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Una mujer anciana, y detrás de ella el hijo sacerdote, va a ver quién es. Es un muchachote de unos quince años, alto y delgado, empapado hasta los huesos. Tiembla de frío. Dice: "Por favor, dejadme entrar un momento. No resisto más". La mujer le acerca al fuego, y mientras se calentaba y se secaba los vestidos, le da sopa y pan. Calentado por la comida, el muchacho cuenta: "Soy un pobre huérfano y vengo de la Valsesia a buscar trabajo. Tenía tres liras; las he gastado. Ahora ya no tengo nada". Mientras habla, se echa a llorar. También aquella mujer anciana llora con él. Luego dice a su hijo sacerdote: "Si quieres, preparo una cama para esta noche, y mañana Dios proveerá". Sale bajo la lluvia, recoge algunos trozos de ladrillo y sobre ellos pone algunas tablas y un jergón. Aquella mujer anciana es Mamá Margarita, su hijo es Don Bosco y aquella es la primera cama en que acogen a un muchacho pobre y abandonado. EL NOMBRE DE UNA FLOR BLANCA Margarita había nacido en Capriglio, en el lejano 1788. Tenía ya una hermanita llamada Mariana. Muchachita de once años, puesta a guardar las mazorcas de maíz que se secaban al sol, vio llegar a la era un escuadrón de soldados rusos de caballería. Combatiendo a los franceses de Napoleón, saqueaban las casas y los campos. Los caballos se lanzaron sobre las mazorcas que Margarita debía custodiar, y comenzaron a desmenuzarlas y mascarlas con sus grandes dientes. Margarita primero gritó y agitó las manos para asustarlos, luego se dirigió con palabras rabiosas a sus dueños que estaban reunidos en grupo y se reían de su furia. Entonces con coraje empuñó una horca y pinchó vigorosamente las panzas de los caballos. Esta vez los caballos escaparon y, tras ellos, se echaron a correr (por temor de perderlos) sus amos. EL TIEMPO DE LOS BANDOLEROS En aquellos años de guerra y guerrilla, el Piamonte se había convertido en . De los relatos que los hombres hacían en voz baja, supo que los salteadores habían atacado Asti, matado a soldados franceses y saqueado las iglesias, los albergues y el seminario. Era el mes de mayo de 1799. Entonces los soldados y los caballeros franceses estaban tratando de cazar a los salteadores (que se escapaban apenas cometido el delito). Trepaban a las colinas, fusilaban a cualquier desbandado, quemaban granjas, mataban también a mujeres y muchachos. Después terminó la guerra entre las colinas. Napoleón, el general francés vencedor, había declarado el Piamonte . Había obligado a los jóvenes piamonteses a combatir en su ejército. Margarita había visto partir a muchos, con gran consternación de las familias, en 1812, cuando ella tenía ya veinticuatro años. Debían participar en la expedición contra Rusia juntamente con él mayor ejército de todos los tiempos. Pero en el rígido invierno de Moscú, Napoleón cayó derrotado y murieron a su lado unos seiscientos mil hombres, de los que veinticinco mil eran italianos. UN PUEBLO SUMERGIDO EN EL VERDE Capriglio es un pueblecito (400 habitantes) rodeado de las verdes colinas del Monferrato. Como todos los pueblos agrícolas, se dividía en barrios. Margarita Occhiena había nacido en el barrio , sumergido en el verde de los bosques, con algunas zonas soleadas cultivadas con viñedos. Desde las ventanas de su casa, Margarita podía ver el valle profundo por el que corre un arroyo. Más a lo lejos veía las casas de I Becchi y la amplia hacienda de los abogados Biglione. No podía imaginar que un día, vestida de esposa, habría atravesado aquel valle y habría ido a vivir a I Becchi, madre de dos niños. Al lado de la era de su casa rústica y sólida, Margarita vivió una infancia feliz, a pesar de los tiempos tristes que llevaban a las colinas a soldados y salteadores. Nunca fue a la escuela. A las niñas campesinas, en aquel tiempo, no se les enseñaba siquiera a leer ni escribir. Las primeras palabras que las madres enseñaban eran las del Avemaría. De su infancia sólo conocemos cuatro hechos contados por ella misma. El primero es el episodio de los caballos rusos que querían comer sus mazorcas de maíz. He aquí los otros tres. EL PASEO, EL BAILE Y LA VIEJECITA El pueblo de Capriglio estaba atravesado de un lado al otro por la calle principal. Para las muchachitas de catorce años, recorrerla los días de fiesta riendo y cantando, manteniéndose bien unidas con los brazos entrecruzados, era la mayor diversión. Pero hacía falta ser muchas y pasaban a invitar a las amigas. También Margarita era invitada a voces: . Margarita miraba a su madre Dominica y en su cara seria veía que no estaba contenta. Entonces respondía a sus amigas: —Ya he dado mi paseo de hoy, he ido a Misa y estoy algo cansada. En el verano, cada pueblo celebraba su fiesta patronal, con la procesión, pero también con el baile al aire libre. La música rebotaba de colina en colina, y para los jóvenes era un reclamo irresistible. El párroco, Don Maggiora, era severísimo contra el baile. Amenazaba incluso con el infierno. Margarita, invitada tantas veces, rechazó siempre gentilmente la invitación. Hacia sus dieciocho años, Margarita era una joven floreciente. Tenía muchos admiradores que buscaban alguna ocasión para acompañarla. Una de las ocasiones era la larga caminata que cada domingo hacía Margarita para ir a Misa. A ella no le gustaba. Había una viejecita buena, pero muy cascarrabias, que buscaba siempre a alguien que la acompañase a la iglesia, adonde se dirigía apoyándose en el bastón. Margarita la acompañaba todos los domingos. Los cortejadores trataron de acompañar a las dos, pero la viejecita enseñó los dientes y el bastón y tuvieron que rendirse. FRANCISCO BOSCO LA PIDE COMO ESPOSA En I Becchi de Murialdo el aparcero Francisco Bosco había sufrido al comienzo de 1811 una grave desgracia. Su mujer Margarita y su hijita Teresa se le habían muerto en pocos días, a causa de una de aquellas temibles entonces incurables. Francisco quedó viudo a los veintisiete años. Tenía un niño, Antonio, de tres años. El niño se había quedado como petrificado ante su madre muerta. Ahora estaba confiado a su abuela, que caminaba con dificultad. La familia Occhiena conocía desde hacía tiempo a Francisco Bosco, porque iba con frecuencia a Capriglio para ver y echar una mano a su hermana Magdalena. Pasados los días de luto, Francisco decidió ir a Capriglio para pedir a Melchor la mano de su hija. El padre habló con su mujer Dominica. Luego llamaron a Margarita y le comunicaron la petición de Francisco. Su padre le dijo: —Si estás de acuerdo, también nosotros lo estamos. Está claro que irás a vivir en una familia más pobre que la nuestra. Deberás cuidar en seguida de un niño de pocos años; así serás esposa y madre desde el primer día. Margarita aceptó. El matrimonio se celebró en Capriglio el 6 de junio de 1812. Margarita, con veinticuatro años, fue a vivir en I Becchi, en la casa del aparcero Francisco, que era "la casa rústica" cerca de la casa señorial de los Biglione. Comenzó así para Margarita una nueva vida, pobre y feliz. La abuela, que llevaba su mismo nombre, la besó en las dos mejillas, acogiéndola como una bendición del Señor. Antonio, con apenas cuatro años, se dejó coger en brazos y acunar por su nueva "mamá", aunque en su cabecita había algo de confusión. Francisco no quería pasar toda la vida como aparcero. Su sueño era llegar a ser un pequeño propietario, con tierras propias y casa propia. Para ello había logrado adquirir algunas tierras, una faja de viña y un casucho que transformó en establo para dos bueyes y una vaca que ya poseía. DURANTE CUATRO AÑOS LA VIDA SONRIÓ El 17 de abril de 1813 nace el primer hijo de Margarita y Francisco. En el bautismo recibe el nombre de José. El 16 de agosto de 1815 nace el segundo hijo, Juan, que llegará a ser Don Bosco. En sus Memorias escribirá: . Durante cuatro años la vida sonrió a esta familia. Margarita era una mujer radiante, al lado de sus primeros hijos. Francisco era un campesino alegre y gallardo. Volvía de los campos al atardecer, se enjugaba el sudor, luego cogía en brazos a sus niños y jugaba con ellos. EL SE ABRIÓ EN 1817 En sus Memorias Don Bosco escribe: . Contando a sus muchachos aquel acontecimiento, Don Bosco decía: . De mayo a noviembre Margarita logró acabar la situación de aparcería y salvar lo mejor de las cosechas. Desde el 11 de noviembre de 1817 la situación de aparcería entre los patronos Biglione y la familia Bosco cesó. El tío Miguel, en aquellos meses, hizo lo imposible para transformar el casucho de depósito y establo en casita habitable. El 11 de noviembre Mamá Margarita, los tres hijos y La abuela se trasladaron allí. A pesar de los esfuerzos de Miguel, aquella casita siguió siendo la más pobre del contorno. Este fue el tiempo más duro para Margarita. Era para desesperarse, para entristecer a una mujer de solo veintinueve años. Pero Margarita tenía una gran fe en Dios y un gran amor a sus hijos. No dedicó muchas horas a compadecerse de sí misma. Se arremangó y recomenzó a trabajar. Los trabajos más pesados (arar, segar, el trabajo de azada alrededor de las vides) le destrozaban las manos. Pero aquellas manos destrozadas por el trabajo sabían acariciar con dulzura a sus niños. Porque era una mujer fuerte, una trabajadora, pero, sobre todo, fue siempre mama de sus hijos. <. AMOR DULCE Y FUERTE El primer elemento que marco a Juan, José y Antonio fue el amor dulce y fuerte de la madre. El niño, para formarse bien para la vida, tiene necesidad del amor exigente del padre y del amor gratuito, sereno y gozoso de la madre. Mama Margarita encontró en sí misma un equilibrio instintivo, que la hizo unir y alternar la firmeza tranquila y la alegría tranquilizadora. Era una madre dulcísima, pero enérgica y fuerte. Los hijos sabían que, cuando decía no, era no. Y no había caprichos que la hicieran cambiar de parecer. Don Bosco recuerda dos episodios que iluminan claramente el carácter dulce y firme del amor de su madre. LA VARA EN EL RINCÓN En un rincón de la cocina habla una vara flexible. La madre no la usó nunca, pero no la quito nunca de aquel rincón. Un día Juan armó alguna trastada. Margarita señaló el rincón: —Juan, ve a coger aquella vara. El niño se retiró hacia la puerta: —¿Qué quiere hacer con ella? —Tráemela y verás. El tono era decidido. Juan la tomó y ofreciéndola desde lejos: —Usted quiere usarla en mi espalda... —Y, ¿por qué no, si me armas estas trastadas? —Mamá, no lo haré más. En este momento (recuerda Don Bosco) la madre sonríe. No , no . Sonríe. Y sonríe también su hijo. Y todo vuelve a la distensión y a la serenidad en la casita. LA SED DE DOS HERMANOS Un día de sol abrasador, Juan y José vuelven de la viña, muertos de sed. Margarita va al pozo, saca un cubo de agua fresca y con el cazo de bronce da de beber primero a José. Juan (cuatro años) alarga el hociquito. Se siente ofendido por aquella preferencia. Cuando su madre le ofrece de beber también a él, hace como que no la quiere. Margarita no dice: <¡Pobre hijito mío, te he dejado último y tú muestras tus caprichos!>. No dice nada. Lleva el cubo a la cocina y cierra la puerta. Un momento después, llega Juan: —Mamá... —¿Qué? —~¿No me da agua también a mí? —Creía que no tenías sed. —Perdón, mamá. —Así está bien —y le ofrece también el cazo con agua. Esta contemporaneidad de amor exigente y sereno es el primero de los elementos educativos que permanecerán como plataforma estable en la base de la personalidad de Don Bosco. Él no supo nunca por experiencia directa qué significa tener contemporáneamente un papá y una mamá. Solo tuvo una fuente de amor, maternal y paternal al mismo tiempo. Y llegó a ser él, Don Bosco, una fuente idéntica de amor para sus muchachos: un amor que se manifestaba contemporánea y alternativamente como firmeza serena y alegría tranquilizadora, un amor paterno y materno. EL DIOS DE SU MADRE El otro valor que Juan Bosco recibió de su madre es el . es una de las frases más frecuentes de Mamá Margarita. Deja que sus niños vayan a corretear por los prados vecinos y, mientras se van, les dice: . Pero no es un Dios-policía el que ella inculca en la mente de sus pequeños. Si la noche es hermosa y el cielo estrellado, mientras están tomando el fresco a la puerta, dice: . Cuando los prados están llenos de flores, murmura: <¡Qué cosas tan hermosas ha hecho el Señor para nosotros!>. Después de la siega, después de la vendimia, mientras respiran del trabajo de la recolección, dice: . También después del temporal y la granizada que ha destrozado todo, la madre invita a reflexionar: . Al lado de la madre, de los hermanos, de los vecinos, Juan aprende así a ver a otra persona. Una persona grande. Invisible, pero presente en todas partes. En el cielo, en los campos, en el rostro de los pobres, en la conciencia que le dice: sabe el porqué, y esto debe bastar. Dc Dios, Juan Bosco tiene desde sus primeros años una imagen filtrada a través de la naturaleza: el Dios del cielo, de las estrellas, del sol, de la nieve, de los árboles. Esta es una de las primeras características del Dios de su madre, con el que se puede hablar sobre la hierba, sobre el heno, mirando al cielo o corriendo detrás de una vaca que se ha escapado. Don Bosco no tendrá nunca necesidad de un reclinatorio para rezar: levantaba los ojos, miraba a su alrededor, y hablaba con Dios. Pero la familia Bosco rezaba también unida. . En aquel tiempo, La primera Comunión se hacía tarde, entre los doce-catorce años. Mucho antes se hacía la primera Confesión. Don Bosco recuerda: . Una de Las primeras en las que Juan participó fue el rezo del Rosario. En aquel tiempo era la oración vespertina de todos Los cristianos. Desgranando el rosario pedían cincuenta veces La ayuda de La Virgen . Mientras repetían en voz baja las Avemarías, y el sueño planeaba sobre Los ojos de Los más pequeños, el pensamiento de aquellos cristianos iba a la familia, a los campos, al presente y al futuro. Juan Bosco comenzó así a hablar con La Virgen y sabía que Ella lo miraba y lo escuchaba. Margarita no enseñó a sus hijos a ver a Dios sólo en la naturaleza. Les enseñó también a verlo en el rostro de los demás (que es una manera más difícil y, al mismo tiempo, más profundamente cristiana). . Margarita, antes de dejarle ir allí, le daba un plato de sopa caliente. Luego le miraba los pies. La mayor parte de las veces estaban mal. Los zuecos gastados dejaban pasar agua y todo. Ella no tenía otro par que regalarle, pero le envolvía los pies en trozos de paño y Los ataba como podía. EL VIEJECITO SIN BLANCA En una casa de I Becchi vivía Cecco. Había sido rico, pero había malgastado todo. Se había quedado sin blanca, en esa miseria total en que es difícil sacar a flote hasta la propia familia. Los muchachos le daban la matraca. Las madres lo presentaban a los niños y contaban la fábula de la hormiga y de la cigarra: . Aquel viejo se avergonzaba de tener que pedir limosna y con frecuencia sufría hambre. Margarita, cuando era de noche, dejaba junto a la puerta una pequeña olla de sopa caliente. Cecco iba a tomarla caminando en la oscuridad. EL PAN BLANCO DADO POR LA-MADRE SE CAMBIA EN NEGRO Juan aprendía. Más la caridad que el ahorro. Había un muchacho que trabajaba en una granja poco lejana. Se llamaba Segundo Matta. Por la mañana, el patrono le daba una rebanada de pan negro y le ponía en la mano el ronzal de una vaca. Debía llevarla al pasto hasta mediodía. Al bajar al valle encontraba a Juan que llevaba también la vaca al pasto y tenía en la mano una rebanada de pan blanco. En aquellos tiempos un pan así (llamado ) era una refinación, costaba mucho más que el pobre pan negro. Un día Juan le dijo: —¿Me haces un favor? Querría que nos cambiáramos el pan. El tuyo debe ser mejor que el mío. Segundo Matta le creyó, y durante tres estaciones se cambiaron el pan. Solo cuando fue mayor, el señor Matta lo pensó y comprendió que Juan Bosco era una gran persona. Y cuando fue abuelo y su nieto Segundo Marchisio, sacerdote salesiano, le preguntó si recordaba algo de Juan Bosco, le contó la historia del pan. Pascua de Resurrección de 1826. Aquel día Juan hizo su primera Comunión en la iglesia parroquial de Castelnuovo. Él la recordaba así: . Del dicho al muchachito que corre a jugar en los prados, al catecismo enseñado con lenta dulzura; del amor concreto a los demás , al primer encuentro con Jesús-Eucaristía preparado con trepidación, es visible y palpable el crecimiento en el que Mamá Margarita regala a su hijo Juan. Los frutos vendrán, serán grandiosos, pero procederán todos de esta educación materna, que quedará siempre como la base estable de la personalidad de Don Bosco. EL GRAN SUEÑO A los nueve años Juan tuvo el gran sueño que habría de marcar profundamente su vida. Le pareció estar en un patio lleno de muchachos que discutían y blasfemaban. Comenzó a darle puñetazos a los que blasfemaban; pero un Señor majestuoso lo detuvo y le dijo: . Al verle aturdido y espantado, le dijo: . Vio entonces a una Señora, vestida con un manto que resplandecía por todas partes. Los muchachos que discutían se convirtieron en animales turbulentos, y la Señora le dijo: . Juan vio que los animales se transformaron en . Juan no entendía, pero la Señora le dijo: . Juan contó el sueño a la familia reunida para el desayuno. Todos se echaron a reír; pero su madre dijo: <¡Quién sabe si un día serás sacerdote!>. Don Bosco escribe: . <. Convencida de que es Dios el más grande educador de nuestros hijos, que su voz señala el camino mejor, Margarita soportó fatigas y humillaciones increíbles para permitir a su hijo llegar a ser sacerdote. UN PUESTO EN LA ESCUELA COMO SOBRINO DE LA CRIADA Llegar a sacerdote, ayudar a los muchachos, un hermoso sueño. Para convertirlo en realidad había un difícil camino que recorrer: ir a la escuela... muchos años. ¿Cómo lograrlo? Sucedió un pequeño golpe de suerte. En Capriglio era capellán y maestro de escuela elemental don Lacqua. Se le murió la criada. En su lugar entró la hermana de mama Margarita, Mariana. Esta obtuvo del capellán que diese clase a su sobrino. Margarita acompañó a Juan a casa del abuelo Melchor, y durante tres horas por la mañana (tres horas y media con la Misa que era obligatoria para todos los escolares) y tres horas por la tarde, aprendía lectura, religión y aritmética>. La comida la hacía con la tía Mariana. Juan frecuentó así la primera y la segunda elemental a los nueve y diez años. TRES LIBROS PRESTADOS POR EL SACERDOTE Don Lacqua tomó cariño a aquel pequeño campesino de I Becchi, tan deseoso de leer y de estudiar. Antes de las largas vacaciones le presto tres libros de aventuras: Guerino Meschino, Los Pares de Francia y Bertoldo y Bertoldino. Pensaba animarlo a la lectura en alguna larga velada de lluvia. En cambio, le abría un camino lleno de sorpresas. Por la noche, a la escasa luz de la lámpara de aceite, Juan comenzó a leerlos a José y a algún amigo suyo, que miraban atentamente aquellas páginas de las que salían aventuras asombrosas. La noticia de que Juan Bosco leía historias maravillosas se difundió velozmente. Don Bosco escribe: . (Juan tenía once años.) ¡PEQUEÑO SALTIMBANQUI! Al llegar el verano, Juan dio una sorpresa clamorosa a sus pequeños espectadores. Los días de mercado y de feria había ido a ver a los charlatanes y a los saltimbanquis. De vuelta en casa, había probado y repetido los ejercicios hasta que logró realizarlos también él. <¿Lo creeréis? A mis once años hacía juegos de manos, daba el salto mortal, hacía la golondrina, caminaba con las manos, andaba, saltaba y bailaba sobre la cuerda como un profesional>. Los días de fiesta, los muchachos de las casas vecinas y lejanas iban a buscarlo. Y él anunciaba el espectáculo. Ante todo, se subía a una silla y repetía el sermón que había escuchado por la mañana en la Misa. Luego comenzaba el espectáculo: saltos mortales, atrevidas evoluciones, juegos de prestigio y, finalmente, la danza sobre la cuerda. Una vez Margarita estaba observando a Juan en compañía de otra vecina de casa, Catalina Agagliati, que era entusiasta de lo que veía y oía. En un momento, Margarita le preguntó: <¿Qué piensas que será mi hijo?>. Y Catalina respondió: < ¡Ciertamente está destinado a hacer un gran ruido en el mundo!>. Pero hay también otro que observa todo, Antonio. Es fuerte y sombrío como un novillo. Mira a Juan de lejos y mastica rabia. En la mesa alguna vez estalla: <¡Yo me rompo los huesos en los campos, y este aquí hace de charlatán!>. MARGARITA VIO DESAPARECER ENTRE LA NIEBLA A SU PEQUEÑO EMIGRANTE Antonio, una tarde, vio a Juan con un libro al lado del plato y se disparó: —¡Ese libro yo lo tiro a la lumbre! Juan reaccionó con violencia. Las palabras no le faltaban. Antonio levantó las manos. Margarita trató de ponerse en medio, pero Juan fue maltratado. Ya en la cama, Juan lloró, más de rabia que de dolor. Y no muy lejos lloró también Margarita que aquella noche no durmió y tomó una decisión grave. Por la mañana dijo a Juan las palabras más tristes de su vida: —Es mejor que te vayas de casa. Antonio un día u otro podría hacerte daño. —Y, ¿adónde voy? Con la muerte en el corazón, Margarita le indicó el camino para la hacienda de los Moglia, en Moncucco. Allí la señora Dorotea Filipello, la patrona, la conocía. Juan partió entre la niebla, llevando bajo el brazo un envoltorio con dos camisas y un panecillo. En los Moglia lo aceptaron con dificultad. Juan comenzó así la vida del muchacho de establo, que duraría casi tres años. Volvió a casa en noviembre de 1829, con catorce años cumplidos, sin muchas esperanzas de poder reanudar la escuela. Pero una vez más un sacerdote echó una mano. Había ido a Murialdo un capellán anciano don Calosso. Juan y él se encontraron por casualidad al volver de Buttigliera, donde había habido una predicación extraordinaria. Don Calosso bromeando, pidió a Juan que le repitiera alguna palabra de un sermón difícil, y Juan se la recitó de memoria. Don Calosso, sorprendido favorablemente, habló con Mamá Margarita. Le dijo >. Conocida la oposición de Antonio, le dijo: . Juan fue volando. Escribió: "Conocí entonces qué quiere decir tener un director fijo, un amigo fiel del alma, pues hasta entonces no lo había tenido. Mis estudios iban muy bien". Pero el 21 de noviembre de 1830, precisamente Un año después de haber comenzado la escuela, don Calosso murió de un ataque de apoplejía. LOS ACONTECIMIENTOS QUE DESTROZAN LA FAMILIA En aquel 1830, Mama Margarita había comenzado las gestiones para la división legal de los bienes entre Antonio y sus hermanos, para poner fin para siempre a los litigios. También se dividió la pequeña casita. Mama Margarita había vivido estos últimos acontecimientos que destrozaban su familia con amargura, pero también con firmeza. Después de la Navidad de 1830, Juan trató de frecuentar la escuela de Castelnuovo, distante cinco kilómetros, que hacía a pie por la mañana y por la tarde. Pero aquel año de escuela fue prácticamente perdido: un maestro viejo no sabía la escuela, y las clases eran un desorden continuo. Juan, de acuerdo con su madre, decidió comenzar, el año siguiente, "las escuelas serias>> de Chieri. LA MAMÁ AL SUSSAMBRINO, JUAN A CHIERI En el otoño de 1831, José tiene ya todo el vigor de un joven de dieciocho años, Con su madre y su hermano deja I Becchi. Con un amigo, José Febbraro, obtiene la aparcería de la granja Sussambrino. Está constituida por una sólida casa y un conjunto de viñas que se extienden entre I Becchi y Castelnuovo. Mientras tanto Juan ha preparado su traslado a las escuelas de Chieri. En esta ciudad, a doce kilómetros de Castelnuovo y a diez de Turín, las escuelas públicas estaban clasificadas como . Con el problema de los estudios habría debido resolver también el económico. Cada mes, entre pensión, tasas escolares y libros, habría debido pagar cerca de veinticinco liras. Un jornalero en las sederías de Chieri ganaba de una a dos liras al día. El párroco don Dassano, informado, invitó a Margarita a ir a hablar con Lucía Matta, una viuda que se trasladaba a Chieri. Fue una gran idea. Margarita habló con Lucía, que se había decidido a estar al lado de su hijo porque tenía pocas ganas de estudiar. Acordaron que Juan viviría en casa. La pensión, Margarita obtuvo poder pagar con harina y vino. Juan se comprometía también a ayudar al hijo de Lucía a estudiar y a hacer los trabajos de la casa, desde partir la leña para la estufa hasta tender la ropa. A PESAR DEL PAN DE LA MAMA, EL HAMBRE La ciudad de Chieri se extendía a los pies de la colina turinesa, en el lado opuesto al de la capital del Piamonte. Tenía nueve mil habitantes y estaba llena de estudiantes. A pesar del pan que cada semana Mamá Margarita le llevaba, en los primeros meses Juan experimentó la humillación del hambre. Pero, no obstante alguna jornada difícil, los años de 1831 a 1835 fueron para Juan aquellos en que se manifestó toda la riqueza de su personalidad. A su alrededor florecen amistades profundas. Funda la Sociedad de la Alegría, la guía en excursiones aventureras y en desafíos valientes. Estrecha amistades cristianamente íntimas y constructivas con Luis Comollo y con el judío . Era la plena floración de la educación humana y cristiana recibida de Mama Margarita en la vida solar y en los sacrificios punzantes de I Becchi. Le había acostumbrado a una fe vivida en la alegría y en el sacrificio, sin componendas y sin miedo de ser cristiano y apóstol. Margarita iba cada quince días del Sussambrino a Chieri, llevando en una cesta pan de trigo y hogazas de maíz para Juan, y lo necesario para la pensión a Lucía Matta. Le pedía noticias de su hijo, . Y aquella viuda acababa desahogándose con ella: . LOS DEL SUSSAMBRINO Mamá Margarita vivió los años de 1831 a 1836 en la gran casa del Sussambrino. Fueron para ella . José y su amigo Febbraro llevaban adelante la granja con su trabajo y ella podía atender a los trabajos menos exigentes del gobierno de la casa, de la cría de las gallinas y de los conejos. El 9 de marzo de 1833, José (veinte años) se casa con Maria Calosso. Un año después Margarita tiene en brazos la primera nieta. A los cuarenta y nueve años es abuela. Año tras año correrán detrás de ella cuatro hijos de José y de Ana: Filomena, Rosa Dominica, Francisco y Luis. Y ella se siente la abuela más feliz del mundo. Permanece la pobreza. Tantos niños significan tantas bocas que llenar... Para Margarita sigue presente, además, la pobreza de Juan. Piensa en aquel su hijo tan diferente de los demás, en su vida nueva y para ella desconocida de estudiante. Ahorra hasta el detalle para llevarle cada quince días el pan y algún dinero para los libros (que en aquel tiempo costaban muy caros y pasaban de mano en mano en segundas y terceras reventas). Sabía que aquellas pocas monedas no bastaban, y que Juan se afanaba con repeticiones y trabajos diversos para ir tirando. Lo encomendaba a la Virgen juntamente con José su familia, con Antonio y su familia. Cuando se sentaba y no tenía que desgranar legumbres con los nietecitos, desgranaba el rosario que llevaba siempre en el gran bolsillo del delantal, con las llaves y las migajas de pan. Era su oración sencilla, que mezclaba delante de Dios el pensamiento de la vida y de la muerte. Era la corona que le daba seguridad: la Virgen cuidaba de su familia, de su hijo lejano, y habría encontrado la solución a la tremenda pobreza que ella no era capaz de encontrar. ¿JUAN BOSCO, FRAILE? En abril de 1834 Juan está llegando a los diecinueve años. Para ser sacerdote necesitaba todavía un año de escuela pública, luego entrar en el Seminario y cumplir otros seis años de estudio de alto nivel. Estudios serios (y esto no le costaba) y costosos (y esto le ponía en grave dificultad). No tenía valor para decirle a su madre, que ya tocaba los cincuenta años y aprovechaba cada céntimo hasta el final: . Pensó hacerse franciscano. Los estudios no le habrían costado nada. Y una vez sacerdote, habría ido donde la obediencia franciscana le hubiera mandado. "QUIERO HABLAR CON TU MADRE" Apenas lo supo, el párroco subió a la finca de Sussambrino y habló claro y sin rodeos a Margarita: . Mama Margarita había escuchado con respeto las palabras del párroco, pero dentro de sí había sentido crecer una gran amargura. Y el párroco había creído hasta aquel día que ella habría ayudado a Juan a hacerse sacerdote pensando en sí misma, en la seguridad de la propia vejez. Y decir que ella no había nunca pensado en ello... Cuanto más reflexionaba, más crecía su amargura. La mañana después, Margarita se envolvió bien en su chal. Dijo a los suyos que iba a ver a Juan. Contará luego Don Bosco: , Julio Barberis, uno de los primeros sacerdotes de Don Bosco, depuso bajo juramento: . Juan decidió al final consultar con don Cafasso. Era un sacerdote de solo veintitrés años, pero en Turín era ya el consejero espiritual de personas importantes. Don Cafasso lo escuchó con calma y, al final, le dijo: . El no son piadosas palabras. Don Cafasso le hará siempre encontrar en los momentos de necesidad el dinero "estrictamente necesario". Cuando la madre supo la última decisión de su hijo, se manifestó contenta. Dijo: . LA MAMA DE UN SEMINARISTA En el verano de 1835, antes de entrar en el Seminario, Juan fue a pasar las vacaciones en el Sussambrino, con su madre, su hermano, su cuñada y la primera sobrina. Margarita ayudó a Juan (que el 16 de agosto cumplió veinte años) a prepararse para el Seminario. Estaba convirtiéndose en la . Hacían falta cosas materiales: el ajuar, la sotana negra talar, el colchón (¡en el Seminario no se admitían jergones de paja!). Apenas se supo en Castelnuovo que el hijo de Margarita entraba en el Seminario, hubo casi una pugna para ayudarlo. Don Bosco dirá: . El día 30 de octubre de 1835 es el último que Juan Bosco pasa . Don Bosco lo recuerda así: . Desde el otoño de 1835 al verano de 1841, Juan Bosco vive en el Seminario mayor de Chieri. Hace los cursos de filosofía y de teología. DURANTE VEINTE MESES EN LA ESCUELA DE LA MADRE Todos los años el 24 de junio es la fiesta de san Juan Bautista. Para el seminarista Juan Bosco es el día onomástico y el comienzo de las largas vacaciones escolásticas: cuatro meses. Era el tiempo en que Mamá Margarita podía volver a tener a Juan todo para ella. Durante los seis años de estudios eclesiásticos (noviembre de 1835 a junio de 1841) lo tuvo a su lado durante veinte meses en conjunto. Juan sentía que, después de las largas lecciones de los profesores, áridas a veces, volvía a la escuela silenciosa, pero vivísima, de su madre. Hasta 1839 Juan transcurrió aquellos meses de verano en el Sussambrino. Desde 1840, en cambio, volvió a I Becchi, donde Antonio había construido una pequeña casa para sí, José estaba acabando de construir la suya, ambas frente a la vieja de su infancia. Habían llegado los hijos, y las dos familias se habían reconciliado. Mamá Margarita era la abuela feliz de todos. Juan Bosco, apenas llegaba al Sussambrino, se entregaba con José y su madre a los trabajos estivales. Encontraba natural quitarse la sotana negra y unirse a ellos para recoger el grano, segar la hierba y luego vendimiar. Felices de la buena cosecha, los Bosco y los Febbraro se lanzaban agudezas jocosas de una hilera a la otra, cantaban a velas desplegadas, se arrodillaban juntos a rezar el Ángelus cuando las campanas de Castelnuovo y de Buttigliera entrecruzaban sus toques a mediodía. Y ¡qué alegría sentarse luego juntos sobre la hierba, después de haber sacado con delicadeza de las hojas verdes el pan, el chorizo y la botella de vino que se pasaban uno a otro después de haber bebido a chorro! Era alegría verdadera, rumorosa, bendecida por el Señor. MADRE DE UN SACERDOTE Sábado 5 de junio de 1841. Juan Bosco es ordenado sacerdote por el arzobispo de Turin. El jueves siguiente era la fiesta del (entonces fiesta de precepto). Don Bosco celebró la en su pueblo. Las campanas habían sonado y esquilado largo tiempo. La gente se había amontonado en la gran iglesia parroquial para ver . A la noche de aquel día, Mamá Margarita trató de tenerlo un momento solo para sí, y le dijo: . Ascanio Savio, de Castelnuovo, depuso: . Al final de octubre de aquel año 1841, por consejo de don Cafasso, Don Bosco baja a Turín y comienza poco a poco su Oratorio. Sólo en la Pascua de 1846 Don Bosco encontrará la sede estable para sus muchachos en la zona de Valdocco, a dos pasos del río Dora. Todo ese tiempo Mamá Margarita permaneció en I Becchi, en la nueva casa de José, trabajando como una campesina y haciendo el precioso de abuela. LOS MUCHACHOS MORÍAN LENTAMENTE EN LAS FABRICAS DE HILADOS Cuando Don Bosco llegó a Turín, en las fábricas de hilados de seda, lana y algodón, trabajaban 6.170 adultos y 1.115 muchachitos que cobraban cincuenta céntimos de lira al día. Trece y a veces catorce horas de trabajo al día, con el patrón incitándolos con la punta del bastón cuando se adormecían. Vivian atontados y morían como moscas. En semejantes condiciones trabajaban los pequeños albañiles atraídos por las grandes obras que se construían en las periferias, los jovencísimos limpiachimeneas, los muchachos en busca de un oficio cualquiera. Llegaban en bandadas, como los pájaros migratorios, desde los valles piamonteses y saboyanos. Don Bosco, en las calles de Turín, fue al encuentro de los muchachos en busca de trabajo, de los muchachos que habían sido despedidos por su incapacidad para el trabajo, de los muchachos que vivían robando las en el mercado porque tenían hambre. Los encontró también en las cárceles, donde metían a grandes y pequeños juntos. Apenas logró hacerse entre ellos un grupo de amigos, dedicó a ellos todas sus fuerzas y su fantasía. Los domingos y en la escuela nocturna que enseguida inició, los enseñó a leer, a escribir y a hacer cuentas, para que los patrones no les engañasen en el salario. Los hacIa jugar, cantar, rezar, para que redescubriesen que eran jóvenes y cristianos. Les buscaba patrones , que los hicieran trabajar sin explotarlos. A I BECCHI LLEGA UNA MALA NOTICIA En 1846, en el mes de julio, llegó a I Becchi la noticia de que Don Bosco estaba gravísimo, prácticamente al final de su vida. Mamá Margarita partió aquel día a Turín. Don Bosco yacía en una habitación, más blanco que las sábanas. , le dijo el medico, que iba a verlo mañana y tarde. Eran las mismas palabras que el médico le había dicho al lado de la cama donde moría su marido Francisco. La pulmonía se había llevado al papá de sus hijos cuando sólo tenía treinta y tres años. Ahora quería llevarse también a Juan, que sólo tenía treinta y un años. Margarita sacó la corona del rosario y un gran pañuelo del bolsillo de su delantal. Con la derecha enjugaba a Juan el sudor y la saliva ensangrentada; con la izquierda desgranaba el rosario, y de vez en cuando decía: . MARGARITA DESCUBRE A LOS POBRES Pronto se dio cuenta de que no estaba sola para rezar. Los pobres muchachos del Oratorio que querían inmensamente a Don Bosco, se pasaban la noticia con el tam-tam de los pobres: <¡Don Bosco se muere!>. Y hacia la noche Mama Margarita vio llegar grupos de muchachos miserables. Tenían todavía los vestidos ensuciados por el trabajo. Los vio llorar, rezar con las palabras de los pobres: . Mamá Margarita comprendió de golpe el gran bien que su hijo estaba haciendo con su Oratorio. Cuanto más avanzaba la noche, mas muchachos se amontonaban en la puerta. Batistín Francesia, uno de aquellos muchachos asustados que llegará a ser un gran sacerdote salesiano, recordaba que aquella noche Don Bosco los sintió, y rogó a su madre que abriera las puertas y permitiera que entraran libremente. . Mama Margarita vio que en un instante la cama de su hijo estaba rodeada de muchachos. Los más pequeñitos se ponían de puntillas y decían: <¡Don Bosco, estoy aquí!>. La Virgen escuchó a los hijos de Don Bosco y a la Mama de Don Bosco. En sus Memorias él escribe: . Mamá Margarita vio estallar la alegría entre aquellos muchachos como fuegos artificiales. Apenas pudo, apoyándose en un bastón, Don Bosco se dirigió al Oratorio. Entraron en la capillita del Oratorio hasta llenarla. Logró decir entre lágrimas: . El medico prescribió una larguísima convalecencia. Y él se agarró al brazo de su madre y juntos se encaminaron hacia las colinas de I Becchi. En la era de I Becchi le dieron la bienvenida su tío sacerdote y a su abuela los nueve sobrinitos. Mamá Margarita los besó a todos, los abrazó a todos. Aquella era su casa, a donde volvía a vivir como una reina feliz. Por la noche, cuando los veía a todos a su alrededor recitando el Rosario se sentía llena de felicidad. Don Bosco caminó lentamente entre las viñas, donde los racimos ya ennegrecían entre las hojas verdes y amarillas. Y proyectó con calma su futuro. En noviembre, a su vuelta, habría ido a vivir en las dos habitaciones que había alquilado sobre el patio de su Oratorio. Habría agrandado la escuela nocturna para los muchachos pobres. Luego, poco a poco, habría dado hospitalidad a los más miserables que por la noche no sabían a donde ir. Pero, a pocas decenas de metros de su habitación, había una taberna de dudosa fama, La Jardinera. Los borrachos cantaban allí hasta bien entrada la noche. Un sacerdote que vivía solo en aquellas cercanías, iba a encontrarse en una situación muy discutible. ¿Quién le habría salvado de habladurías? En una caminata hasta Castelnuovo fue a hablar con el párroco don Cinzano. Le expuso la situación y le pidió consejo. Don Cinzano no lo pensó demasiado. Le dijo: . DIECISÉIS PALABRAS Don Bosco dejó pasar el mes de septiembre, también la primera parte de octubre. Luego se sintió con ánimo y habló a su madre: "Mamá, usted ha visto cómo me quieren los muchachos del Oratorio y cuán pobrecillos son. ¿No se vendría conmigo para hacer de madre a mis pobres muchachos?". Don Bosco, en sus Memorias, en este punto escribe pocas líneas: . Dieciséis palabras. Contienen una fe fuerte como una roca. Son idénticas a las palabras con que la Virgen aceptó la invitación de Dios para ser la madre de Jesús. Margarita acepta hacer de madre de los pobrísimos muchachitos que rezaban como ángeles a su lado para que Don Bosco no se muriese. ENTRE EMIGRANTES Y MALEANTES Se pusieron en camino el 3 de noviembre, martes. Turín (ciento veinte mil habitantes) los saludó desde lejos con la pequeña salva de sus campanarios. Bajaron hacia el Dora, lo atravesaron, recorrieron las callejuelas del Barrio Dora habitado por "emigrantes y maleantes", y llegaron, a sus dos habitaciones. <. Un muchacho, Esteban Castagno, los oyó y la noticia se difundió rápida con el tam-tam de los pobres: <¡Ha vuelto Don Bosco! Ha venido con su madre!>. LOS MUCHACHOS DEL ENTORNO El 8 de noviembre era domingo y fue gran fiesta. El Oratorio comenzaba de nuevo. Don Bosco volvió también a dar clases, al atardecer de todos los días, a sus pequeños amigos. Pero de noche, cuando terminaban las escuelas nocturnas, Don Bosco se quedaba con el corazón triste. Muchos muchachos no tenían una familia adonde volver, no sabían dónde ir a dormir. Acababan debajo de los puentes o bajo los pórticos. Una noche lluviosa de mayo de 1847 —como he recordado al principio—, llamó a su puerta un jovencito de la Valsesia, completamente empapado de lluvia. Mamá Margarita preparó para él un camastro al lado del fuego. Fue el primer muchacho hospedado en la casa de Don Bosco y de su madre. EL SEGUNDO MUCHACHO BAJA DE UN ÁRBOL El segundo muchacho acogido fue Félix Reviglio. Él mismo contó su dramática historia. Su madre era una pobre mujer que trabajaba, bebía hasta atontarse, blasfemaba y echaba la culpa de todos los males del mundo a los sacerdotes. Por casualidad descubrió que Félix frecuentaba el Oratorio de Don Bosco y, desde aquel momento, estalló el temporal. Una noche la mujer habla bebido y amenazó a Félix con romperle la cabeza si volvía al sacerdote. Lleno de miedo, Félix salió de casa y escapó hacia el Oratorio, con su madre detrás. Más ágil que ella, llegó mucho antes al portón. Esperaba que estaría abierto, ya que los muchachos estaban a punto de llegar para las clases nocturnas. Por el contrario, estaba todavía cerrado. Llamó y gritó desesperado. Mamá Margarita, que estaba cerca de una ventana, oyó llamar. Asomándose, vio a aquel muchacho trepar a una gran morera que estaba junto al portón. En efecto, Félix, sintiendo que llegaba su madre y no sabiendo qué hacer, se subió a la morera, escondiéndose entre las ramas y las hojas. Mamá Margarita bajó con Don Bosco. . Convencida de que había sido engañada, la mujer amenazó: . . La mujer, ante aquellas palabras, refunfuñando amenazas, se marchó. Mamá Margarita, que desde la ventana había visto todo, indicó a Don Bosco el escondite del muchacho. En voz baja lo llamaron. No respondió. Don Bosco subió al árbol, lo sacudió. Félix, como despertándose de una pesadilla, se puso a gritar, a agitarse con furia. Poco faltó para que rodasen los dos desde el árbol. Poco a poco el muchacho se calmó y se echo a llorar. Don Bosco logró hacerle bajar y lo confió a Mamá Margarita, mientras él corría a dar clase. La madre le preparó algo caliente para cenar y luego le dijo: . Le preparó otro jergón para que pasara la noche. Cuenta Félix: . En aquel 1847, junto con el muchacho de la Valsesia y Félix, fueron acogidos otros cinco muchachos. LAS JOYAS DE LA MAMÁ Con los primeros muchachos acogidos comenzaron a aumentar los gastos. Don Bosco (aunque, al hacer esto, siempre sintió repugnancia, y lo afirmó muchas veces) comenzó a ir a llamar a las casas de los nobles y de los burgueses ricos. A veces recibía ofertas para sus muchachos, a veces respuestas insolentes. Su primera bienhechora, sin embargo, no fue una condesa, sino su madre. Escribe: . LA OTRA CARA DE TURÍN En el año 1848 estalla en Europa el fin del mundo: revolución en seis capitales de Europa, el rey Carlos Alberto que concede el Estatuto, primera guerra de independencia contra Austria. Según los manuales de historia, comienza la , Turín se convierte en . Es una imagen falsa. El Turín de los barrios donde viven Mama Margarita, Don Bosco y los pobres muchachos de Don Bosco, es una ciudad completamente diversa. Para la gente de estos barrios, ir tirando adelante cuenta más que el Estatuto. Los manuales de historia hasta hoy han olvidado la vida de la gente pobre, las miserables casas particulares, los huérfanos superando el hambre diariamente por obra de una viuda analfabeta y por su hijo sacerdote. EL HUERTO DE LA MAMÁ Y I Cuando comenzaron a ser acogidos los primeros muchachos, Mamá Margarita transformó una pequeña parte del prado en huerto. Cultivado y regado debidamente, comenzó a dar verduras, pimientos, tomates, cebollas, judías, zanahorias, ajos... Don Bosco ayudó a su madre a rodear el huerto con un pequeño seto, para que en los recreos alegres ninguno entrase a pisarlo: la verdura era el único condimento para la sopa de todos. La guerra estaba en el aire; y los muchachos la respiraban. Al ver a todas horas soldados que llegaban o partían para el frente, al oír sonar las cornetas, los muchachos se desbandaban por los prados a . Se producían reyertas colosales, peligrosas. Don Bosco pensó: <¿Quieren hacer la guerra? Yo se la hago hacer, pero en los prados del Oratorio>. José Brosio era uno de sus jóvenes amigos, había sido soldado y de batallas entendía no poco. Don Bosco lo invitó a ponerse el uniforme con el casco plumado, a tomar la corneta y a venir al Oratorio para iniciar las . Brosio aceptó. Don Bosco pidió al Ministerio de la Guerra la asignación de un Centenar de viejos fusiles Con la caña sustituida por bastones para hacer jugar a sus muchachos. Se lo concedieron; y por la tarde, el domingo, comenzó , que atraía muchedumbres de espectadores. LA CRISIS DE MAMÁ MARGARITA Fue probablemente la tarde de un domingo de 1850 cuando sucedió el desastre. La gente estaba amontonada en los prados del Oratorio y aplaudía en pleno desarrollo. Oyendo los aplausos y las incitaciones, los ánimos de los se excitaron demasiado. Persiguiendo a los , los vencedores tiraron por el suelo el seto, invadieron el huerto de Mamá Margarita y lo devastaron todo. La Mamá quedó muy mal y se retiró Con las lágrimas en los ojos. Fue aquella tarde, probablemente, cuando Margarita sintió todo el peso de sus sesenta y dos años. Los muchachos se habían ido a dormir, y ella, como de costumbre, tenía delante un montón de ropa que arreglar. Junto a Don Bosco, cosía camisas y pantalones rotos, que los muchachos al ir a dormir le hablan dejado a los pies de la cama, para tenerlos arreglados por la mañana, porque no tenían otra cosa que ponerse. De repente, Margarita dejó la aguja junto al candil de aceite. . Don Bosco miró el rostro de su madre y sintió un nudo en la garganta. No logró decir una palabra: no había palabra que pudiera consolar a aquella pobre mujer. Hizo solo un gesto: le señaló el crucifijo que colgaba en la pared. Y aquella Mamá anciana comprendió. , había dicho el Señor. Volvió a inclinar la cabeza sobre los pantalones rotos, sobre las camisas rasgadas. Nunca más volvió a pedir volver a su casa, con sus nietos. Consumirá los últimos años entre aquellos muchachos vociferantes, groseros, pero que tenían necesidad de una madre. Sólo levantará alguna vez los ojos al crucifijo para pedir fuerza, pobre y cansada vieja. LA CUCHARA Y EL PLATO Cuando los pequeños obreros y estudiantes que viven como internos vuelven a mediodía, van derechos a la cocina de Mamá Margarita. Presentan el plato para recibir el , y preguntan: <¿Qué hay hoy, Mamá?>. La gran olla hierve sobre el fuego y Mamá responde: ; o "Pasta y alubias pintas"; y más raramente . Este último anuncio es acogido con entusiasmo. Las castañas secas, blancas y dulces, cocidas con la polenta, hacen unas gachas dulces, que gustan mucho a todos. Cada uno lleva en el bolsillo su cuchara, que, al final, la lavará bien con su plato. Quien quiere, puede ir a recoger en el huerto de Mamá la lechuga, tomates o pimientos, para hacerse una buena ensalada. Una tajadita de carne se ve sólo de cuando en cuando. De queso y fruta, nada. El bar es la bomba, que echa agua fresca. En aquellos tiempos el cabello se llevaba largo, a veces peinado y muchas veces desordenado y sucio. Con peligro serio de piojos. La Mamá, cuando veía una melena larga, echaba mano de las tijeras. El joven Bautista Conte recordaba que un día, durante el , se lamentaba con ella: <¡Me hace muchas escaleras, Mamá>. Y ella: . LOS PROVERBIOS DE LA MAMÁ En el otoño lluvioso y en el largo invierno, la cocina de Mamá Margarita se convertía en refugio caliente para todos, de temperatura y de afecto. Ella estaba siempre allí, pelaba patatas, limpiaba el arroz rezando el Rosario, mientras la olla hervía poco a poco. Y los muchachitos iban a sentarse junto a ella, para buscar un suplemento de pan y de afecto. Un muchachito se ha sentado en un taburete al lado de ella y llora contándole las tomaduras de pelo que le hacen los compañeros. Ella le ofrece un racimito de uvas y le dice: . Y, después de algún momento, sonríen juntos. Mamá ha gritado a un muchachote que ha transformado un libro en una pelota para jugar (¡los balones para jugar al fútbol no se habían inventado todavía!). Después de un momento lo ve todo mortificado, y murmura: <¡Después de la herida, hace falta el aceite!>, y le da una manzana. Un muchacho que tiene hambre, mientras habla con ella trata de un trocito de queso para hacer más agradable la merienda. La Mamá está lavando la verdura, pero lo sigue con el rabillo del ojo, y le dice con severidad: <¡Bien! La conciencia es como las cosquillas. Hay quien las siente y quién no las siente>. Un muchacho, invitado muchas veces por Don Bosco a confesarse, le confía: . Y ella le dice el viejo proverbio piamontés: (.) Un jovencito se ha vuelto agresivo, siempre irritado, intolerante de todo. Margarita que lo ve pasar, lo llama desde la ventana. Lo hace sentar a su lado, le da una manzana y le dice en voz baja: . Había muchos otros muchachos que se portaban bien, que rezaban con gusto en la iglesia y se entregaban a los libros. Y Mamá Margarita los miraba con su sonrisa serena, con su rostro dulce y compuesto. . Y a otro: . Y a un tercero, cansado del mucho estudiar, le susurraba: . <¡0H, EL BESTIÓN HORRIBLE!> El muchacho Bautista Francesia, en los años en que en Turín se perseguía al sacerdote, vio muchas veces al misterioso perro llamado por Don Bosco el , que le salvó con frecuencia la vida. Escribe: <. Mamá Margarita miró siempre a aquel gran perro con cierto miedo. Al verlo exclamaba: <¡Oh, el bestión horrible!>>. Una noche Don Bosco quería ir a la ciudad, pero alguien había ya intentado, en la oscuridad, hacerle daño. Mamá Margarita trató de pararlo, pero Don Bosco quería ir él mismo. Comenzó a bajar la escalera. En el último peldaño encontró recostado al Gris. Intentó alejarlo. Pero siempre el gran perro gruñía amenazador. Mamá Margarita lo vio todo y dijo al hijo: . Y Don Bosco obedeció. Al día siguiente se supo que en las cercanías había una persona pagada que lo esperaba para hacerle daño. CÓLERA Y HUÉRFANOS POR LAS CALLES DEL BARRIO DORA En el verano de 1854 Turín fue devastado por el cólera. Miles de víctimas y un centenar de huérfanos. Muchos fueron adoptados por familias e institutos. En diciembre, al final del cólera, en el , quedaban unos veinte niños: los más pequeños y menos guapos que nadie habla querido. Don Bosco fue y los llevó a todos al Oratorio. Cogidos de su mano, se fueron con él, piando como polluelos. Y como todos eran más bien bajitos, los otros muchachos internos los llamaban sonriendo . Buscaban a Mamá Margarita como a su mamá, la rodeaban, le manifestaban mucho cariño. Entre ellos, sonriente y tierna, parecía Blanca-nieves entre una multitud de enanitos. Los acariciaba, les limpiaba los mocos, se sentía de nuevo, como en I Becchi, una abuela pobre pero feliz. LOS ÚLTIMOS AÑOS El 29 de octubre de aquel 1854 llegó al Oratorio Domingo Savio, un muchachito de Mondonio acompañado de su papá. Venía de una familia pobrísima. Con su llegada, con la presencia de jóvenes maravillosos como Miguel Rúa, Juan Cagliero, Camilo Gavio, Francisco Cerruti, la vida del Oratorio siguió siendo pobre, pero delante de Dios se transformó muchísimo. Don Bosco se dio cuenta de que vivía . También se dio cuenta Mamá Margarita. Cada vez más frecuentemente debía pararse durante su trabajo, para recobrar el aliento. Y aquellas interrupciones se iba a pasarlas en la iglesia nueva de San Francisco de Sales, en el último banco entrando a la izquierda. Sacaba la corona del rosario y la desgranaba lentamente. Un día dijo a Don Bosco: . Don Bosco le preguntó por qué; y ella le respondió: . LOS NIÑOS SENTADOS A SU LADO Durante el otoño de 1856, Mamá Margarita se sentía cansada. Ya casi no salía nunca de la cocina, donde se sentaba al lado del fuego y trabajaba y rezaba. Quien quería encontrarla la encontraba allí. Los niños de la se revolcaban entre sus pies, buscando una sonrisa y una manzana. A muchos les gustaba estar sentados a su lado, escucharla contar cosas y verla trabajar. Sentían el calor de la casa y de la Mamá. En octubre de 1856 Don Bosco, como siempre, fue a I Becchi para la celebración de la Virgen del Rosario. Llevó consigo a los muchachos mejores. Pero, por primera vez, Mamá Margarita no fue. No se sentía bien. Durante algunos días se quedó en la cama mientras una tos insistente le atormentaba. Luego apareció la fiebre alta. Don Bosco llamó al medico, Doctor Bellingeri, y el diagnóstico fue muy malo: . Para los ancianos, en aquellos años, significaba inexorablemente . Mamá Margarita lo sabía y pidió a Don Bosco que llamara a su confesor, don Borel, y que le llevara el viático. Don Bosco inmediatamente hace avisar a su hermano José. En el pequeño corredor que lleva a su habitación se amontonan todos, especialmente los , que la quieren ver y oír. Es un dolor para Don Bosco decir con calma que no se puede, que hay que dejar descansar a la Mamá. Don Bosco piensa que esta será una gravísima pérdida para el Oratorio, y especialmente para él. Le ha enseñado a vivir, a ser sacerdote, a educar a los muchachos, y todo esto mientras estaban juntos en el campo, cuando se confiaba a él por la noche, mientras en el Oratorio removía la polenta. Le ha enseñado la fuerza de no cansarse nunca, la confianza en la Providencia. Le ha regalado, sin que él se diera cuenta, su sistema educativo que maravillará al mundo. Está todo condensado en su vida y en siete palabras: . Llega don Borel a confesarla y luego va a traer la Eucaristía como viático. Ella dice a su hijo: Cuando eras niño, yo te ayudaba a recibir a Jesús. Ahora te toca a ti ayudar a tu madre. Di las palabras en voz alta. Yo las repetiré>. Llega de I Becchi José, con las manos aún manchadas de tierra. Y ella le dice en un suspiro como todas las madres: "Quereos siempre mucho". Dios viene a llevársela a las tres de la mañana del 25 de noviembre. #%FIjÍê" > ¼ÜY{l #/#’%¶%…-¤-///1¤1_4w4G9[9+F_FÙHñHªKÝKšOÌO&W4WÈ]ú]a+a¾dÕdjPjn?ËÌÍêëK L úõúõõðððõõõõõçõçõçõõõõõõçõ$„Ä`„Äa$$a$$a$$a$ƒ þL ! 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