud. Quien bien conoce el peligro moral escondido en estos grupos de
jovencitas holgazanas, vagando por los caminos, alejados de sus casas, no se
puede sino admirarla y alabarla.
Podían insistir y tentarla
cuanto quisieran, pero ella se mantenía firme, inquebrantable.
¿Y cuando había bailes en
esta o aquella parte? Entonces las amigas la martirizaban...
-Vamos, Margarita, ven con
nosotros – le decían algunas.
-Viene gente de todas partes
y es triste que no vayamos. Nos avisaron que hay música de primera –insistían
otras.
Ella miraba sus ropas
livianas, esbozaba un aire de censura y aseguraba que no saldría de casa. Ante
las insistencias de las más obstinadas, les lanzaba una mirada seria y resuelta
y, después, la frase que les enfriaba toda efervescencia: “Quien quiere jugar
con el demonio...” y no admitía réplicas.
De hecho, tenía razón. Nunca
se podrá sobrestimar suficiente el prejuicio moral de esas danzas nocturnas que
excitaban a los asistentes. Lo más triste es que la mayoría no se dan cuenta de
esas faltas, que manchan y humillan el espíritu.
Para evitar que le salpicasen
su alma purísima y su honra, Margarita nunca cedió a tales seducciones. Mayor
cautela y prudencia usaba en las relaciones con personas de otro sexo.
Unos jovencitos de la región,
acostumbraban a esperarla los domingos, al verla salir para la iglesia. Ella se
incomodaba con esto, sobre todo porque tenía que salir sola, pues sustituía a
sus padres en los trabajos domésticos, cuando ellos iban a cumplir el deber de
todo buen cristiano. Tenían por tanto que relevarse, nadie de la familia
Occhiena habría dejado su Misa. La buena voluntad y la conciencia de los
deberes la tornaba industriosa y llegaba a todo.
Margarita, decidida como era,
podía haber repelido a los inoportunos con una de aquellas respuestas que
derrotan, pero, astuta y prudente, comprendía que esos medios podían ser
contraproducentes y ser causa de inconveniencias y reclamos inútiles. Prefería
defenderse de un modo más elegante y más digno.
No era jovencita de actitudes
clamorosas y trágicas. La prudencia en todo, sobre todo en hacer el bien, le
daba más derecho a sonreír en la victoria. Y también le gustaba la travesura
inocente, sin caer en la exageración ni en el abuso.
Y he aquí como realizó su
defensa: comenzó a salir de casa antes de lo acostumbrado, y durante algunos
domingos consiguió liberarse de los inoportunos que daban todas las veces...
con la nariz en la puerta.
Conocida su táctica, ellos
adelantaron también su salida. Margarita pidió entonces a una buena mujer que
le hiciera compañía. Sin embargo, algunas veces le faltaba esa buena
compañía... y los rapaces estaban prontos a acompañarla.
¿Cómo hacerle, entonces?
Margarita no se preocupaba. Los saluda, acepta su compañía y aprieta el paso...
aprisa, cada vez más aprisa. Los jóvenes tienen que seguirla casi corriendo.
Avergonzados de ese ridículo papel y cansados, no les queda sino desistir de
esa forzada marcha. Paran fatigados, no siguen a su lado, y ella continúa en
ese paso hasta la iglesia, riendo a buen reír.
Al regreso, Margarita escoge
por compañera (¡y qué escolta!) a una vieja irascible, capaz de defenderla si
alguien quisiera incomodarla.
La dignidad sabe ser
cautelosa y defenderse del enemigo, que tiene a la cobardía como su
distinción... y delante de una voluntad fuerte y resuelta, se desvanece como la
nieve al sol.
No basta querer para casarse:
es preciso agradar. Pero no se casa sólo quien se muestra. Quien vale, no
necesita de alarde y de enseñarse, porque los tesoros se guardan escondidos y
quien los quiere, los procura. Los valores físicos y morales se imponen por sí
mismos y no necesitan de brillo, de maquillaje o de cremas para seducir. En el
brillo engañoso de los colores está casi siempre armado el encanto para el
hombre superficial, fácilmente atraído por el exterior de las cosas.
El valor moral de una
jovencita está por encima de todo y es la dote más apreciable. ¡Si esto fuera
más comprendido y enseñado, en el mundo habría menos lágrimas, más alegría y
más justicia!
Y la justicia cerraría
seguramente más prisiones y levantaría más altares a la virtud, generalmente
incomprendida y menospreciada: favor que se debe a la ceguera y a la pasión de
los hombres. ¡La virtud! Flor celeste que sonríe en este pobre destierro!...
cuantas veces es convidado por hábito, casi a la fuerza y por los respetos
humanos. ¡Se hace de Dios un mendigo, se trata como tal, cuando Él es Rey,
puesto que como Rey quiere entra también en la familia!... si entrara como Rey,
quedaría siempre en ella como amigo, como el mejor de los amigos.
Margarita recibió la alianza
después de haber purificado su alma en la Confesión, y teniendo en su pecho la
Sagrada Eucaristía, recibida en una Comunión fervorosa, tal vez hubiese oído a
Jesús repetirle la oración de la Última Cena, en que instituyó el Sacramento
del Amor. “Padre mío, que sean una sola cosa, como Tú y Yo somos Uno”..y
ciertamente una novia suplicó....”Dios mío y Padre mío... que seamos uno solo y
para siempre, por el afecto, por la comprensión y por el auxilio”
El primer biógrafo de esta
esposa ejemplar dice que el matrimonio de Francisco y Margarita realizó el
precepto de San Pablo: “Cada uno de vosotros ame a su esposa como a sí mismo: y
la mujer respete siempre a su marido”
Debía de suceder así, porque
el matrimonio cristiano se sienta sobre piedra inquebrantable, conservadora de
toda unidad. Pero esto no se realiza, si falta la cooperación de los cónyuges.
Todos saben que el egoísmo vive en nosotros y es el grande enemigo de los
planes magníficos de Dios.
¡Dichosos los que luchan por
la unidad familiar, dichosos y benditos!
Una viejecita, la madre de
Francisco, la recibió con gran fiesta, puso pronto en ella su confianza y la
amó como hija. Margarita, a su vez, se aficionó también mucho a ella y la
obedecía como a su madre. Se entendieron desde el primer día, tenían el mismo
nombre y el mismo corazón.
Ambas amaban la actividad, la
economía y el hacer las cosas bien. El mismo sistema en dirigir la casa, en
educar a la familia. Bajo las vestiduras humildes de campesina, en la madre del
señor Francisco, se escondía una señora de nobles sentimientos, firmeza de
voluntad, celo en amar y hacer el bien.
Margarita, pronto se sintió
feliz y más feliz cuando, en el espacio de tres años, se vio madre de dos
pequeños. El primero, José, nació el 8 de abril de 1813. El segundo, Juan, vio
la luz el15 de agosto de 1815.
El trabajo y la buena
administración familiar daban abundantemente el pan de cada día a esta familia,
de suerte que su vivir iba remediándose.
Al timón
Bien se puede imaginar como
queda una familia con la muerte de su jefe. Siete personas para mantener,
contando a los dos criados que Margarita no tiene el valor para despedirlos. La
colecta de los campos era su sustento, pero en aquel año el estío fue tan seco,
que poco o nada entró en el granero. Los alimentos tenían un precio
exorbitante. Lo que se platica sobre ese tiempo no se podría entender, si no
fuera porque en los tiempos actuales vemos cosas peores. ¡Sólo de lo alto se
podía esperar el rocío confortador para tanta angustia!
Pero, ¿Cómo, si la revolución
barrió en muchos el sentimiento religioso?... el terrible flagelo, sin embargo,
parecía un llamado providencial para los caminos de la reconciliación con Dios.
Vinieron entonces
demostraciones de fe, poblaciones enteras, desbastadas por el hambre,
peregrinaban a los Santuarios más afamados. Con los pies descalzos, una pesada
cruz en los hombros, una cuerda al cuello... con la actitud expresiva de
“hombres-nada”, como somos todos, delante de un Dios que es infinito y
todopoderoso.
Y el salvado, se comía
amasado en lágrimas, como una limosna y con una actitud humilde a la puerta de
quienes poseían alguna cosa.
¡Mi Dios! ¿Qué será de la
pobre familia Bosco?
Las dificultades habrían
quebrado otra alma, pero no la de Margarita, la mujer fuerte y trabajadora, de
voluntad grande y grande fe, que nunca dejó que faltara algo a los suyos,
aunque en ciertos momentos llegase hasta la mengua de todo: fue cuando,
encargando a un vecino para conseguir alimento, todo el esfuerzo y diligencia
resultaron inútiles, porque no había nada en los mercados. Ante el espíritu de
todos se presentó el negro fantasma del hambre.
Margarita no se desanima,
toca a la puerta de vecinos y conocidos, esperando hallar quien le preste al
menos lo suficiente para salir de la aflicción. Nadie puede ayudarle. Reunida
entonces la familia, les dice así: “Vuestro padre, antes de morir, me recomendó
que tuviéramos confianza en Dios, venga,
arrodillémonos y vamos a rezar”.
Después de una breve oración:
“Para grandes males, grandes remedios –dice, y dirigiéndose al corral, mató el
becerro y con su carne dio por varios días, de sustento a su familia.
Mientras fue pasando el
tiempo, con la economía, con su celo y su trabajo, pasó menos mal el año de
hambre.
Madre quiere decir:
educadora. Esto encima de todo y antes de nada. La humanidad se resiente cuando
la madre se olvida de su papel. Las grandes crisis del mundo se atribuyen
precisamente a esta responsabilidad.
Mamá Margarita sentía todo el
peso de este problema y se preocupó en encararlo y resolverlo, a costa de las
comodidades e intereses personales.
Hubo quien le ofreciese una colocación
tentadora, pero la rechazó noblemente y con firmeza.
-Dios Nuestro Señor me dio un
marido y Él me lo quitó. Al morir me dejó tres hijos y yo sería madre sin
corazón si ahora los abandonase, ahora
que precisan de mí.
Insistieron, los hijos serían
entregados a un buen tutor que velaría por ellos con el mayor cuidado.
-El tutor, respondió, será un
amigo de mis hijos, pero yo soy su madre. Ni todo el oro del mundo podrá
convencerme a abandonarlos ni siquiera un día.
Muchos ignoran que éste
principio es el temor de Dios. Principio que todo lo que es útil y de todo lo
que es bueno en la vida. Pobre educación la que no se asienta sobre este
Principio. ¡Cuántas desgracias esparcidas por esos mundos!
Mamá Margarita puso el mayor
cuidado en instruir en la religión a sus hijos. Conocedora de la Ley de Dios y
de sus necesidades, enseñaba el catecismo todas las noches y se los recordaba a
lo largo del día, como lo más seguro para volver obedientes y cumplidores de
sus deberes a sus hijos.
El amor de Dios, el horror al
pecado, el temor de los castigos eternos, la esperanza del Paraíso no se
aprenden tan bien, ni se graban tan profundamente en el alma, como cuando son
enseñados por la propia madre. La catequesis de la feligresía es insuficiente
para formar al hombre. Nada tiene la fuerza de la persuasión de una madre
cristiana, que instruye con la palabra y con el ejemplo.
Cuando ella consigue que el
hijo pondere sus acciones a la luz de las enseñanzas del catecismo, entonces la
religión se torna natural, evitará instintivamente cuanto fuera menos perfecto
e instintivamente amará el bien.
Por experiencia personal,
sabía que las grandes convicciones se asientan en la educación del hogar, sabía
que la bondad se convierte en un hábito, la práctica de la virtud cuesta menos
y el hijo, así criado, tendrá que violentarse a sí mismo para tornarse malo.
En primera línea pone siempre
en sus lecciones el temor de Dios. Aun pequeñitos, enseñaba a cada uno las
oraciones y cuando eran más crecidos, todos de rodillas, rezaba con ellos en la
mañana y en la noche. El Rosario nunca lo dejaban de rezar y los preparaba para
la confesión, hasta la edad en que los
juzgo capaces de hacerlo solos.
La suavidad de sus modos para acostumbrarlos a rezar y llevarlos
a los Santos Sacramentos le dio tanto prestigio, que los hijos, aun de adultos,
nunca se alejaron de la influencia materna. A los treinta años, y aun más
tarde, respondían con la candidez y confianza de niños ante las preguntas
acerca de sus deberes religiosos.
A su Padre Juan, que
regresaba cansado de su ministerio sacerdotal, ejercido en las aldeas próximas,
le preguntaba muchas veces: ¿Ya rezaste tus oraciones?
Don Bosco, que había cumplido
con ese deber, pero sabiendo el
consuelo que le daba a su madre, respondía: “Voy a rezarlas”.
Y Margarita, continuaba: “Es
que, aunque estudies latín y teología, tu madre sabe más: sabe que debes
rezar”. No admira que, por el rodar de los años, ella fuese siempre respetada,
amada, obedecida. Delicada y sensible, iban frecuentemente a enjugar sus
lágrimas de consuelo, al verse tan venerada.
Dios, que castiga las
lágrimas de amargura que un hijo hace derramar a sus padres, recoge ciertamente
las de consolación y las guarda como un premio, con el interés con que la gente
recoge y guarda las piedras preciosas.
Debe haber sido encantador
asistir en la humilde casa de los Becchi, a las lecciones de catecismo de
aquella campesina, sentada junto a sus hijitos. A la distancia de los años, nos
parece que el calor y la religiosidad del cuadro, aún nos acaricia el alma. No
me atrevo a reproducirla, es mejor imaginarla para que no pierda sus colores y
su poesía.
Ella, la maestra, iba
repitiendo las preguntas y las respuestas, todas las veces que se necesitara,
hasta que ellos las repetían con perfección y sin vacilaciones. Cuando se
presentaba la enseñanza o la necesidad lo requería (el buen educador sabe
escoger el momento propicio y aprovechar la ocasión), contaba a sus hijos
ejemplos vividos o sacados de la Historia Sagrada o de las biografías de los
Santos.
Los premios que Dios reserva
a los hijos buenos, los castigos que inflingirá a los malos, todo se los
presenta ejemplificado de una manera impresionante, como sabe hacer la fantasía
de la gente y de un corazón de madre.
¿Y los hechos de la infancia
y de la vida de Jesús? Salían de su boca con unción y los pequeños oyentes se
lo grababan de tal modo en la memoria que nunca más los olvidaban. Pero el fin
del catecismo no es solamente instruir. No es exponer fórmulas, aunque no se
pueda prescindir de ellas. En la edad infantil, lo que no es explicado, generalmente se lo lleva el
viento.
Sin embargo, la enseñanza de la Doctrina, aunque administrada con método, claridad, animación y solidez, si no es practicado y vivido, no realiza su fin. Enseñar a hacer el bien que Dios quiere y a evitar el mal que Dios condena, es el fin principal del Catecismo.
El instruir es cosa más fácil y de menor importancia. Formar al cristiano es más difícil, es más esencial. Llevar la vida por las enseñanzas, vivir la lección, corregir lo que está en desacuerdo con el Catecismo, imitar los ejemplos de los Santos... es el ideal, el único ideal de la Instrucción Religiosa.
Mamá Margarita no era culta,
nunca estudió los principios ni los métodos pedagógicos, y fue maestra como
pocas. Mujer de inteligencia, de palabra fácil y pronta, se servía
frecuentemente del Santo nombre de Dios para conquistar el corazón de sus
hijos: -“¡Dios te ve!” –era el lema que les repetía a cada paso- “Mira que Dios
te ve.. y un día juzgará” –los amonestaba al verlos con algún rencor o al
sorprenderlos en pequeñas mentiras.
Cuando le pedían ir a jugar
al campo vecino: -“Vayan, pero recuerden que Dios estará allá también”.
Después de la lección en el
libro del Catecismo, comenzaba otra con el gran libro abierto a todos, el de la
naturaleza.
En una noche serena, apuntaba
al cielo: “Fue Dios quien creó el mundo y puso allá arriba tantas millares de
estrellas. ¡Si es tan bello el firmamento, cuánto más bello no será el
Paraíso!”
En los días primaverales,
frente al espectáculo de la aurora o de los campos floridos, les repetía:
“¡Cuanta cosa linda creo Dios para nosotros!”
Si los relámpagos y sus
truenos los amedrentaban: “¿Oís?... ¡Cómo es poderoso Dios! ¿Quién se le puede
resistir? Evitemos, por tanto, todo el pecado”.
Cuando el granizo perjudicaba
las cosechas, salía con los hijos hasta el campo para ver los destrozos y:
“Dios nos lo dio, Dios nos lo quitó, Él es el dueño y todo lo hace para nuestro
bien, pero bien sabéis que, para los malos, guarda castigos terribles y que con
Dios no se juega”.
Viendo al granero llenarse de
trigo: “Agradezcamos a Nuestro Señor, hijitos, Él es tan bueno, que quiso
asegurarnos nuestro pan de cada día”
La vida de cada uno
También la vida personal es maestra de grandes enseñanzas. Es dar prueba de sabiduría, aprovechar de ellas.
Como no le gustaba verlos
ociosos, acostumbraba decirles que el ocio es el padre de todos los vicios y
procuraba entretenerlos en trabajos o juegos adecuados a su edad. Observaba que
los pajaritos formaban el encanto de aquellos pequeñines, así que los enseñó a
hacer jaulas de mimbre y les dio lecciones sobre el alimento necesario para las
diversas especies. Después les permitió encontrar nidos y criar a los pajaritos
que más se adaptan a vivir en cautiverio. Pero, a los otros pajaritos, quería
que se respetasen.
Juanito descubrirá, cierto
día, un nido metido en la cavidad de un tronco. Por el estrecho espacio, se oía
en el fondo, las avecitas piando, Juan quedó más radiante que el conquistador
de un reino. Pero la presa no era fácil de alcanzar: la hendedura era estrecha,
la cavidad, profunda y oscura... los pajaritos seguían piando y Juanito sigue
intentándolo, inconsciente del peligro. ¡Juanito no se alejará de este tesoro,
ni a la fuerza!
Mete con fuerza la manecita y
el brazo dentro del agujero, más y más un espacio y... llega a sentirlos... a
agarrarlos... ¡Tan quietiños, son tan pequeñinos!...
¿Qué pájaros serán? El color
de las plumas lo dirá, conocía tan bien todas las familias de las aves... con
el mismo cuidado trata de sacar el brazo, pero, toda la tentativa es inútil.
¡El experto niño estaba preso en el árbol!
¿Llorar? Ni por acaso... allá
quedó tratando de liberarse, la madre, que estaba entretenida trabajando en el
campo, viéndolo agarrado al tronco y siempre en la misma posición, lo llamó:
-Madrecita, no puedo ir.
-¿Por qué no puedes?
-Estoy preso por el brazo, ya
me está doliendo.
Margarita acude hasta donde él
está. No perdió, con todo, a darle una buena lección moral. “Así, hijo mío, son
presos por la justicia de Dios y de los hombres los que se atreven a quitar lo
ajeno”.
Y he aquí otra vez a Juanito:
Cierta vez, al pie de una
planicie cultivada, observó con delicia, a un ruiseñor que llevaba comida a una
nidada de hijitos implumes. Desde entonces no pasó día sin que la pequeña
familia recibiera una visita del valiente trepador, ansioso por ver a las aves
vestidas de plumas y poderlas llevar a casa. Una tarde, una ave cruel, nunca
vista, se acercó al nido, arrebató a los pajaritos y tomó posesión del nido que
no le pertenecía, donde demás puso un huevo.
Al día siguiente, un gato
silenciosamente, se quedó con el nido y la devoró. Juanito, que asistió a todo,
se alegró. El ruiseñor, volvió al nido y habiendo visto el extraño huevo, se
quedó cuidándolo, y nace un pájaro muy feo. El ruiseñor lo crió y cuando estaba
cubierto de plumas, Juanito se lo llevó a su jaula. Pero, benditos niños, son
inconscientes de sus cosas. El pájaro fue olvidado por Juan y necesitado de
alimento, intentó huir, no lo consiguió y quedó ahorcado en los barrotes de la
jaula.
Mamá Margarita remató el caso
con su moral: -“¿Ves? El prepotente siempre es vencido por otro más poderoso. Y
este pobre, hijo de un prepotente, recibió una triste herencia. Esto es, el
nido que no le pertenecía y que le proporcionó la muerte. Así acaban
miserablemente los hijos que reciben un patrimonio conseguido injustamente. Tú
puedes agradecer a Dios que tuviste un padre que no poseía un centavo de otro.
¡Sé siempre honesto como él!
También a José le daba lindas
lecciones. Cierto día, el pequeño llevó para la casa un buho, preocupándose por
darle de comer. Sentado en el piso, teniendo al lado un cazo lleno de cerezas, le ofreció la primera, que el buho
engolió con avidez, pulpa y hueso, abriendo inmediatamente el pico para pedir
más. Después de la segunda, la tercera, la cuarta y otras más... la golosona
parecía insaciable, y el rapaciño, divertido, le servía sin regateos.
En un cierto momento, el
bicho quedó con la boca abierta, le lanzó una mirada desesperada sobre el
pequeño fue una mirada de derrotado. ¡Se entiesó, cerró los ojos y se tumbó de
lado, estaba muerto!
-“!El buho está muerto! –gime
pesaroso José a la madre.
-¿Ves a los golosos? Así es
como acaban, la intemperancia les apresa a la hora de la muerte.
La última pincelada para no
cansar demasiado al lector, porque sería triste dejarla en el olvido. Es a
propósito de un perro, que guardaba la casa de Margarita y era amigo de
sus pequeños. Tuvieron un día que
deshacerse de él, porque unos parientes, que vivían en otras tierras, se los
pidieron. Mamá Margarita se los llevó,
pero de vuelta a casa, lo primero que vio, fue al perro, cabizbajo, como quien siente
culpable. Los pequeños no le hacían fiestas, al desobediente... ¿merecía otra
cosa? El can parecía comprender que la atmósfera para él no era muy favorable y
se fue a sentar en una esquina de la casa.
Vinieron los parientes a
reclamarlo, a llevárselo, pero no pasó mucho tiempo cuando ya estaba de vuelta.
Ahora los pequeños le mostraron un grueso palo... pero el animal, en vez de
huir, arrastrándose, se acercó a ellos amigablemente, parecía suplicar que no
le pegaran, que le perdonaran y no lo expulsasen, Juan y José se conmovieron
con la escena.
Y la madrecita, pronta les
dice: “Vean, cuanta fidelidad, cuanta obediencia y amor en este bichino...si
nosotros tuviéramos con Dios al menos una pequeña muestra de esto, las cosas
del mundo correrían mejor y mayor sería la gloria que Él recibiría de los
hombres”.
-Pero los animales –observó
Juanito- hacen esto por instinto y no tiene mérito alguno.
-¿Y el amor, no está también
en nosotros por instinto y puesto por el Creador?
-Sí.
-Pero nuestro merecimiento,
cuando amamos, viene de nuestra voluntad y de nuestra razón que se someten a su
Ley. Por el contrario, a falta de mérito –concluyó Margarita- consiste en que
la voluntad y la razón, se opusieran a ese instinto, cuya voz no queremos
escuchar. Nosotras, las criaturas racionales, tenemos mucho que aprender de un
perrito tan fiel a sus patrones.
¿El comentario no alteraría
aquí la elocuencia y la oportunidad de enseñanzas de Mamá Margarita? Cada cual
hágalo para sí, lo hablará mejor y con más provecho.
La educación es un problema
muy complicado. Es fácil poner en un papel los principios de un método
pedagógico, pero difícil poner ese método en la práctica. Esa facilidad sin
embargo, no libró ni librará de que se escriban disparates pedagógicos,
volviéndose, por consiguiente responsables de anomalías familiares y sociales
de suma gravedad.
Hasta los mejores educadores
o pedagogos mejor intencionados tienen sus fallas, porque, es bueno no
olvidarnos, que nos dejamos en todas las acciones el sello de nuestro barro
imperfecto y corrupto. Grandes responsabilidades tiene quien orienta y quien
escoge el método. Debemos reconocer, que el mundo tiene sus maestros, grandes
maestros en el campo de la pedagogía. Y son los más autorizados a enseñar y más estimables y dignos de ser
oídos e imitados, cuando es Dios quien los manda a la misión especial de
educar.
Nos llega esto a la mente
pensando en el gran educador de nuestros tiempos, San Juan Bosco, hijo de
Margarita Occhiena. Todo mundo lo conoce y lo venera, como hombre de cualidades
excepcionales y por los carismas con que Dios le entregó. El Santo Padre Pío
XI afirmó que lo sobrenatural, en la
vida de este santo, llegó a tornarse natural. Y tan frecuente fue la asistencia
y la revelación de lo Alto, que todos lo ven investido de una misión especial
en estos tiempos que corren.
Este papel fue bien definido
por la voz autorizada de un augusto Príncipe de la Iglesia, que dijo de él:
“Hubo un hombre enviado por Dios, cuyo nombre era Juan”, palabras estas que el
Santo Evangelio usa para apuntar la misión singular del Precursor, Juan
Bautista.
No hay duda de que Juan Bosco
fue enviado por Dios para usar y enseñar a los hombres un método ideal, todo
evangélico y por tanto divino, de educar a la juventud. La misión de San Juan
Bosco no podía ser más providencial para nuestros tiempos, en que el problema
educativo ha sido el más discutido y explorado a punto de lanzar a la sociedad,
por una serie de errores pedagógicos, en un caos de doctrinas desmoralizadores
y en luchas fraticidas. Escogido desde hace un siglo como precursor en el campo
pedagógico, el santo no ha acabado aún su misión.
Sin querer menospreciar la
intervención divina en la vida del santo, nos parece poder y deber afirmar que
el alma y los sentimientos de su madre tuvieron gran influencia en escoger, en
el uso y en el éxito admirable del método educativo de Don Bosco, que hoy se
impone en todas partes por su eficiencia.
Aquel que, en el sueño
misterioso de los nueve años, apuntaba a Juanito su futura misión, así que se
puede afirmar ciertamente que también él tuviese una sabia y santa madre para
realizar mejor los planes de salvación para tantos jovencitos.
Lo admitimos sin
restricciones, porque Dios todo lo hace bien y así actúa en todas las cosas.
Entra en sus designios el aprovechamiento de elemento humano y de las
circunstancias naturales para las realizaciones de su sabiduría infinita.
San Juan Bosco se nos aparece
como un hombre enviado por Dios para iluminar a los hombres de la pedagogía
materialista, revolucionaria y racista y los errores de nuestro tiempo. Para
llamar hacia estos esqueletos descarnados el espíritu vital. Funke, Director de
las Escuelas normales de Westfalia, dice que “Don Bosco divinizó la pedagogía”.
No desagradará ciertamente al
lector que nos paremos a admirar, como la sabia campesina influía en el alma de ese que la Iglesia llamará justa
y sabiamente: “Padre y maestro de la juventud”. ¡Y qué padre y qué maestro!
Pero también... ¡qué madre
tuvo! De hecho, hay en el sistema de ella, los tópicos del sistema de San Juan
Bosco.
Maestra de un gran Educador
1. Margarita ponía a la religión como base de su obra
educadora. Más tarde, su hijo escribirá en las páginas de su método: “Sólo la
religión es capaz de comprender y completar la gran obra de la verdadera
educación. Sin religión, nada bueno se obtendrá de los jóvenes.
2. Margarita vigilaba
continuamente el comportamiento de sus hijos, no se los entregaba a cualquiera
y menos a sí mismos. Pero la vigilancia de ella no era aborrecida, ni como
persona que vive de sospechas, no de quien está a la espera de la falta para
castigarla, era al contrario... continua, prudente, amorosa, y Don Bosco
subraya, en la exposición de su sistema educativo:
“Los superiores asistan de
tal forma que el alumno sienta en todo el tiempo sobre sí la mirada vigilante
de sus maestros. Háblenle con afecto, acompáñenlo siempre a todas partes con el
fin de que no tenga posibilidad de cometer faltas.
“Asistir siempre a los
alumnos, como si fueran malos, pero hacerlo de manera de que se juzguen muy
estimados por nosotros.
“Los alumnos no deben tener
la impresión desagradable de ser asistidos, por eso, tomen parte en sus juegos,
acepten los gritos y la incomodidad que esto puede causar”.
3. Margarita procuraba hacer
cada vez más agradable y querida la compañía de “mamá”, dirigiéndolos, por eso
mismo, con dulzura inalterable.
El Apóstol, recomienda en la
carta a los Efesios:
“Y vosotros, padre, no
provoquéis la ira de vuestros hijos”
Y es lo que el Santo
recomienda a sus Salesianos:
“Es preciso tratar con gran
amabilidad a los alumnos. Ninguno se
juzgue dispensado de este deber. No basta que sean amados, es preciso que
comprendan que lo son.. hay que tratarlos con dulzura, y ellos nos amarán. Respetémoslos y seremos respetados.
Si pretendemos humillarlos por la sencilla razón de ser superiores, nos
tornamos ridículos. Considerémonos como padres y no como superiores”.
A los nueve años, el sueño
profético le confirmará el ejemplo de la madre: “Con la dulzura y con la
mansedumbre”.
4. La gran educadora no se
enojaba con los juegos alborotadores de sus pequeños, hasta participaba de
ellos y también les enseñaba otros.
“Prefiero vuestro alboroto a
vuestro silencio”, escribía Don Bosco. Los niños necesitan jugar. El profesor,
que aparece solamente en el aula, no pasa de ser un profesor. Pero si desciende
al recreo y se entretiene con los alumnos, entonces será tenido como hermano.
Por esta forma, obtendrá todo de ellos”.
5. La madre pensaba así: “Responder
con paciencia a sus preguntas infantiles; oírlos tranquilamente, animarlos a
hablar mucho para conocer lo que piensan y lo que sienten en sus corazoncitos”.
Y el hijo pensaba como la
madre. Oigámoslo: “El medio para atraerlos hasta nosotros, es aproximándonos
cerca de ellos, gustando y prefiriendo sus gustos y preferencias, aun las más
infantiles, dejémoslos hablar a voluntad, procurando impedir la ofensa a Dios y
para sí tener ocasión de rectificar las expresiones, las palabras y los actos
contrarios a la educación cristiana”.
6. Dice el biógrafo de Mamá
Margarita que sus hijos, encantados con su bondad, no tenían ningún secreto con
ella.
“La familiaridad con nuestros
alumnos, -dice Don Bosco- genera afecto y confianza. Es esto lo que abre los
corazones, es sólo de esta forma que nuestros alumnos dirán todo a sus
superiores. Entre ellos será desconocido el fingimiento, hablarán de todas sus
necesidades y hasta de sus defectos”.
7. La serenidad de Margarita,
su afabilidad, su sonrisa, nunca se vieron nublados. Hasta las correcciones
nunca supieron a irritación, a precipitación, a impulsividad... nunca fue mujer
de exaltaciones y gritos.
Don Bosco la copiará y querrá
imitarla para sus discípulos y sus hijos. “Corregir pronto las faltas es peligroso;
primero, el educando no tomará a bien la corrección, en segundo lugar, tampoco
al educador. Absténganse de corregir cuando estén todavía excitados o enojados,
para que los jóvenes no juzguen vuestra actitud como el desahogo de una pasión.
Olviden pronto cualquier ofensa. La frese tan común: “¡Me la has de pagar!” no
es cristiana.
8. Otra observación de gran
importancia es que tanto uno como otro nunca dejarán de amonestar, de avisar
con una constancia llena de celo. La bondad no es cerrar los ojos ni tan poco
el ser francos delante de los defectos y carácter de los hijos.
De Mamá Margarita se cuenta
en esta obra algunos hechos; de Don Bosco nos limitamos a citar aquí algunas
reglas y consejos:
“No os canséis de avisarles
cualquier falta que ellos cometan. Avísenles, enséñenles siempre, aunque tengan
faltas todos los días, llámenlos para avisarles siempre, hasta varias veces al
día, si fuera preciso. Usen maneras afables, pero sean firmes en exigir el
cumplimiento del deber. Por este método, los incorregibles, si los hubiera, al
cansarse, les pedirán salir del colegio. Sin embargo, siempre recordarán la
caridad con que fueron tratados y los consejos recibidos, reconociendo que sois
amigos sinceros. Más tarde volverán con nostalgia a visitaros, para aprovechar
de la amistad que no supieron corresponder en su juventud. La práctica enseña
que aun estos irán a ser, por vuestra influencia, ciudadanos honestos y buenos
cristianos. No hay joven aun los más rebeldes, que no tenga un camino de acceso
al corazón. El educador debe encontrar ese camino para conquistarlo”.
Aquí tenemos la clave de todo
el Sistema Salesiano: Asistir siempre y educar por el amor.
No admira que Margarita fuese
obedecida siempre, prontamente y con un afecto sin igual. ¿Necesitaba de algún
pequeño servicio? De agua, leña o de un auxilio en el aseo de la casa, de
hierba para el ganado? Una palabra, una señal a uno de sus hijos, ponía a todos
a correr en una porfía conmovedora.
Cuando la madre se ausenta
Era cosa que por sistema no
hacía. Le costaba muchísimo alejarse de casa o dejar a sus hijos solos. La
inocencia de ellos era la mayor preocupación de esta madre cristiana. No
consentía que se juntaran con personas que ella no conociera bien.
Juanito, en el célebre sueño,
manifiesta desconfianza hasta con la linda Señora que el Personaje le presenta
como Maestra de su futura misión:
-¿Quién sois vos? Mi madre no
quiere que yo frecuente la compañía de personas desconocidas...”
Y sólo le hace buena cara
cuando, para tranquilizarlo, Ella le respondió: “Yo soy Aquella que tu madre te
enseñó a invocar tres veces al día...”
La Santísima Virgen vio que
trataba con un niño ejemplarmente cumplidor de las órdenes, y que no admitía
transigencias. Para tratar con él, había que declinar hacia su identidad...
El Apóstol San Pablo exigía:
“No acrediten en la doctrina de otros, aun cuando fuera anunciada por un
Ángel”. Pero aquí está en escena la Reina de los Ángeles... y a pesar de esto,
antes y por encima de todo está la orden de la madre.
No discutimos más el caso y
concluimos: Dios respeta las órdenes de
los padres, cuando ellas son justas... y hasta se somete a ellas. No podía ser
de otra forma, porque Dios es Orden.
En el caso de Juan, hubo por
parte de la Virgen, estamos seguros de esto, un premio de aprobación, por la
obediencia a las órdenes de la madre.
Era frecuente oír esta
pregunta:
-“Madrecita, llegó un amigo,
¿podemos jugar con él?
Si la respuesta era
afirmativa, salían alegres, pero si hubiese un “no” que no admitía réplicas,
quedaban igualmente satisfechos. Ella es la que sabía la razón de esas
negativas, y en las conversaciones íntimas las explicaba: “Huyan de los malos
compañeros, como huirían de los perros furiosos”
Casi siempre, los pequeñitos
no necesitaban de las distracciones de otros. Ella se preocupaba en
conseguirles los juegos para que se entretuvieran. Y cuando la necesidad la
forzaba a salir, los recomendaba a la suegra, nunca dejando de amonestarlos, a
cada uno en particular, sobre la manera en que se debían comportar.
¡Oh! Que gran fiesta le
hacían, cuando, desde lejos, la veían regresar, sabiendo que acostumbraba
traerles alguna sorpresa, corrían a su encuentro y la rodeaban de cariño hasta
llegar a la casa.
Pero los presentes, que ellos
esperaban ansiosamente, no salían de su escondite, hasta que no respondían a
las preguntas acuciosas de Mamá Margarita.
-¿Fuiste a buscar tal objeto
al vecino? ¡Qué te dijo? Y tú, ¿qué respondiste?
-A otro de ellos: “¿Diste el
recado que te encomendé?
-A todos: ¿Fueron obedientes
con la abuela? ¿Vino algún compañero a acompañarlos? ¿A qué jugaron? ¿Hubo
algún problema? ¿Y los trabajos que os dejé para que hicieran? ¿Rezaste el
“Ángelus?”
y los pequeñitos respondían a
todo, contaban todo, hasta las culpas. Y la madre corregía, reprendía, alababa
y, por fin, les daba los tan esperados presentes.
Ni pan ni blandura
“Quien quiere ser obedecido y
respetado, primero hágase amar. El amor para con los educandos no se muestra
con caricias pero con dedicaciones, y con nuestro sacrificio en su favor; que
ellos lo vean así” escribe Don Bosco.
No es cosa arbitraria afirmar
que la madre del Santo se guiaba por estos principios. Aunque bondadosa y
amable, nunca renunció al poder punitivo que es atributo de todo educador. La
flaqueza en educar, es defecto. Allá en un rincón de la casa, tenía una vara y
no dudaba en usarla si era necesario. Sin embargo, nunca lo fue, tanto, que
nunca pegó a sus hijos. Para castigar, tenía otros medios que surtían los
mismos efectos.
¡El palo! ¡Cuántos niños
deformó! Los deformó, cuando sirvió de desahogo de la pasión del educador: la
ira, la venganza, la irreflexión, la injusticia. Por eso, preferimos las directrices de Don Bosco, conocedor
profundo del corazón de los niños, mensajero de un sistema que tiene todo el espíritu
del Evangelio. El Cielo le dirá en el sueño del que ya hablamos: “No con
golpes, sino con dulzura y mansedumbre”. Es cierto que exige en el educador,
virtud y dominio sobre sí mismo, pero es también el método más humano. Forster
dejó así este aspecto de la pedagogía del Santo: “El gran pedagogo, fundador de
una Congregación de educadores, es un recurso que humanizó la disciplina
formativa”.
En un ensayo sobre los
principios de Don Bosco en el asunto importantísimo de los castigos:
“Cuanto sea posible, no se
debe castigar, si es necesidad el exigir, sirva como regla lo siguiente: “El
educador procure hacerse amar, si quiere ser temido. La sustracción de un acto
de benevolencia ya es castigo que mueve a emulación y no a deshonra.
“Para los niños sirve de
castigo lo que usamos como castigo. Una mirada triste seria, pesarosa, causa en
la mayoría un efecto de una bofetada. Una alabanza por una cosa bien hecha, la
reprobación de la negligencia, piden servir de premio y de castigo”.
“Excepto rarísimos caos,
nunca se castigue públicamente. Hágase en forma particular, cuando sea preciso,
usando prudencia y paciencia, para que el alumno comprenda su falta, por la
razón y por la religión”.
“Nunca se debe pegar, poner
de rodillas, jalar las orejas, al culpable. Todo esto irrita fuertemente a los
educandos y deshonra al educador”.
“El castigo sistemático no da
resultado. Mejor es evitarlo vigilando y dirigiendo. Así el joven conservará
por toda su vida un odio jurado contra sus maestros. Privar una vez al alumno
de sus recreos, dejar de interrogarlo una vez o dos en el aula, ya es castigo
grave”.
“Pido en esto, mucha
prudencia y medida, quitándoles el recreo, nunca lo dejéis al viento, al sol o
a la lluvia”.
¡Cuanta sensatez y
comprensión humana, cuanto amor cristiano en estas reglas!
Preferimos este método, el
método de este hijo santo y de esta gran madre. Ni pan ni blandura, pero amor
fuerte... amor firme e inteligente, fue lo que usaron los dos para educar.
Dejemos la palabra a los
hechos. Juanito tiene entonces cuatro años. Vuelve un día del paseo con José.
Era un día de verano y los dos llegaron con mucha sed. La madre les trae una
jarra de agua fresca. Era natural que en primer lugar le ofreciera al mayor. La
buena pedagogía nunca se desmiente. Pero el más pequeño, el Juanito, no podía
entender la fuerza del acto que tenía el aspecto de una preferencia.
Cuando la madre le quiso
entregar el vaso, el pequeño, enojado, hace señal de no necesitar beber. Mamá
Margarita, como si no percibiese lo que pasa por la cabecita del niño, regresa
el vaso a la mesa. Juanito se quedó serio un instante y después, tímidamente:
-¡Madrecita!
-¿Qué quieres?
-Deme agua también a mí... si
me hace favor.
-¿También necesitas? ¿En
serio? Creí que no tenías sed.
El niño mira humilde y
conmovido hacia la madre y:
-¡Madrecita, perdóneme!
-Ahora sí, así debe ser –y
con una sonrisa de perdón, le sirve inmediatamente.
En otro momento, uno de los
dos hijos, naturalmente el más inquieto, se hace notar con un acto impaciente,
propio de esa edad. Margarita lo llama:
-Hijo mío, ¿ves aquella vara? Ve a buscarla y tráemela.
-¿Para qué, Madrecita?
-Tráela y verás.
-Ya sé, es para castigarme.
-¿No lo mereces, con esto que
haces?
-Pero yo... Madrecita, no lo
haré más.
Y a la sonrisa suave de la madre
responde el hijo con otra sonrisa. Pasada la tempestad, la lección queda para
prevenir cualquier debilidad.
Es el Santo educador el
protagonista y el historiador de sus proezas. A José también le acontecieron
algunas muy buenas, de carácter afectuoso y tranquilo, pero a veces caprichoso,
era necesario mucha firmeza para dominarlo. En esas ocasiones la madre no
cedía, lo cogía de la mano y lo obligaba a cumplir la orden que le había dado.
Josesito se dejaba caer, pegaba con los pies en el piso y berreaba.
Ella no perdía la serenidad y
no lo soltaba: “No insistas, no te suelto, aunque me tuviese que quedar el día
entero... Si el hijo insistía: “¿No vez que soy más fuerte que tú? No vencerás,
ni huirás un día de las manos de Dios que castiga a los malos, mejor es acabar
con tus caprichos a que lo hagas sufrir
a Él y a mí también”.
Ninguno tenga dudas de que
todo acabó allí. Ella sonreía al hijo en señal de perdón y todo quedaba como
antes. Pero la sonrisa y el perdón de la madre y su firmeza serán siempre un
remedio preventivo y eficaz.
Como los Ángeles
Vestidos con sus trajes de
fiesta, la cabecita orleada de cabellos ensortijados, muy aseaditos, saltan de
alegría al lado de la madre que los acompaña a Misa los domingos, así los hijos
de Margarita fueron acostumbrados desde pequeños a respetar los días santos.
Es uno de los grandes deberes
que están tan despreciados, que Dios haga comprender a los cristianos, los
delitos que cometen con esa profanación.
-¡Qué lindos niños! –decían
todos- parecen unos ángeles. Y la madre se alegraba con estas alabanzas. Sentía
que los pequeños eran, en realidad, la joya preciosa de la casa y de su alma.
Y como ángeles los quería
conservar a todo costo. ¿Saben porqué los quiero arregladitos en estos días más
que en cualquier otro? Porque son los días más alegres para el cristiano. Pero
quiero verlos lindos en vuestra alma, ¿para qué vale un vestido nuevo o bonito
si el alma esta manchada por el pecado? Las alabanzas de la gente no valen,
podemos volvernos presuntuosos. Dios no ama a los soberbios.
“Sean como Ángeles en la
iglesia, junto al Sagrario de Jesús... sin conversaciones inútiles, sin
actitudes descompuestas. Sed ángeles y daréis la mayor alegría a Dios y a
vuestra madre.
¡Pero es muy difícil vivir
como los ángeles! Sólo el auxilio de Dios y una voluntad fuerte y bien
disciplinada puede realizar este ideal supremo. ¡Ay de la madre educadora, que
no tiene esta aspiración: el conservar la inocencia de sus hijos!
El sentimentalismo, la
ociosidad, la alimentación inadecuada y superabundante, el sueño excesivo y la pereza tienen un
papel nefasto en la orientación moral de los pequeños. Si recordamos que Mamá
Margarita nunca se mostró sentimental en el mimo que daba a sus hijos, que los
mandaba levantar muy temprano en las mañanas, el pequeño almuerzo era
espartano, pan y leche, se preocupaba de que no estuvieran ociosos, quizá
hallemos demasiado austera esa disciplina. Pero cuanto buen sentido en ese celo
y cuanta comprensión de la fragilidad humana.
Sabía que sin mortificación
no puede haber castidad, que prevenir las pasiones es más fácil que domarlas y
que toda la lucha debe tener su ejercicio previo. ¡Bienaventurado el hombre que
caminó por el buen camino desde su niñez!
Juan, acostumbrado a dormir
en el Seminario sobre un colchón, le preparaba, en vacaciones, un simple
jergón, diciéndole: “Es mejor que te acostumbres a dormir así, aprisa nos
acostumbramos a las comodidades, pero no sabes que tendrás en el futuro,
conviene que te acostumbres a las privaciones.
Si los trabajos así lo
exigían, mandaba a los hijos a acostarse más tarde o levantarse más temprano,
diciéndoles: “El tiempo es poco para practicar el bien. Las horas pasadas en el
sueño son indispensables, pero de más es tiempo perdido para el Cielo. Cada
minuto robado al sueño innecesario es precioso, ¡Cuánto bien podemos hacer y
cuantos merecimientos para la otra Vida!
Al ponderar estas enseñanzas
no nos causa extrañeza que San Juan Bosco dormía sólo cinco horas en la noche,
y que fue el mayor trabajador del siglo XIX, en una frase de Pío XI, y que
conservó por toda la vida la inocencia bautismal.
¿Lo qué pueden las lecciones
de una madre! ¡Benditas, mil veces benditas las que dan a la humanidad hijos
como éste! Su nombre oscurece el del mayor artista que deja en la tela, en el
mármol, o en las páginas de un libro, su obra prima. El trabajo de esas madres
es más valioso y más benéfico. Así como el artista es admirado y alabado, así
ellas también lo son, pero además, amadas y veneradas. Y es Dios quien se
encarga de premiarlas, porque la tierra no posee tesoros que se equiparen a su
mérito.
Aunque hable las lenguas de
los hombres.
Aunque hable las lenguas de
los ángeles,
si no tengo caridad,
soy como bronce que suena
o como címbalo que retiñe.
Aunque tenga el don de
profecía,
y conozca todos los
misterios,
y todas las ciencias.
Aunque tenga plenitud de fe
para mover montañas,
si no tengo caridad,
no soy nada.
Aunque reparta todos mis
bienes,
y entregue mi cuerpo a las
llamas,
si no tengo caridad,
nada me aprovecha.
La caridad es paciente,
la caridad es amable,
la caridad no es envidiosa,
la caridad no es jactanciosa,
no se engríe,
la caridad es decorosa, no
busca su interés,
la caridad no se irrita, no
toma en cuenta el mal.
La caridad no se alegra de la
injusticia, se alegra de la verdad.
La caridad todo lo excusa,
todo lo cree,
la caridad todo lo espera,
todo lo soporta.
La caridad no acaba nunca.
I Cor. 13.
Este es el himno que el
apóstol tiene para la reina de las virtudes. No somos nada sin ella, gente
muerte, es por eso que el mundo parece un cementerio: triste como un
cementerio, frío como un cementerio... el reino de los suspiros y de las
lágrimas. Muertos para Dios... para sí... para el prójimo.
Fue Cristo en el Evangelio
quien dio como termómetro infalible para medir la religiosidad: “Amar a Dios es
amar al prójimo” “quien dice amar a Dios y no ama al prójimo, es un mentiroso”
“Quien no tiene caridad, está muerto “
Viva en las almas de los
justos lo que Dios presenta en la tierra: la caridad, que es una lección
benéfica y que conforta sin igual. Una fuerza divina que acompaña a su paso
entre las multitudes.
Toda para todos...
Si quisiéramos narrar todos
los hechos, para demostrar que Margarita pertenece al número de los elegidos,
no acabaríamos nunca. Podemos afirmar con la historia que la norma constante de
esta mujer fue amar y hacer el bien a todos. Nunca le hizo el mal a nadie, ni
con la palabra; serena y bondadosa, no admitía el resentimiento. Nunca tuvo necesidad
de perdonar, porque nunca se consideró ofendida. Alma sensible, transformará
toda la sensibilidad en la caridad más fina, a punto de merecer el título de
“Madre”... y madre de todos los necesitados que tocaban a su puerta, madre
también de aquellas necesidades que pudieran surgir.
Daba siempre, como si fuese
la persona más rica y con una caridad inagotable. Y daba con los ojos puestos
en Dios, no sólo lo superfluo, sino sobre todo, lo que le costaba más
sacrificio... si las necesidades de los pobrecitos, los obligaba a tener el
valor de pedir... era la buena Margarita quien abría el corazón, la puerta de
su casa, la mano dadivosa.
Cuanto más daba, la
Providencia parecía mandarle más, para que sus limosnas no se agotaran. Le
sucedió encontrar comida y cereales junto a la puerta de la casa o dentro de
ella, sin saber quien los llevaría allí. Los incógnitos donadores, al ser
sorprendidos en su misión benefactora, se disculpaban diciendo: “No queremos
hacer alardes, pero puesto que somos poco expertos, en realidad, lo que
hacemos, lo hacemos por deber, en cambio usted da todo a los pobres, es justo
que otros la ayuden, tanto más que tiene tan poco.
Una persona le habló así:
“Aquí tienes unas cosas, pero te pido que cuando no tengas para limosnas,
dispongas libremente de mis recursos, al visitar a los enfermos que lo
necesitan, que todo vaya por mi cuenta”.
No medía lo que daba y ya
sería gran obra, pero lo que más se admira el que se daba a sí misma. Estaba
noches enteras al pie de la cama de los enfermos; con su consejo apaciguaba las
desavenencias, generosamente confortaba a los que lloraban, era considerada el
ángel de esos lugares. Y cuando se trataba del bien espiritual y de la
salvación eterna de las almas, su caridad se tornaba grandiosa.
Junto a los moribundos rezaba
y hacía rezar, mostrando así un corazón sacerdotal. También en defensa de la
inocencia, se armaba de valor, siendo impetuosa y arrojada, cuando se trataba
de evitar escándalos. No recelaba en levantar la voz contra las conversaciones indecentes.
Hasta los hombres, se callaban e huían cuando ella aparecía y reconocían su
porte digno al reprenderlos.
Para salvar a una joven que
estaba envuelta en comentarios poco honrosos, empeñó un día su acción
autoritaria de mujer fuerte y de cristiana valerosa. Sabiendo en cierta hora
que la cogería flagrante, entró en su casa, y amenazadora, acabó con los hechos
de los que la aldea era testigo y eran en prejuicio de todos.
Al pasar esos pillos que
tocan las puertas de las casas para mover a compasión, con vestidos que mal les
cubren el cuerpo, Margarita los llamaba y les remendaba la ropa, juntaba
pedazos y tiras para sus vestidos y los
despedía con una palabra sobre educación:-“¿No os avergonzáis ante vuestro
Ángel de la Guarda? Ciertamente él se cubrirá el rostro por haber confiado a
ustedes el cuidado de niños que no respetan el pudor”.
En los días de verano, cuando
el calor convida más a esas vestimentas, en la pequeña aldea de Margarita,
ninguna jovencita habría osado mostrarse en público vestidas indecentemente.
¡Hasta esto llegaba el prestigio de la santa mujer!
La misma caridad usaba con
las mozas que sabía corrían algún peligro moral. Las llevaba a su casa, les
daba alimentos y ropa, y las orientaba con buenos consejos para que no se entregaran
a cualquier peligro, cortando así de raíz el problema, porque la miseria
material lleva muchas veces la bajeza espiritual.
Muchas de ellas afirmaron que
Margarita fue la Madre providencial y cariñosa. El poder de la virtud siempre
es grande- ¡La caridad vence todo!
Bandidos y policías
Dos nombres enemigos. Dos
clase de personas que huyen una de la otra. Pero la caridad tiene el gran papel
de aproximar a los seres mas apartados. Si la justicia abre abismos... la
caridad los llena. Sobre el techo de la casa de Margarita se dieron esas
aproximaciones que tienen el sabor y la gracia “sui generis”. Vale la pena
contarlo.
“Haz el bien y no mires a
quien” es una sentencia profundamente evangélica. Dios también así lo hace:
manda el sol y la lluvia para todos, somos sus hijos y Él, ante todo, se siente
Padre. Oigamos: La pequeña y rústica casa de Mamá Margarita esta ubicada en un
lugar solitario, entre bosques y viñedos, por lo que era visitada muchas veces,
en la noche, por bandidos que en esos tiempos, abundaban por todas partes.
Huían de los pueblos y de la policía que los perseguían, eran el terror de las
aldeas, donde acostumbraban asaltar las casas y las personas.
Se hablaba de ellos como de
los seres más peligrosos. Margarita no los temía, los abrigaba en su casa. Y
como la caridad vence todo, ella hacía de ellos unos mansos corderitos. A altas
horas de la noche, se aproximaban a la casa hospitalaria y, en voz baja, pues
toda prudencia era poca, porque la policía los perseguía, llamaban a la patrona
de la casa.
La buena mujer salía hasta el
fondo del patio y los necesitados, exhaustos y llenos de hambre le decían:
“Buena señora, denos algo de comer.
Dolida de aquella miseria,
los convidaba a entrar a la cocina y encendía la lumbre para prepararles la
cena. Devoraban todo cuanto les presentaba en la mesa.-“Gracias, señora, y si
no fuera atrevimiento (decían humildes) ¿no habrá un pedacito donde dormir?
–“Vayan al desván, hay una buena paja... y apuntaba hacia una escalera de
madera... los figurones barbudos, feos como la noche, subían tanteando, a la
mortecina luz de aceite que Margarita levantaba por encima de su cabeza... en
cuanto las maderas viejas rugían bajo los pies de los hombres, que quizá
llevaban en su alma el peso de muchos crímenes. Pero un ruido, más como de un
lamento, como una palabra repetida en coro... “Buena noche” y después nada...
nada.
No están bien así, a veces
hablan de sus planes... hasta que se duermen profundamente, se sienten seguros
bajo las alas de la caridad cristiana, que hace el bien sin mirar a quien. Pero
no es sólo eso. Es que la caridad en el decir de San Pablo, vence todo y
también lo que parece invencible, aun los corazones empedernidos y los
corazones malos.
Frecuentemente, al despedirse
de la bondadosa campesina, los hombres conmovidos quieren besarle la mano.
Humilde y renuente, Margarita reacciona: “No, esto no lo quiero, lo que exijo
es que recéis vuestras oraciones.
La promesa formal era
espontánea y pronta: -Sí, buena señora, nada nos cuesta, rezaremos, rezaremos”...
y el pensamiento de un Dios que nos ve, que nos juzga, ¿habrá conmovido a estas
almas infelices?
Lo más curioso que llegó a
suceder fue que apenas los bandidos se habían recogido en el desván, tocaban a
la puerta los policías. Acostumbraban pasar por allí a la espera de la
diligencia que los llevaba para Turín. Si ellos supieran, si adivinaran... con
la policía no se juega. Ni por la cabeza les pasaba la sospecha de qué,
mientras tomaban en la cocina un plato de caldo, sus “protegidos”, también
estaban en el cuarto próximo, separados unos de los otros por una sencilla
puerta carcomida y algunas hojas de papel colocadas en lugar de vidrios.
Margarita no aceptaba
retribución de nadie, ni de los
vendedores ambulantes, que eran los más asiduos feligreses de aquella casa
hospitalaria. –“Yo recibo a todos como amigos y nunca pensé en hacer comercio”.
No hay recuerdo de ningún infeliz que haya tocado la puerta en vano. Y si
acudían necesitados eventuales, lo hacía con más generosidad y ternura aun que
con los verdaderos pobres.
En una noche invernal, un
miserable se presentó a suplicar abrigo. De dentro del calzado roto mostraba
los pies llagados y congelados... pocos andrajos le cubrían el cuerpo
esquelético. Los hijos de Margarita nunca olvidarán, ya avanzados en edad, el
infeliz que junto a ellos se sentó en el fogón. Ni olvidarán el cariño con que
la madre lo recogiera... y platicaban como la pobre campesina, arrodillada
delante de él, le envolvió con un grueso paño los pies llagados, entristecida por
no tener otro calzado que darle.
En la intimidad del hogar
El hacer el bien a los
extraños no es tan difícil como hacerlo a los de la propia casa. Habrá quien
juzgue paradójico esta afirmación, pero se engaña. ¡Cuántas cosas ocurren para
volver difícil nuestro cumplimiento de este deber! Deber, sí, porqué la caridad
ha de ser ordenada... ordenada para las personas que apoya, ordenada para los
bienes que tiene, ordenada para los que debe socorrer.
Dios yo y el prójimo, son las
tres categorías de personas que abarca la caridad. Bienes espirituales, bienes
corporales, bienes de fortuna, constituyen el orden que ella lleva en su
acción. Necesidades espirituales, necesidades corporales, son el hilo conductor
del orden de esas necesidades y que se siguen en esa acción.
La caridad para con Dios debe
ser perfecta, sin restricciones, delante de Él, todo es nada, porque sólo Él es
infinito. No podemos decir lo mismo de la caridad para con nosotros. “¿Quién
cómo Dios?” Hay casos en que nos debemos pasar para grados inferiores en la
escalera de la caridad. Hay necesidades de nuestro prójimo que valen más que
las nuestras. Hay intereses comunes que están encima de nuestros intereses.
El egoísmo, muchas veces nos
venda los ojos, y la ignorancia, nos puede disculpar de ciertas aberraciones.
El prójimo... ¿quién es para nosotros nuestro prójimo? La respuesta es fácil,
pero no es tan bien comprendida cuando juzgamos, tal vez necesitase de ser
conocida por muchos la parábola encantadora, contada por Jesús, del Buen Samaritano.
El prójimo es todo hombre sin excepciones. En la escala del prójimo, el primer
lugar lo ocupan los parientes. Excluírles no es caridad bien entendida ni bien
ordenada.
Margarita, que no había
estudiado tratados de Teología, pero tenía todo el sentimiento y la comprensión
de un alma elegida, vivía estos principios. Dios se encarga de instruir a los
que procuran con rectitud los caminos de la verdad y aborrecen la falsedad.
Cuando esto no se da en las almas se apaga la llama del verdadero amor, y aparecer
para atormentar la vida familiar y social con sus más funestos dolores.
Las pruebas de una tesis
En un soneto, leemos las
negras letras de una poesía que no eleva. No eleva pero enseña una triste
realidad de este mundo, donde Cristo fue exiliado y con Él, la suavidad de su
doctrina. El reino de los muertos tuvo siempre su poesía y sus poetas.
Dice el soneto:
Puede aun vivir sumergido
en agua, en fuego, hasta tal
vez en el infierno...
Pero, con una suegra... es
imposible...
Sabía el autor que, cuando la
religión entra y es vivida en una casa, el nombre de suegra es sinónimo de
“madre”. Entre Margarita y su suegra hubo desde el primer día la mayor
comprensión y amistad. Se entendieron siempre y se apoyaron en la tarea de la
educación de los hijos, para no desvirtuar la obra ni desprestigiar la
autoridad de cada una.
Vivieron en la mayor armonía
los intereses del hogar y se apoyaban en la misión de hacer el bien.
Ciertamente, la mayor virtud fue practicada por Margarita que, aunque más
joven, era la señora de los bienes, la verdadera ama de la casa. Pero, aún así,
se mantenía sujeta a ella como a su propia madre y así la trató siempre. A los
ochenta años, la suegra tuvo muchos achaques y tuvo que guardar cama. No le
faltó nunca la asistencia más amorosa, ni de día ni de noche.
Hubo quien, al ver los gastos
médicos y tantas medicinas y mimos, se atreviera a reprender a Margarita,
aduciendo que, en persona de esa edad, no valía la pena gastos, que un día
podían hacerle falta a los hijos, pero la buena mujer se defendió valerosa y
lealmente: “Es la madre de mi marido, y por tanto, mi madre también. Debo
respetarla y servirla, se lo prometí a él. Yo quedaría contenta, si con todos
los gastos, pudiera prolongarle la vida aunque sea unas horas”.
Y la buena viejecita
reconocía la deuda y lo demostró antes de morir. Ante los nietecitos, reunidos
alrededor de su lecho, les recomendó: “Sed obedientes con vuestra madre,
imitadla siempre y trátenla como ella trató a la abuelita, ella es quien, en
tantos años no me dio el más pequeño disgusto. Consuélenla siempre como merece,
no os pido otra cosa”. Después se despidió de Margarita con un conmovido
abrazo, y quiso manifestar su gratitud diciéndole: “Sólo en el cielo te podré
pagar lo que hiciste por mí. Te espero allá, para que vivamos juntas como aquí
en la tierra”.
San Pablo dice: “¡La caridad
nunca acaba!”
...A dirigir un Grande
un camino en la vida
Director es quien estudia,
orienta, ampara, defiende y dirige. La mujer tiene este encargo por su
maternidad, es la primera directora de los niños. Fue de sus entrañas que el
Creador hizo la primera defensa de esa vida débil e impotente, para salvarla de
los elementos perjudiciales que va teniendo en su desarrollo.
De su calor, de su leche, de
su cariño hecho de sacrificios se alimenta esa vida en botón. Pero la misión
delicada e importante no acabó. En el hogar, en la intimidad, el gran papel
continúa. La madre estudia a su hijo, lo ampara, lo orienta, lo dirige. El
padre, a quien cabe el sustento de la familia y su cuidado, confía siempre esa
tarea a la esposa. Se limita a compartir con su ayuda, con su consejo y a
intervenir con su fuerte autoridad de hombre, para apoyar la palabra de la
madre y maestra.
Pobre casa, en la que la
maestra no sabe ocupar su puesto. Pobre hogar en el que la incomprensión entre
los esposos es contraria a las grandes lecciones de la primera educación. Es un
reino dividido, destinado a destruir y destruirse.
Un problema que es necesario
encarar y resolver en la escuela familiar y uno de los más importantes sin
duda, es el de la vocación de los hijos, esto es, el llamado a un estado
particular, y en ese estado, a un ramo particular de actividad. Todo hombre
tiene su vocación, seguirla es responder obediente a la Providencia, principio
de todo orden, que, dando la vida a cada uno, le marca el lugar y el papel en
la armonía de los seres criados para formar la gloria del Señor Supremo, de
quien todo depende.
La felicidad personal,
familiar, nacional e internacional, se asienta en gran parte sobre esta
cuestión básica. ¡Ay de quién se equivoca al escoger! ¡Ay de quien parte,
equivocando el primer paso!
Recae sobre las madres esa
primera responsabilidad. La inexperiencia del hijo y su futuro, les está
entregado por principio natural, es delicada la misión que ellas tienen. Mamá
Margarita enseña al mundo femenino y le da esta lección de alcance vital.
Ponderación y buen sentido,
espíritu altruista y cristiano resalta de su figura de mujer, de Madre, de
educadora. Si es fácil prever lo que será Antonio, el hijastro, rudo,
interesado, agarrado a su trabajo, si también es fácil pronosticar el futuro de
José, inteligencia equilibrada, carácter bondadoso, muy preocupado y amante del
sosiego del campo, era más difícil adivinar lo que sería Juanito, el más
pequeño de los tres, pero el más completo como hombre, muy superior a sus
hermanos.
Juanito era un alma ardiente,
corazón cautivante, memoria excepcional, experto y habilidoso. No había oficio
que no aprendiera con su espíritu observador. Sabía de zapatero, de sastre, de
carpintero, de cerrajero. Poco pensaba entonces que, en el futuro, debía ser
oficinista, vestido con la sotana sagrada de Padre.
Poco hablador, ponderado en
su conversación, escrutador del pensamiento y del carácter ajeno, alegre, de
una piedad absoluta y convincente. Tenía los dotes de un excelente educador.
Reconocemos, después de los hechos expuestos, cuanta era la preocupación en el
corazón de la madre. Aunque poseyendo en la mano el hilo conductor de los
hechos de toda su vida infantil, que era tan excepcional, teniendo que darle su
consejo y su palabra orientadora, no uno, sino muchos signos de interrogación,
todos ellos abrumadores y humanamente insolubles, se presentaban en el espíritu
de Margarita.
Era tan sencilla su vida, tan
alejada de todo convivio, tan ignorante de todo lo que es mundano, era tan
pobre su casa... Dios Santo, que enigma para la humilde campesina. Seguirá
siempre los pasos de su pequeño, desapercibida, de lejos y confundida entre los
demás. En la noche, en las largas noches de invierno, desmenuzaba lo que le
acontecía a su Juanito, no sin tristeza, por no saber a donde iba a acabar
todo.
Desde los cinco años, lo veía
rodeado de niños, haciendo de catequista, más tarde de saltimbanqui y de
predicador rodeado de adultos. Margarita andaba preocupada, como tanteando, en
procurarse una luz...
A los nueve años, el hijo le
cuenta a la familia el sueño misterioso. Verá en él a las fieras transformadas
en corderitos, verá a pequeños delincuentes transformarse por su acción en
jóvenes honestos. Allá también aparecerá una linda Señora con palabras que
oscurecerán la verdad: “A su tiempo todo comprenderás”
De los familiares, cada cual
quiso dar su parecer...
-Serás jefe de bandidos...
–dice Antonio
-Serás pastor de ovejas...
–dice José
-Los sueños no dicen nada, ni
se les debe dar importancia –sentenció la abuela.
Y después de unos momentos,
mirando profundamente al hijo y como entre dientes, meneando la cabeza y
abriendo los ojos: -“Quién sabe... quien sabe si no llegarás a Padre...” –osó
comentar, titubeando, Mamá Margarita.
Pero, ¿quién podía saberlo?
Margarita no quería de forma alguna influenciar al pequeño, porque sabía que la
madre no debe hacerlo, ni nunca debe ir contra las inclinaciones del hijo, a no
ser que sean abiertamente perjudiciales. El buen jardinero que violenta la vida
de la planta, le quita el perfume, el color y la vida. A ella sólo competía
educar y educar bien, para que la plantita no se curvase ni se sofocase entre
las demás hierbas. En sus rezos diarios, el nombre y el futuro de sus hijitos
era el objeto principal, consciente de que todo el bien y todo el auxilio
vienen a los hombres por la mano de Dios.
Hubo un día en que alguien
percibió la preocupación de Mamá Margarita... el pequeño saltimbanqui danzaba
en la cuerda ágilmente, sosteniendo la respiración de los espectadores. Era una
multitud... la madre, apoyada en la puerta de la casa, asistía. Mirando sin
ver, absorta en un pensamiento preocupante. Ese alguien se aproximó con
mansedumbre, a retroceder para no perder de vista las bravuras del atleta y:
...¿Margarita, qué dices a todo esto?
La buena campesina volvió de
sus recuerdos, volvió en sí como de un sueño profundo... no respondió...
distraídamente, preguntó también: “¿Tú que conjeturas sobre el futuro de mi
hijo?...” era el pensamiento que la atormentaba, que se escapaba
inconscientemente de su alma.
Sabe de espinas
La vocación se manifiesta más
o menos clara y fuertemente en cada uno. Toda vocación, inyectada a la fuerza,
tiene una existencia artificial que se ablanda hasta morir en seguida, trayendo
desilusiones amargas y casi siempre, consecuencias irreparables. Los padres,
unas veces sin querer, otras con culpa, son los que escogen el camino de los
hijos, desviándolos de su verdadera vocación. Entra en este trabajo
delicadísimo de la orientación el egoísmo, el materialismo, la falta de
preparación para el papel educativo en la familia, el descuido, la confianza
ciega en el medio y, casi siempre la poca estima por las leyes o la
incomprensión de la gravedad del mal.
El niño, acostumbrado a vivir
de imitaciones, se deja llevar, incapaz de reaccionar, olvida las primeras
ideas de su niñez, cambia de gustos bajo la acción del exterior que lo
influencia. Se escribe que el niño es como la cera. El cuidado de los
padres es siempre muy poco para
precaverlos de las impresiones extrañas y funestas. Les llamamos extrañas
porque, cuando no colaboran con Dios y con los padres para la mejor educación
del hombre, no tienen derecho e entrometerse en la gran escuela de la familia.
Margarita, aunque sin estudios comprendía muy bien esta verdad capital.
Daba a Dios el lugar que Le
competía en el corazón de sus hijos. Los aproximaba a Él lo más posible, para
que les hablase con todo el “a voluntad”
y, acariciado por su inocencia, la virtud indispensable para que Dios se
aproximé al hombre, lo llenase de santas gracias e inspiraciones.
-“No prohibáis que los niños
vengan a Mí...” Jesús considera delito esa prohibición y, cuando son los padres
los que lo cometen, es un conjunto de delitos. Contra la influencia de
extraños, Margarita reaccionaba con firmeza sin igual. Levantaba su voz de
mujer, escudada en la fuerza de la madre, en defensa de sus hijos y de su
candidez.
-“A vuestra edad, al menos por
respeto a vuestro cabello blanco –reprendió a un viejo- en ve de dar buen
ejemplo, escandalizáis a los jóvenes, ¿no os da vergüenza?...”
Otra vez, a dos mozos que en
voz alta hablaban con inconveniencias, les aconsejó que acabaran con tales
indignidades. Rompieron los atrevidos con una carcajada, Margarita, consciente
de que sólo la fuerza vale sobre quien es bruto, mostró entonces que, en
terreno perteneciente a su casa, sólo ella mandaba y no consentía que quedase
allí ni un momento; ni entonces, ni nunca más. Y mandó llamar a los parientes
de los jóvenes, que los obligaron a retirarse.
Comentaba casi siempre tales
hechos, a los que habían asistido los hijos, con grande tristeza: “Preferiría
vuestra muerte, a que os volviesen como ellos”
Don Bosco, ya avanzado en
años, conservaba escritas en el alma y no en papel las palabras que Mamá
Margarita le dijera en el día de su primera Comunión. Vale la pena citarlas:
-“Hijo mío, este es para ti
un gran día. Siento que Dios tomó posesión verdaderamente de tu corazón.
Prométeme, hijo mío, hacer todo lo que puedas para conservarte bueno hasta el
fin de tu vida. En el futuro, ve muchas veces a comulgar, pero guárdate de los
sacrilegios.
“Sé sincero en la confesión,
sé obediente, frecuenta de buena voluntad la doctrina, oye atento la palabra
del Señor; pero, por amor de Dios, huye como de la peste, de los que
acostumbrar hablar mal.”
El pedregal que nosotros
queremos salvar, está rodeado de una selva de espinas. Sólo así es que los
botones florecen... ¡Los hijos son
lindos botones!
El llamado
El girasol procura la luz...
y la sigue. Es el fenómeno que se repite en todos los seres.
-“Donde está tu tesoro, allí
estará también tu corazón”.
Una educadora experta no
descuida los síntomas más pequeños de las almitas que le pertenecen y que debe
dirigir. Las señales orientadoras de una vida llegan a ser imperceptibles, pero
son de tanta importancia, que es menester captarlos para después utilizarlos.
Esta es la lección de la
historia que se repite para todos los que la desean como maestra. Es un libro
donde hasta el analfabeto sabe leer, el libro abierto por la sabiduría infinita
de Dios. Basta estudiarlo con sinceridad de alma y guiarse por él con humildad
de corazón, porque los instrumentos escogidos para escribir en ellos la grande
lección, son los pequeñitos, a quienes Dios más se complace en entregar Su
ciencia...
En las manos del Señor, los
pequeñitos se transforman, se elevan hasta ocupar lugares eminentes entre la
gente. Es el camino de Juan Bosco, guiado por la mano de una humilde campesina.
Paso a paso, sigamos la subida del gigante. Por la cuesta de los Becchi
serpentea un camino solitario como blanca cinta entre el verde del campo,
cubierto de tiempo en tiempo por los castañares antiguos y por los viñedos
exuberantes.
Quien busca descanso o
distracción bienhechora, la tiene en abundancia, con ese contacto silencioso
matizado de colores, de frescuras balsámicas y variados horizontes. El alma,
que se aplasta por la materia y por la cruz de la vida, alivia el peso de tanta
cosa inútil y dolorosa, se renueva de energía y sube más libre para las alturas
que la rejuvenecen y la alientan.
En las tardes, en muchas
tardes primaverales y de otoño, el
bondadoso párroco acostumbraba encaminarse para allá en su paseo. Era breve el
descanso que le consentía el trabajo exhaustivo de la vasta aldea. Aprovechaba
para rezar el oficio o, cuando estaba más cansado, para hojear un libro, o el
amigo apreciado por su rarísimo saber.
Juanito se encontraba
frecuentemente con él, el hombre venerable en su sotana, de cabello blanco y
hasta los hombros, como era costumbre en esos tiempos. La figura del Padre se
le insinuaba en el espíritu, se grababa en esa alma pequeñina... hablando
altamente a su imaginación. No desconocía su papel al menos en las actividades
principales. Se hacía una idea altísima del Padre... lo veía aureolado de una
luz divina. Le hacía muchas preguntas a su madrecita para conocerlo cada vez
más. Y ella, paciente, moderada con los ojos de la fe, respondía y explicaba
todo al hijito querido, sin pensar que sus instrucciones eran simientes
providenciales que habían de germinar y hacer de él un lucero del sacerdocio
católico, cuyo brillo llenará de prestigio esta clase tan despreciada por el
mundo.
La figura del Padre, se
delineaba gigante en la mente de Juanito. Necesitaba verlo, deseaba oír una
palabra de su boca. Experimentaba una vehemente ansia de ser amado por él. Es
el girasol que procura... seguir la luz...
Apostado en un arbusto
frondoso a la vera del caminito, esperaba verlo a la hora de su paseo, por días
seguidos... no siempre se aparecía el párroco, pero cuando lo avistaba de
lejos, se alegraba mucho, y pasando a su lado, le hacía una reverente venia,
con una sonrisa que invitaba a una aproximación más familiar... pero el Padre
respondía de una forma muy reservada, y aunque con amabilidad... continuaba su
camino.
Y Juan, con el mayor respeto,
regresaba para casa con los ojos llenos de lágrimas.
-¿Hay novedades? –le preguntó
su madre.
Y el niño, conmovido: - “Ni
siquiera me dice una palabra – y solloza.
La madre, disculpa: -Es un
digno sacerdote, demasiado culto para conversar contigo, que mal sabes hablar.
-Pero, al menos, al menos
unas palabras... sólo por unos minutos....
-¿Qué debía decirte? Sabes que
es hombre de mucho trabajo, en el confesionario, en el púlpito....
-Y nosotros –atajó Juanito-
¿no somos ovejitas de su rebaño?
-Pero, es que no podrá
detenerse...
-Jesús, ¿no daba parte de su
tiempo a los niños?...
El pequeño tuvo un profundo
suspiro y en cuanto a la madre, en el hogar, disfrazando lo que le andaba en el
alma, cogía maquinalmente unas ramas secas para atizar el fuego, aunque no lo
necesitaba, ya que estaba en llamas, lamiendo por todos lados la olla ya
humeante.
-¿Pero, qué quieres hacer?
Dice Margarita, como para terminar la conversación.
Juanito dejó la mesa en donde
estaba sentado y se alejó de ella. –Ciertamente no puedo hacer ni decirle nada,
pero verá, madrecita, si yo llego a ser Padre, seré todo para los niños.
Procuraré aproximarme a ellos, amarlos, para ser amado por ellos.
La estufa crepitaba en
llamas; también en llamas estaba el rostro de la campesina y en llamas su
espíritu... se limitó a sonreír y a asentir con la cabeza, mientras continuaba
preparando la cena... siguió trabajando y recordó la descripción del sueño de
las fieras y de los corderitos... revivió la escena de los pequeños rodeando al
hijo... los cánticos de la gente, guiados por él y, contra su costumbre, dejó
caer una lágrimas delante del hijo que, en toda la tarde quedó como arrebatado
por la visión de su futuro y ni siquiera reparaba en su madre, que por su
causa, estaba profundamente conmovida...
Un grande problema se delineó
más claro: Esa era la vocación de Juan Bosco. ¡Debía ser Padre!
Por el camino lleno de espinas
Analizado este problema más
de cerca, delante de la realidad, Margarita se sentía pequeña e incapaz de resolverlo, con la serie de
dificultades que lo acompañaban. Pueden catalogarse así:
-La falta de medios
financieros.
-El carácter del hijastro,
que era contrario a trabajar por los hijos de los otros –como él decía- y cuyos
bienes aún estaban unidos, por ser los pequeños de Margarita menores de edad.
Rudo y contrario a todo, como era, jamás consentiría que se gastara dinero con
el “señorito” deseoso de estudiar;
-la ignorancia de Juanito
que, por estar la escuela tan lejos, aun no sabía leer ni escribir.
El caso era humanamente
imposible. Pero él, en los coloquios íntimos de familia, insistía firmemente
ser su vocación la de ser Padre. Y cuando la voz de Dios llama, quien lo
quiere, quien lo ama por encima de todo, le responde pronta y generosamente.
Margarita era de estos y por
nada del mundo dejaría de serlo. Como madre, debía participar de la vida de su
hijo, de sus alegrías, de sus dificultades, de sus espinas... es lo que quería
a toda costa.
Si la buena voluntad y la
cooperación constante quitara algunos de los obstáculos que tiene delante y que
sólo ella, como experta puede evaluar, ya Juan, a costa de sacrificios heroicos
quitará otros más.
Cuando esto se da y los
hombres responden a la voluntad de lo Alto con firmeza, la Providencia
interviene con sus auxilios extraordinarios e inesperados. Confiaba en esta
promesa, inspirada por la fe practicada. Y no fue engañada.
Un bondadoso sacerdote, por
una coincidencia inexplicable, se ofreció para dirigir al pastor de los Becchi
en el camino de sus primeros estudios. Al faltar trágicamente, llamado por
Dios, Juan suplió esa falta, sometiéndose a kilómetros diarios de camino, y
sujetándose por fin a servir fuera de casa para ganar su pan y estudiar al
mismo tiempo.
La prudencia y la constancia
de su madre se impucieron a las pretensiones injustas y violentas del hijastro,
alcanzando por vía legal la partición del patrimonio familiar. Con su economía
supo ahorrar en el trigo y en los frijoles del gasto diario. Y cuando se
agotaron los medios a su alcance, la humildad inspiró a los dos, madre e hijo, el extender la mano a la caridad.
La gratitud y la estima
ganada entre sus conocidos, llevaron a éstos a hacerse con porfía una pequeña
suscripción para el gasto del estudiante, que en poco tiempo mereció por su
conducta y aplicación entrar en el Seminario Diocesano y vestir la sotana de
Padre, aureolada por la santidad la cultura y el espíritu apostólico y que lo
llevará más tarde a la honra máxima de los altares, para decirle al Cielo y a
la tierra la gloria del sacerdocio católico y la grandeza de aquella que fue su
madre, en el sentido pleno de la palabra.
En pocos trazos son esos los
pasajes de la epopeya en que brilla la ascensión de un “Grande” y las virtudes
de su bondadosa madre.
Palabras memorables
Mientras fue necesario, por
razones de economía, Margarita permitió a Juan ir a la escuela y regresar todos
los días, cuando menos en la estación más cálida. Eran cuatro leguas a pie, la
madre, cauta y previsora, recelaba de entregarlo a extraños, que no lo iban a
cuidar como ella lo hacía. Sabía que esto no podía durar siempre, y fue
entonces a buscar alojamiento en una casa particular de probada honestidad.
El adiós de la madre fue
sellado con una frase que nunca olvidó: “Sé devoto de Nuestra Señora”.
Acabando con los máximos
honores el quinto año, al pensar más a fondo en su vocación y pareciéndole que
la vida de Padre secular no era para él, Juan decidió ingresar en una Orden
religiosa para entregarse al estudio y a la meditación. Su madre nunca se opuso
a su voluntad en este asunto y jamás manifestó deseos interesados, en relación
al futuro de su hijo. Cuando éste pedía su parecer o se mostraba preocupado de
que su madre, por el casamiento de José, quedase sola o sujeta a incorporarse
al nuevo hogar, ella daba siempre la misma respuesta: -”Yo no espero ni quiero
otra cosa de ti, a no ser tu salvación eterna”.
Su párroco, al serle pedidos
los documentos para que su seminarista entrara con los Franciscanos, juzgó
prudente exponer a su parroquiana lo que pasaba. Una tarde fue a propósito a
casa de Margarita. Cuando le comunicó la deliberación de su hijo, le habló de
las necesidades de la diócesis, de la conveniencia de disuadirlo para que se
quedara en el seminario y entrar después a la vida parroquial. Su talento y sus
dotes especialísimas le habían ganado un lugar de distinción y más lucrativo:
-“Procure convencerlo. Usted
no es rica, su edad pronto necesitará una vida de más descanso y tendrá en su
Juan el amparo y el auxilio en todo. Si él fuera para el convento, ¿cómo podría
usted vivir? Es por su bien que vengo a prevenirla”.
Margarita agradeció la visita
y la solicitud, sin pronunciar palabra sobre lo que pensaba. Al día siguiente,
fue a visitar a su hijo, que se encontraba en Chieri. Se presentó con el mismo
cariño de siempre y, a solas con su Juan, entro inmediatamente en el asunto:
“El párroco, siempre tan bondadoso, fue a verme para decirme confidencialmente
que quieres entrar en una Orden. ¿Es verdad?”
-Es verdad, madre mía. Pienso
que usted no tendrá nada en contra.
Margarita miró profunda y
largamente a su hijo. Si este no conociera a su santa madre, podía sentir en
ese instante lo que en general siente todos los que deben decidir con sus
superiores los grandes problemas de su vida.
Ciertas revelaciones levantan
tempestades que parecen aniquilar... el corazón flaquea, las incertidumbres se
multiplican como fantasmas aterradores en el espíritu de quien se cree víctima
de un enemigo que de repente se yergue amenazador, a estorbarle el paso.
Nada de esto se dio en Juan,
porque sabía que la santa madre ambicionaba antes que todo la gloria de Dios. Y
también él no quería otra cosa. Aun cuando el consejo de ella fuese contrario,
habría sido según veía, la voluntad de Dios para hablarle al corazón, pronto a seguir al Maestro hasta
el fin.
Pero no. La santa mujer no
venía a detener el paso del generoso estudiante. Venía a ayudarle, a abrirle
más el camino e iluminarlo de una luz más sobrenatural y sin querer, venía a
hacerle el más bello panegírico de su espíritu cristiano y de madre admirable.
Venía, cuidadosa, a apoyar la
vocación su vocación que podía sufrir con la ingerencia de quien no ve las
cosas por el lado debido. No hay quien, leyendo esto, que no sienta un
estremecimiento y una admiración profunda, la misma que nosotros sentimos
delante de las grandes actitudes de los santos.
Después de la pregunta de
Juan, Margarita se aproximó más a él. Tomó un semblante más grave y con una
bondad que quería insinuarse y convencer. Era el coloquio entre dos almas.
-“¿Preguntas si yo tengo
alguna razón para oponerme? No la tengo, pero quiero que estudies con el mayor
cuidado el paso que pretendes dar y después, sigue sin importarte de nadie. La
primera cosa que debe preocuparte es tu salvación eterna. Nuestro párroco
quería que te disuadiese pensando en mis posibles necesidades. No, hijo mío, yo
no cuento en estos asuntos, porque son sólo de Dios. No te preocupes por mí. De
ti no quiero nada y no espero nada. No te olvides, nací pobre, viví en la
pobreza y así quiero morir. Te digo, si llegaras a ser padre diocesano y te
volvieras rico, nunca te haré una visita, no pondré un pie en tu casa. Grábate
esto, recuérdalo siempre”.
Al pronunciar estas palabras,
el rostro sereno de Margarita se sonrojó de tanto esfuerzo y su voz vibró tan
enérgicamente, que Juan quedó impresionado. Cuando volvió a sí, se encontró
abrazado a su santa madre. Se juntaron las lágrimas de los dos para cimentar la
más bella enseñanza en su ideal de sacerdote.
Este amor por la pobreza y la
delicadeza de conciencia de no aceptar ayuda que viniese de su ministerio
sacerdotal, en Margarita no era una palabra vana. En las verdaderas necesidades
materiales, ni ella ni José, nunca le pidieron cosa alguna a Don Bosco, pero
siempre contribuyeron con sus pequeñas ayudas para apoyar a los niños
desamparados de sus colegios.
Consejo de un santo a otro santo
No fue sin mucha reflexión
que Juan resolviera entran en la Orden de San Francisco, llegó hasta a
presentar su pedido, que fue aceptado como consta en los archivos de la Orden.
Sentía inclinación hacia el estado religioso y la sentía confirmada al ver la
pobreza de la familia, al sentirse impotente para costear sus estudios.
En su peregrinar, al buscar
los documentos para entrar con los Franciscanos, con el costal de su pobre
ajuar a cuestas, se encontró con quien lo disuadiera y se apresuró a buscarle
la ayuda, dándole el consejo de consultar a un santo sacerdote, Don José
Cafasso. Además de esto, en un sueño reciente, se le desaconsejaba esa entrada,
tuvo que seguir otra salida, un personaje misterioso le apuntaba hacia una
multitud de niños que necesitaban educación. Parecía aclarar esto las palabras
del Padre Cafasso que, con intuición de santo, le dirigió el día que fue a
exponerle sus planes y sus recelos.
-“Continúe sin miedo sus
estudios, entre en el Seminario y obedezca lo que le pide y prepara la
Providencia”.
El 29 de septiembre de 1835
vestía la sotana en una iglesia parroquial de su feligresía. Toda la gente
rodeó de alegría y respeto al nuevo seminarista, con generosa solidaridad le
llovieron las ayudas para su ajuar.
Margarita asistía humilde,
como al margen de los acontecimientos, apreciando y ponderando lo que pasaba.
Ya en la noche, en vísperas de la partida para el Seminario, cuando acabó la
despedida de los amigos, se acercó a su Juan, que con su sotana le parecía otro
y le dijo: -“Hoy te revestiste del hábito sacerdotal, tu madre experimenta hoy
todo el consuelo que le puede proporcional la suerte maravillosa de un hijo.
Pero recuerda que no es la sotana la que honra tu estado, sino la práctica de
la virtud... si dudaras un día de tu vocación, por el amor de Dios, no
deshonres este hábito. Déjalo. Prefiero tener en mi casa a un humilde campesino
y no un padre poco cumplidor de sus obligaciones. Cuando naciste, te consagré a
Nuestra Señora; comenzando a estudiar, te aconsejé la devoción a esa Madre, y
ahora te pido que seas todo de Ella. Ama entre todos a los más devotos de la
Virgen; si llegas a ser Padre, recomienda y propaga siempre su devoción”.
No podía llevar en su alma
recuerdo más santificador. La Reina de los Apóstoles nunca más lo abandonará.
El gran día
5 de junio de 1841.
El día de la ordenación
sacerdotal de un levita es día grande para una feligresía, para una diócesis.
Día grande para el Cielo, día grande para el mundo, unidos por un gran lazo.
Día de fiesta para los amigos, día grande
para la familia que se ve enriquecida con un título de nobleza que Dios no
concede a todos los hogares.
“Nadie toma para sí esa
honra, sólo quien fuera escogido por Dios”. La primera Misa quiso Juan Bosco
rezarla al día siguiente y con mucha intimidad, en el altar del Ángel de la
Guarda en la iglesia de San Francisco. La segunda la rezó en le Santuario de
Nuestra Señora del Consuelo, en acción de gracias por los beneficios que le
obtuviera con su Divino Hijo.
Es tradición en esa iglesia
que los nuevos sacerdotes usen la casulla que usó el Santo Obispo de Ginebra,
San Francisco de Sales. Nadie mereció tanto ese honor que Don Bosco, llamado a
ser imagen viva de ese dulce santo.
Estaba lejos en Turín, pero
sus coterráneos, se unían espiritualmente y vibraban de entusiasmo, ansiosos
por su regreso. A su llegada, la madre, la buena mamá, rodeada por sus
parientes más próximos, confundida entre las autoridades y toda la gente que no
acaban con sus felicitaciones, asistía conmovida a la ceremonia solemne y a las
demostraciones cariñosas para “su Padre”.
En la tarde de ese día, el
Padre Juan Bosco, partiendo de Castelnuovo donde frecuentara su primera
escuela, rehacía enternecido el camino de antes, diez kilómetros,
reconstruyendo en el trayecto todo su pasado. Los campos, las viñas, las
colinas, el horizonte, parecían tener en esa hora el poder mágico que tienen
las palabras. A su voz, resucitaban los hechos de su infancia y de su juventud,
sepultados entre las mil cosas aprendidas en los libros y las vividas en medios
más civilizados de la ciudad.
Se vio pastor al lado de su
vaquiña, se sintió con la azada en la mano, en la labor diaria del campo.
Revivió las ansias por su ideal... en el prado de las verdes cuestas, parecían
sonreírle los árboles, que tanto ayudaron a sus juegos, a los saltos arrojados
del antiguo saltimbanqui... ¡Cómo son admirables los caminos de la Providencia!
El Padre Juan subía
lentamente el camino, absorto en todo su pasado y que en esa hora lo sentía tan
próximo, lo veía tan claro, lo oía hablar elocuente a su alma.
Allá, arriba de la colina,
atrás de la casa pobreciña, donde el camino curva bruscamente a la izquierda,
se encuentra con el antiguo arbusto. Ramas frondosas, más que nunca cargadas de
hojas y de flores, que parecen curvarse hacia la tierra para hacer un tapete en
el camino por donde pasa en nuevo ministro del altar. Don Bosco para unos
instantes a tomar fuerzas, a observar el poniente, donde el sol desapareciera,
dejando, un cielo más lindo, rastros dorados, nubes incandescentes, hechas de
púrpura... un encanto de luz.
El valle se extiende hasta
los Alpes... el reflejo del cielo en las pequeñas ventanas de su cuartito le
recuerda el sueño de los nueve años... siente en el fondo del alma una
vibración insólita... la conmoción llena su pecho... las lágrimas colman sus
ojos y caen abundantes, venciendo todo el esfuerzo y la energía de su carácter.
Lo que él veía y sentía
ahora, ya no era un sueño, era la realización del mensaje del Cielo. Abrumado
bajo el peso suavísimo de la realidad, se apoya en el arbusto amigo para
desahogarse, para llorar todas sus lágrimas... antes que su madre lo vea... sin
que ella sepa. ¿Habrá recordado cuando, al pie de ese mismo árbol, esperaba por
el sacerdote que no hacía caso de los niños?... necesitados y ansiosos de que
les hablaran y fueran amados... recordaría su programa: “Si yo fuera Padre,
consagraría toda mi vida a los niños...”
Ciertamente, pensó en todo...
y solamente las sombras de la noche lo arrancaron del escondrijo amigo ofrecido
por el arbusto amigo, testigo de sus ansias, de sus planes y en la tarde de ese
día, de la más extraordinaria realización de todo...
Cuando tocó a la puerta de la
cocina ya era de noche... la madre, se encontraba también en una gran lucha
consigo misma y casi decidida a salir con José, al encuentro de su “Padrecito”.
Don Bosco tenía los ojos hinchados, pero, por suerte, la luz del candelero era
tan débil.... su voz también le salía ronca, pero no admiraba, el día tan lleno
de emociones, el camino.... Se sentaron todos a la mesa y comieron la cena, la
disculpa de Juan por la falta de apetito fue aceptada como muy lógica, después
del banquete ofrecido por el Prior y había sido tan abundante...
Rezaron juntos las oraciones
y Margarita aún quiso que su Padre se sentara unos minutos junto a ella, para
hablarle en la intimidad y aconsejarlo.
¡No es un atrevimiento, no!
El Padre también necesita, por ser siempre un hombre, de quien lo ayude en su
espinosa misión... es una gracia cuando se puede contar con el amparo sincero
de un alma que le quiere desinteresadamente, como le puede querer una madre
cristiana, como Margarita.
-“Ya eres padre –le dice ella
esa noche- celebra la Misa, de ahora en adelante, vivirás más cerca de
Jesucristo. Acuérdate, que celebrar ese Sacrificio divino quiere decir comenzar
una vida de sufrimiento, aunque no comprendas en este momento esta verdad que
tu madre te revela. Esto segura de que todos los días rezarás por mí, ahora que
estoy viva y después de muerta, esto es un consuelo para mí y además es
suficiente. No te preocupes más de mí, preocúpate sólo y únicamente de la
salvación de las almas”. ¡Era el legado de su madre en esa gran hora!
¡Oh Santa y generosa madre, a
quien el hijo le costó sacrificios y humillaciones sin cuenta! Le debe también,
en ese gran día, el lema que será la aspiración y la vida del grande apóstol,
de cuya influencia se beneficiará el mundo entero.
Quizá se quedó a dormir
aquella noche, en el mismo cuarto del sueño, aquel sueño de los nueve años que
Don Bosco escogió en sus armas y en su grito de conquista: “Da mihi animas,
coetera tolle” “Dame almas, Señor, no quiero más”.
El primer nombre de un lindo catálogo
-“Señor, dame almas” fue con
esta frase calurosa en los labios de los grandes apóstoles de todos los
tiempos, que efectuarán revoluciones espirituales más benéficas y extensas que
las de los mayores conquistadores de la historia. Antes de ser llamarada
subyugadora fue, en el caso de Don Bosco, centella salida del corazón de su
gran madre Mamá Margarita.
El legado encontró en el hijo
un altar y un culto. El día 8 de diciembre de 1841, el día de la Inmaculada
Concepción, el legado tiene una consagración providencial con el encuentro del
primer jovencito –la piedra fundamental que dio al mundo una obra salvadora.
Después de Bartolomé Garelli vinieron decenas, centenas de jóvenes buscando al joven sacerdote.
Eran tantos niños, que fue
necesario pensar en un lugar donde juntarlos, pensar en personas que ayudaran,
que moralmente los amparen, al escoger la casa en los arrabales de Turín, donde
se juntaba la escoria de la sociedad. El problema se volvió más urgente debido
a una dolencia gravísima, sólo un milagro podía vencerla y arrancar de la
muerte a la vida preciosa de Don Bosco.
Parece entrar en los planes
de Dios, juntar siempre la acción de los hombres escogidos para sus obras, con
el corazón de una mujer. La mujer va a tener allí su lugar. Lo tuvieron tantas
madres, deseosas siempre de acompañar a sus hijos en aquella escuela de moral
cristiana. Lo tuvieron tantas señoras, que auxiliaron con su limosna esa obra
de caridad. Lo tuvieron tantas hermanas religiosas, que sacrificaron horas de
descanso para cuidar la ropa de los pequeños asilados.
Pero una, entre todas, tiene
un lugar eminente al lado de Don Bosco junto a sus niños, en la dedicación
sacrificada de todos los días, por muchos años, por toda la vida. La llamaban
por el nombre más bello, el nombre de “madre”. Margarita fue esa mujer. Abrió
el catálogo de las cooperadoras, que por el mundo, donde la Obra Salesiana abre
acogedora sus puertas a centenas de
niños necesitados de abrigo, de pan y de formación moral, proporcionando su
apoyo por todos los medios y con cariño evangélico.
El momento de la invitación
Era el año de 1846. Después
de una enfermedad, causada por el exceso de trabajo, Don Bosco, ya
convaleciente, regresa a su tierra natal para fortalecerse. Tiene en su mente
el estudio de un grave problema que lo tiene preocupado, escoger a una persona
que lo auxiliara en su naciente obra.
Expuestas las cosas y las
aprensiones a su párroco, le aconsejó llevarse consigo a su madre. El
Padre Juan no quiso precipitarse en la
resolución de tanta responsabilidad. Pero el párroco insistía: “Lleva a tu madre,
no veo otra persona más apta, vas a tener a tu lado a un verdadero ángel”
Contra el consejo se erguían
razones igualmente fuertes que un sacerdote, sobre todo un hijo como Don Bosco,
no podía descuidar. Margarita era de veras un ángel, él lo sabía por
experiencia... pero los ángeles –pensaba- obligados a vivir en un medio
corrompido, como son los arrabales de una ciudad, donde se asentaba la Obra, se
quedan tristes y a veces no resisten ese cambio tan radical.
No ignoraba que la vida a la
que la obligaría llevar, era de muchas privaciones. Consideraba también otro
punto que mucho le costaba encarar y vencer. Su madre en su casa, era una
verdadera reina a quien obedecían ciegamente. Bastaba que ella mandara, que expusiera sus deseos. Si
la llevaba a Turín para que lo ayudara, se convertiría en su dependiente.
Bastaba ese pensamiento para aniquilar a Don Bosco, se veía como el ciego que
busca una puerta de salida sin encontrarla.
Reflexionó, rezó, rezó y
reflexionó, al final, viendo que no había otra solución, concluyó: “Mi madre es
una santa y por lo tanto puedo hacerle la propuesta”. Sin rodeos, pero muy
humildemente, expuso su plan e hizo su pedido. Margarita, como persona
equilibrada que era, conocedora sobre todo de todo lo que tenía que perder, y
previendo las lágrimas que causaría a
la familia y a los vecinos, pensó unos momentos y contestó;
“Mi querido Juan, me pides
una cosa que me va a costar mucho, pero si tú crees que esto es lo que agrada a
Dios, estoy dispuesta a seguirte”.
Don Bosco le aseguró que la obra
era de Dios, le agradeció conmovido la generosa aceptación y cerró la
conversación marcando el día de la salida: “Vamos a preparar todo y partiremos
después de la fiesta de Todos Santos”
Santas madres, santas
hermanas de nuestros sacerdotes, sólo Dios puede retribuir vuestro sacrificio,
de una vida entera tan oscura, tan ingrata al lado de ellos. ¡Vuestra misión
tan delicada y parecida a los ángeles, es siempre bendecida por la Iglesia de
Cristo!
La hora de la partida
Hay separaciones que acaban
con estilos de vida, y cuando no matan, ponen siempre en relevancia su valor.
Ni las lágrimas, ni las súplicas, ni las promesas de los parientes y de los
vecinos consiguieron cambiar los planes del Padre Juan, que en los largos meses
de convalecencia se había rodeado de numerosos niños venidos de diversos
lugares, aún alejados de la feligresía, para entretenerlos e instruirlos en la
doctrina.
Había sido providencial y
bien aceptado por todos su permanencia en la casa paterna, pero otro campo más
vasto le había confiado Dios, él lo veía claramente y sabía que a Dios nunca se
le dice que no. Mamá Margarita le dio su palabra y no faltaría a ella por nada.
Al amanecer del 3 de noviembre de 1845, salen los dos de la casita perdida
entre los castaños, para seguir una invitación divina, llevando en su alma la
nostalgia del adiós. Lejos de allí, les esperaba otra morada, punto de partida
de conquistas universales.
¡Adiós, cuartitos modestos,
forja de virtudes domésticas!
¡Adiós, pasado de trabajo
humilde, de paz inolvidable!
¡Adiós, fogón apagado, triste
por la salida de quién alimentaba tu llama!
Tu calor es de la más viva
llama, llama sagrada, inmortal, que se encendió en el corazón de un santo que
va a calentar otros corazones, millones de corazones en el mundo entero, por el
correr de los años y de los siglos, ... ¡Adiós!
¡Cuántas veces vendrán los
hijos de Don Bosco, hasta la humilde campesina, cuyo nombre no morirá nunca,
cuántas veces vendrán a calentar el alma entre las paredes de esta casa
pequeñina, donde tu espíritu ha dejado el perfume imperceptible de tus
virtudes! Vendrán, trayendo consigo el cariño y el deseo de quien regresa a
volver a ver, nostálgico, la cuna natal con la devoción de quien visita un
lugar santo.
Hombres cultos, príncipes de
la Iglesia, gente distinguida y gente pobre, peregrinos de tierras extrañas,
del otro lado del mar, entrarán a toda hora en las puertas de este caserío, a
besar sus paredes, a reconstruir conmovidos el pasado, a aprender, a agradecer
y a llorar.
Ninguno saldrá de allí sin
rezar alto su alabanza: “El Señor escogió a los humildes. El Señor hace por
ellos cosas grandes. Para confundir a los soberbios y manifestar Su gloria.
¿Bendito sea Dios eternamente!
¡Adiós!
¿Será que nunca más volverán
la madre y el hijo a esa casa? A esa casa donde la luz de la luna acaricia, y
que parece quedarse triste, las puertas cerradas, sin una luz que pase por los
postigos, como lo hacía aún ayer. Si ellos quisieran respondernos, tal vez lo
harían apuntando con gesto triste la sombra fría trazada por la luna como negro
paño sepulcral: “Todo murió para nosotros, nunca más”.
Pero, al descender el camino,
apartándose de la colina valle adentro, se paran a saludar por última vez la
casita modesta, se pudieran mirar con espíritu profético aquel pedazo de tierra
de tantos recuerdos, verían erguido y protegiendo, un bello santuario de torre
erguida, verían sonreír una blanca imagen de la Virgen Auxiliadora. Y además,
del lado derecho, un edificio inmenso, abrazando una pequeña morada de tosca
piedra... y voces de jóvenes, rumor de máquinas, cantos y notas armoniosas, que
al salir de allí, parecen animarlos: “Volveréis, volveréis, idos contentos,
porque volveréis”...
En vuestro hogar pequeñito,
pero caliente de caridad evangélica, una multitud de huérfanos vendrán a
abrigarse, necesitados de pan y de ternura, a la sombra de vuestro nombre...
regresaréis y vuestro deseo de dar doctrina salvadora a las almas moverá en
vuestro nombre decenas de máquinas, aquí mismo, donde había habido silencio, imprimirán
millones de libros que irán lejos, muy lejos, a iluminar, a encender...”
Visión tan grandiosa podría
ser considerada un sueño y más que un sueño, una locura. Ni siquiera se atreven
a soñar... El futuro con sus realizaciones está en la mano de Dios, a la que,
madre e hijo, obedecen con espíritu de fe, con los ojos cerrados, sin
desaliento, sin curiosidades vanas y terrenas. Y es sobre la fe de los hombres
y en proporción de sí misma que Dios obra sus maravillas y que la mezquindad
del mundo juzga de antemano locura, pero que no es locura, lo confirma la
historia siempre.
Margarita caminaba esa mañana
por la carretera, llevando en el brazo un cesto y un saco. Dentro iba toda su
riqueza, su ajuar y los utensilios de cocina. A su lado, el Padre Juan, su
Brevario, un Misal y algo más.... la conversación es animada, alegre, como si
en nada los entristeciera el pasado y menos les preocupara el futuro.
Bajo los pies de los
caminantes caen las amarillas hojas que la estación otoñal va tirando de los
árboles, imagen viva de lo que sucede en sus espíritus. Las cosas de la tierra
son esto y nada más: hojas que se marchitan, se secan y se pudren. Quien tiene
sus pasos dirigidos hacia metas más altas, no para ni se pierde en
lamentaciones inútiles.
Breve parada en Chieri, en
casa amiga, para comer y restaurar fuerzas, y después siguen su camino. A los
veinte kilómetros conquistados, faltan unos quince, es urgente andar rápido
para que la noche no los sorprenda lejos de casa. A las cuatro horas llegan a
la cumbre de las colinas que rodean y dominan la grande ciudad de Turín,
capital del Piamonte, la augusta Taurinorum de los Romanos. Augusta por lo
imponente de sus edificios y por la simetría de las grandes avenidas, augusta
por sus industrias. Los dos viajeros se sienten pequeñitos frente a tanta
grandeza. Quién pensaría que irían a conquistarla con sus obras, y que la
volverían más augusta, llevando su nombre a todas partes.
El primer encuentro
Casi a las puertas de su
nueva morada, con el rostro evidenciando cansancio, y sobre los hechos de una
camada de polvo en todo su cuerpo, resto de un largo viaje, tuvieron un
encuentro amigo: el teólogo Juan Vola, admirador de Don Bosco y ayudante fiel
en su obra de los catecismos dominicales. Fue una fiesta para el buen Padre
volver a ver al incansable sacerdote, después de la terrible enfermedad que lo
postrara por unos meses.
-“Buenos ojos te ven, mi
querido Don Bosco. Pero a pie de tan lejos, y tan cansadiño, alabado sea
Dios...
-A pie, si señor, es el medio
de conducción de los pobres, y como ves, sigo el ejemplo de quien es más viejo
que yo. Mi madre. Y fue la presentación.
Con breves palabras, con una
estima espontánea, el bondadoso sacerdote se dirigió a Margarita. Bastaba para
estimar a la buena mujer, las reconocidas virtudes del hijo. Siempre es verdad
que los hijos apoyan la honra de los padres.
-Me alegro con vuestra
llegada, pero ¿qué será de ustedes sin recursos? ¿Tienes alguien que te espera,
que les dé cuando menos la cena de esta noche?
-Sí tenemos, hay en el Cielo
un Padre que sabe todo y prometió no abandonar a nadie y Él nunca falta a sus
compromisos.
El buen Padre conocía a Don
Bosco y no se atrevía a juzgarlo un imprudente; sus palabras lo convencieron
cada vez más de que sólo un santo podía actuar así.
-Tienes toda la razón, pero,
mientras, si yo supiera... y pasaba las manos en las diversas bolsas de su
sotana...
-Siento no tener conmigo mi
cartera, pero toma... y así diciendo le ofrece su reloj. Llévalo, llévalo, para
regresar yo a mi casa, no lo necesito. Lo puso en las manos de Don Bosco y se
fue.
Era la Providencia comenzando
su papel en una obra que, sin ella, no habría podido mantenerse ni extender su
caridad en todo el mundo.
La Casa Madre
Quien conoce los grandes
colegios salesianos y su vitalidad, colmenas llenas de niños y jóvenes que
estudian los grados elementales, medios; estudios industriales y técnicos,
jóvenes que se preparan para la vida en el aprendizaje de los diferentes
oficios manuales o agrícolas, o se perfeccionan en las artes o siguiendo altos
estudios, para después lanzarse como educadores, en las casas de la misma Obra,
a quien conoce estos colegios es bueno recordar la Parábola del Evangelio: “El
Reino de los Cielos es semejante a un grano de mostaza”. Dios, para realizar lo
que desea, comienza siempre así, porque no necesita de más.
Atravesando las calles
imponentes de la ciudad, pasando al lado de los grandes edificios, tal vez Mamá
Margarita creyese que la nueva morada debía ser algo parecido con lo que veía,
tanto más que el Padre Juan le hablara siempre de unas centenas de rapaces y
tan grande número de gente necesitaba mucho espacio. Aunque su hijo, en la
cocina de los Becchi, le diese una idea aproximada de los cuartos en Turín:
-“Ve, madre mía, el tamaño más o menos dee aquello es dos veces esto,,,” y
hablando, midiese con pasos el espacio que del fogón llegaba hasta la mitad del
cuarto contiguo, en tanto la palabra ciudad crea siempre confusiones en la
mente de un aldeano.
Pero... es cosa que
impresiona siempre al observador que visita a los centros populosos: los
palacios imponentes que se yerguen en el corazón de la ciudad, en un cierto
momento empiezan a verse menos, de las casas blasonadas con amplios jardines de
plantas exóticas resguardas por muros, por gradas artísticas de hierro forjado,
dando a aquellas habitaciones el aspecto de castillos encantados; más adelante,
las viviendas de sabor moderno sonríen con sus colores brillantes, con los
exuberantes rosales trepadores, hasta alargarse, atrevidas, hasta la ventana
del cuarto señorial. Acaba aquí, con un corte premeditado, toda la belleza de
la ciudad... se siguen las casas de tres pisos, después, en orden decrecente,
las casas pequeñas, con ventanas y puertas en un pedazo pequeño de pared.
Quien se para a observar,
tiene la impresión de pasar junto a un hormiguero de seres humanos. De cada
ventana sale unas voces confusas, continuas, aturdidoras; en las terrazas, en
las puertas, en los paseos, en la calle, grupos de mujeres, de niños. Al pie de
los almacenes, con muebles viejos, con montes de cajas, con hileras de cestos,
acuden los vagabundos, salen los humildes operarios, se paran los curiosos a
dar y recibir noticias; de la casa de venta de hierro viejo, sale llorando el
que fue a vender el último objeto que tiene y se deshace de él para quitarse el
hambre o para pagar su vicio, allí entra enseguida, aquel que sintió la falta
de algo y desea comprarlo a mitad de precio... y en estos lugares tristes de la
ciudad, esquinas de tanta vida, abundan las enfermedades, dominan los
desordenes, se habla en dialecto, corroe todo las malas costumbres, se vive en
el abandono, se desconoce que somos gente, se bebe el vicio, se respira el
alcohol...
Se llega por fin a las
últimas casas. Resguardadas por mano prudente, cuidadas por mano industriosa,
aparecen en las bardas hechas de tablas o de latas viejas. Quien sea
observador, verá el aseo y el espíritu cuidadoso de sus moradores, viviendo en
la verdura de los viveros, regados y exuberantes, en el terreno bien aprovechado,
en las novedades de la estación... todo encerrado en la guirnalda llena de
flores de variados colores.
Pero el reino de la pobreza
se une al reino de la miseria: es el último resto olvidado de las ciudades. Se
abre el descampado y allá están esparcidas las barraquitas, la casa del más
pobre.
Quien tiene la dicha de
trabajar en las obras de caridad, sabe lo que sucede en esos barrios de
obreros, en esas barracas inseguras y mal protegidas de la intemperie. Son
pocos los que tienen el santo entusiasmo de dejar el centro con sus bellezas,
su lujo y comodidades, para descender a estos barrancos donde la vida humana
lucha, sufre y llora sin consuelo.
Sin embargo, se consuela la
multitud de infelices... donde no llega el hombre, debido a su egoísmo, a su
horror a todo lo que es pobreza, allí llega siempre el brazo acogedor de Cristo
con su compasión, con su consuelo, con su acción redentora y civilizadora.
Mamá Margarita en su paso por
la capital piamontesa, notará la mudanza de escenario, antes elegante y ahora
humilde, al aparecer algunas fábricas, algunos escampados donde se encuentra el
refugio de la metrópoli.
No se extrañó al dejar a su
derecha, un barrio muy poblado, de donde salía una algazara de voces, oye que
le dice el Padre Juan:
-“Hela aquí, allá está
nuestra casa... por acá, por fuera de este campo”.
Ambos descendieron por la
escarpada senda del antiguo valle romano, ya histórico por el martirio que
sufrieron tres heroicos soldados de la Legión Tebana. El terreno lleno de
sangre, debía ser regado por las lágrimas de los recién llegados, para
convertirse en un jardín exuberante de almas cristianas.
Era noche cerrada cuando el
Padre Juan y su madre entraron en la casa pequeñina. Dos cuartos apenas, uno de
ellos sirve de cocina, al lado de un pajar. El inventario del mobiliario no
daba grande trabajo: dos camas, dos sillas, dos bancos, un baúl y una mesa,
vasijas, enseres de cocina. Era todo lo que existía.
Pero por lo que los hechos
nos han dejado, Margarita no dejó, como buena ama de casa, de tomar nota esa
misma noche de la riqueza que su hijo le confiaba. Ya todo observado, se ríe
con su Juan por la gran fortuna hallada y se puso a cantar:
¡Ay, si el mundo conociera
el tesoro que encontramos...
Ay de nosotros si alguien
supiera
cuan ricos estamos!
En esta cuna pobrecita, se va
a crear la obra de Don Bosco, obra hecha de santidad, de trabajo y de alegría.
Primera visita
Al romper el alba, aquella
morada estaba de puertas y ventanas abiertas al sol y al aire. Cerrada por
largos meses, se convirtió en el asilo de arañas, que tejieron sus tejidos
sutiles en todas las paredes, desde el techo hasta el pavimento.
Don Bosco, con el breviario
en la mano, hace sus rezos junto al pajar, antes de salir juntos para la misa
en el Santuario de Nuestra Señora del Consuelo, erguido sobre las murallas de
la antigua Augusta, Mamá Margarita, aprovechando el tiempo, se atareaba en las
primeras limpiezas. ¡Todo el tiempo era poco!
Y bien poco era el tiempo en
verdad porque, regresando después de una hora, estando los dos en los arreglos,
llegaron las primeras visitas. Los primeros en llegar fueron los jovencitos,
acostumbrados en los meses de ausencia a asomarse al lugar, esperando que se
abriera esa puerta bendita. Nadie les había avisado, pero sus ojos no los
engañaban, la casa finalmente se abría.
No resistieron la tentación
de curiosear. Corrieron hasta allá y se apostaron bajo la ventana, en la que
Don Bosco, acostumbraba en las tardes, sonreírles bondadosamente al despedirse
de ellos que, insistentes, hallaban que era demasiado temprano para regresar a
sus casas.
No se habían engañado, el
corazón hablaba con la verdad. De los pequeños cuartos salía el canto popular:
“Santo Ángel del Señor” la voz tan conocida de Don Bosco, le hacía eco una voz
femenina. Era la voz de Mamá Margarita. Aplausos y voces llamando impacientes,
despertaron a la madre y al hijo de su encanto. Salieron ambos: Don Bosco a
volver a ver a sus amigos, a darles la grande nueva de la apertura del Oratorio
y a presentarles a su madrecita; y Margarita a sonreírles y a llamarles por vez
primera, con toda dulzura; “hijos míos”
Ya nunca más sentirán los
niños el abandono, volvió para siempre el Padre amigo, su Maestro. Nunca más la
obra sentirá la orfandad: Dios le entregaba, en Margarita, un corazón de madre.
“Laudate pueri Dominum,
laudate nomen Domini” “Niños, alabad al Señor, alabad Su nombre”
la obra prima
Todo genio tiene su obra
prima.
Don Bosco también la tiene.
Desde esa fecha, en que se llevara a su santa madre para Turín, hacían ya cinco
años que empezara la obra de los “Oratorios”. Su programa se centró en el
Reglamento: “Entretener a la juventud los días festivos, con un recreo honesto
y agradable, después de haberlos llevado a asistir a las funciones eclesiales”.
“Entrando un joven en el
Oratorio (dejó escrito el Santo), debe persuadirse de que es un lugar de
religión, en el cual se quiere hacer de él un buen cristiano y honesto
ciudadano”. Por eso Don Bosco, quiso llamarle Oratorio y no Recreatorio (Lugar
de recreación, de diversión).
El esquema del Oratorio es el
siguiente:
Puede ser parroquial o
interparroquial;
es lugar de enseñanza
religiosa, pero también de recreación y de reuniones para actividades variadas;
los adultos tienen aulas
separadas de los jóvenes, en las cuales se dan lecciones catequísticas y de
ceremonias litúrgicas, salas con respectivos archivos y salas de depósito de
material didáctico;
para cada grupo, está su
biblioteca y sala de lectura;
un salón para conferencias
generales, otro de mayor capacidad para teatro, aula de canto y de música
instrumental, salas de juegos, etc.
Grandes patios, con los
respectivos pórticos para los días lluviosos y el gimnasio para ejercicios
físicos.
En una casa de este tipo, los
mejores atractivos y las mejores actividades contribuyen para la moralización
de la juventud. Son en resumen: Asociaciones religiosas, secciones deportivas,
literarias, artísticas; grupos de beneficencia y de socorro mutuo, Conferencias
Vicentinas, Pequeñas Cajas Económicas; actividades catequísticas y misioneras;
bibliotecas populares, aulas dominicales y nocturnas.
Para tan grandes
realizaciones, dio todo lo que poseía y Mamá Margarita siguiendo el ejemplo del
hijo, se deshizo de sus objetos personales más queridos. De sus vestidos,
incluido el de casamiento, hizo ornamentos para la capilla, de su ajuar de
lino, tapetes para el altar, sus joyas las convirtió en galones y franjas para
ornamentos. Aun siendo muy desprendida, le costó mucho desprenderse de todo.
Con la gentileza que la distinguía, platicó a persona amiga, lo que sintió
cuando de sus manos los objetos pasaron para la mano del comprador: Me asaltó
un sentimiento de repugnancia, de tristeza profunda, sin embargo, pronto me di
cuenta de qué era una insinuación egoísta, lo aparté de mi mente,
contraponiéndole un pensamiento que me animaba y que era más comprensible.
“¡Lo que sirve para el bien
de los pequeños y para la gloria de Dios, bien merece el sacrificio, todo mi
sacrificio!”
Con estas ampliaciones, la
casa aumentó, volviendo posible las aulas festivas y nocturnas y la apertura de
una capilla. El número de jovencitos llegó en breve a mil. ¡Cuanta paciencia
tuvo que ejercitar la buena mujer,
acostumbrada al silencio de su aldea!
En el largo plazo de doce
años, el prestigio que ella consiguió al lado de Don Bosco fue la guardia
defensora de la casa, que estaba rodeada de vecinos sin moral. No admitía que
nadie en su presencia o delante de los oratorianos ofendiesen a la modestia.
Hubo quien la viese imponerse imperiosa y amenazadora a los atrevidos y sin
educación.
¡Las almas puras, en las
ocasiones importantes se vuelven fuertes como los héroes, enfrentan y subyugan
a cualquier enemigo!.
Nueva fase de la obra
Enfrenta Don Bosco un grave
problema. Las calles de la ciudad recogen siempre miserias que no se remedian
nada más con la asistencia festiva. Hay quien busca en la ciudad el pan para
vivir, una colocación, un auxilio para la familia alejada.
Ya para entonces la atracción
hacia la gran ciudad comenzaba a infectar las costumbres sencillas de las
aldeas, en que se ama la vida del campo. Pero la ciudad promete y casi nunca
cumple. Da alguna vez lo que se le pide pero más fácilmente falta a su palabra,
y quien se deja arrastrar por ella se encuentra de repente lanzado a la calle,
con la pobreza a cuestas. Casi siempre, aun el pan que ofrece, envenena y
corrompe.
En los tiempos que pasaban,
se daba frecuentemente este éxodo peligroso de los niños en los grandes
centros, en busca de trabajo, expulsados trágicamente al margen de la vida.
Para ellos y para tantos desamparados de la suerte o perseguidos de las
injusticias de los hombres, era urgente una obra asistencial continua. El pajar
adosado a la casa de Don Bosco fue el primer dormitorio de un hospicio, que
debía más tarde abrigar unos mil jovencitos.
De mañana, recibían de las
manos de Mamá Margarita su pedazo de pan, y en la noche su sopa calientita,
preparada por ella y por su hijo, quiénes aparecían con un delantal en la
cintura y desde la puerta de la cocina, la distribuían en una grande olla. El
día lo pasaban los rapaces en el trabajo, que Don Bosco les buscaba, ya sea en
diferentes casas comerciales, o en casas que estaban en obra. Esto continuó,
mientras no hubieran en el Oratorio las diferentes dependencias.
Cuantas veces, sin embargo,
los huéspedes desaparecían del pajar, llevándose la ropa de abrigo que se les
había prestado. Ante esto, Don Bosco se habría desanimado si la madre no
estuviera a su lado. Y acudió una noche,
calmando las lágrimas de un huerfanito que tocara la puerta, para suplicarle a
Don Bosco que le diera acogida. No se podía resistir a tal pedido. Se armó una
cama en la cocina: unos ladrillos, unas tablas y una colchoneta. Mamá
Margarita, antes de dejar a su protegido, rezó con él y le hizo un sermoncito
todo lleno de caridad y de moral, legando así a la Congregación Salesiana una
simpática tradición que todavía se conserva en los colegios: “La buena noche”.
Con el buen pensamiento
dentro de su alma, el huérfano de entonces y los millares de alumnos salesianos
de hoy, duermen los lindos sueños de su mocedad, los más puros sueños de su
vida. Todas nuestras acciones deben ser preparadas y vivificadas por el
espíritu, aún las más pequeñas y habituales. Sólo el corazón de una gran
cristiana y de una gran madre podía trazar pedagogía tan sabia, resumida con
tanta sencillez.
Todos los cimientos del
edificio estaban en su lugar, sólo había que continuar.
La cocina dormitorio
desapareció y surgieron las salas numerosas y amplias, que abrigarán centenas
de camas para artesanos y estudiantes. La pequeña casa, los pequeños patios, se
convirtieron en grandes, y aquel conjunto de obras va a dominarlo una gran
iglesia dedicada al dulce Santo de Ginebra: San Francisco de Sales. Después la
cúpula majestuosa de un bello y grandioso santuario dedicado a la Virgen
Auxiliadora protegerá la pequeña ciudad de los niños... donde aún hoy no muere
la memoria de Mamá Margarita.
Orientaciones características
Es reconocida por todos la
utilidad de los colegios. Se aprecia su necesidad, se trabaja por su
construcción. Su erección exige una cabeza, su manutención, exige dinero, y su
buen funcionamiento, exige un personal calificado, sus resultados, que son los
que más importan, exigen especialmente corazón. Este es el pensamiento de Don
Bosco.
El colegio debe ser la
prolongación de la familia y en muchos casos la sustituye. Recordemos que lo
que caracteriza a la familia es el afecto que el niño reclama y necesita.
Cuando le falta ese calor, la educación se desvirtúa y deforma a aquel ser
inexperto y frágil, en el cual está el hombre de mañana.
Si falta el afecto, las
paredes del colegio son sombrías como las de una prisión o, para ser más
indulgentes, son mudas como las paredes de un cuartel. En este medio, el
alumno, como planta necesitada de savia, no encuentra donde plantar sus raíces
y se considera preso o exiliado. El espíritu policial de los superiores
desenvuelve en él un espíritu de legalidad, crea muchas veces la hipocresía y
el oportunismo, impidiendo aquel “a voluntad” que puede poner al educador en la
posibilidad de conocer a sus alumnos en sus defectos que corregir e
inclinaciones que orientar.
Paciencia, cuidado,
dedicación, sacrificio, cariño, es todo lo que se pide al educador en su tarea
difícil y delicada, y que se encuentran en su corazón. Y el corazón para no
equivocarse, ni dejar de ser caritativo ni rebajarse necesita de la religión
cristiana, la única que lleva el amor hasta su fuente inagotable, única fuente de
amor purísimo, hasta Dios.
Don Bosco construyó sus
colegios con esta personalidad: Una familia. Familia donde se educa, vigilando
en todas partes y todo el tiempo para prevenir el mal, donde se corrige el mal
con el afecto y la convicción: Insistía en la vigilancia, convencido de que
quien predica como método mejor el culto a la personalidad, de la
responsabilidad, muestra que se olvida que el joven es un ser de barro. Además
de eso, para desarrollar su papel junto del alumno el educador no debe tener a
la vista solamente la ausencia de todo lo que es desorden exterior y público.
Debe preocuparse por la vida íntima el educando, siendo ella el principio de
todo el mal exterior, del mal personal y de la comunidad.
Según el pensamiento de Don
Bosco, no se puede dejar la corrección de los defectos, a que los corrija la
inexperiencia ni al cuidado de compañeros juzgados mejores. En su método, todo
va a desembocar en las manos de un sacerdote, el Director de la casa, siempre
informado de todo por la red de profesores y asistentes preparados
pedagógicamente y continuamente amparados por el Superior.
Esto es muy acertado, porque
en el terreno sagrado de las almas sólo la prudencia, la caridad, la gracia de
estado de un sacerdote puede entrar y ningún método mejor del que el Padre
puede dar. ¡Pero en esa vigilancia debe estar el afecto! En las casas de Don
Bosco no hay policía que anda buscando el desorden y que vuelve feliz de su
ronda porque ha descubierto lo que tal vez muchos otros no alcanzaron a
descubrir, que relata y pide justicia, el policía que trabaja como mercenario.
La asistencia salesiana tiene
por impulso el corazón y es tanto más perfecta porque tiene el sabor y el alma
del espíritu de familia, en que se respeta la iniciativa personal, con toda su expansión
hasta los límites de lo lícito, llevando al alumno suavemente a las
prescripciones disciplinarias más sencillas y toda imbuidas de la caridad del
Evangelio.
El nuevo sistema del santo
podía ser encarnado e iniciado mejor con la presencia de una madre, Mamá
Margarita. La madre se preocupa especialmente por prevenir el mal,
considerándose siempre culpable si no lo consigue. La prevención es más eficaz,
aunque es más difícil y trabajoso que reformar. De este principió nació el
Método Preventivo Salesiano. Ciertamente Don Bosco lo copió de aquella que Dios
puso en cada familia y que es constituída por la Providencia como la primera y
la mejor educadora del hombre: la madre.
Cada actitud, una lección
Ninguno de los que conocieron
a Mamá Margarita olvida su sonrisa inalterable, su alegría comunicativa, la
dedicación incansable que le daba un tono de bienestar a todo el hospicio. Los exalumnos, hombre
hechos y lanzados en la vida con sus encargos y responsabilidades, volvían
nostálgicos a visitar a la buena mujer, cuya presencia les evocaba los días
inolvidables del Oratorio.
El papel de Mamá Margarita
era sumamente pesado y difícil. Tenía su encargo en la cocina, la limpieza de
la casa, la reparación de la ropa, la asistencia del lavado y hasta partir la
leña. Cariñosamente se preocupaba para que los domingos sus jovencitos se
presentaran bien limpios y aseados. En ese día, como los alumnos estaban en
casa y eran más numerosos, se juntaban también los externos, ella ayudaba en el
Oratorio, en la asistencia, apareciendo de vez en cuando entre ellos para
divertirlos con historias y proverbios, enseñándoles cantos inocentes de su
mocedad y de su tierra. Son los mismos rapaces que la procuran, la llaman,
lamentándose cuando los quehaceres la detenían en la cocina.
A veces, apostados debajo de
la ventana, la buena madre tenía que aparecer y contar el cuento anunciado,
cantar más con ellos, darles el bocadillo prometido, etc.
En los días de trabajo se
consideraban privilegiados los que por indisposiciones físicas tenían que
quedarse en casa o los que eran
escogidos para ayudarla en algún servicio de la cocina.
¡No es exagerado afirmar que
Mamá Margarita era el ídolo de todos!
Reconocían los sacrificios que hacía por ellos, admiraban su paciencia
al tolerar sus imprudencias juveniles, se conmovían con sus cariños maternales.
No se puede dudar de qué le daba gran prestigio su solidaridad con el hijo, de
quien sabía interpretar sus deseos y sus intenciones, mostrándose siempre
subordinada a él en todo. Alma humilde, juntaba a la humildad, la discreción y
la prudencia que no ignora que “el reino dividido se desmorona”, evitando por
eso que el hijo tuviera que intervenir y defenderla, con prejuicio de la
confianza que él se ganara entre los jóvenes.
Por esto, nunca dio ocasión a
que hubiera pequeñas envidias, a aquel
dualismo y susceptibilidades tan naturales y fáciles entre dirigentes de la
misma casa. Practicó lo que decía, hasta el punto de considerar como superior al
primer rapaz que, teniendo aspiraciones sacerdotales, vistió un día la sotana y
comenzó a ayudar a Don Bosco en la asistencia de los pequeños.
Desde ese día, Mamá Margarita
deja poco a poco el oficio de asistente, para que otros lo hicieran, y es lo
que más edifica, que ella misma se somete a esos primeros ayudantes de Don
Bosco y que ella recogiera niños y que todavía no tenían veinte años.
¡Tanta virtud se impone!
Recibió de todos los Padres, clérigos, profesores y alumnos, el nombre
suavísimo de “madre” y lo mereció.
La maestra
Quienes se admirasen de qué
Don Bosco se sirva de jóvenes para educar a otros jóvenes, casi siempre de la
misma edad, y dudara de los buenos resultados del método, bastaría a cien años
de distancia con ver el desarrollo de la obra para convencerse de su excelencia.
No se olvida, que Don Bosco era quien guiaba esos jefes tan jóvenes, sin
abandonarlos nunca. En gran parte, ayudaba al éxito, la formación pedagógica
que recibieran en las lecciones de Mamá Margarita.
Bastaba que observaran,
bastaba que se guiasen por lo que veían hacer, los métodos estudiados en los
manuales no son tan eficaces. Es siempre verdadero lo dicho: “Las palabras
conmueven, los hechos convencen y arrastran”. Debe haber impresionado la
omnipresencia de Mamá Margarita: parecía tener ojos para todos los lados de la
casa. Su lección se transformó en artículo básico de un sistema.
Altamente pedagógica era
también la táctica de aproximarse a los alumnos para transformarlos. El camino
del corazón fue siempre el preferido y el pensamiento religioso fue el mágico
medicamento que ella usaba. Entre la gran masa aparecían algunos
indisciplinados, que nadie podía amansar y hacerse obedecer. Entonces la buena
mujer los buscaba sin dar apariencia de que lo hacía y: “¿Cuándo, hijo mío,
cuándo comenzarás a ser bueno? En el Oratorio, todos se esfuerzan para ser
aptos para alguna cosa y tú pareces sólo preocupado en seguir siendo malo y
merecer reprensiones. Experimenta cambiar, cuando menos un día... es muy lindo
ser estimado por los compañeros, ver junto a ti a los superiores satisfechos
por tu buen comportamiento y saber que Nuestro Señor también está contento con
tu conducta”.
Y a otro que estaba
holgazaneando: “Amigo, ¿por qué no quieres aprender a trabajar? Mira que Don
Bosco se mata por conseguirte el pan, ¡Qué vergüenza! Será posible que no
tengas corazón, que no comiences tú también a consolar a quien tanto te quiere.
Si no aprendes ahora, que eres joven, cuando estarás apto para ganarte tu
pan... prefieres estar de vago, de pordiosero, ir a prisión, la infamia en esta
vida y en la otra, un infierno aquí y otro en la eternidad... no, hijo mío ¡no
quieras esto!”
Y a los impulsivos, siempre
metidos en pleitos: “¡Saben a quien se parecen? A los brutos que no tienen
inteligencia ni corazón. ¿ Acaso no es Dios Padre de todos? Y sus compañeros,
¿no son vuestros hermanos? Dios castiga a los vengativos”.
Y les decía a los golosos:
“Hasta los animales comen solamente lo que necesitan, ¿quieres acabar con tu
salud? Quien no domina la gula, no llega a ninguna parte, la gula es la madre
de muchos vicios, no quieran morir jóvenes o acabar en un hospital”.
Con sus reprensiones
maternales, insistentes, incansables, lloraban muchos jóvenes y hasta los
asistentes, a quienes dispensaba una delicada vigilancia. Obtenido el objetivo
buscado, pasar de la reprensión a la alabanza, al estímulo: ¡Bravo! No te
aflijas más. Si quieres, puedes siempre corregirte, no te faltan cualidades
para que seas mejor. Nuestro Señor y Don Bosco van a estar muy contentos
contigo”.
Si alguno de ellos se
arrepentía, poniéndose en una esquina a llorar, lo dejaba desahogarse, y sólo
después, con caridad, hacía todo para que olvidase el mal que había hecho y lo
aconsejaba sobre la manera de corregirse.
Sucedía algunas veces que
alguno, al sentirse culpable, no quería comer. Esto pasaba muchas veces, porque
se sabe de sobra, que los cobardes y los malos se convierten en seres indignos
de comer el pan de la familia, y por eso los culpables tenían vergüenza de
sentarse en la mesa del Oratorio. Mamá Margarita los observaba y les decía:
¿Qué es esto? Siempre disgustos, ¿no es verdad? Pobre hijo, ¿qué harás cuando
crezcas? No vine para regañarte, vine para darte un manjar porque tengo pena
por ti y te quiero mucho”.
Diciendo esto le entregaba un
pequeño bulto que traía escondido en el bolso, o llevaba al culpable a la
cocina. Le aconsejaba serenamente a corregirse y a pedirle disculpas a Don
Bosco.
-“Pero, hijo mío, esto no
basta, es necesario pedirle perdón a Dios, que todo lo ve y está enojado
contigo”.
Para que su regalo no
pareciera que legitimaba el mal, le explicaba con un tono que impresionaba:
pero no digas a nadie que te di este manjar. Comprende que yo quedaría mal y
sería juzgada protectora de tu indolencia, Don Bosco no quedaría bien colocado,
sólo deseo dar a conocer que tú estás arrepentido”.
Entre ellos no faltaba el
atrevido que en su presencia aceptaba respetuosamente las observaciones, pero
después seguía portándose mal. Surgía entonces inesperadamente Don Bosco que,
detrás de las persianas, asistiera a todo y cuya aparición era de una eficacia
mágica.
Solidarios así en la defensa
de su autoridad, mantenían fácilmente la disciplina. Después de alguna
reprimenda, la buena madre, se aproximaba a su hijo y le decía: “¡Pobrecillos!
Si la gente no les habla claro, no entienden. Ten fe, ahora verás que
mejorarán. Son tan jóvenes... aún no saben reflexionar las cosas. Usemos de la
caridad, la caridad siempre triunfa”.
La caridad: es la llave del
sistema.
Cuando los patrones obligan a
los rapaces al trabajo, hasta las horas más tardes de la noche... Margarita se
condolía y les conservaba la cena en la lumbre, y no se acostaba hasta que
llegaban a casa y les servía ella misma. Cuando esto pasaba en la estación
invernal, la caridad le costaba fríos intensos, que la hacían temblar.
Los más pequeños, los
domingos tocaban la puerta de la cocina (los niños como los pajaritos siempre
están pidiendo alimento) y suplicaban,
llamándola: “Madrecita, tengo tanta hambre... la puerta se abría y Margarita:
¿Entonces, qué quieres? ¿otro pan? Ya lo recibiste...
-Sí, lo recibí, pero lo comí
y todavía tengo hambre.
--Pobrecito, te doy, pero no
le digas a nadie. Sé que a veces aparecen pedazos de pan perdidos en el patio.
La recomendación no valía de
nada, siendo imposible ocultarse de los amigos.
-¿Quién te dio ese manjar?
–preguntaban todos, entonces al favorecido que trataba de andar con las manos
atrás de la espalda y con la boca llena, tratando de masticar sin que lo
vieran.
Se adivina la respuesta:
-“Fue Mamá Margarita”. Para darle una leccción a los infractores de su palabra,
la vez siguiente ella les recordaba las
recomendaciones que no había sido obedecidas y ellos se disculpaban:
-“Entonces, madrecita, ¿podemos mentir?
-“Mentir no, no se debe,
tomen, tomen hijos...”
Si le pedían alguna bebida
con la disculpa de que el pan seco no se puede engullir: -Si son desvergonzados
–amonestaba dulcemente- sois unos golosos. ¿No es ya una gracia de la
Providencia este panecito?” Los ojitos suplicantes de los pequeños y la palabra
significativa que le dirigían con expresión triste: “¿Oh, madrecita! Conmovían
a la bondadosa mujer, incapaz de negarle nada a los traviesos niños amados como
hijos.
Estos pequeños actos fueron
escogidos entre mil y todos guardados conmovedoramente, así como se conservan
preciosidades muy queridas por los exalumnos, algunos de ellos llegaron a
ocupar lugares destacados en la sociedad.
Cuando el prójimo llora...
Las gotas de afecto
destiladas del corazón valen más que las perlas más raras, más que los hechos
gloriosos y que la historia enaltece. La buena Mamá Margarita amó siempre a los
pequeños que le confiara la Providencia, los amó con un amor especial cuando
estaban necesitados de desahogarse con un corazón compasivo. El hombre, hasta el
más duro, tiene siempre en la vida momentos en que necesita junto a él, un
corazón amigo, que le sonría, que lo comprenda en la hora del sufrimiento.
Cuando Mamá Margarita veía o
descubría a alguno de los rapaces melancólico o adolorido, no se sosegaba y
redoblaba sus atenciones y cuidados, para que la alegría regresara a los
rostros y a las almas y, como madre amante, no ahorraba sacrificios para
obtenerlo. Los necesitados lo sabían y la buscaban día y noche.
Se sentaba al pie de la cama
del enfermo, con el cestito de su labor de costura, y pasaba largos tiempos
junto a él y si lo necesitaba, pasaba la noche entera.
Un día el médico, visitando
uno de ellos, halló más prudente llevarlo a un hospital, pues su dolencia era
infecciosa, Mamá Margarita, enfermera vigilante, nada más le dieron la guía de
entrada, no lo abandonó, para que le costara menos el aislamiento. Cuando lo
llevaban en la camilla hacia la ambulancia, lo seguía, silenciosa y triste y
después que salió del Oratorio, no pudo contener las lágrimas.
Cuando alguno de los más
pequeños iba quejoso a buscarla, para desahogarse de las injusticias que le
parecía haber recibido de sus compañeros, lo hacía sentar junto a ella, con la
sonrisa en los labios, le decía algunas bromas y entonces al niño le despuntaba
una sonrisa, enjugaba las lágrimas, para ganarse la golosina que la buena madre
le regala, para así, entretenido, olvidar sus tristezas.
A otro le dice: “¿Y tú lloras
por eso? ¿No sabes que se necesita mucha paciencia para llegar al Cielo? En
ninguna tierra se está tan mal como en este planeta... pero en el Cielo
jugaremos y cantaremos siempre... y las lágrimas se secaban y volvía la
alegría.
Las espinas de la vida
Toda la paciencia que ella
recomendaba a los otros, tuvo que practicarla (y en grado heroico) Quien está
acostumbrado a lidiar con rapaces, lo sabe mejor que nadie. Pero cuando esas
criaturas vienen de los estratos más bajos de la sociedad o son niños de la
calle, sólo Dios sabe de cuanta paciencia es necesario entonces disponer y
usar.
Educandos de este tipo, en
general son más exigentes y casi siempre más ingratos y se junta un agravante,
son siempre más inconstantes en el bien. Las taras de familia, las influencias
y las lecciones recibidas en la calle, resurgen fácilmente y llevan a recaídas
frecuentes. Se necesita la paciencia del buen Samaritano, condolida y delicada,
para levantarlos y curar sus heridas, una, diez, cien veces, hasta formar en
ellos buenos hábitos que solamente se logran con actos repetidos y repetidos, y
así injertar un hombre nuevo en el que existe.
Es indispensable descubrir
antes la buena cualidad que todo hombre tiene, para conquistarlo y por ella,
comenzar el trabajo educativo. Sin esta conquista, es imposible cualquier
tentativa de formación. Mamá Margarita tenía la vocación y la virtud necesaria
para obra de tal envergadura.
Su táctica era admirable y su
bondad se imponía. Cuando uno de esos menesterosos le causaba disgustos, lo
mandaba llamar al cuarto de costura, donde ella se sentaba entre los montones
de ropa y sin dejar su tarea, le hablaba así: “Hijo mío, tú vez, como nosotros
nos sacrificamos por ti... por todos”.
Y la incansable viejita
estaba de hecho, sepultada entre los harapos que debía componer para
presentarlos en condiciones de ser usados por los rapaces. Y el culpable tenía
tiempo para ver, para reflexionar, porque ella, lo hacía a propósito, para que
observara como trabajaba y le hablaba siempre pausada y gravemente, -“Y tú,
hijo mío –esta palabra debía caer profundamente en el alma del niño- tú no nos
causas sino disgustos”. Y al levantar los ojos, hacía tal expresión de ternura,
que el culpable no resistía y solamente respondía con un profundo suspiro.
Otras veces, cuando quería ir
más a fondo, lo mandaba sentar en un banco, y continuaba siempre su trabajo,
mientras que el niño, junto a la madre, se mantenía cabizbajo: “Antes, tú eras
dócil y piadoso... y ahora es que cambiaste, te hiciste malo, caprichoso,
liviano... nadie te soporta...¡Examínate bien, hijo mío!
Un gran silencio... y
después, más insinuante, continuaba: “¿Por qué ese cambio? ¿Por qué te volviste
malo? ¿Por qué no rezas? Si no pides ayuda a Dios, no lo vas a hacer bien... ¿y
si no te enmiendas, a dónde vas a parar? Cuidado, ¡qué Dios no te abandone!
Con lágrimas sinceras de
arrepentimiento, se operaban mudanzas que llamaríamos milagrosas, las conseguía
esta maestra de pedagogía, que nunca la estudió en tratados, pero que vivía el
gran libro de la madre cristiana.
Cuanto habrá sufrido, al ver
muchas veces, como rompía a propósito la ropa remendada en tantas horas robadas
al sueño, al saber que algunos de los más atrevidos, asaltara las verduras del
huerto, o entrara en la despensa y robara las cosas que allí estaban guardadas.
Dicen que también la
paciencia de los santos tiene un límite, y es verdad, porque sólo Dios es
infinito en sus atributos. La virtud, aún en los más perfectos se agota, pero
con una diferencia que los distingue siempre: ellos actúan como santos y su
debilidad la resuelven transformándola en una victoria edificante.
A propósito del sufrimiento y
de la paciencia, ocurrió un hecho:
En 1850, después de cuatro
años en los que mamá Margarita soportara tanta diablura, tanto trabajo y
disgustos, se sintió saturada y resolvió acabar con todo aquello de una buena
vez y para siempre.
Tocó pesarosa la puerta del
cuarto de Don Bosco. –Ten paciencia y óyeme unos minutos. El hijo notó que algo
grave pasaba por la mente de su madre, le veía el disgusto en el rostro y se
agitaban pensamientos de desánimo, de pesar que no sabía explicar. Una
verdadera tempestad.
-“ Exponga tranquila –y se
mostró interesado en oírla, como quien no tiene nada más que hacer- y adelantando una pregunta, para abrir brecha:
“¿Está enferma?”
-“Enferma no estoy, hijo mío,
pero desanimada y con toda razón. Escucha, esto no puede continuar así. Tú
verás que no puede gobernar bien una casa de estas. Tus rapaces me hacen cada
día una nueva partida. Pisan la ropa extendida al sol, hasta cortan los
vegetales de la huerta, no tienen ningún cuidado con su ropa, la dejan tan rota
que queda inservible, hoy pierden un pañuelo, la corbata, las medias; en la
mañana esconden las camisas, la ropa interior y no se encuentran más. Otras
veces, se llevan los trastes de la cocina y tardo medio día en encontrarlos...
conclusión: en esta babel sin orden ni concierto, yo pierdo el tiempo y la
cabeza.
Me sentía mejor en mi casa de
los Becchi... quien asistiera a esta escena, vería en la cara sonrosada de la
querida viejita, brillar unas lágrimas, que llegaban hasta el piso muy
calientes, muy amargas y sentidas.
Con el silencio
persistía...:.”Mira, hijo mío, tengo razón. Delante de esto, ¿cómo puedo
aguantar? pienso que mejor vuelvo a mi casa y me preparo en el sosiego a mi
muerte. Don Bosco, enmudecido, lloraba dentro de él, toda la tristeza de su
madre, que, en silencio, esperaba una palabra, un consejo, la adhesión del
hijo. Pero el pobre Don Bosco, con los ojos cerrados, parecía no tener el valor
de levantarlos hacia ella, parecía abstraído, tamborileando con los dedos en la
mesa... y el silencio continuaba....
-“Entonces, hijo mío, ¿qué me
dices? ¿Nada?... Don Bosco levantó por fin los ojos y los fijó en Mamá
Margarita, estaba conmovido, esbozó una sonrisa cariñosa, suplicante, sin
hablar –porqué quizá no lo podía hacer- sin mezclar sus lágrimas a las de su
madre, irguió el brazo hacia la pared,
y señaló un Cristo crucificado que allí estaba.
Margarita lo miró largamente.
Sus ojos se atribularon como nunca, se llenaron con abundantes lágrimas y
suspiró con la dulzura de un alma arrepentida: “Tienes razón, hijo mío, tienes
razón”. Y sin más, regresó a su trabajo.
Nunca más se volvió a
escuchar una queja, por el contrario, a un ayudante, que fuera a participar de
tan pesada tarea y a ayudarla, cuando se desesperaba, por el aumento
extraordinario de trabajo, le acostumbraba decir al verla impaciente: “Vamos,
vamos, sé más resignada. ¿Qué podemos hacer? Son niños, y los niños siempre son
así...”
¿Habría previsto, el santo
hijo, cuando parecía contar que el papel de Mamá Margarita no estaba acabado,
qué por ocho años tuvo que llevar esa vida tan sacrificada? Ciertamente que sí,
porque cuando señaló a Cristo, le quería decir que era necesario dar más y ella
todavía tenía mucha energía para hacerlo.
Y la gastó toda por sus
rapaces. ¿Puede haber amor más heroico? Jesús dice que no lo hay.
La belleza de un conjunto
Las grandes dedicaciones no
se explican sino con un gran caudal de virtudes que las sustentan. El Apóstol,
al hablarnos de la caridad, dice que es paciente, que es humilde, que es
fuerte, que no es envidiosa, no es presuntuosa. Quiere decir que encierra todas
las virtudes y es reina de todas.
Si quisiéramos descubrir la
suma de las bellezas morales encerradas en el alma de elección de Mamá
Margarita, no acabaríamos nunca. Su caridad las encierra todas.
Siempre pobre
Arrancada de su vida frugal
en el campo, de la convivencia con los sencillos campesinos, Margarita, aunque
en casa de un sacerdote, estaba en la ciudad, pero se mantenía voluntariamente
como una mujer sin pretensiones, amiga de la sencillez y de la pobreza. El
espíritu cristiano no tiene modas, porque Dios nunca cambia, pero si tienen el
brillo que los torna agradable y aceptado en todas partes, sin necesitar de maquillaje,
de fingimiento ni de pinturas. El maquillaje, las pinturas, los fingimientos
son usados por los que tienen una fealdad que ocultar. Ninguna belleza supera a
la que Dios dio a sus criaturas y nada encanta más que la virtud. Basta esta
para irradiar en el rostro, en las maneras, en el porte de una persona, lo
mejor de ella, su amabilidad. No sienten ese los analfabetos del espíritu, los
pobres hijos de este mundo engañador. Al contacto con la bondad, quedan
subyugados por ella, sin entender el porqué ni el cómo.
Era frecuente que la
campesina fuera visitada por los nobles, que eran benefactores del Oratorio.
Eran pocos los que, de visita a Don Bosco, no tocaran la puerta del cuartito de
su madre, para saludarla, para verla unos instantes. Su conversación era
agradable y brillante, llena de aquella sabiduría popular que encierra la suma
de la experiencia de los siglos.
En muchas de las personas
sinceras y piadosas de nuestros medios humildes, descubrimos almas predilectas
con aquel Espíritu, que revela Su sabiduría a los pequeños. Nos parece que el
contacto con ellas (feliz aquel que las sabe apreciar) nos muestra a Dios más
próximo de la tierra y de nosotros.
Mamá Margarita, siempre
delicada, retribuía después las visitas. Subía las escaleras de los palacios
con su traje característico de campesina, donde era recibida con fiestas y
alegría. A quien le aconsejaba vestir más ricamente, le respondía: “¿Para qué?
Los ricos saben que soy pobre y no les importa... lo que agrada es la limpieza,
el gusto en el aseo y la sencillez”.
En esto siempre fue
impecable, lo mismo en los remiendos, que no quedaban mal en esos vestidos, eso
sí, sin una mancha.
El hijo, más de una vez, le
rogó y le dio para que se comprara ropa nueva. Una ocasión se disculpaba con
Don Bosco así: -“¿Cómo puedo comprarme un vestido, si no tenemos nada?
-“¡oh! Respondió el hijo,
dejaremos de comprar vino, dejaremos el segundo plato y comeremos sólo sopa,
pero quiero que vistas mejor.
-Siendo así, hágase como
quieres.
Y Don Bosco le dio el dinero.
Pasaron quince, veinte días, un mes, y el vestido nuevo no aparecía.
-“Entonces, ¿cuándo la veré
más bonita?
-“¿Cuándo? Tuve que gastar el
dinero en otras cosas.
La buena madre, viendo a un
pequeño descalzo, otro que necesitaba ropa, un tercero sin corbata, no dudó un
instante en proveerles a ellos antes que comprarse para sí.
Don Bosco aceptó lo que
pasaba y le volvió a dar dinero, que llevó el mismo camino: la caridad.
Cuando Don Bosco, halló
conveniente mejorar la alimentación, Mamá Margarita mantuvo su régimen de
siempre: “Los pobres ni esto pueden tener, por lo tanto, yo me considero feliz
y rica”.
Visitada por un Obispo que le
ofreció un poco de rapé, no aceptó y se disculpó: “Gracias, pero no puedo, tal
vez me hiciera bien, pero no puedo tomar hábitos que no puedo mantener, tengo
que pensar en comprar ropa, ropa sin fin para mis pequeños”... y no quiso
aceptar la cajita de plata, llena de rapé, que el prelado le ofrecía.
Gratitud
En aquellos primeros tiempos
no existía en el Oratorio la sala de visitas. Todos los que iban a visitar a
Don Bosco lo sabían, entonces buscaban la salita de su madre. Preferían esperar
allí el tiempo para la audiencia con Don Bosco. Experimentan gran gusto, pues
los trataba muy bien. Recibía con igual respeto y cariño al conde, al banquero,
o al simple operario o jornalero, pues todos se mostraban amigos de la obra. A
todos los consideraba Ángeles de la Providencia, su gratitud era vivísima y
delicada, los llenaba de finezas que los cautivaban.
Para ellos guardaba las
primicias que llegaban de la aldea o alguna ave de caza que le mandaba su hijo
José. Para todos tenía un aromático café ofrecido con tanta amabilidad y con
tanta delicada insistencia, que nadie rehusaba. Pero, sobre todo, mantenía la
promesa de oraciones pidiendo por su salud, prosperidad y recompensa por todo
lo que hacían por esa casa.
Decía Francisco de Sales que
las obras buenas son flores de la caridad y su perfume es la gratitud- una flor
sin perfume no es apreciada. Toda el alma que no es agradecida vale poco.
Oración
El espíritu tiene como alas
con la oración. Cuanto más elevado y próximo del mundo celeste, despojado de lo
que es terreno y perecedero, tanto más se alimenta del néctar que lo hace vivir
del Espíritu Purísimo, Dios. Y ese néctar es el rezo.
Mamá Margarita parecía vivir
de esto: rezaba siempre. Además de hacer su trabajo como una alabanza perpetua
al Altísimo, porque nada más se preocupaba de actuar en Él, con Él y por Él,
cuando estaba sola, sus labios pronunciaban incesantes y fervorosas oraciones.
Fue sorprendida muchas veces
en esta salmodia piadosa. Mientras las manos remendaban, aseaban, iba
repitiendo: “Padre nuestro, Avemaría, Gloria al Padre...” además de muchas
otras jaculatorias... daba así a los pequeños ese ejemplo de espíritu
cristiano, que todo santifica, desde los trabajos más humildes. A veces
pidiendo algún favor, o dando alguna orden, inadvertidamente retomaba el hilo
de su rezo: “Tráeme ese vaso...perdona nuestras ofensas...Levanta ese paño...
Santo Ángel del Señor...”
Cuando estaba sola, rezaba en
voz alta, alguno de los clérigos, con gracia e intencionalmente, le preguntó
desde un cuarto próximo: “¿Madrecita, con quién te estás peleando? La buena
viejita se calló, temiendo ser descubierta, pero el taimado llamó más fuerte y abrió la puerta, repitiendo la
pregunta...Margarita, disculpándose: “No me enojaba, hijo mío. Estaba rezando
por nuestros niños y por los benefactores”.
El Rosario era la devoción
preferida de Mamá Margarita. En los grandes paseos con los alumnos, en los que
ella a veces participaba, era muy tierno oírla dirigir el Rosario, al cual
respondían en coro sus rapaces. Practicaba el consejo del Maestro: “rezad
siempre” y apreciaba verlo en los demás. A su mirada experta, no escapó el
valor de aquel alumno angélico, Domingo Savio. Una vez le dijo a su hijo: “Hay
en el Oratorio muchos jóvenes modelos, pero uno, entre ellos, debe ser un alma
de elección, me refiero a Domingo, reza como ninguno”. Apreciaba la oración
porque conocía su valor y su fuerza. Aconsejaba a los jóvenes que rezaran para
mejorar, para corregirse de sus defectos, o para obtener la conversión de las
almas.
Aconsejaba a su hijo
sacerdote, cuando estaba en apuros por la construcción de una iglesia, y
necesitaba grandes sumas de dinero: “Vamos a rezar y la oración va a obtener
todo”. Trazaba así a los Salesianos el programa de su ascética: “El trabajo
santificado – la santidad en el trabajo – el trabajo y la oración.
Generosidad
A una mujer así, podía Don
Bosco entregar su casa con toda confianza. Nada la atemorizaba, guiada por un
verdadero tino pedagógico, por un corazón lleno de Dios, amada y estimada por
los benefactores y por todos, ella era lo que mejor podía encontrar el grande
fundador, para que fuera su brazo derecho en los principios de su misión.
En ella, podemos ver
personificado el educador modelo de los oratorios. En esos primeros años, Don
Bosco pasaba gran parte de su tiempo fuera de casa: en las prisiones,
hospicios, hospitales, además de que frecuentemente le pedían
predicaciones. Sólo quien conociera la
vigilancia de Mamá Margarita, podía explicarse las salidas del santo con tanto
movimiento de jóvenes.
Es que la acción sensata,
incansable de Mamá Margarita bien suplía su ausencia. No había dificultades que
no resolviera. Al llegar Don Bosco, al verlo alegre, le refería sin comentarios
lo que había pasado y siempre esperaba que descansara y estuviera bien
dispuesto. Y después de que daba con sencillez sus cuentas, se retiraba a su
lugar de costumbre.
Su dedicación se unía a un
corazón generoso. Su dedicación era extrema, lo demostró especialmente cuando
se desmoronaron tres pisos del edificio que se estaba construyendo. Fue ella
quien previó el desastre, fue en la noche y se dirigió a socorrer a los alumnos,
apoyando a todo el personal y quedando sin descansar hasta que vio salvos y
sosegados a todos en sus colchones, apoyados por sus cantos. La misma solicitud
prudente mostró siempre en defender la vida de su hijo, amenazada por
facinerosos, pagados por las sectas protestantes.
Sin embargo, cuando las
necesidades de su ministerio reclamaban la presencia y la ayuda de Don Bosco,
aún para arriesgadas misiones, ella, que tantos desvelos tenía para su salud,
era la primera en apoyar a su hijo para que se mantuviera en su papel de padre,
aun a costa de su propia vida.
Fue en esa época que hubo una
epidemia, en el Oratorio se organizó un ejército de enfermeros, para acudir a
los enfermos de los lazaretos y a sus casas particulares. Margarita dirigió ese
bello apostolado y se encargó de todo, no quedó en la casa ni un lienzo ni un
cobertor de más, dio toda su ropa personal, quitó los manteles de la cocina y
con permiso de su hijo, llegó a distribuir amitos y paños de altar.
No admira que, a su muerte,
no se encontrara para componer su cámara ardiente, nada más un único vestido de
los domingos; fue edificante la pobreza en que se encontró su cuarto, una cama
con la ropa más modesta, un armario vacío, una silla, la mesa en la que
dominaba una estampa de la Virgen, iluminada por una lámpara y un ramo de
flores y nada más.
En sus bolsillos había la
cantidad de doce escudos que recibiera de su hijo un mes antes, para comprarse
un regalito que jamás se atrevió a adquirir. Tal vea presintiese que ya no
sería necesario o conservaba el dinero para acudir a alguna necesidad de sus
protegidos.
Como las estrellas...
En 1856, Don Bosco ya no
estaba solo, algunos rapaces formados por él, ya cursaban en las escuelas
públicas secundarias, otros el curso filosófico del Seminario y algunos de
ellos ingresaron en la Universidad. Un sacerdote ya se había enlistado en la
Congregación Salesiana que, aunque oficialmente no existiera, tenía toda la
vida y el espíritu de una comunidad. Contaba con una docena de voluntarios, el
número de los alumnos internos había subido a 150.
De la antigua morada que
existía en los principios de la Obra, se desprendía un grande edificio en el
terreno baldío. Era la ciudad de los niños en pleno desarrollo. Los
benefactores se alegraban al ver tan bien utilizadas su ayuda, los niños
protegidos tenían casa, educación, trabajo, cariño, tenían un futuro.
Cuando el sol nace, las
estrellas desaparecen al haber cumplido su misión e iluminar la noche. Sin
embargo, su paso no queda olvidado por quienes se beneficiaron con su luz. Por
ellas, las tinieblas asustaron menos, el camino fue más fácil de encontrar.
Margarita tuvo esa misión, la
misión de las estrellas. La previsión de su desenlace llenó de tristeza a toda
la gente, dentro y fuera del oratorio. Trabajó hasta el fin, cayó exhausta y
una neumonía vino a arrebatarla. Presintió la hora de la llamada, viendo a su
hijo al pie de su cama, así le habló: “Don Bosco, llegó el tiempo de partir y
dejar en manos de otros los intereses del Oratorio. Esto va a llevarte a un
cambio de cosas muy brusco. Nuestra Señora no te faltará nunca. Muestra
confianza en tus auxiliares, pero sólo en aquello que vieras conforme a la
gloria de Dios. Ten cuidado, porque algunos sólo se procuran a sí mismos y sus
comodidades.
“Guarda a tus obras del lujo.
Que la pobreza sea la base de todo. Algunos procuran y exigen pobreza de los
otros pero no la consienten en su vida. Hagámoslo nosotros antes de pedirlo a
los demás. Si practicamos la pobreza, haremos mucho bien.
Y después, profetizando: “Tú
trabajas ahora sin saber el alcance de la Obra. Sabrás todo cuando la Madre del
Cielo te lo diga...”
Y más tarde, a la hora de
recibir los últimos Sacramentos: “Hubo un tiempo en que tu madre te preparaba y
auxiliaba a recibir los Sacramentos. Ahora es tu vez, ayúdame a preparar mi
alma para su encuentro con Dios. Reza fuerte para que al menos yo pueda
seguirte con el corazón, pues me cuesta mucho pronunciar las palabras”.
Quiso quedarse a solas con su
hijo José, a quien agradeció los desvelos, le agradeció la educación que le
estaba dando a sus hijos, le recomendó que respetase la vocación de cada uno y
después: “Continúa protegiendo al Oratorio, auxilia esta obra todo cuanto
puedas. Nuestra Señora, en compensación te dará bendiciones y días de gran felicidad”.
En la noche, la muerte se
aproximaba. Alrededor de la cama, velaban los dos hijos. Don Bosco parecía
abrumado por el dolor. Encerraba también en su corazón el dolor de todos los
rapaces que, desde el primer día de la enfermedad, habían perdido la locuacidad
y la buena disposición, el Oratorio parecía un cementerio.
Mamá Margarita sentía que la
vida se iba... abrió los ojos y viendo a Don Bosco, y leyendo con una lucidez
perfecta lo que le pasaba, le dice: “Mi querido Padre Juan, recuerda que la
vida es sufrimiento, sólo en el Cielo gozaremos... sabes que yo te he querido
mucho, pero consuélate, porque continuaré amándote en la eternidad. Siento la
conciencia tranquila porque cumplí con mi deber. Tal vez parezca que he actuado
con rigor en alguna cosa, pero no, era el deber que me lo imponía... dile a
nuestros queridos hijos que trabajé siempre por ellos, que los amo mucho, los
amo como madre... diles que recen por mí... y ahora, mi buen Juan vete a tu
cuarto”.
Don Bosco se resistía a la
orden, queriendo a la fuerza velar junto a ella hasta el final. Mamá Margarita
cerró los ojos y así estuvo mucho tiempo. Cuando los volvió a abrir y vio a su
Padre: “Tú no puedes con estos sufrimientos”.
Don Bosco, sollozó alto:
“¡Madre mía, déjeme, se lo pido, no me aparte!”
Pasó un tiempo largo. Mamá
Margarita le miró, para que se aproximara y con esfuerzo, balbució: “Te
suplico, es un favor y es el último, yo sufro doblemente al verte sufrir a ti.
Estoy muy bien asistida, por caridad retírate. Ve a rezar por mí... adiós...”
Don Bosco no insistió más, se
despidió llorando amargamente. A las tres horas de la madrugada, pasos rápidos
se aproximaron a su cuarto, era su hermano José. Los dos quedaron sin
pronunciar palabra. Se abrazaron llorando, llorando las lágrimas más amargas de
su vida, las lágrimas de la orfandad.
El santo escribió el desahogo
doloroso que le rompió el espíritu en ese día inolvidable, después de la misa,
rezada por el alma de su madre, en la capilla subterránea dedicada a nuestra
Señora del Consuelo.
-“¡Oh Virgen piadosa, -dejó
escrito- mis queridos hijos y yo ya no tenemos madre en la tierra, sed vos, oh
María, nuestra Madre!”.
Las campanas de la primera
iglesia del Oratorio, después de la fiesta de la Trinidad, en ese 29 de
noviembre de 1856, lloraron también como nunca habían llorado hasta entonces.
Así como lloraban las campanas, lloraba toda la casa. En el funeral, hileras
interminables de todos los niños, de muchas personas, benefactores y los
beneficiados por Mamá Margarita, parecía más un triunfo que una romería de
dolor.
Y su memoria no murió.
En todas partes donde el
nombre de Don Bosco es bendecido, también es recordado y bendecido el nombre de
la santa Madre, la primera cooperadora de las Obras Salesianas.
Aún hoy
Quien visita la Casa General
de los Salesianos, aún hoy encuentra, bajo los antiguos arcos, la sonrisa de
esta gran mujer, sonrisa maternal, escupida en mármol. ¡Cuánta gente se
descubre delante de la bondadosa figura, cuántos niños le tiran besos como a
una persona amiga!
Un Cardenal la ponía como
maestra ante las madres católicas de su diócesis.
El Santo Padre Pío XII, tal
como lo hiciera su predecesor, la propuso como modelo de educadora cristiana.
En alguna parte surgió una
linda iniciativa: la casa hospicio para las madres y hermanas ancianas de los
sacerdotes difuntos. Por voto unánime, esta obra recibió un nombre, que fue
escrito en grandes caracteres en el frente de esas mansiones de las humildes
obreras, que al lado de nuestros sacerdotes se sacrificaron por amor a Cristo,
con sus sueños más legítimos, los años más bellos de su vida. El nombre
unánimemente escogido para designar tan magna obra fue el nombre de la humilde
campesina de los Becchi:
“Mamá Margarita”.
¡Para que su nombre sea un
programa,
su ejemplo un estímulo,
su alma, una protección!
¡Ave, María!