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AGUINALDO-2008
Eduquemos con el corazón
de Don Bosco para el desarrollo integral de la vida de los jóvenes, sobre todo
de los más pobres y necesitados, promoviendo sus derechos.
COMENTARIO
"El Espíritu del Señor está sobre mí, porque
él me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, para
anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista; para dar libertad
a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor" (Lc 4,18-19).
Queridísimos
hermanos y hermanas de la Familia Salesiana:
Al
final del año 2007, que nos ha visto comprometidos en favor de la vida a
imitación de nuestro Dios “amante de la vida”, y en los umbrales del 2008, que
se abre ante nosotros como un “año de gracia del Señor”, me dirijo a vosotros
con el corazón de Don Bosco.
Os
presento el nuevo Aguinaldo, con el programa espiritual y pastoral para el año
2008. Como habéis podido ver por el título y por los contenidos que os he dado
a conocer anticipadamente, querría centrar mi atención, no tanto en los
destinatarios de la obra educativa, sino directamente en cada uno de vosotros,
queridos educadores y educadoras, que os sentís como Jesús consagrados y
mandados por el Espíritu del Señor a evangelizar, liberar de las esclavitudes, devolver
la vista y ofrecer un año de gracia a aquellos a quienes se dirige vuestra
acción educativa (cf. Lc 4,18-19).
El Aguinaldo de 2008 va, pues, explícitamente
dirigido a los miembros de las Comunidades Educativas Pastorales, a las
Comunidades educadoras, a los Consejos Pastorales, etc., en la vasta área de la
Familia Salesiana. Pretende ser una llamada a reforzar nuestra identidad de
educadores, a iluminar la propuesta educativa salesiana, a profundizar el
método educativo, a clarificar la meta de nuestra misión y a hacernos
conscientes de la caída social del hecho educativo.
Nosotros
hemos sido llamados precisamente a esta misión. El texto del Evangelio de Lucas
que he escogido para presentar el Aguinaldo, define nuestra vocación de
educadores con el estilo de Don Bosco. No es casualidad que estos versículos se
escogieran en las Constituciones de los Salesianos como cita bíblica
inspiradora de “nuestro servicio educativo pastoral”.
Jesús,
al comienzo de su vida pública, reconoce en el texto del profeta Isaías, leído
en la sinagoga de Nazaret, su misión mesiánica y afirma, delante de sus
conciudadanos: “Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír” (Lc 4,21).
Este
“hoy” de Jesús continúa en nuestra misión educativa. Nosotros hemos sido
consagrados con la unción del Espíritu, mediante el Bautismo, y hemos sido
enviados a los jóvenes para anunciar la novedad de la vida que Cristo nos
ofrece, para promoverla y para desarrollarla por medio de una educación que
libere a los jóvenes y a los pobres de toda forma de opresión y marginación.
Tales situaciones de marginación les impiden buscar la verdad, abrirse a la
esperanza, vivir con sentido y con
alegría, construir la propia libertad.
El
Aguinaldo de 2008 está en continuidad con los Aguinaldos de los dos últimos
años. La vida es el gran don que Dios nos ha confiado como una “semilla”, para
que colaboremos con Él en hacerlo crecer y fructificar en abundancia. La
semilla tiene necesidad de “caer en un terreno bueno”, en el que pueda germinar
y producir fruto; este terreno es la familia, cuna de la vida y del amor, lugar
primario de humanización. Ésta acoge con alegría y gratitud el don de la vida y
ofrece el ambiente natural propicio para su crecimiento y su desarrollo.
Pero, como sucede con la semilla, no basta un
buen terreno; se requieren los esfuerzos pacientes y laboriosos del agricultor
que lo riega, lo cuida, lo ayuda a crecer. El agricultor que ayuda a la vida a
desarrollarse es el educador. A este respecto decía Don Bosco: “Así como no hay
terreno tan ingrato y estéril del que, a fuerza de paciencia, no se pueda
finalmente sacar fruto, así sucede con el hombre; es una verdadera tierra
moral, que por dura que sea, llega a producir, más tarde o más temprano,
pensamientos y después actos virtuosos, cuando un director, con fervorosa
oración, une sus esfuerzos a la mano de Dios para cultivarla y transformarla en
fecunda y hermosa” (MB V, 367; MBe V, 266).
Considero
oportuno repetir aquí lo que ya he dicho en otra ocasión. El Aguinaldo de este
año no pretende proponer un tema nuevo, como si los de los años precedentes se
hubieran concluido o arrinconado definitivamente. Estoy convencido de que el
trabajo educativo pastoral no puede ser comprendido y realizado episódicamente,
como si fuese un fuego artificial; es como un trabajo de agricultura, que
requiere tiempos largos, intervenciones cuidadosas, y sobre todo gran entrega y
amor. En este caso se trata de la mejor agricultura; la cultura, es decir, el
cultivo del hombre y de la mujer. De este modo el tema escogido este año se
encuentra cabalmente en continuidad con el de la familia y de la vida.
He
aquí, pues, el Aguinaldo de 2008:
Eduquemos con el corazón
de Don Bosco para el desarrollo integral de la vida de los jóvenes, sobre todo
de los más pobres y necesitados, promoviendo sus derechos.
Al
comienzo del comentario a este programa espiritual y pastoral anual, que es el
Aguinaldo, os recuerdo la llamada significativa del P. Duvallet, durante veinte
años colaborador del Abbé Pierre en el apostolado de reeducación de los
jóvenes, dirigida a nosotros salesianos: “Vosotros tenéis obras, colegios,
oratorios para los jóvenes, pero no tenéis más que un solo tesoro: la pedagogía
de Don Bosco. En un mundo en el que los muchachos son traicionados, agotados, triturados,
instrumentalizados, el Señor os ha confiado una pedagogía en la que triunfa el
respeto del muchacho, de su grandeza y de su fragilidad, de su dignidad de hijo
de Dios. Conservadla, renovadla, rejuvenecedla, enriquecedla con todos los
descubrimientos modernos, adaptadla a estas criaturas del siglo veinte y a sus
dramas, que Don Bosco no pudo conocer. Pero, por amor de Dios, ¡conservadla!
Cambiad todo, perded, si es el caso, vuestras casas, pero conservad este
tesoro, construyendo en millares de corazones la manera de amar y de salvar a
los muchachos, que es la herencia de Don Bosco”.[1]
Difícilmente
podríamos encontrar una llamada más apremiante que ésta. Conscientes de la
grandeza de nuestra vocación de educadores y del don que hemos recibido en la
pedagogía de Don Bosco, verdadera “pedagogía del corazón”, queremos
comprometernos a hacer que sean realidad hoy las palabras proféticas de este
elocuente testimonio.
En
concreto el Aguinaldo quiere centrar la atención en:
-El
tema de la pedagogía salesiana y del Sistema Preventivo, como respuesta a la
necesidad de profundización y de formación que tenemos nosotros los educadores,
para no perder su riqueza;
-la
válida aportación que podemos ofrecer, por medio de la educación, para afrontar
los enormes desafíos de la vida y de la familia;
-la
promoción de los derechos humanos, en particular los derechos de los menores,
como camino de inserción positiva de nuestro compromiso educativo en todas las
culturas..
1.
Educar con el corazón de Don Bosco
Educar
con el corazón de Don Bosco significa, para el educador, primero cultivar y
después hacer brotar del interior del propio corazón “razón, religión, cariño”,
haciendo del cariño la punta de lanza, la actuación práctica de cuanto religión
y razón proponen. Se trata de vivir el Sistema Preventivo, que es una caridad
que sabe hacerse amar (cf. Const. SDB 29), con una renovada presencia entre los
jóvenes, hecha de cercanía afectiva y efectiva, de participación,
acompañamiento y animación, de testimonio y propuesta vocacional, con el estilo
de la asistencia salesiana. Hace falta una renovada opción, sobre todo en favor
de los jóvenes más pobres y en peligro, descubriendo bien sus situaciones de
malestar visible o secreto, apostando por los recursos positivos de cada joven,
aun del más destrozado por la vida, comprometiéndose totalmente en su
educación.
“El
amor de Don Bosco por estos jóvenes estaba hecho de gestos concretos y
oportunos. Él se interesaba de toda su vida, reconociendo sus necesidades más
urgentes e intuyendo las más secretas. Afirmar que su corazón estaba entregado
enteramente a los jóvenes, significa que toda su persona, inteligencia,
corazón, voluntad, fuerza física, todo su ser estaba orientado a hacerles el
bien, a promover el crecimiento integral, a desear su salvación eterna. Ser
hombre de corazón, para Don Bosco, significaba, pues, estar consagrado por
entero al bien de sus jóvenes y entregarles todas sus propias energías, ¡hasta
el último respiro!”.[2]
Para
comprender la famosa expresión de Don Bosco “la educación es cosa del corazón y
sólo Dios es el dueño del mismo” (MB XVI, 447; MBe XVI, 373)[3] y, por tanto,
para entender el Sistema Preventivo, me parece importante oír a uno de los más
reconocidos expertos del Santo educador: “La pedagogía de Don Bosco se
identifica con toda su acción; y toda su acción con su personalidad; y Don Bosco entero se resume en su
corazón”[4]. He aquí su grandeza y el secreto de su éxito como educador: Don
Bosco supo armonizar autoridad y dulzura, amor de Dios y amor de los jóvenes.
1.1.
Vocación y camino de santificación
No
cabe duda que lo que explica la capacidad de la educación salesiana de
atravesar los tiempos, de inculturarse en los contextos más diversos y de
responder a las necesidades y a las esperanzas siempre nuevas de los jóvenes es
la santidad original de Don Bosco.
Una
feliz combinación de dones personales y circunstancias llevaron a Don Bosco a
ser “Padre, Maestro y Amigo de la juventud”, como en 1988 lo proclamó Juan
Pablo II: su talento innato para atraer a los jóvenes y ganarse la confianza de
ellos, el ministerio sacerdotal que le dio un conocimiento profundo del corazón
humano y una experiencia de la eficacia de la gracia en el desarrollo del
muchacho, un genio práctico capaz de realizar las intuiciones en formas
sencillas, la larga permanencia entre los jóvenes que le consintió conducir las
inspiraciones iniciales hasta su pleno desarrollo.
En
la raíz de todo hay una vocación. Para Don Bosco el servicio a los jóvenes fue
la respuesta generosa a la llamada del Señor. La fusión entre santidad y
educación, por lo que se refiere a compromiso, ascesis, expresión del amor,
constituye el rasgo original de su figura. Él es un santo educador y un
educador santo.
De
esta fusión nació un “sistema”, es decir, un conjunto de intuiciones y de
realizaciones prácticas, que puede ser expuesto en un tratado, contado en un
film, cantado en un poema o representado en un musical. Se trata de una
aventura que ha implicado apasionadamente a los colaboradores y ha hecho soñar
a los jóvenes.
Asumido
por sus discípulos, para los cuales la educación es también una vocación, tal
sistema ha sido llevado a una gran variedad de contextos culturales y traducido
en propuestas educativas diversas, de acuerdo con las situaciones de los
jóvenes que eran sus destinatarios.
Cuando
reconsideramos las vicisitudes personales de Don Bosco o la historia de alguna
de sus obras, surgen espontáneas algunas preguntas: ¿Y hoy? ¿Hasta dónde son
válidas todavía sus intuiciones? ¿Cuánto pueden ayudar las soluciones prácticas
puestas en acto por él a resolver dificultades que para nosotros son casi
insuperables: el diálogo entre las generaciones, la posibilidad de comunicar
valores, la transmisión de una visión de la realidad, etc.?
No
me detengo en enumerar las diferencias que median entre el tiempo de Don Bosco
y el nuestro. Se encuentran – y no son pequeñas ciertamente – en todos los
campos: en la condición juvenil, en la familia, en las costumbres, en la manera
de concebir la educación, en la vida social, en la misma práctica religiosa. Si
resulta ya difícil comprender una experiencia del pasado para hacer una fiel
reconstrucción histórica, tanto más arduo es revivirla y ponerla en práctica en
un contexto radicalmente diverso.
Y,
sin embargo, tenemos la convicción de que lo que aconteció con Don Bosco fue un
momento de gracia, lleno de posibilidades; que contiene inspiraciones que
padres y educadores pueden interpretar en el presente; que hay sugerencias
preñadas de realizaciones, como vástagos que esperan brotar.[5]
1.2. Amor preventivo
Uno
de los mensajes que hay que acoger se refiere ciertamente a la prevención, su
urgencia, sus ventajas, su alcance y, por tanto, las responsabilidades que
lleva consigo. Hoy la prevención se va imponiendo con datos cada vez más claros
y alarmantes, pero asumirla como principio y llevarla a la práctica eficazmente
no se puede dar por descontado en la evolución actual de nuestras sociedades.
Por desgracia, ésta no es la cultura dominante. ¡Al contrario!
Sin
embargo, la prevención cuesta menos y más eficaz que la sola contención de la
desviación y que la recuperación tardía. En efecto, permite a la mayor parte de
los jóvenes verse libres del peso de las experiencias negativas, que ponen en
peligro la salud física, la maduración psicológica, el desarrollo de las
potencialidades, la felicidad eterna. Les consiente también liberar las mejores
energías, aprovechar lo mejor posible los itinerarios más sustanciosos de la
educación, recuperar a otros en los primeros pasos de un eventual hundimiento.
Ésta fue la conclusión de Don Bosco, después de la experiencia con los
muchachos de la cárcel y del contacto con la mano de obra juvenil de Turín.
La
prevención, de ser una acción casi policial orientada a mantener el orden de la
sociedad, se convirtió para él en calidad intrínseca y fundamental de la
educación. Era preventiva por la tempestividad, pero también por los contenidos
y por las modalidades. Debía anticiparse al surgir de situaciones y de
costumbres negativas, materiales o espirituales; debía contemporáneamente
multiplicar las iniciativas que orientan los recursos todavía sanos de la
persona hacia proyectos atrayentes y válidos. Él estaba convencido de que el
corazón de los jóvenes, de todo joven, es bueno; que incluso en los muchachos
más desgraciados hay semillas de bien y que es deber de un educador sabio
descubrirlas y desarrollarlas. Hacía falta, pues, crear una situación general
positiva acerca del ambiente de familia, los amigos, las propuestas, los conocimientos,
que estimulase la conciencia del joven, ampliase el conocimiento del mundo
real, diese el sentido de la vida y el gusto del bien.
Bastaría
pensar en la historia de Miguel Magone, el “general del recreo” en la estación
de Carmagnola, al que Don Bosco ofrece primero su amistad, luego un microclima
educativo en el Oratorio de Valdocco, luego su guía competente (“Querido
Magone, yo tendría necesidad de que me hicieses un favor…, que tú me dejases
por un momento ser dueño de tu corazón”), hasta hacerle encontrar en Dios el
sentido de la vida y la fuente de la verdadera felicidad (“¡Oh, qué feliz
soy!”) y hacerle llegar a ser un modelo
para los jóvenes de ayer y de hoy.
Uno
de los problemas de nuestras sociedades hoy es la insuficiencia del servicio
educativo. No llega a todos, pierde a muchos por el camino, no alcanza a los
sujetos según su situación. Lo sufren los que parten ya en desventaja o no
logran mantener el paso. Para contener este fenómeno a través de una acción
múltiple de prevención y actuar una educación adecuada, se requiere
responsabilidad común y sinergia por parte de las familias, de los organismos
políticos, de las fuerzas sociales, de las agencias dedicadas a la educación,
de las comunidades eclesiales y de los esfuerzos individuales.
La
educación, sobre todo de los muchachos desfavorecidos, más que problema de
ocupación y calificación profesional, es principalmente cuestión de vocación.
Don Bosco fue un carismático y un pionero. Superó legislaciones y praxis. Creó
todo lo que va unido a su nombre, impulsado por un marcado sentido social, pero
a través de una iniciativa autónoma, fruto de una vocación. Y tal vez hoy la
exigencia no es diversa: hacer fructificar las energías disponibles, favorecer
las vocaciones educativas y apoyar proyectos de servicio.
La
eficacia preventiva de la educación reside en su calidad. La complejidad de la
sociedad, la multiplicidad de visiones y de mensajes que se ofrecen, la
separación de los diversos ámbitos en que se desarrolla la vida, han llevado consigo
riesgos también para la educación. Uno de éstos es la fragmentación de los
contenidos que se ofrecen y la modalidad con que se reciben. Vivimos de
píldoras también mentales. El eslogan es el modelo de los mensajes.
Otro
peligro es la selección de propuestas, según las propias preferencias
individuales: se trata del subjetivismo. Lo opcional ha pasado del mercado a la
vida. Son de todos conocidas las polaridades difíciles de conciliar:
aprovechamiento individual y solidaridad, amor y sexualidad, visión temporal y
sentido de Dios, exceso de información y dificultad de evaluación, derechos y
deberes, libertad y conciencia.
Fue
criterio de Don Bosco desarrollar cuanto el joven lleva dentro como impulso o
deseo positivo, poniéndolo en contacto también con un patrimonio cultural hecho
de visiones, costumbres y creencias, ofreciéndole la posibilidad de una
experiencia profunda de fe, insertándolo en una realidad social de la que se
sintiese parte activa a través del trabajo, la corresponsabilidad en el bien
común y el compromiso por una convivencia pacífica. Él expresó esto en fórmulas
sencillas, que los jóvenes podían comprender y asumir: “buenos cristianos y
honrados ciudadanos”, “salud, sabiduría, santidad”, “razón y fe”.
Las
ventajas personales adquiridas por medio de la educación iban orientadas a su
valoración social en forma solidaria y crítica; el vivir con honrada
prosperidad en este mundo iba unido con la dimensión espiritual, trascendente,
cristiana; la instrucción y la preparación profesional iban unidas a una visión cristiana de la realidad, a la
formación de la conciencia, a la apertura hacia las relaciones humanas.
Para
no caer en el maximalismo utópico, Don Bosco partía de donde era posible, según
las condiciones del joven y la situación del educador. En su oratorio se
jugaba, se era acogido, se creaban relaciones, se recibía instrucción
religiosa, se alfabetizaba, se aprendía a trabajar, se daban normas de
comportamiento civil, se reflexionaba sobre el derecho del trabajo artesanal y
se trataba de mejorarlo.
Hoy
puede haber una instrucción que no tiene en consideración los problemas de la
vida. Es una queja frecuente de los jóvenes. Puede haber una preparación
profesional que no asume la dimensión ética o cultural. Puede haber una
educación humana reducida a lo inmediato, que no afronta los interrogantes de
la existencia.
Dado
que la vida y la sociedad se han vuelto complejas, quien vive sujeto a una sola
dimensión, sin mapa y sin brújula, está destinado a perderse o a someterse. La
formación de la mente, de la conciencia y del corazón es más necesaria que
nunca.
Un
“punctum dolens” de la educación hoy es la comunicación: entre las generaciones
por la velocidad de los cambios, entre las personas por la debilidad de las
relaciones, entre las instituciones y sus destinatarios por la diversa
percepción de las respectivas finalidades. La comunicación, se dice, es
confusa, disturbada, expuesta a la ambigüedad por el excesivo rumor, por la
multiplicidad de los mensajes, por la falta de sintonía entre emisor y
receptor. De ello se derivan incomprensiones, silencios, escucha limitada y
selectiva, realizada como “zapping”, pactos de no agresión para mayor
tranquilidad. Así es difícil aconsejar actitudes, recomendar comportamientos,
transmitir valores.
También
el lenguaje del corazón ha cambiado no poco desde los tiempos de Don Bosco. Sin
embargo, de él vienen indicaciones que en su sencillez son convincentes, si se encuentra la manera
de hacerlas operativas. Una de esas indicaciones es: “amad a los muchachos”.
“Se obtendrá más – leemos en la famosa “Carta sobre los castigos” – con una
mirada de caridad, con una palabra de aliento, que con muchos reproches” (MB
XVI, 444; MBe XVI, 371).[6]
Amarlos
quiere decir aceptarlos como son, gastar tiempo con ellos, manifestar deseo y
placer en compartir sus gustos y sus temas, demostrar confianza en sus
capacidades, y también tolerar lo que es pasajero y ocasional, perdonar
silenciosamente lo que es involuntario, fruto de espontaneidad o inmadurez. Era
éste el pensamiento de Don Bosco: “Todos los jóvenes tienen sus días
peligrosos, y ¡los tenéis también vosotros! ¡Ay de nosotros si no nos esmeramos
en ayudarlos para pasarlos aprisa y sin reproches!” (MB XVI, 445; MBe XVI,
371).[7]
Hay
una palabra, no muy usada hoy, que los salesianos conservan celosamente porque
sintetiza cuanto Don Bosco adquirió y consiguió sobre la relación educativa:
cariño (amorevolezza). Su fuente es la caridad, como la presenta el Evangelio,
por la cual el educador descubre el proyecto de Dios en la vida de cada joven y
le ayuda a tomar conciencia de él y a realizarlo con el mismo amor liberador y
magnánimo con que Dios lo ha concebido. Cariño es amor sentido y expresado.
El
cariño engendra un afecto que se manifiesta a la medida del muchacho,
particularmente del más pobre; es el acercarse con confianza, el dar primer
paso y decir la primera palabra, la estima demostrada a través de gestos
comprensibles, que favorecen la confianza, infunden seguridad interior, sugieren
y sostienen la voluntad de comprometerse y el esfuerzo de superar las
dificultades.
Va
madurando así, no sin dificultad, una relación sobre la que conviene poner la
atención cuando se plantea una traducción de las intuiciones de Don Bosco a
nuestro contexto. Es una relación marcada por la amistad, que crece hasta la
paternidad.
La
amistad va aumentando con los gestos de familiaridad y se alimenta de ellos. A
su vez, hace nacer la confianza. Y la confianza es todo en la educación, porque
sólo en el momento en que el joven nos abre las puertas de su corazón y nos
confía sus secretos es posible interactuar. La amistad tiene para nosotros una
manifestación muy concreta: la asistencia.
No
es posible comprender la importancia de la asistencia salesiana por el significado
que el diccionario o el lenguaje actual dan a la palabra. Es un término acuñado
dentro de una experiencia y repleto de significados y aplicaciones originales.
La asistencia comporta un deseo de estar con los muchachos: “Aquí con vosotros
me encuentro bien”. Es presencia física donde los muchachos se entretienen,
intercambian experiencias o proyectan; y, al mismo tiempo, es fuerza moral con
capacidad de comprensión, reanimación y estímulo; es también orientación y
consejo según la necesidad de cada uno.
La
asistencia alcanza el nivel de la paternidad educativa, que es más que la
amistad. Es una responsabilidad afectuosa y autorizada que ofrece guía y
enseñanza vital y exige disciplina y compromiso. La paternidad educativa es
amor y autoridad.
Se
manifiesta sobre todo en el “saber hablar al corazón” de forma personal, porque
de este modo se llega a lo que ocupa la mente de los muchachos, se desvela la
importancia de los acontecimientos de su vida, se les hace comprender el valor
de los comportamientos y de los sentimientos, tocando la profundidad de la
conciencia.
No
hablar mucho, sino de modo directo; no de forma alborotada, sino clara. Hay en
la pedagogía de Don Bosco dos ejemplos de este modo de hablar: “las buenas
noches”, aquella palabra dirigida a todos que al final del día daba el sentido
de lo que se había vivido, y “la palabrita al oído”, aquella palabra personal
que se dejaba caer en momentos informales de recreo. Son dos momentos cargados
de emotividad, que se refieren siempre a acontecimientos concretos e
inmediatos, y que transmiten una sabiduría cotidiana para afrontarlos; en una
palabra, ayudan a vivir y enseñan el arte de vivir.
Amistad,
asistencia y paternidad crean el clima de familia, donde los valores se hacen
comprensibles y las exigencias aceptables. Así se traza el límite entre el
autoritarismo, que corre el peligro de no influir aun obteniendo resultados
formales, y la ausencia de propuestas; entre la injerencia, que no deja espacio
a la libertad de expresión, y la inhibición educativa, que no se compromete a
transmitir valores; entre la camaradería y la responsabilidad del adulto.
Las
manifestaciones de la paternidad de Don Bosco tuvieron lugar en un contexto
marcado por el carácter ejemplar de la familia patriarcal. Sus funciones
servían como punto de referencia para todos los tipos de autoridad: civiles,
empresariales, educativas. Entonces todo era “familiar”: la educación, la
empresa, la economía. Era un axioma
indiscutible que el educador debía asumir una “fisonomía paternal”.
También
para nosotros la paternidad tiene un significado todavía insustituible: es un
amor que da la vida y se hace responsable de su desarrollo, ama de corazón,
habla oportunamente, espera la maduración, consiente la autonomía, acoge con
alegría el retorno.
Prevención,
propuesta, relación se juntan en los ambientes “juveniles”. Los muchachos
tienen necesidad de expresar su validez, lo que internamente van sintiendo,
aceptando y elaborando. Los jóvenes deben probarse en la responsabilidad, en la
realización de los valores que enuncian, en la solidaridad, en la autogestión.
Para
un educador salesiano el “lugar educativo” del conocimiento del joven no es
principalmente el test psicológico, sino el patio, donde se expresa
espontáneamente. El encuentro educativo no es principalmente el formal, sino el
espontáneo. El camino de crecimiento del joven está ciertamente en el respeto
de las normas y en la docilidad al educador, pero mucho más que eso se
encuentra en la capacidad de participar con alegría en las iniciativas y en la
vida que se crean en el grupo, en el equipo, en la comunidad juvenil, donde los
educadores tienen la función nada fácil de motivar, impulsar y animar, abrir
espacios, favorecer la creatividad.
Las
obras, que aún hoy se remontan a Don Bosco, presentan las características que
él dio a sus ambientes. Esas obras tratan de responder a las necesidades de los
jóvenes con un programa concreto y potencialmente integral: enseñanza,
alojamiento, educación para el trabajo, tiempo libre. Agregan también a los
adultos, especialmente si pertenecen a los sectores populares o están
interesados en ayudar a los jóvenes. Están “abiertas” y no son excluyentes.
Trabajan en red, en comunicación con las instituciones, el territorio, el
pueblo y las autoridades.
Hoy
se siente la urgencia de “espacios” para los jóvenes: pequeños, medios y
grandes. Valga el ejemplo de las discotecas y de los grupos. Está al acecho el
mal de la soledad, que está en el origen de muchas desviaciones. El análisis
educativo ha dado en el blanco cuando, sin rigidez, ha hecho una distinción
entre lugares institucionales, organizados para finalidades precisas, y lugares
vitales, abiertos a la expresión espontánea, a la búsqueda de sentido, a los
proyectos, a la creatividad: lugares de obligación y lugares de propia
elección; lugares impuestos y lugares de vida. El espacio ideado por Don Bosco
es una síntesis de los dos: así en el fluir de la vida cotidiana se superan las
dicotomías en que se debate la educación.
2.
Cuidar el desarrollo integral de los jóvenes
Frente
a la situación de los jóvenes Don Bosco hace la opción de la educación. Es un
tipo de educación que previene el mal por medio de la confianza en el bien que
existe en el corazón de todo joven, que desarrolla sus potencialidades con
perseverancia y con paciencia, que reconstruye la identidad personal de cada
uno. La educación forma personas solidarias, ciudadanos activos y responsables,
personas abiertas a los valores de la vida y de la fe, hombres y mujeres
capaces de vivir con sentido, alegría, responsabilidad y competencia. Es una
educación que es una verdadera experiencia espiritual, que llega a la “caridad
de Dios, que precede a toda criatura con su providencia, la acompaña con su
presencia y la salva dando su propia vida” (Const. SDB 20). Traducir hoy esta
opción de Don Bosco exige asumir algunas opciones fundamentales.
2.1. Confianza compartida en la educación
Nuestra
época muestra tener confianza en la educación; por esto se empeña en extenderla
a todos. Trata de adecuarla constantemente a los desafíos que surgen en el
campo del trabajo, de los conocimientos y de la organización social. La confía
cada vez más a instituciones especializadas. La centra en la comunicación
cultural, la información científica y la preparación profesional. La
responsabilidad sobre ella aparece cada vez más distribuida, compartida entre
familia, instituciones sociales y Estado.
Así
la educación ha llegado a ser fenómeno social, derecho reconocido y aspiración
de toda persona. Las cuestiones que se refieren a ella se han hecho problemas
de todos. Interesan a las clases dirigentes y empresariales, al ciudadano
común, a la opinión pública. En esencia, se trata del reconocimiento del valor
único y de la centralidad de la persona en el desarrollo de las culturas, de la
vida social y de los mismos procesos de producción.
Por
parte de la Iglesia la preocupación no ha sido menor y no ha dejado de ofrecer
orientaciones también en este campo. Su intervención en la educación aparece
determinante en muchos contextos, tanto en la extensión como en la calidad. La
relación intrínseca que existe entre evangelización y educación lleva a la
Iglesia a asumir esta última no como un compromiso opcional, sino como el
corazón mismo de su misión; se siente y quiere ser educadora del hombre.
La
expresión más notable de este empeño son los santos educadores, que han hecho
de la misión educativa la expresión de la opción preferencial de Dios, el
ejercicio cotidiano del amor al hombre y el camino de la propia santificación.
Y detrás de ellos los institutos y los movimientos eclesiales para los que la
educación constituye una misión y un estilo.
Don
Bosco y la Familia Salesiana se encuentran entre estos movimientos eclesiales
inspirados por un santo educador. Quieren responder a las aspiraciones
profundas de las personas, particularmente las más pobres, insertarse en la
situación actual histórica y asumir la invitación para una nueva
evangelización.
2.2. Partir de los últimos
No
obstante esta confianza generalizada en la educación, tenemos la impresión de
que respecto de ella hay una distancia entre aspiraciones y posibilidades,
entre declaraciones y cumplimientos, entre intenciones y realizaciones, entre
derecho reconocido y derecho garantizado. Esto se advierte más claramente en
algunos contextos.
La
primera invocación que se debe recoger es, pues, la que surge donde faltan los
servicios mínimos y las condiciones indispensables para la educación. En los
comienzos del tercer milenio el desierto educativo, como el geográfico, no se
reduce, sino que se ensancha.
Las
posibilidades de educación se reducen dramáticamente en amplias áreas del
mundo, tanto en absoluto como en relación con el aumento de la población. Los
conflictos internos, la caída de los servicios, las administraciones arruinadas
y voraces, la degradación social y política causan un subdesarrollo progresivo,
cuya primera víctima es la juventud.
Las
posibilidades de educación disminuyen también en las sociedades adelantadas. La
insuficiencia se manifiesta en la dispersión escolástica, en la falta de apoyo
familiar, en las múltiples formas de desviación, en la desocupación juvenil, en
el peonaje precoz muchas veces unido a la criminalidad.
De
estas realidades se eleva un fuerte clamor. Hay necesidad de compartir los
bienes fundamentales de la educación, de redistribuir atención, tiempo y
recursos en beneficio de los que hoy carecen de ellos en cada sociedad y en el
contexto mundial.
Una
Familia como la nuestra, que ha hecho de los pobres su heredad y ha emprendido
un amplio esfuerzo por un continente como África, no puede ignorar este
fenómeno, aunque no sea más que para cumplir algunos gestos proféticos.
2.3. Una nueva educación
El
moderno entusiasmo por la educación, aun representando globalmente un hecho positivo,
no carece de ambigüedades respecto de los planteamientos de fondo y de las
orientaciones prácticas.
Educar,
como se ha dicho, es ayudar a cada uno a hacerse plenamente persona a través
del surgir de la conciencia, del desarrollo de la inteligencia, de la
comprensión del propio destino. Alrededor de este nudo se agrupan los problemas
y chocan las diversas concepciones de la educación unas con otras..
Se
advierte hoy una especie de descompensación entre libertad y sentido ético,
entre poder y conciencia, entre progreso tecnológico y progreso social. Tal
descompensación se indica frecuentemente con otras expresiones: la carrera por
el poseer y la desatención al ser, el deseo de tener y la incapacidad de
compartir, el consumir sin lograr valorar.
Se
trata de polaridades ricas de energías, si la persona logra componerlas. Son
destructivas, si se cambia la jerarquía de los valores y, sobre todo, si la
principal es negada o aplastada. Factores estructurales, corrientes culturales,
formas de vida social pueden impulsar fuertemente en una dirección. La
educación requerirá siempre una actitud positiva de discernimiento, propuesta y
profecía. Presento algunas de estas polaridades a las que debemos prestar
atención para poder renovar nuestra propuesta educativa.
2.3.1. Complejidad y libertad
Muchos
tienen la impresión que vivimos en un mundo extremamente confuso respecto de lo
que es bien y de lo que es mal. Los sociólogos hablan de complejidad, una
situación social y cultural donde son muchos los mensajes, muchos los lenguajes
con que tales mensajes se comunican, muchas las concepciones de vida que están
en la base, diversas y autónomas las agencias que se hacen promotoras de ella,
innumerables e incompatibles los intereses que las impulsan. Y no hay una autoridad
capaz de proponer con prestigio y hacer aceptar una visión común del mundo y de
la vida humana, un sistema de normas morales, una visión de la existencia, un
“catálogo” de valores comunes.
En
estas condiciones los procesos educativos resultan difíciles. Los adultos no se
sienten en posesión de un patrimonio cultural seguro. Además, el tiempo para
transmitirlo es escaso y las interferencias son innumerables. Por esto, lo que
logran comunicar parece sometido a un rápido desgaste. El paquete de propuestas
educativas no siempre atrae ni es comprendido en su conjunto. Se duda de la
misma capacidad de hacer proposiciones.
La
consecuencia más llamativa para todos, pero especialmente para las generaciones
jóvenes, es el trabajo de orientarse en la multiplicidad de estímulos,
problemas, visiones, propuestas. Aparecen confusas las diversas dimensiones de
la vida y no es fácil captar su valor.
La
debilidad de la comunicación cultural por parte de la familia, de la escuela,
de la sociedad, de la institución religiosa provoca dificultades al proyectar
la propia vida. Esto se manifiesta en la claudicación frente a conflictos y
frustraciones, en el esfuerzo para tomar y mantener decisiones a largo plazo,
en la tardanza a la hora de tomar opciones de vida, en no lograr reconocerse en
los modelos de identificación que la sociedad ofrece.
El
problema educativo de la identidad no es nuevo. En todas las épocas los jóvenes
han debido afrontarlo para hacerse conscientes del propio ser y colocarse en
forma positiva en el sistema social.
Nueva
es la situación en la que este problema se plasma. En efecto, se combinan
diversos factores que presentan simultáneamente ventajas y dificultades. Por
una parte hay ofertas más abundantes y mayor libertad. Parece como si se dijese
al joven: “escoge y actúa por tu cuenta”. Es una promesa de autonomía y una
garantía de autorrealización, pero en soledad. El déficit hoy no es de
libertad, sino de conciencia y responsabilidad, de apoyo y acompañamiento.
Por
esto, pronto choca la persona con los propios límites y contra las barreras que
les pone la sociedad postindustrial: la competencia y la selección en todos los
ámbitos, el mercado del trabajo, la prolongación de la dependencia, la
estrechez de los espacios de participación pública, la falta de alternativas a
su alcance.
Esto
da origen a un sentimiento de precariedad que hace a los jóvenes vulnerables
ante la manipulación, que en nuestra sociedad actúa a través de diversos
canales. Los procesos de persuasión, orientados a la adquisición de productos,
determinan no pocas de sus preferencias, no sólo de productos sino de modelos:
el tipo de hombre y de mujer, la imagen de la belleza y de la felicidad, la
escala de valores, las formas de comportamiento y la colocación social.
2.3.2. Subjetividad y verdad
El
surgir de la subjetividad es una de las claves para interpretar la cultura
actual. Va unida al reconocimiento de la singularidad de cada persona y del
valor de su experiencia e interioridad. Es reivindicada por aquellos grupos que
durante mucho tiempo se han sentido “objeto” de leyes, de imposiciones de
identidad o de convenciones sociales, que les impedían expresarse. Pero dejada
al propio dinamismo, sin referencia a la verdad, a la sociedad y a la historia,
la subjetividad no logra realizarse.
La
privatización o elaboración subjetiva aparece mayormente en la ética y en la
formación de la conciencia. El ejemplo más próximo, aunque no el único, es el
de la sexualidad. En este ámbito han caído los controles sociales y a veces
también los familiares. Hay tolerancia pública y derecho a opciones diversas.
Es más, prensa, literatura, espectáculos a veces exaltan las transgresiones y
presentan las desviaciones como consecuencia de condiciones diversas. Se
descuida, cuando no se ignora, toda dimensión ética, aun estrictamente humana,
incluso en programas oficiales ampliamente difundidos. Sólo hay preocupación de
vivir la sexualidad de modo satisfactorio y seguro de riesgos para la salud
física o psíquica. Se la separa de los componentes que le dan sentido y
dignidad.
La
falta de referencia a la verdad se percibe también en las reglas que guían la
actividad económica y social. Con frecuencia éstas se inspiran en criterios
aceptados en el propio ámbito y en el consenso entre las partes más fuertes. No
siempre responden al bien común o a los fines de la economía o de la sociedad.
La
calidad de la educación se jugará en colmar la descompensación que aparece
entre posibilidad de opciones y formación de la conciencia, entre verdad y
persona. Es preciso orientar hacia el comprender la importancia histórica de las propias opciones, a equilibrar la
subjetividad salvaje, a captar la consistencia objetiva de las realidades y de
los valores.
2.3.3. Provecho individual y solidaridad
La
complejidad y el subjetivismo influyen sobre una justa composición entre la
búsqueda del propio provecho y la apertura solidaria a los demás.
Hubo
un tiempo en que se pensaba que era posible organizar una sociedad libre y
justa, que por medio de leyes y estructuras proveyese condiciones de bienestar
para todos. Muchos jóvenes se apasionaron con la transformación de la sociedad
y con la liberación de los pueblos. La preparación para el compromiso político
era parte de la formación humana y de la práctica de la fe; constituía una
señal de responsabilidad madura y generoso idealismo.
Luego
llegó el invierno de las utopías, la caída de las ideologías y con ellas la de
los proyectos colectivos, el problema moral, el enfrentamiento entre las
instituciones. La confrontación política se hizo conflictiva. La política se
hizo espectáculo y no siempre fue ejemplar. En consecuencia, siguió la caída en
su cotización y el desafecto, hechos que se ponen de manifiesto en la la escasa
participación. Desapareció una cierta visión práctica del bien común y no
apareció ninguna otra que fuese orgánica y experimentada; al contrario, se
ofrecieron sólo “migajas” de recíproca buena voluntad social.
Nosotros
hoy estamos viviendo la era del “mercado”, como mentalidad y como enfoque de lo
social. Por el momento, va ganando terreno una concepción individualista de lo
social. La sociedad es considerada como una suma de individuos, cada uno de los
cuales es llevado a buscar su interés personal, la satisfacción de sus
necesidades, potencialmente ilimitadas. Es la primacía de los deseos y de los
derechos individuales.
En
esta tensión incesante hacia la satisfacción de necesidades artificiales, uno
se vuelve sordo a las necesidades fundamentales y auténticas. Los ideales de
justicia social y de solidaridad acaban por convertirse en fórmulas vacías,
consideradas impracticables.
No
es, pues, infundada la conclusión de muchos que ven en el mercado el principal
obstáculo moral, cultural y legal, para que crezca una mentalidad solidaria en
adultos y jóvenes, en ámbito nacional e internacional.
2.4. Maduración de la fe de los jóvenes en este
contexto
Complejidad,
subjetividad y concepción individual de la persona influyen sobre la maduración
de la fe de los jóvenes, que es sustancialmente apertura, comunión y acogida de
la realidad de la vida y de la historia.
Impresionan
hoy dos fenómenos. Hay una religiosidad difusa que toma los caminos más
diversos. Ésta responde a la búsqueda de sentido en una sociedad que no lo
ofrece, a la percepción vaga de otra dimensión de la existencia que permanece
inexpresada. Pero junto con ella se nota una carencia de fundamentos y
motivaciones objetivas y, por tanto, una ruptura entre experiencia religiosa,
concepción de vida y opciones éticas. También las verdades religiosas se reducen
a opiniones. La mediación de la Iglesia resulta problemática y mucho más la de
sus ministros o representantes; se aprovecha en forma selectiva.
Hay
una minoría que profundiza, gusta y madura la experiencia cristiana y la
expresa en la fe, en el sentido eclesial y en el compromiso social. Pero hay
también un gran número de jóvenes que, después de haber oído el anuncio, se va
alejando de la fe sin nostalgia. La edad de la formación religiosa se ha
alargado, y no siempre cuenta con propuestas que la cubran enteramente.
Todo
esto tiñe la fe de fuerte subjetivismo. Separada de lo concreto de los
acontecimientos históricos de la salvación, se vuelve extremamente frágil, una
especie de bien de consumo, del que cada uno hace el uso que le place. Se la
coloca así al lado de los otros aspectos de la vida y del pensamiento que se
van plasmando autónomamente. El peligro de la separación entre la vida y la fe,
entre ésta y la cultura, es la condición en que nos encontramos todos, en la
que crecen hoy los jóvenes. Y esto aún en una época en que la Iglesia
manifiesta fuertes signos de vitalidad comunitaria, de compromiso social, de
impulso misionero.
¿Qué
respuestas a estas invocaciones pueden los jóvenes esperar de la Familia Salesiana?
¿Qué energías podemos activar nosotros?
Hoy
las figuras de educadores se multiplican, especialmente las profesionales. Hay
también educadores informales, que no tienen un papel específico ni son
profesionales. Así como hay currículos declarados y otros ocultos. En el centro
del proceso educativo está cada vez más, como juez, el sujeto que escoge y
elabora libremente las cosas que se le proponen o que él descubre por sí mismo.
Menos que nunca hoy se puede delegar la educación en alguien, pensando que él
tiene la posibilidad de controlar su itinerario. Educadores somos nombrados
secretamente por los jóvenes cuando nos dan acceso a su inteligencia y a su
corazón, cuando quieren oír de nosotros una palabra o captar un gesto que
consideran válido respecto del sentido de su vida. La responsabilidad puede
recaer sobre cada uno y en cualquier momento.
La
incidencia de los educadores delegados para la misión educadora y de los
escogidos por el sujeto depende de tres factores: la credibilidad de la oferta
en relación con la situación que vive el joven, la autoridad del testimonio y
la capacidad de comunicación.
Hay,
pues, una apuesta para el adulto: expresar una orientación y una propuesta sin
desechar la complejidad y la exigencia de la subjetividad y sin dejarse
homogeneizar. Esto comporta apertura a lo positivo, anclaje sólido en los
puntos de los que la vida humana recibe significado, capacidad de
discernimiento. He aquí tres aspectos que la Familia Salesiana debería cuidar
de modo especial.
2.5.1. Volver a los jóvenes con mayor calidad
Es
entre los jóvenes donde Don Bosco elaboró su estilo de vida, su patrimonio
pastoral y pedagógico, su sistema, su espiritualidad. El compromiso exclusivo
por la misión juvenil fue para Don Bosco siempre y de todos modos real, aun
cuando por motivos particulares no estaba materialmente en contacto con los
jóvenes, aun cuando su acción no estaba directamente al servicio de los
jóvenes, aun cuando defendió tenazmente su carisma de fundador para todos los
jóvenes del mundo, frente a presiones de eclesiásticos no siempre bien
iluminados. Misión salesiana es consagración, es “predilección” por los
jóvenes; y tal predilección, en su estado inicial, es un don de Dios, que
nuestra inteligencia y nuestro corazón deben desarrollar y perfeccionar.
El
verdadero salesiano no abandona el campo juvenil. Salesiano es aquel que tiene
un conocimiento vital de los jóvenes: su corazón late allí donde late el de los
jóvenes. El salesiano vive para ellos, existe para sus problemas; ellos son el
sentido de su vida: trabajo, escuela, afectividad, tiempo libre. Salesiano es
quien tiene también un conocimiento teórico y existencial de los jóvenes, que
le permite descubrir sus verdaderas necesidades, crear una pastoral juvenil adecuada a las necesidades de los tiempos.
La
fidelidad a nuestra misión, para ser incisiva, debe ser puesta en contacto con
los “nudos” de la cultura de hoy, con las matrices de la mentalidad y de los
comportamientos actuales. Estamos frente a desafíos colosales, que exigen seriedad
de análisis, pertinencia de observaciones críticas, confrontación cultural
profundizada, capacidad de compartir psicológicamente la situación. En
semejante contexto la comunicación educativa privilegia algunos canales.
El
primero es compartir los intereses y las búsquedas en vez de las soluciones
prefabricadas; el diálogo en todos los campos en vez de las informaciones
limitadas; la transparencia o explicaciones reales en vez de las medias
verdades.
En
su esfuerzo de formarse una visión del mundo, los jóvenes escuchan, reaccionan,
interiorizan, experimentan. Se sienten como en un mercado, donde pueden ver el
precio y la calidad de las propuestas y tomar las que les van bien. El
testimonio y la palabra, capaces de hacer brillar luz y esperanza, encontrarán
audiencia.
El
educador del futuro será aquel que sepa orientar, entre la multiplicidad de
mensajes y de visiones, hacia una opción de valores y de criterios aptos para
sostener un crecimiento continuo. Y precisamente en la educación en los valores
él deberá apuntar a la implicación activa del sujeto, más bien que a su sola
aceptación dócil.
Las
exigencias han de presentarse con valor. Hay que descartar la sola adaptación a
preguntas inmediatas, que privan al sujeto de horizontes y acaban por fijarlo
en una posición narcisista.
La
responsabilidad es, en cambio, la principal energía para el desarrollo de la
persona. Ésta debe interiorizar las propuestas educativas a través de la
experiencia y la reflexión y elaborar así las propias conclusiones. Solamente
si el joven se hace sujeto y no sólo objeto de la acción educativa, las
propuestas entran en su conciencia y se convierten en patrimonio válido para la
vida.
Hay
luego otro elemento clave en los modelos de comunicación: el ambiente. Hoy son
valorizados los así llamados “lugares vitales”, al lado de las tradicionales
instituciones educativas. Éstas influyen a través de las estructuras, los
programas, las funciones, las normas; pero aparecen insuficientes para
satisfacer las preguntas de sentido y de relación que los jóvenes expresan. Los
lugares vitales, en cambio, dan espacio a la espontaneidad dirigida a lo
positivo, a la participación libre, a la amistad, a la aceptación recíproca, a
la utopía, al lenguaje simbólico, a los proyectos. Deseamos que así lleguen a
ser las familias, las comunidades cristianas, los grupos de compromiso, los
lugares de encuentro juvenil, la escuela.
Dirigiéndome
a los miembros de la Familia Salesiana, no está fuera de lugar recordar que Don
Bosco, por intuición más bien que por conocimiento teórico, dio origen a un
sistema comunicativo total: el oratorio, ambiente cargado de espontaneidad y
libre expresión, en el que había roles reconocidos y relaciones informales, se
alternaban programas propuestos a todos y llevados adelante con regularidad y
espacios de creatividad personal y de grupo.
En
el primer oratorio de casa Pinardi, tal como lo pensó Don Bosco, están
presentes algunas importantes intuiciones que serán sucesivamente adquiridas en
su valor más profundo de compleja síntesis humanístico-cristiana:
una
estructura flexible, como obra de mediación entre Iglesia, sociedad urbana y
franjas populares juveniles, a modo de “puente”;
el
respeto y la valoración del ambiente popular;
la
religión puesta como fundamento de la educación según la enseñanza de la
pedagogía católica transmitida a él por el ambiente del Colegio
Eclesiástico; la intrínseca relación
dinámica entre formación religiosa y desarrollo humano, entre catecismo y educación,
o también convergencia entre educación y educación en la fe e integración
fe-vida; la convicción de que la
instrucción constituye un instrumento esencial para iluminar la mente; la educación, como también la catequesis,
que se desarrolla en todas las expresiones compatibles con la escasez del
tiempo y de los recursos: la alfabetización de quien no ha podido nunca gozar
de cualquier forma de instrucción escolar, el empleo en el trabajo, la
asistencia a lo largo de la semana, el desarrollo de actividades asociativas y
mutualistas,…
la
plena ocupación y valoración del tiempo libre;
el
cariño como estilo educativo y, más en general, como estilo de vida cristiana.
El
oratorio así entendido sigue siendo para nosotros la “fórmula” que tratamos de
aplicar en cualquier situación o estructura educativa.
Relanzamiento
del “honrado ciudadano”
La
reconsideración de la calidad social de la educación, ya presente en Don Bosco,
aunque imperfectamente realizada, debería estimular la creación de experiencias
explícitas de compromiso social en el sentido más amplio. Esto supone una
profunda reflexión, tanto en el plano teórico, dada la extensión de los
contenidos de la promoción humana, juvenil, popular, y la diversidad de las
consideraciones antropológicas, teológicas, científicas, históricas, metodológicas,
como en el plano de la experiencia y de la reflexión operativa de cada uno y de
las comunidades. En ámbito salesiano el Capítulo General 23º ya había hablado
de “dimensión social de la caridad” y de “educación de los jóvenes al
compromiso y a la participación en la política”, “ámbito un poco descuidado y
olvidado por nosotros “.[8]
La
presencia educativa en lo social comprende estas realidades: la sensibilidad
educativa, las políticas educativas, la calidad educativa del vivir social, la
cultura.
Quien
está verdaderamente preocupado por la dimensión educativa trata de influir a
través de los instrumentos políticos, para que se la tome en consideración en
todos los ámbitos: desde la urbanización y el turismo hasta el deporte y el
sistema radiotelevisivo, realidades en que con frecuencia se privilegian los
criterios de mercado.
Está
luego el aspecto específico de las políticas educativas y juveniles. Es preciso
despertar el interés y luchar para que las soluciones a algunas urgencias no
sean puestas en el último lugar, como por ejemplo la amplia acción de
prevención, la calidad de un sistema educativo integral, la conveniente
diversificación de posibilidades educativas conformes a las necesidades de los
sujetos, la igualdad económica, la recuperación de los que han sufrido
incidentes en el itinerario educativo.
Además,
el estilo de vida social y de praxis política constituye en sí mismo una gran
escuela cotidiana de la que adultos y jóvenes sacan silenciosamente lecciones
prácticas. Se puede decir que es casi inútil, que las instituciones educativas
traten de educar en la legalidad, si en la vida pública se viven otros criterios con conciencia
tranquila, porque éstos acaban por modelar nuestras convicciones y comportamientos.
Es difícil inculcar el sentido de la justicia, si en la administración pública
dominan la corrupción y las componendas. Resulta arduo enseñar el respeto a la
persona, si en el debate político prevalece la desconfianza recíproca, el
engaño y el espíritu pendenciero. Educación, convivencia social y praxis
política forman una unidad, por lo que quien quiera dar un salto de calidad en
una de ellas deberá necesariamente dedicar energías para modificar las otras.
Finalmente,
en la raíz de la educación, de la convivencia social y de la praxis política
está la cultura. Ésta provee motivaciones y comunica significados que van
penetrando silenciosamente en las conciencias y codificando comportamientos.
Para arraigar un valor no bastan las iniciativas, aunque sean abundantes, ni
las personas generosas y bien inspiradas. Es preciso alcanzar la madurez de una
mentalidad común. En efecto, la cultura afecta no sólo a intenciones y
propósitos privados, sino al compromiso sistemático y racional de las energías
de que dispone la comunidad. A veces hay una fractura entre gestos de los
individuos y la mentalidad colectiva, entre las iniciativas personales y las
expresiones sociales, entre la praxis y sus fundamentos, por lo que una cosa es
la aspiración de la persona y otra es la realidad cotidiana que ella está
obligada a sufrir.
2.5.3. Relanzamiento del “buen cristiano”
Otro
tanto se debería decir del relanzamiento del “buen cristiano”. Don Bosco,
“abrasado” de celo por las almas, comprendió la ambigüedad y la peligrosidad de
la situación social y moral, de la que puso en tela de juicio sus principios,
encontró formas nuevas para oponerse al mal con los escasos recursos
culturales, etc., de que disponía.
¿Cómo
actualizar el “buen cristiano” de Don Bosco? ¿Cómo salvaguardar hoy la sociedad
humano-cristiana del proyecto en iniciativas formal o principalmente religiosas
y pastorales, contra los peligros de antiguos y nuevos integralismos y
exclusivismos? ¿Cómo transformar la tradicional educación religiosa en una
educación para vivir con la propia identidad en un mundo plurirreligioso,
pluricultural, pluriétnico? Frente a la actual superación de la tradicional
pedagogía de la obediencia, adecuada a un cierto tipo de eclesiología, ¿cómo
proceder en función de una pedagogía de la libertad y de la responsabilidad,
orientada a la construcción de un sujeto fuerte, capaz de decisiones libres y
maduras, abierto a la comunicación interpersonal, inserto activamente en las
estructuras sociales, en actitud no conformista, sino constructivamente
crítico?
Se
trata de desvelar y ayudar a vivir conscientemente la vocación de hombre, la
verdad de la persona. Y precisamente en esto los creyentes pueden dar su
aportación más valiosa.
En
efecto, ellos saben que el ser y las relaciones de la persona son definidos por
su condición de criatura, que no indica inferioridad o dependencia, sino amor
gratuito y creativo por parte de Dios. El hombre debe la propia existencia a un
don. Está situado en una relación con Dios a la que hay que corresponder. Su
vida no encuentra sentido fuera de esta relación. El “más allá”, que él percibe
y desea vagamente, es el Absoluto, no un absoluto extraño y abstracto, sino la
fuente de su vida que le llama a sí.
En
Cristo la verdad de la persona, que la razón acoge de modo inicial, encuentra
su iluminación total. Él, con sus palabras, pero sobre todo en virtud de su
existencia humano-divina, en la que se manifiesta la conciencia de Hijo de
Dios, abre la persona a la plena comprensión de sí y del propio destino.
En
Él somos constituidos hijos y llamados a vivir como tales en la historia. Es
una realidad y un don, cuyo sentido debe penetrar progresivamente el hombre. La
vocación a ser hijos de Dios no es una añadidura de lujo, un cumplimiento
extrínseco para la realización del hombre. En cambio, es su puro y simple
cumplimiento, la condición indispensable de autenticidad y plenitud, la
satisfacción de las exigencias más radicales, aquellas de las que está
sustanciada su misma estructura de criatura.
Quien
educa – padre, amigo o animador – mantiene viva la conciencia que él es
testimonio y acompañante en esta revelación de las posibilidades de la vida,
que vincula la conciencia con su fuente y con su fin, que desarrolla la vida,
pero sobre todo prepara un interlocutor y una señal de la presencia de Dios.
Hay
un diálogo misterioso entre cada joven y lo que le llega desde fuera, lo que
surge dentro de sí y lo que descubre como imperativo, gracia o sentido. Poco a
poco él va adquiriendo plena conciencia de sí, va elaborando una imagen de la
existencia en la que apuesta sus fuerzas y juega sus posibilidades.
Los
educadores, profesionales y no profesionales, están llamados a ofrecer todo lo
que creen oportuno, viviendo con esperanza las incógnitas del futuro. Se
interesan sinceramente por lo humano incierto que crece. En efecto, en ello
Dios será acogido y también en fuerza del crecimiento se manifestará con
luminosidad cada vez mayor. Si las cosas van por el mejor camino, habrán
contribuido a mantener en la historia la “estirpe de Dios”, aquellos que se
sienten en relación filial con Él, y habrán creado lugares vivos de su
presencia.
3. Promover los derechos
humanos, en particular los de los menores
Nosotros
somos herederos y portadores de un carisma educativo que tiende a la promoción
de una cultura de la vida y al cambio de las estructuras. Por esto, tenemos el
deber de promover los derechos humanos. La historia de la Familia Salesiana y
la rapidísima expansión aun en contextos culturales y religiosos lejanos de los
que vieron su nacimiento, testimonia cómo el sistema preventivo de Don Bosco es
una puerta de acceso garantizada para la educación juvenil de cualquier
contexto y una plataforma de diálogo para una nueva cultura de los derechos y
de la solidaridad. Considerando la
dignidad de todo hombre y la igualdad de sus derechos, se puede comprender
mejor el conjunto de razones que sostienen la opción preferencial de la Iglesia
por los pobres.
Bajo
este punto de vista es cómo debe leerse y actualizarse el consejo de Don Bosco
a los primeros misioneros: “Preocupaos especialmente de los enfermos, de los
niños, de los ancianos y de los pobres, y os granjearéis las bendiciones de
Dios y la benevolencia de los hombres”.[9] Como salesianos, la educación para
los derechos humanos, en particular los de los menores, es el camino
privilegiado para realizar en los diversos contextos el compromiso de
prevención, de desarrollo humano integral, de construcción de un mundo más
equitativo, más justo, más saludable. El lenguaje de los derechos humanos nos
permite también el diálogo y la inserción de nuestra pedagogía en las
diferentes culturas del mundo.
3.1.
Derechos humanos y dignidad de la persona
Los
derechos humanos son derechos que corresponden a todo individuo en cuanto ser
humano; no dependen de la raza, de la religión, de la lengua, de la
proveniencia geográfica, de la edad o del sexo. Son derechos fundamentales,
universales, inviolables y no arbitrarios. No son una realidad estática, sino
en continua evolución. Los derechos civiles y políticos, a los que se pretende hacer
remontar al tiempo de la Revolución Francesa (1789), nacen de la reivindicación
de una serie de libertades fundamentales que estaban cerradas a amplios
estratos de la población: derecho a la vida, a la integridad física, a la
libertad de pensamiento, de religión, de expresión, de asociación, a la
participación política. Los derechos económicos, sociales y culturales han sido
ratificados por la Declaración Universal de los derechos del hombre de 1948:
derecho a la instrucción, al trabajo, a la casa, a la salud, etc. Existen luego
los derechos de los pueblos a la autodeterminación, a la paz, al desarrollo, al
equilibrio ecológico, al control de los recursos nacionales, a la defensa
ambiental. En fin, hay los derechos anejos al respeto del hombre, en relación a
los campos de las manipulaciones genéticas, de la bioética y de las nuevas
tecnologías de comunicación.
Hay
que tomar conciencia de que el pleno respeto de los derechos humanos es, ante
todo, una responsabilidad nuestra. Por desgracia, las violaciones de los
derechos humanos están a la orden del día y es evidente cómo la prevención y
los recursos existentes no son suficientes para eliminarlas. Aun en esta
situación, nosotros debemos trabajar por el respeto de la dignidad de la
persona.
La
enseñanza de la Iglesia afirma que una correcta interpretación y una eficaz
tutela de los derechos dependen de una antropología que englobe la totalidad de
las dimensiones constitutivas de la persona humana. En efecto, el conjunto de
los derechos del hombre debe corresponder a la esencia de la dignidad de la
persona. Deben referirse a la satisfacción de sus necesidades esenciales, al
ejercicio de sus libertades, a sus relaciones con las otras personas y con
Dios. Son universales, presentes en todos los seres humanos, sin excepción
alguna de tiempo y de lugar. En efecto, los derechos fundamentales pertenecen
al ser humano en cuanto persona, a toda persona y a todas las personas, hombres
y mujeres, niños o ancianos, ricos o pobres, sanos o enfermos.
3.2.
Misión salesiana y derechos de los muchachos
En
el discurso sobre el tema “Antes que sea demasiado tarde salvemos a los
muchachos, el futuro del mundo”, que tuve en el Capitolio en Roma el 27 de
noviembre de 2002, traté de hacer ver el Sistema Preventivo en una óptica de
promoción de cada muchacho o muchacha que educar, que redimir en la totalidad
de su vida en el sentido de la antropología cristiana, pero con una precisa
referencia a la transformación de la sociedad,
para que no haya más marginados. Sobre todo, presenté el Sistema
Preventivo en una óptica de asunción consciente de responsabilidades por parte
del educando, que se transforma de objeto de protección, porque tiene
necesidades, en sujeto responsable, porque tiene derechos y reconoce los
derechos de los demás, preparando en el muchacho de hoy, al ciudadano de
mañana: honrado ciudadano y buen cristiano. Os propongo algunos párrafos de
aquel discurso mío.
“Grave
es la situación en que se encuentran tantos jóvenes en muchas partes del mundo:
jóvenes en peligro y marginados. Son muchos, son demasiados. Son un grito
desoído. Son un peso en la conciencia de la sociedad que está tratando de
globalizar la economía, pero no el compromiso por el desarrollo de los pueblos
y la promoción de la dignidad de todo hombre.
Los
desafíos actuales. He aquí un mapa rápido de la marginación y de la explotación
juvenil en el mundo:
Los
muchachos de la calle y las “bandas organizadas”
Los
muchachos soldado
Los
muchachos violados
Los
muchachos trabajadores y esclavos
Los
muchachos “nadie”
Los
muchachos encarcelados
Los
muchachos donantes forzados de órganos y los mutilados
Los
muchachos pobres y marginados
Los
muchachos de las alcantarillas y los vagantes
Los
muchachos enfermos
Los
muchachos refugiados y huérfanos
Los
muchachos…
Tanta
desventura interpela las conciencias de todos. Al final del Capítulo General
25º los Salesianos han hecho una llamada a todos aquellos que tienen
responsabilidades en relación con los jóvenes: “Antes de que sea demasiado
tarde salvemos a los muchachos, el futuro del mundo”. Ésta es también mi
llamada como sucesor de Don Bosco.
Ante
el panorama tan triste de las plagas del mundo juvenil, nosotros Salesianos
“estamos de parte de los jóvenes, porque nosotros - como Don Bosco - confiamos
en ellos, en su voluntad de aprender, de estudiar, de salir de la pobreza, de
asumir su propio futuro… Estamos de parte de los jóvenes, porque creemos en el
valor de la persona, en la posibilidad de un mundo diverso, y sobre todo en el
gran valor del compromiso educativo”.[10] ¡Invirtamos en los jóvenes!
Globalicemos,
por esto, el compromiso por la educación y preparemos así un futuro positivo
para el mundo entero. En este esfuerzo la Familia Salesiana aporta la riqueza
del método educativo heredado de Don Bosco, el bien conocido Sistema
Preventivo.
Según
este Sistema, la primera preocupación es la de prevenir el mal a través de la
educación, pero al mismo tiempo la de ayudar a los jóvenes a reconstruir la
propia identidad personal, a reavivar los valores que ellos no han sido capaces
de desarrollar y elaborar, precisamente por su situación de marginación, y a
descubrir razones para vivir con sentido, con alegría, con responsabilidad y
competencia.
Además,
este Sistema cree decididamente que la dimensión religiosa de la persona es su
riqueza más profunda y significativa; por esto, trata, como finalidad última de
todas sus propuestas, de orientar a todo muchacho hacia la realización de su
vocación de hijo de Dios. Pienso que ésta es una de las aportaciones más
importantes que el Sistema Preventivo de Don Bosco puede ofrecer en el campo de
la educación de los muchachos, de los adolescentes y de los jóvenes en
situación de pobreza y de peligro psico-social.
Se
trata de una clara y significativa experiencia de solidaridad, orientada a
formar – son palabras de Don Bosco – “honrados ciudadanos y buenos cristianos”,
es decir, constructores de la ciudadanía, personas activas y responsables,
conscientes de su dignidad, con proyectos de vida, abiertos a la trascendencia,
a los demás y a Dios”.
3.3. Tratemos de repetir
los mismos conceptos con el lenguaje de los derechos humanos
Haciendo
referencia a la lista de las violaciones de los derechos humanos expuesto
antes, resulta claro que hoy la educación integral salesiana no puede prescindir
de un compromiso por los derechos fundamentales y la dignidad de la persona
humana.
Ante
todo, se puede observar que el tema de la educación para los derechos y para
las libertades fundamentales va íntimamente unido a los dos Aguinaldos
precedentes, en los cuales yo subrayaba el papel importante de la familia para
educar y promover los derechos humanos, el primero entre todos la defensa y la
promoción de la vida.
La
educación, en este ámbito, se pone el objetivo de contribuir a construir una
cultura de los derechos humanos capaz de dialogar, persuadir y, en última
instancia, de prevenir las violaciones de los derechos mismos, más bien que de
castigarlas y reprimirlas. Es el paso de la mera denuncia de violaciones ya
perpetradas a la educación preventiva.
En
esta perspectiva, la educación para los derechos humanos debe necesariamente
ser multidimensional y caracterizarse como educación para la ciudadanía
honrada, activa y responsable, en condiciones de unir lo descriptivo a lo
preceptivo, el saber al ser, y de integrar transmisión del saber y formación de
la personalidad.
La
educación para los derechos humanos es educación para la acción, para el gesto,
para la toma de posición, para asumir un cargo, para el análisis crítico, para
pensar, para informarse, para relativizar las informaciones recibidas de los
media; es una educación que debe hacerse permanente y cotidiana.
Sobre
estas bases, la metodología que hay que emplear debe comprender al menos tres
dimensiones:
una
dimensión cognoscitiva: conocer, pensar críticamente, conceptualizar, juzgar;
Don Bosco diría “razón”;
una
dimensión afectiva: probar, hacer experiencia, crear amistad, empatía; Don
Bosco diría “cariño”;
una
dimensión volitiva: activa en los comportamientos, éticamente motivada: cumplir
opciones y acciones, poner en acto comportamientos orientados; Don Bosco diría
“religión”.
3.4. Educarnos y educar
para la transformación de cada persona y de toda la sociedad: para el
desarrollo humano
Por
tanto, el Sistema Preventivo y el espíritu de Don Bosco nos llaman hoy a un
compromiso fuerte, individual y colectivo, orientado a cambiar las estructuras
de la pobreza y del subdesarrollo, para hacernos promotores de desarrollo
humano y educar para una cultura de los derechos humanos, de la dignidad de la
vida humana.
Los
derechos humanos son un medio para el desarrollo humano; la educación para los
derechos humanos es instrumental para el logro del desarrollo humano personal y
colectivo y, por tanto, para la realización de un mundo más equitativo, más
justo, más saludable.
Cada
uno de nosotros, cualquiera de nosotros, precisamente porque es educador o
educadora y precisamente porque escoge la visión antropológica cristiana que
inspiró Don Bosco, puede llegar a ser un defensor, promotor y activista de
derechos humanos.
Para
ello debemos hacer una relectura salesiana de los principios que están como
fundamento de los derechos humanos, con la finalidad de individuar los desafíos
que los derechos humanos lanzan a nuestra Familia Salesiana.
He aquí algunos elementos
para esta relectura:
-integralidad
de la persona y aplicación del principio de indivisibilidad e interdependencia
de todos los derechos fundamentales de la persona: civiles, culturales,
religiosos, económicos, políticos y sociales;
-educación
para la honradez ciudadana y aplicación de los principios de responsabilidad
común diferenciada para la promoción y la protección de los derechos humanos;
-la
atención individual a cada uno y aplicación del principio del interés
preferente por el menor;
-el
menor en el centro como sujeto activo y partícipe y aplicación del principio de
la participación del menor;
-el
“basta que seáis jóvenes para que yo os ame mucho” y aplicación del principio
de no discriminación;
-el
“quiero que seáis felices ahora y siempre” que comprenda a todo el hombre y
aplicación del principio de un desarrollo humano integral: espiritual, civil,
cultural, económico, político y social del menor.
Un
texto que Don Bosco estaría dispuesto a firmar:
La educación debe tener
como finalidades:
*favorecer
el desarrollo de la personalidad del muchacho, y el desarrollo de sus
facultades mentales y físicas en toda su potencialidad;
*inculcar
en el muchacho el respeto de los derechos humanos y de las libertades
fundamentales y de los principios consagrados en la Carta de las Naciones
Unidas;
*inculcar
en el muchacho el respeto de sus padres, de su identidad, de su lengua y de sus
valores culturales, y además el respeto de los valores nacionales del país en
que vive, del país del que es originario y de las civilizaciones diversas de la
suya;
*preparar
al muchacho a asumir las responsabilidades de la vida en una sociedad libre, en
un espíritu de comprensión, de paz, de tolerancia, de igualdad entre los sexos
y de amistad entre todos los pueblos y grupos étnicos, nacionales y religiosos,
con las personas de origen autóctono;
*inculcar
en el muchacho el respeto del ambiente natural.
Esto
no es otra cosa que el art. 29 de la “Convención de la ONU sobre los derechos
de los niños y de los adolescentes”, adoptada por la Asamblea General de las
Naciones Unidas el 20 de noviembre de 1989 y actualmente ratificada por 192
Estados.
Hay,
pues, que corregir la praxis de muchos educadores que reducen los derechos
humanos a una lista de conocimientos, o que entienden la educación para los
derechos humanos de forma normativa, como explicación de textos jurídicos.
Nosotros
propugnamos una aproximación más amplia, una aproximación de socio-civic
learning, que impulse a la experiencia práctica, a la aceptación de
responsabilidades y a la participación activa y responsable.
La
educación para los derechos humanos, o mejor para una “cultura preventiva de
los derechos humanos”, capaz de prevenir sus violaciones, debe salir del
estrecho ámbito de competencia de juristas y abogados, para que se haga
patrimonio de todos, de todo el que se sienta dispuesto a abrir y sostener un
diálogo intercultural que tenga como fundamento los derechos humanos.
En
efecto, los derechos humanos no son principalmente una materia jurídica o
filosófica; son una materia interdisciplinar y pueden ser explicados y
discutidos en una aproximación intercultural, en el ámbito de numerosas
disciplinas: historia, geografía, lenguas extranjeras, literatura, biología,
física, música, economía.
Tales
derechos no representan una materia aparte, sino un tema transversal. Los
derechos humanos deberían ser parte integrante de la formación y de la
actualización de los educadores, formales e informales, para que sean ellos
mismos los que puedan reelaborarlos y transmitirlos como leit-motiv y
aproximación transversal dentro de las diversas materias.
Si
por enseñanza entendiéramos una actividad didáctica en que uno solo, el
profesor, tiene algo que enseñar y todos los demás sólo tienen que escuchar, en
el caso de los derechos humanos no se podría usar esta praxis. Los derechos
humanos no se enseñan, como tampoco se imponen, sino que se educa para ellos a
través del diálogo, la confrontación recíproca, la reelaboración personal.
Como
metodología didáctica se pueden usar el arte, el teatro, la música, la danza,
el dibujo, la poesía; recordemos a este respecto las iniciativas “inventadas”
por Don Bosco.
Si
el acento del proceso educativo está puesto en las motivaciones interiores
necesarias para la educación, entonces el Sistema Preventivo llega a ser una
“espiritualidad”. Si el acento está puesto en las tres columnas de la razón,
religión y cariño, entonces el Sistema Preventivo llega a ser un compromiso
ascético, un cuadro de valores y un proceso de vida. Si el acento está en la
relación del educador con el educando, el Sistema Preventivo postula una fuerte
mística. Si el acento está puesto en el proyecto de vida que el educando debe
madurar en su corazón, entonces el Sistema Preventivo es evangelización
completa, porque intenta formar al honrado ciudadano y al buen cristiano, para
decirlo con la “Christifideles Laici”, capaz de vivir el evangelio sirviendo al
hombre y a la sociedad.
En
definitiva, el Sistema Preventivo transforma tanto al educador como al educando
en un protagonista consciente, responsable del deber de defender y promover los
derechos humanos, para el desarrollo humano personal y del mundo entero.
Parafraseando
una feliz expresión de Pablo VI, en la “Populorum Progressio”, me atreveré a
decir que el nuevo nombre de la paz es la educación para la defensa y la
promoción de los derechos humanos.
Ciertamente,
educar con el corazón de Don Bosco, para el desarrollo integral de la vida de
los jóvenes, sobre todo de los más pobres y desfavorecidos, promoviendo sus
derechos comporta:
una
renovada opción de participar comunitariamente en los lugares concretos de
acción.
El
carácter comunitario de la experiencia pedagógica salesiana requiere crear
comunión en torno a los ideales educativos de Don Bosco, saber implicar a todos
los responsables en las diversas instituciones y programas educativos, formar
en ellos una conciencia crítica de las causas de la marginación y de la
explotación juvenil, una fuerte motivación que sostenga el compromiso cotidiano
y una actitud activa y alternativa. Todo esto repropone el compromiso de
formación de los educadores.
una
renovada intencionalidad pastoral.
La acción salesiana comprende siempre la preocupación por la salvación de la persona: conocimiento de Dios y comunión filial con Él a través de la acogida de Cristo, con la mediación sacramental de la Iglesia. Habiendo escogido a la juventud y a los jóvenes pobres, los Salesianos aceptan los puntos de partida en que los jóvenes se encuentran y sus posibilidades de hacer un camino hacia la fe. En cada iniciativa de recuperación, de educación y de promoción de la persona, se anuncia y se realiza la salvación, que será ulteriormente explicitada a medida que los sujetos se van haciendo capaces. Cristo es un derecho de todos. Se anuncia sin forzar los tiempos, pero sin dejarlos pasar en vano.
Y
concluyo, esta vez, no con una fábula sino con un relato de familia, o mejor
con el “sueño” que está en los orígenes de lo que somos y de cuanto hacemos. Un
“sueño” que es memoria y profecía, recuerdo del pasado y proyecto de futuro.
“Mientras
tanto, yo había alcanzado los nueve años. Mi madre quería enviarme a la
escuela, aunque la distancia me dejaba perplejo, ya que estábamos a cinco
kilómetros del pueblo de Castelnuovo. Mi hermano Antonio se oponía a que fuera
al colegio. Se adoptó una solución intermedia. Durante el invierno frecuentaba
la escuela del cercano pueblo de Capriglio, donde pude aprender los rudimentos
de la lectura y escritura. Mi maestro era un sacerdote muy piadoso que se
llamaba José Lacqua, quien fue muy amable conmigo, ocupándose con mucho interés
de mi instrucción y, sobre todo, de mi educación cristiana. Durante el verano
contentaba a mi hermano trabajando en el campo.
Con aquellos años tuve un sueño que quedó
profundamente grabado en mi mente para toda la vida. En el sueño, me pareció
encontrarme cerca de casa, en un terreno muy espacioso, donde estaba reunida
una muchedumbre de chiquillos que se divertían. Algunos reían, otros jugaban,
no pocos blasfemaban. Al oír las blasfemias, me lancé inmediatamente en medio
de ellos, usando los puños y las
palabras para hacerlos callar.
En
aquel momento apareció un hombre venerando, de aspecto varonil y noblemente
vestido. Un blanco manto le cubría todo el cuerpo, pero su rostro era tan
luminoso que no podía fijar la mirada en él. Me llamó por mi nombre y me mandó
ponerme a la cabeza de los muchachos, añadiendo estas palabras: - No con
golpes, sino con la mansedumbre y con la caridad deberás ganarte a estos tus
amigos. Ponte ahora mismo, pues, a instruirlos sobre la fealdad del pecado y la
belleza de la virtud.
Aturdido
y espantado, repliqué que yo era un niño pobre e ignorante, incapaz de hablar
de religión a aquellos muchachos; quienes, cesando en ese momento sus riñas,
alborotos y blasfemias, se recogieron todos en torno al que hablaba. Sin saber
casi lo que me decía, añadí: - ¿Quién sois vos, que me mandáis una cosa
imposible? – Precisamente porque tales cosas te parecen imposibles, debes
hacerlas posibles con la obediencia y la adquisición de la ciencia. - ¿En donde
y con qué medios podré adquirir la ciencia? – Yo te daré la maestra bajo cuya
disciplina podrás llegar a ser sabio, y sin la cual toda sabiduría se convierte
en necedad.
Pero.
¿quién sois vos que me habláis de esta manera?
Yo
soy el hijo de aquella a quien tu madre te enseñó a saludar tres veces al día.
Mi
madre me dice que, sin su permiso, no me junte con los que no conozco. Por
tanto, decidme vuestro nombre.
El
nombre, pregúntaselo a mi Madre.
En
ese momento, junto a Él, vi a una mujer de aspecto majestuoso, vestida con un
manto que resplandecía por todas partes, como si cada punto del mismo fuera una
estrella muy refulgente. Contemplándome cada vez más desconcertado en mis
preguntas y respuestas, hizo señas para que me acercara a Ella y, tomándome
bondadosamente de la mano, me dijo: - Mira.- Al mirar, me di cuenta de que
aquellos chicos habían escapado y, en su lugar, observé una multitud de
cabritos, perros, gatos, osos y otros muchos animales. – He aquí tu campo, he
aquí donde tienes que trabajar. Hazte humilde, fuerte, robusto; y cuanto veas
que ocurre ahora con estos animales, lo deberás hacer tú con mis hijos.
Volví
entonces la mirada y, en vez de animales feroces, aparecieron otros tantos
mansos corderos que, saltando y balando, corrían todos alrededor como si
festejaran al hombre aquel y a la señora.
En
tal instante, siempre en sueños, me eché a llorar y rogué al hombre me hablase
de forma que pudiera comprender, pues no sabía qué quería explicarme.
Entonces
Ella me puso la mano sobre la cabeza, diciéndome: - A su tiempo lo comprenderás
todo.
Dicho
lo cual un ruido me despertó.
Quedé
aturdido. Sentía las manos molidas por los puñetazos que había dado y dolorida
la cara por las bofetadas recibidas. Después el personaje, aquella mujer, las
cosas dichas y las cosas escuchadas ocuparon de tal modo mi mente que ya no
pude conciliar el sueño durante la noche.
Por
la mañana conté enseguida el sueño. Primero a mis hermanos, que se echaron a
reír; luego a mi madre y a la abuela. Cada uno lo interpretaba a su manera. Mi
hermano José decía: - Tú serás pastor de cabras, de ovejas o de otros animales.
Mi madre: - Quién sabe si un día llegarás a ser sacerdote. Antonio, con tono
seco: - Tal vez termines siendo capitán de bandoleros. Pero la abuela, que
sabía mucho de teología aunque era completamente analfabeta, dio la sentencia
definitiva, exclamando: - No hay que hacer caso de los sueños.
Yo
era del parecer de mi abuela, sin embargo nunca pude olvidar aquel sueño. Los
hechos que expondré a continuación le confieren cierto sentido. No hablé más
del asunto, y mis familiares no le dieron mayor importancia. Pero cuando, en el
año 1858, fui a Roma para tratar con el Papa de la Congregación Salesiana, me
hizo narrarle con detalle todas las cosas que tuvieran algo de sobrenatural,
aunque sólo fuera la apariencia. Conté entonces, por primera vez, el sueño
tenido a la edad de nueve a diez años. El Papa me mandó que lo escribiera al
pie de la letra, pormenorizadamente, y lo dejara para animar a los hijos de la
Congregación, por la que había realizado ese viaje a Roma”.[11]
Os
deseo a todos vosotros hacer vuestro el sueño del amado padre y fundador de
nuestra Familia Salesiana, Don Bosco. Comprometámonos a hacerlo realidad en
favor de los jóvenes, especialmente los más pobres, abandonados y en peligro, y
sigamos cultivando para ellos nuevos sueños.
La
Madre de Dios, en cuyo nombre iniciamos este año de gracia 2008, sea madre y
maestra, como lo fue para Don Bosco, de modo que en su escuela aprendamos a
tener un corazón de educadores.
Roma, 31 de diciembre de 2007.
Don Pascual Chávez Villanueva
Rector Mayor
[1]
AA.VV. “Il Sistema educativo di Don Bosco tra pedagogía antica e nuova”, Actas
del Congreso Europeo Salesiano sobre el sistema educativo de Don Bosco, LDC
Turín 1974, p. 314.
[2]
P.RUFFINATO, Educhiamo con il cuore di Don Bosco, en “Note di Pastorale
Giovanile”, n. 6/2007. p. 9.
[3] Cf. G. BOSCO, Dei castighi da infliggersi nelle case salesiane, en P. BRAIDO, Don Bosco educatore. Scritti e testimonianze, LAS, ROMA 1992, p. 340.
[4]
Cf. P. BRAIDO, Prevenir no reprimir .El sistema educativo de Don Bosco, CCS
Madrid 2001, p. 198.
[5]
Cf. P. BRAIDO, Prevenir no reprimir. El sistema educativo de Don Bosco, CCS,
Madrid 2001, p. 416.
[6]
Cf. G. BOSCO, Dei castighi da infliggersi nelle case salesiane, en P. BRAIDO,
Don Boco educatore. Scritti e testimonianze, LAS, Roma 1992, p. 335.
[7]
Cf. G. BOSCO, Dei castighi da infliggersi nelle case salesiane, en P. BRAIDO,
Don Bosco educatore. Scritti e testimonianze, LAS, Roma 1992, p. 336.
[8]
Cf. CG23, 203-210; 212-214.
[9]
G. BOSCO, Ricordi ai missionari, en P. BRAIDO, Don Bosco educatore. Scritti e
testimonianze, LAS, Roma 1992, p. 206.
[10]
CG25, 140.
[11]
G. BOSCO, Memorias del Oratorio de San Francisco de Sales. Edición española
preparada por Aldo Giraudo y José Manuel Prellezo, CCS Madrid 2003, pp. 9-12.