MARÍA Y LA FAMILIA SALESIANA
Don Egidio Viganó SDB
Roma, Solemnidad de la Anunciación, 1978
Queridos
hermanos:
Les
envío un gozoso saludo lleno de esperanza, al tiempo que les manifiesto mi deseo
de compartir fraternalmente con ustedes algunas reflexiones y pensamientos que
tengo en el corazón.
Cada
uno de nosotros, solemos meditar en los acontecimientos de la propia
existencia, ya sea personales, eclesiales y salesianos, imitando humildemente a
la Virgen María en el saber guardar y profundizar celosamente dentro de sí el
recuerdo de los hechos más significativos de su vocación. (Cfr. Lc. 2,51)
La
providencia ha querido, hace algunos meses, sacudir mi existencia con el hecho
de mi designación para Rector Mayor. Poco a poco se va convirtiendo ya en
hábito la conciencia de las graves responsabilidades inherentes a este
"servicio de familia", que exige verdadera paternidad espiritual en
profunda sintonía con Don Bosco. Menos mal que dentro de casa todos nos
ayudamos mutuamente.
Por
otra parte, el Señor me ayuda a percibir también la belleza y la abundancia de
gracias y, en particular, la ayuda materna de María, que acompañan a este
ministerio, con el gozo de poder entrar en comunión con ustedes, con cada uno y
con cada comunidad, para reflexionar y crecer juntos en la gratitud y en la
fidelidad.
Quisiera
tener el estilo llano y penetrante de Don Bosco y la inmediatez de comunicación
que poseían sus sucesores, pero a falta de donaire y de sencillez, haya al
menos sinceridad y solidez.
Les
escribo en la octava de Pascua, con el clima profundo y gozoso de la
Resurrección todavía en el corazón: ¡éste es el día más grande que ha hecho el
Señor! En él ha aparecido para nosotros la más grande novedad, profunda y
radical, que sobrepasa toda visión secularista del mundo y obliga a considerar
de nuevo todos los valores desde un ángulo humanamente impensable que los
relativiza y los asume.
¡Cuánto
no debió costar al Señor hacer comprender a los Apóstoles qué era y qué
comportaba la realidad de su Resurrección! Con ella comienza la "Nueva
Humanidad": el hombre logra la plenitud del proyecto de Dios Padre sobre
él, alcanza la verdadera meta de su existencia y adquiere la dimensión genuina
de su historia.
Estamos
en el centro del Evangelio, desde donde podemos percibir con penetrante
claridad el misterio del bautismo y el significado de la profesión religiosa,
la verdadera misión de la Iglesia en el mundo y nuestro papel de salesianos
entre los jóvenes, y desde donde se domina el horizonte total, tanto del
dinamismo salvífico de los creyentes, como del empeño técnico, económico,
cultural y político del hombre con sus verdaderos objetivos.
La
pascua es precisamente el vértice desde el cual vemos y juzgamos todo en la fe.
Desde esta cima pascual y en la perspectiva de la Resurrección, les invito a
reflexionar un poco sobre nuestras relaciones con la Virgen María, Madre de
Dios.
"¡Acojamos
a María en nuestra casa!"
El
CG 21 nos invita a renovar la dimensión mariana de nuestra vocación.
Parece
llegado el momento de revisar juntos nuestras convicciones sobre María y hacer
un serio examen sobre nuestra devoción a la Auxiliadora. ¿Cuáles son las
relaciones entre la persona viva de María y nosotros? ¿Hasta qué punto la devoción
a la Virgen es hoy real y sentida en nuestros corazones y en nuestras
actividades pastorales? ¿Es exagerado decir que, entre nosotros, la dimensión
mariana está en baja? ¿No habrá necesidad urgente de darle de nuevo un sitio
relevante a María en nuestra Familia?
La
tarde del Viernes Santo, escuchando la proclamación de la Pasión según san
Juan, me impresionó particularmente la importancia que este evangelista da alas
palabras de Jesús a su Madre: "¡Mujer, ahí tienes a tu Hijo!" y al
discípulo predilecto que estaba junto a Ella: "¡Allí tienes a tu madre!;
así como la frase que sigue a continuación: "desde aquel momento el
discípulo la recibió en su casa" (Jn 19, 26-27)
Es
un testamento y un programa
Instintivamente
he pensado en nuestra Congregación y en la entera Familia Salesiana, que
debería, hoy, reconsiderar en profundidad la realidad de la maternidad
espiritual de María y renovar en sí misma la actitud y el propósito de aquel
discípulo. Y pensaba dentro de mí: ¡sí!, debemos repetirnos recíprocamente como
programa para nuestra renovación, la afirmación del evangelista:
"¡Recibamos a María en nuestra casa!"
Así
seremos "discípulos predilectos", porque corresponderemos mejor a
nuestra filiación bautismal y sentiremos más concretamente los benéficos efectos
de la maternidad de María-
Recordaba
al mismo tiempo el afecto y realismo con que Don Bosco cultivó filialmente la
presencia de la Virgen en casa, proyectando y realizando sus múltiples
iniciativas en constante diálogo con Ella.
Y
después, el Domingo de Pascua, me saltó a la mente con claridad el aspecto tan
concreto de la función materna de María en la vida de la Iglesia.
Meditando
en el significado objetivo de la Resurrección de Cristo, no en forma de milagro
como la de Lázaro que tornó temporalmente a la vida mortal, sino como
transfiguración definitiva de la existencia humana y como plenitud efectiva de
una Vida nueva, vencedora del mal y de la muerte y partícipe de la gloria de
Dios, he visto elevarse de nuevo la figura singular de la Madre de Cristo.
Efectivamente, la transfiguración pascual de la Resurrección es un dato
concreto realizado, hasta ahora, sólo en dos individuos de nuestra estirpe
humana: ¡Jesús y María!
Dos
de nosotros, Ellos dos, viven la Resurrección pascual como primicia e inicio de
todo el género humano renovado. Ellos son el "hombre nuevo" y la
"mujer nueva": el segundo Adán y la segunda Eva.
Y
lo son, no sólo como modelo que imitar o meta que alcanzar, sino precisamente
como el único principio de regeneración y de vida para todos.
Nos
fundamos sobre la realidad objetiva
Quisiera
subrayar con particular insistencia que esto es un "hecho", o sea,
una realidad objetiva que existe y actúa antes y fuera de nuestra conciencia;
no es una "teoría" religiosa o un modo "devoto" nuestro de sentir,
sino un "dato" verdadero, extrínseco de por sí a nuestro pensamiento
subjetivo, y al cual se accede con la seriedad del conocimiento humano guiado
por la fe.
En
la base de nuestras convicciones de fe se halla una realidad concreta; personas
vivas y hechos reales. Sobre esta objetividad debemos hacer crecer el estudio
de nuestra doctrina mariana y la expresión de nuestra piedad.
Creer
en la Resurrección, y afirmar consiguientemente la ascensión de Cristo y la
asunción de María al cielo, no quiere decir que viven en un "astro
lejano" desde el que podrían llegar a la tierra con un viaje especial como
astronautas; significa que para nosotros están en verdad vivos, presentes y
operantes en nuestro mundo a través de la nueva realidad pascual de la Resurrección.
María,
pues, es hoy un personaje realmente vivo, operante entre nosotros; su asunción,
por la cual participa plenamente de la Resurrección de Cristo, es un dato de
fe; su maternidad universal es testimoniada por la Iglesia como una realidad de
gracia objetiva y cotidiana.
Nos
lo asegura explícitamente el Concilio Ecuménico Vaticano II: la maternidad
espiritual de María "en la economía de la gracia perdura sin cesar desde
el momento del asentimiento que prestó fielmente en la Anunciación y que
mantuvo sin vacila al pie de la cruz, hasta la consumación perpetua de todos
los elegidos. Pues asunta a los cielos, no ha dejado esta misión salvadora,
sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la
salvación eterna. Con su amor materno se cuida de los hermanos de su Hijo, que
todavía peregrinan y se hallan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos
a la patria bienaventurada".
Por
este motivo, "la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los
títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora... La Iglesia no duda en
confesar esta función subordinada de María, la experimenta continuamente y la
recomienda a la piedad de los fieles para que, apoyados en esta proyección
maternal, se unan con mayor intimidad al Mediador y Salvador.
El
partir de un cuadro de referencia tan fuertemente realista dará a nuestras
reflexiones una especial seriedad y solidez, sin concesiones a actitudes
superficiales de sentimentalismo.
También
puede darse, por desgracia, en algunos lugares, una incontrolada exuberancia de
fantasía morbosa con expresiones de dudas piedad (acaso apoyadas en
pseudorrevelaciones); ello resta credibilidad a la devoción mariana y puede
contribuir a desviar ese preciosos patrimonio de la religiosidad popular, hoy
redescubierto y tan ligado a nuestra misión.
Nosotros,
al proponernos imitar al discípulo predilecto "recibiendo a María en su
casa", queremos profundizar el fuerte realismo de la Resurrección en la
corriente de la tradición eclesial, con el sentido de lo concreto tan afín al
espíritu de Don Bosco y tan característico de su devoción a la Virgen bajo el
título de Auxiliadora.
Motivaciones
para nuestra renovación devocional
No
carecen de importancia las motivaciones que deben movernos a relanzar la
devoción a María Auxiliadora en toda la Familia Salesiana.
Recordemos
algunas de las principales: servirán para iluminar y fundamentar mejor nuestro
propósito.
-En
primer lugar, se ha de tener presente el cambio cultural, originado con el
surgir de una nueva conciencia de los valores humanos; él ha introducido, en la
vida social, en los modos de expresión literaria y artística, en los medios de
comunicación y en la sensibilidad de la opinión pública, un estilo realmente
nuevo que influye en la manifestación misma de las convicciones religiosas.
Todo
esto puede haber favorecido una cierta indiferencia hacia un determinado tipo
de expresión religiosa, con una momentánea desorientación en no pocos e,
incluso, en algunos, dudas doctrinales. Pensemos, por ejemplo, como el nuevo
dato cultural de la promoción de la mujer influye ciertamente en la devoción
mariana.
El
Papa nos exhorta a considerar atentamente "también los logros seguros y
comprobados de las ciencias humanas" para trabajar por eliminar "la
separación entre ciertos contenidos (de culto mariano) y las actuales
concepciones antropológicas y la realidad psicosociológica, cambiada
profundamente, en la que los hombres de nuestro tiempo viven y actúan".
(Pablo VI, Marialis Cultus, 34)
Todo
ello exige indudablemente en nosotros un empeño nuevo.
-Otra
fuerte razón es el gran acontecimiento espiritual y pastoral del Concilio
Ecuménico Vaticano II.
Como
es sabido, este hecho ha influido profundamente en toda la vida eclesial y, en
particular, en el culto mariano. ¿Quién no recuerda la acalorada discusión de
los Padres Conciliares al respecto, y las consiguientes exigencias de
renovación en vista d e la opción concreta entonces hecha?
La
línea mariana del Vaticano II sigue una trayectoria nueva, caracterizada por el
misterio total de la Iglesia. La Exhortación Apostólica Marialis Cultus de
Pablo VI explicita ordenadamente sus líneas directrices y responsabiliza
directamente también a las Familias religiosas (como la nuestra) sobre la
necesidad de favorecer "una genuina actividad creativa y proceder, al
mismo tiempo, a una diligente revisión de los ejercicios de piedad en honor de
la Virgen; revisión que habrá de ser respetuosa con la sana tradición y abierta
a acoger las legítimas exigencias de los hombres de nuestro tiempo".
En
particular, la Constitución dogmática sobre la liturgia ha iniciado, después
del concilio, una promoción más genuina y creativa del culto cristiano; ahora
bien, "el cultivo de la devoción a la Virgen María, inserta en el conjunto
del único culto cristiano, es elemento cualificante de la genuina piedad de la
Iglesia.
Por
consiguiente, todo el sentido del movimiento litúrgico y de la reforma del
culto cristiano exige una atenta revisión y un nuevo incremento de nuestra
devoción mariana.
-Asistimos,
además, a un interesante redescubrimiento de la "piedad popular",
como lugar "teológico-pastoral" de concreta importancia para una
renovación especial y revaloración práctica y respetuosa del "pueblo"
dentro de la comunión eclesial, y un discernimiento más comprensivo, si bien
sanamente crítico, de su "sentido religioso". (Cf, Pablo VI,
Evangelii Nuntiandi, 48)
Estas
dos categorías de "pueblo" y de "sentido religioso", han de
tener una resonancia de especial simpatía en la vocación salesiana.
Ahora
bien, una característica de la piedad popular, presente en las diversas
latitudes, es precisamente la devoción mariana; la cual deberá ser estudiada y
actualizada también por nosotros de modo que sepamos incrementarla con agudo
discernimiento, al mismo tiempo que con sensibilidad y creatividad
pedagógico-pastoral.
-Hay
además un motivo profundo e íntimo que nos ha de llevar a un responsable
resurgir mariano: el considerar nuestra vocación como un "carisma del
Espíritu Santo de Quien María es la "esposa" y el "templo
vivo".
Hoy,
"vivimos en la Iglesia un momento privilegiado del Espíritu" con sus
dones y carismas, y precisamente por ello, un momento particularmente ligado al
papel especial de María: su función materna en la vida de la Igleisa es un
hecho vinculado a cada "nacer" y "renacer" en el Espíritu.
(Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, 75)
Por
tanto, a ejemplo de Don Bosco, que supo venerar de un modo especial y dar culto
a la Virgen para el "nacimiento" de la Congregación y de la Familia Salesiana,
hoy debemos nosotros también saber, con no menor amor e iniciativa, venerarla y
darle un culto especial para conseguir la renovación, que es un
"renacer" de nuestra Vocación.
No
habrá para nosotros "re-fundación" y resurgir sin la Auxiliadora; por
el contrario, con su materno auxilio, veremos crecer los efectos de la
renovación de tal "re-nacimiento" incluso "milagrosamente".
Tanto
más que, por otra parte, María es justamente un modelo singular de docilidad a
la renovación en la hora de la más difícil transición del Antiguo al Nuevo
Testamento: en ese momento Ella da a todos la mayor lección de fidelidad a lo
esencial y de total apertura a la imprevisibilidad del Espíritu Santo.
-Otra
razón es la que se deduce de un especto característico de la devoción a la
Auxiliadora: se trata de una dimensión mariana que, por su misma naturaleza,
está hecha para los tiempos difíciles.
El
propio Don Bosco así lo manifestaba a don Cagliero con aquella famosa
afirmación: 2La Virgen quiqere que la veneremos bajo el título de Auxilium
Christianorum: corren tiempos tan tristes, que es necesario que la Virgen
Santísima nos ayude a conservar y defender la fe cristiana".
Pues
bien, nosotros estamos viviendo y experimentando hoy dificultades en verdad
graves e inéditas, tanto para la fe de los creyentes, y para la vida de la
Iglesia y el ministerio de sus Pastores, como para las reformas sociales y
políticas, para la educación integral de los jóvenes y para la promoción de las
clases populares.
Si
la de la Auxiliadora es una dimensión mariana acorde sobre todo con las horas
de dificultad, y si Don Bosco y su Familia han sido suscitados por el Espíritu
Santo como instrumentos especializados y eficaces para propagar su devoción en
la Iglesia, deberá deducirse, que las actuales dificultades tan complejas y
problemáticas de la iglesia y de la Sociedad exigen con urgencia de nosotros un
diligente re-lanzamiento mariano.
-Otra
razón, más particularmente específica para nosotros, es la íntima
correlación existente, de hecho, entre nuestro espíritu salesiano y la devoción
a María Auxiliadora.
Don
Bosco no llegó a esta devoción de forma casual; ni ésta depende de alguna
aparición local, sino que se presenta como la maduración de toda una línea
espiritual y apostólica que se ha venido precisando y desarrollando con las
aportaciones de determinadas coyunturas históricas, vistas a la luz de un
profundo diálogo personal con el Espíritu Santo en el contexto de aquellas
intervenciones características marianas tan familiares en el devenir cotidiano
de la vida de Don Bosco.
La
Auxiliadora aparece como la cúspide de lo que Don Bosco sentía respecto de
María: abogada, socorro, madre de los jóvenes, protectora del pueblo cristiano,
vencedora del demonio, triunfadora de las herejías, auxilio de la Iglesia en
dificultad, baluarte del Papa y de los Pastores acechados por las fuerzas del
mal.
Una
tal devoción a la Madre de Dios es la concretización práctica de aquella
santidad de la acción que ha caracterizado la espiritualidad de Don Bosco.
Bastaría recordar su diálogo con el pintor Lorenzone -al cual pedía que
representase la Virgen en el centro de todo un gigantesco dinamismo eclesial- o
mirar el actual cuadro de la basílica de Valdocco para descubrir una relación,
casi diría que connatural, entre espíritu salesiano, empapado de apostolado
eclesial, y devoción a María Auxiliadora.
Así
pues, todo el movimiento conciliar de renovación de los Religiosos lleva a una
reactualización de su peculiar espiritualidad, esto deberá significar para
nosotros una fuerte activación del componente mariano de nuestro carisma.
-Por
todas estas razones, y no sin un
especial influjo del Espíritu Santo, el último Capítulo General nos ha pedido
un explícito empeño de renovación del aspecto mariano de nuestra vocación:
"El CG 21, en el espíritu de fidelidad a Don Bosco a la luz del Vaticano
II y de la Marialis Cultus de Pablo VI, invita a todos los salesianos a
redescubrir y valorizar la presencia de María en la propia vida y en la acción
educativa entre los jóvenes".
También
la Superiora General de las Hijas de María Auxiliadora con su Consejo, en
visita fraterna a nuestra asamblea capitular, asumió con emprendedor entusiasmo
el compromiso sugerido por el Rector Mayor, de sentirse comprometidas, de
manera muy especial, en las iniciativas de animación mariana en toda la Familia
Salesiana.
Como
consecuencia, hoy nos sentimos llamados, junto con las Salesianas y con todos
los grupos, a crear un clima y a programar actividades concretas para dar a
conocer y hacer amar a la Virgen, sobre todo a las nuevas generaciones de
jóvenes, que más que nunca tienen hambre y sed de las grandes realidades de la
Pascua cristiana.
También
para ellos, hoy, deben valer y traducirse en la práctica de las palabras
proféticas de la misma Virgen María: "todas las generaciones me llamarán
bienaventurada" (Lc, 1,48)
La
opción mariana de Don Bosco
Será
ciertamente iluminante recordar, si bien en forma sucinta, algunos datos acerca
del itinerario con que Don Bosco llegó a su intensa devoción a María bajo el título
de "Auxilio de los Cristianos". Podrán ayudarnos a percibir mejor la
fisonomía espiritual de la devoción suya y nuestra.
Sabemos
que Juan Bosco nació y se educó en un ambiente profundamente mariano por
tradición de Iglesia local y de piedad familiar.
Baste
recordar cómo, algunos días después de su vestición clerical en octubre de
1835, la víspera de su partida para el seminario mamá Margarita lo llamó y le
dirigió aquellas memorables palabras. "Juanito, hijo mío, (...) cuando
viniste al mundo te consagré a la Virgen; cuando comenzaste los estudios te
recomendé la devoción a nuestra Madre; ahora te recomiendo que seas todo suyo;
ama a los compañeros que sean devotos de María; y si llegas a ser sacerdote,
recomienda y propaga siempre la devoción a María".
Considero
de particular interés hacer notar que ya a los 9 años, en el histórico sueño
(que se repetirá varias veces, y al cual Don Bosco atribuye particular
incidencia en su vida), María se asoma a su conciencia de fe como un personaje
importante interesado directamente en un proyecto de misión para su vida; es
una Señora que muestra particulares preocupaciones "pastorales" hacia
la juventud; se le presenta, efectivamente, "vestida de Pastora".
Digamos en seguida que no es Juanito quien escoge a María, sino que es María
quien se presenta con la iniciativa de elección: Ella, a petición de su Hijo,
será la Inspiradora y la Maestra en su vocación.
Este
sentido íntimo de una relación personal de María con él ayudará espontáneamente
a Don Bosco a cultivar en su corazón una atención y un afecto que van más allá
de las diversas fiestas y títulos marianos, localmente más venerados, que
ciertamente él apreciaba y sabía festejar con entusiasmos.
Siempre
será característica suya esta actitud de relación personal con la Virgen: su
devoción mariana le lleva a considerar directamente a María como una persona
viva y en ella contempla y admira todas sus grandezas, sus múltiples funciones
e innumerables títulos de veneración.
Así
fue consolidando en el corazón de Don Bosco un tipo de devoción mariana que no
es sectorial o unilateral, sino comprensiva y total, centrada directamente en
el aspecto vivo y real más eclesialmente apropiado de la persona de María.
Escribe
don Caviglia: "Nótese bien: hablando de la devoción a María nosotros
dejamos aparte todo título celebrativo, exhortativo o devocional. Es María, la
Virgen, sin más. Vulgarmente diríamos: ¿cuál es la Virgen que indicaba Don
Bosco y de la cual era devoto Domingo Savio? Todas y ninguna. En el primer
sueño de los 9 años, a Don Bosco niño aparece, no una Virgen, digamos, bajo
alguno de sus títulos, sino la Virgen, María, la Madre de Jesús. En la época
que estamos considerando, el Santo Maestro era devoto de la Consolata (ésa fue
la primera estatua de la Capilla Pinardi), la Virgen de los Turineses: entre
tanto, bajo el lema religioso que llevó a la Iglesia a la definición del dogma
de la Inmaculada, se fue orientando hacia esta advocación y, con espíritu
exquisitamente católico y profunda y lúcida comprensión, transformó el artículo
de fe en amor y devoción, de modo que ésa fue durante mucho tiempo y bajo
ciertos aspectos su Virgen. Y ésta es la que propuso a Savio desde el
principio; prueba de ello es que el santo discípulo tuvo en aquella primera
celebración su primer momento, y la histórica Compañía iniciada por él la
denominó de la Inmaculada Concepción.
Tal
actitud, unida a su particular genio práctico y característico sentido
histórico, llevó a Don Bosco a situarse siempre en el centro del movimiento
mariano de la más eclesial actualidad.
Así,
en los 20 primeros años de su ministerio sacerdotal, expresó esta comprensiva
devoción mariana dando un puesto de privilegio a la singular gracia de María de
ser Inmaculada. La fiesta del 8 de diciembre se mantuvo definitivamente
céntrica en su metodología pastoral y espiritual. Y coincide también con la
fecha del comienzo de sus obras más significativas.
Don
Bosco vivía con inteligente entusiasmo el clima eclesial que precedió y
acompañó a la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción (1854) y a las
apariciones de Lourdes (1858).
Recordemos,
por ejemplo, la importancia otorgada en su labora educativa a la "Compañía
de la Inmaculada", que fue en Valdocco la escuela de preparación de su primer
muchacho santo, Domingo Savio, y de los primeros miembros de la futura Sociedad
de san Francisco de Sales. A lo que cabe añadir el hecho paralelo y
significativo de que, en Mornese, la "Asociación de las Hijas de la
Inmaculada" sirvió para preparar las primeras socias del futuro Instituto
de las Hijas de María Auxiliadora.
Vemos,
pues, que la elección de la advocación de la Inmaculada nos presenta a un Don
Bosco que se coloca en el corazón del movimiento mariano por encima de los
títulos y de las devociones locales: es un seguir y venerar a María, su
Inspiradora y Maestra, tal como se va haciendo presente en la actualidad
cambiante de la Iglesia.
Pero
se ve con claridad que Don Bosco tiende a superar el mismo aspecto
estrictamente formal del dogma de la Inmaculada Concepción; no se limita a la
prerrogativa de la ausencia de pecado original en Ella; no se detiene
simplemente en las grandezas, tan queridas para él, de la dignidad personal de
María en sí misma (su plenitud de santidad, su incorrupta virginidad y su
gloriosa asunción), sino que tiende a considerarlas, precisamente como lo son
objetivamente, en relación con su función personal de Madre de Cristo y de
todos los hombres sus hermanos.
La
vocación apostólica de Don Bosco le lleva a descubrir y a poner de relieve
aquello que, desde el sueño de los 9 años, era como la imagen original de su
"Maestro": su función de maternidad espiritual.
Así,
en la práctica, fácilmente se descubre en Don Bosco la clara tendencia a
asignar a la Inmaculada un papel de ayuda y de protección en la obra educativa,
y valorar su plenitud de gracia como fuente de patrocinio para la salvación.
Efectivamente,
ya desde 1848 comienza a escribir sobre algunas estampas colocadas en su mesa
de trabajo el título de "Auxilium Christianorum". Antes de 1862, este
título todavía no aparece, ni central ni sintetizador. Pero se anuncia ya un
"crescendo" de indicios, provenientes tanto de las coyunturas de la
vida de la Iglesia como de la índole propia de la vocación de Don Bosco, que lo
llevan cada vez más claramente a considerar a la Inmaculada como la protectora
que vence a la serpiente maligna y le aplasta la cabeza.
Por
los años 60, en plena madurez de Don Bosco, y exactamente a partir de 1862,
vemos surgir en él la opción mariana de la Auxiliadora.
Y
ésta será su opción mariana definitiva: como el punto de llegada de un
incesante crecimiento vocacional y centro de expansión de su carisma de
Fundador. En la Auxiliadora, Don Bosco reconoce finalmente delineado el rostro
perfecto de la Señora que dio inicio a su vocación, y que fue y será siempre su
Inspiradora y Maestra.
"Una
experiencia de 18 siglos -escribe Don Bosco basado en fuentes autorizadas- nos
hace ver de modo luminoso que María ha continuado desde el cielo, y con el más
grande éxito, la misión de Madre de la Iglesia y Auxiliadora de los Cristianos
que había comenzado en la tierra".
Notemos
que esta elección de la Auxiliadora coincide con algunos datos de especial
interés para nuestra reflexión.
-Don
Bosco advertía, con atención y con
dolor, las singulares y crecientes dificultades que iban surgiendo para la
Iglesia: los graves problemas de las relaciones entre fe y política, la caída
(después de más de un milenio) de los estados pontificios, la delicada
situación del Papado y de las sedes episcopales, la urgente necesidad de un
nuevo tipo de pastoral y de nuevas relaciones entre jerarquía y laicado, las
incipientes ideologías de masa, etc.
Es
preciso recordar que la historia de la Iglesia, hacia la mitad del siglo 19,
"se caracteriza por un violento choque entre lo viejo y lo nuevo, entre
liberalismo y conservadurismo, entre estructuras de una sociedad oficialmente
cristiana y la afirmación, cada vez más decidida, de la ciudad secular".
La vida toda de la Iglesia se ve afectada en sus múltiples aspectos: cuestiones
doctrinales, religiosidad popular, métodos pastorales, primeras manifestaciones
del laicado, peculiaridad e las iglesias locales. "Aparece el cuadro de un
período crucial en la historia de la Iglesia, que plantea una vez más la
confrontación entre cristianismo y las culturas de las diversas épocas
históricas con las cuales viene a encontrarse.
-Por
otra parte, Don Bosco había quedado
impresionado por los acontecimientos marianos de Espoleto, vistos por el
arzobispo Arnaldi (que mantenía relaciones epistolares con Turín) y por la
prensa católica como manifestación de María Auxiliadora:; Ella, desde el mismo
centro de Italia, infundía esperanza en aquella hora de temor por la suerte de
la Iglesia y del Papa. Tal intervención milagrosa hacía recordar la feliz
solución de las vicisitudes de Pío VII (y de Mons. Franzoni en Turín), y había
suscitado una explosión de auténtico entusiasmo mariano entre los fieles de
toda la península ( y de Turín).
-Sabemos,
además, cómo Don Bosco cultivaba y
profundizaba en su corazón el sentido de la presencia de María en su vocación y
en la vida de la Iglesia. Sus meditaciones e intuiciones personales a este
respecto las podemos ver manifestadas: tanto en algunas de sus afirmaciones
como, por ejemplo, las palabras a don Cagliero que antes hemos recordado, como
en el sueño de las dos columnas que tuvo en 1862, y en el interés particular,
por parte de Pío XI, acerca del título de la Basílica el construcción.
-Por
último, también influyó no poco la
misma construcción del templo de María Auxiliadora en Valdocco, logrado en sólo
3 años de un modo considerado por el mismo Don Bosco como portentoso. No era
una iglesia parroquial erigida con miras a un servicio local ya programado
pastoralmente, sino que debía ser un lugar mariano de culto con irradiación a
la ciudad, a la nación y al mundo, abierto a las exigencias espirituales y
apostólicas más universales.
Sabemos
que un templo es un lugar que ofrece al mundo la presencia de Dios y de Cristo,
como también de María. La teología del templo está ligada a las iniciativas
gratuitas de Dios por hacerse presente concretamente en la historia salvífica
de los hombres.
Podemos
asegurar que para Don Bosco la construcción de aquella iglesia en Valdocco se
convierte, de hecho, en una expresión concreta y tangible de esta profunda
teología del templo, vista a través de la presencia materna y operante de
María: ese templo es un "santuario mariano" que se convierte en el
"signo privilegiado", el "lugar sagrado" de la presencia
protectora de María Auxilio de los Cristianos: "haec domus mea, inde
gloria mea!".
Todo
esto sirve para explicar, igualmente, el que Don Bosco se dedicase de un modo
total, en aquellos años, a dicha empresa: "Sólo quien lo ha visto -nos
asegura don Albera- puede hacerse una idea exacta del trabajo y de los
sacrificios que nuestro Venerable Padre se impuso durante 3 años para llevar a
término esta obra... por muchos considerada temerario, muy superior a las
fuerzas del humilde sacerdote que la había acometido".
Pues
bien: cualesquiera que hubieran sido las motivaciones concretas en los orígenes
de la elección del título "Auxilium Christianorum", ya de por sí
cargado de historia y que era de urgente actualidad por las circunstancias
sociorreligiosas, nos parece que lo que para Don Bosco resultó más tarde
determinante fue el hecho de haber experimentado, día a día, que María era
quien se había construido prácticamente aquella "su Casa" en los
terrenos del Oratorio, tomando posesión de la misma para irradiar desde allí su
patrocinio.
El
modo como Don Bosco habla de esta "Casa de la Auxiliadora" pone de
manifiesto, no tanto los aspectos históricos, cuanto sobre todo las
afirmaciones de presencia viva, de fuente abundante de gracia, de continuo
resurgir de dinamismo apostólico, de clima de esperanza y de voluntad de empeño
por la Iglesia y por el Papa.
Se
ofrece a nuestra consideración una verdadera "lírica de los hechos",
oculta tras el dato de la construcción de la basílica y que ilumina más
vitalmente la opción mariana de Don Bosco.
Pienso
que deberíamos reflexionar aún más sobre las consecuencias
"espirituales" que tiene para Don Bosco (y para nosotros) el hecho de
la construcción de este templo, su significado efectivo y su función fontal en
la configuración definitiva de su Carisma, y las consecuencias concretas en la
fundación y desarrollo de la Familia Salesiana.
A
partir de la existencia del santuario, la Auxiliadora es la expresión mariana
que caracterizará siempre el espíritu y el apostolado de Don Bosco: toda su
vocación apostólica se le presentará como obra de María Auxiliadora, y sus
diversas e importantes iniciativas -en particular la Sociedad de san Francisco
de Sales, el Instituto de las HMA y la gran Familia Salesiana-, serán
consideradas por él como fundación querida y sostenido por la Auxiliadora.
No
dudo en afirmar que la existencia del santuario ha resultado, por la
experiencia viva de tantas gracias concretas, más significativa de lo que,
acaso, pensara inicialmente el mismo Don Bosco; la luz que irradia el templo de
Valdocco trasciende las preocupaciones pastorales de una barriada y la misma
historia del título, para convertirlo en una realidad mayor y en parte nueva:
un lugar privilegiado de la presencia paterna y auxiliadora de María.
Y
de esto deberán ciertamente sacarse consecuencias para nuestra renovación
mariana.
Elementos
característicos de su devoción
¿Se
puede hablar de una "originalidad" en nuestra devoción a la
Auxiliadora, por la cual, aun situándose en el corazón del movimiento mariano
más actual, se hayan de subrayar y cuidar algunos aspectos característicos que
resultan distintivos de esta devoción?
Formulamos
la pregunta partiendo de una preocupación particularmente práctica: la
respuesta servirá para iluminar los aspectos a los que hay que dar prioridad en
nuestra renovación.
Don
Bosco ha sido, entre los devotos de María, a lo largo de los siglos, uno de los
más grandes, y lo ha sido de forma característica con una modalidad peculiar, inserto
explícitamente en lo más vivo del movimiento mariano más actual y más incisivo
para la Iglesia de su tiempo.
Notemos
bien, no es que Don Bosco inventase la devoción a María Auxiliadora, sino que
"se enroló" dentro de la corriente de una tradición ya antigua y
específica, dándole un rostro y un estilo tan peculiares que después de él la
Auxiliadora ha recibido también el título familiar de "¡La Virgen de Don
Bosco"!
Veamos
brevemente algunos elementos que, acentuados fuertemente por nuestro Fundador,
contribuyen a dar a esta devoción un rostro y un estilo propiamente suyos.
-Ante
todo, la viva conciencia de la
presencia personal de María, en la historia de la salvación, comporta en la
devoción de Don Bosco la actitud constante de establecer relaciones vitales con
Ella (uniendo María a Cristo en un binomio inseparable de salvación: ¡Las dos
columnas del sueño!).
De
ahí, se deriva que esta devoción mariana se refiere siempre directamente a la
"persona" misma de la Virgen con todas sus grandezas y sus títulos;
por tanto, nunca se expresa en forma de competencia con las otras devociones,
sino más bien en una forma de convergencia intensiva y de proyección operativa,
por la cual todo título es amado y celebrado subrayando su aportación de
"ayuda" a la salvación del hombre.
Esta
conciencia de la presencia personal de María Auxiliadora es sentida por Don
Bosco concretamente en la propia vida como un dato objetivo básico, un elemento
que fundamenta toda su vocación, tanto para definir la finalidad y el estilo de
su misión apostólica, cuanto para delinear la fisonomía de su espíritu
evangélico.
Otro
elemento característico son los
presupuestos doctrinales de la devoción a la Auxiliadora.
Don
Bosco, si bien recogiendo de los autores más autorizados, los ha individualizado
y profundizado con particular solidez teológica y concreción pastoral. Iluminan
la índole propia de la devoción y de culto a María "Auxilio de los
Cristianos" y deben ser cultivados y profundizados, a su vez, en sus
devotos. Se refieren específicamente a la mediación victoriosa de María en
favor de la fe del pueblo cristiano y en auxilio de la Iglesia Católica guiada
por el Papa y los Obispos.
La
necesidad -escribe Don Bosco- hoy universalmente sentida de invocar a María no
es particular, sino general; no se trata de tibios que enfervorizar, pecadores
que convertir, inocentes que preservar. Estas cosas son siempre útiles en todo
lugar, para cualquier persona, pero ahora se trata de la misma Iglesia Católica
que se ve atacada. Atacada en sus funciones, en sus sagradas instituciones, en
su cabeza, en su doctrina, en su disciplina, atacada como Iglesia Católica,
como centro de la verdad, como maestra de todos los fieles.
Este
aspecto característico de "auxilio eclesial" -para Don Bosco-
fundamenta el título de Auxiliadora, y parece que entonces estuviese ligado,
por parte de otros devotos o carismáticos, a títulos marianos, es necesario que
de todas esas reflexiones se añadan, después del Concilio, otras de particular
actualidad, según la visión renovada del misterio de la Iglesia.
Comencemos
recordando que Don Bosco unió el título de "Auxiliadora" al de
"Madre dela Iglesia", que nosotros, con satisfacción, hemos visto
proclamado por Pablo VI al final de Vaticano II. Debemos subrayar que
precisamente "el sentido vivo de Iglesia" es el elemento más
específico de la doctrina de la Auxiliadora.
¡Qué
gran actualidad tiene el relanzamiento de esta devoción, si consideramos el
interés con que se ha venido desarrollando la sugestiva relación
"María-Iglesia"
María,
en efecto, es ya aquello a lo cual tiende la Iglesia: es su profecía y
fermento. Ella ayuda a la Iglesia a realizar su misma función de "segunda
Eva" en una maternidad virginal de gracia. Así, al misterio de la Iglesia
se llega a través del rostro de María. Mirándola a Ella, se ve vivir a la
Iglesia: son sus ojos los que explican los misterios.
Su
papel de madre representa el punto de apoyo de la relación de María con la
Iglesia: ambas existen y son santas en función de la maternidad, y ambas
engendran en la virginidad.
Existe,
de esta forma, un nexo íntimo entre maternidad y evangelización, entre
María-Iglesia y acción apostólica.
Todo
esto resulta significativamente actual para nuestra espiritualidad y tiene
consecuencias prácticas determinantes. Por tanto, la devoción a la Auxiliadora,
animada del más vivo sentido eclesial, aparece en Don Bosco como una opción
doctrinal anticipada y profética que une la "piedad mariana" en el
sentido de Iglesia en una forma particular de mutua inseparabilidad y de común
crecimiento.
Esta
doctrina de la Auxiliadora implica, como necesaria consecuencia, una actitud de
compromiso operativo infatigable y entusiasta, que en Don Bosco fue uno de los
aspectos más característicos de su devoción mariana: la Consolata, la Salette,
o la Inmaculada Concepción, no habrían ofrecido una apropiada exigencia
práctica que caracterizase a él y a tantos otros devotos (en particular a la
Familia Salesiana) con la misma fuerza y la misma fisonomía apostólica con que
los define la Auxiliadora.
El
"sentido de la Iglesia" se traduce diariamente en una conciencia
activa de miembro con una profunda espiritualidad de la acción.
Esto
comporta no sólo una actitud constantemente generosa de dinamismo apostólico en
general, sino un verdadero y propio compromiso eclesial, es decir, un dinamismo
explícitamente guiado por la clara conciencia de ser y actuar como miembro corresponsable del Cuerpo de
Cristo que es la Iglesia. Pero la Iglesia considerada no en sentido vago, sino
en cuanto que Ella, establecida y organizada en este mundo como una sociedad,
subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el Sucesor de Pedro y por los
Obispos en comunión con él.
Un
empeño especialmente definido por la concreción histórica y situacional de la
vida católica. Esta opción realista, que puede llevar hasta el martirio, se
acerca necesariamente a posiciones de lucha que podrán asumir, en determinadas
situaciones, también el aspecto de una opción política; es lo que sucedió por
los años 1860, en la Italia de las apariciones de Espoleto y de la caída de
Roma. Pues bien, Don Bosco se distingue en hacer de la devoción a la
auxiliadora un compromiso real por la Iglesia Católica, evitando siempre
transformarla en una bandera temporal a favor de la revolución o de la
antirrevolución en turno.
Para
lograrlo se inspira en el criterio práctico típico de la "actividad
materna", que no se mueve por ideologías abstractas, sino por exigencias
vitales, que hace todo el bien que puede aunque no pueda llegar a lo mejor y
que cuida más el tejido delicado de la vida que la elaboración de grandes
programas.
Se
puede constatar que no hay lugar para semejante actividad vital en las más
famosas ideologías sociales, por ejemplo en el marxismo, que, no obstante,
presentan algunas coincidencias paralelas con la estructura social.
El
realismo pedagógico de Don Bosco ha expresado a través de su devoción mariana,
una auténtica "mística de la acción", en el sentido profundo que le
da san Francisco de Sales, unida permanentemente a una fuerte "ascética de
la acción".
La
devoción a la Auxiliadora está ligada a los acontecimientos concretos de la
existencia, se inserta en el curso vivo de la historia, en sus laberintos y en
sus pasiones, pero permanece claramente escatológica (religiosa); no se
transforma en un a cruzada de cristiandad, sino que siente y participa en las
vicisitudes socioculturales y en los incesantes caminos nuevos de los pueblos
en su proceso ininterrumpido de nuevos niveles de liberación, pero no se
convierte jamás en política, es realista pero trascendente, en plena sintonía
con la misión propia de la Iglesia.
La
Auxiliadora y el carisma salesiano
En
la realidad se da una íntima correlación entre la devoción a la Auxiliadora y
nuestra Vocación salesiana. En Don Bosco, no es difícil comprobar, por lo que
se refiere a su origen: desde el sueño de los 9 años en I Becchi hasta el de
Barcelona en 1886, desde el catecismo iniciado con Bartolomé Garelli hasta el
modo con que obtuvo la aprobación de las Constituciones de la Sociedad de san
Francisco de Sales, desde la convicción íntima de Don Bosco expresada en mil
afirmaciones hasta los hechos prodigiosos realizados por él. Pero los orígenes
no son sino la primicia de su total realidad
Don
Bosco asegura que la Vocación salesiana sólo es explicable con el concurso
materno e ininterrumpido de María.
Muchas
veces confesó que la Virgen es la fundadora y la sustentadora, asegurando que
nuestra Congregación está destinada a cosas muy grandes y a extenderse por todo
el mundo, si los salesianos se mantienen siempre fieles a las Reglas que les ha
dado María Santísima.
Hasta
llegó a exclamar. "¡María nos quiere demasiado!"
Don
Rúa, el gran continuador de la vocación de Don Bosco y que enseña a los
salesianos a permanecer salesianos -como nos ha dicho Pablo VI- ha subrayado
con insistencia esta relación íntima entre vocación salesiana y devoción a la
Auxiliadora.
En
particular, nos parece interesante destacar una observación suya al presenciar
la coronación de la Virgen en Valdocco el 17 de mayo de 1903; después de haber
descrito con gozosa efusión la ceremonia, añade: "No me cabe la menor duda
de que, creciendo en los salesianos la devoción a María Auxiliadora, crecerá
también el amor y la estima a Don Bosco y no menos el empeño por conservar su
espíritu e imitar sus virtudes.
He
aquí una intuición clarísima de la interrelación vital que se da entre la
devoción a la Auxiliadora y nuestra espiritualidad.
Igualmente
don Albera (segundo sucesor de Don Bosco) al reflexionar, con aquella delicada
sensibilidad tan suya, sobre los aspectos más espirituales de nuestra vocación,
insiste en la continua presencia de María. Escribe así: "hablando a sus
hijos espirituales (Don Bosco), no se cansaba de repetir que la obra que él había
llevado adelante le había sido inspirada por María Santísima, que María la
sostenía y que por ello nada tenía que temer de la oposición de sus
adversarios.
También
aparece particularmente sugestiva una alusión suya a san Francisco de Sales, el
gran "maestro de la salesianidad" en la historia de la
espiritualidad. Al describir la magnanimidad casi temeraria de nuestro
Fundador, sobre todo en la construcción del templo de Valdocco, don Albera ve
en este extraordinario esfuerzo un elemento de "salesianidad"; se muestra
así -afirma- discípulo de nuestro san Francisco de Sales, que había escrito:
"conozco bien la fortuna que supone ser hijo, aunque indigno de Madre tan
gloriosa. Confiados en su protección, emprendamos grandes cosas, si la amamos
con ardiente afecto, Ella nos obtendrá todo lo que deseamos".
Es
necesario profundizar el significado y la función de la devoción a la
Auxiliadora en nuestra espiritualidad a fin de inspirar mejor nuestro
re-lanzamiento mariano.
Sabemos
que una espiritualidad es verdaderamente tal si llega a formar un todo orgánico
donde cada elemento tiene su función y su puesto preciso. Poner fuera de
lugar, o no considerar o suprimir este
o aquel elemento sería comenzar a destruir todo.
La
devoción a la Auxiliadora resulta un factor integrante del fenómeno salesiano
en la Iglesia, ya que entra a formar parte vital de su totalidad. No tendría
sentido pretender separar nuestra espiritualidad de la devoción a María
Auxiliadora, de igual manera que tampoco se puede separar a Don Bosco de la Virgen.
La
devoción a la Auxiliadora es un elemento imprescindible en nuestro carisma,
impregna su fisonomía y da vida a sus diversos componentes.
Sin
una sana vitalidad de la dimensión mariana, nuestra espiritualidad se
resentiría en vigor y en fecundidad, mientras que el cuidar oportunamente un
profundo relanzamiento mariana hará reverdecer toda la vocación salesiana.
Nuestra
devoción a la Auxiliadora está en estrecho intercambio vital con la misión
salesiana y con el espíritu propio de nuestro carisma.
Ante
todo, su íntima vinculación con la misión salesiana: María, la
"Pastorcita" de los sueños, es quien señala la naturaleza y los
destinatarios, asignándonos un campo de "pastoral juvenil", su
característica de Auxiliadora abre la misión salesiana a los grandes horizontes
de los problemas sociorreligiosos de actualidad y a una clara opción de
servicio a la Iglesia universal y de colaboración con sus Pastores; su bondad
materna inspira nuestra criteriología pastoral y nos enseña un método típico de
acercamiento a nuestros destinatarios.
Y
su profunda relación con el espíritu salesiano: éste encuentra en María, considerada como
Auxiliadora, su inspiración y su modelo. Un espíritu centrado en la
"caridad pastoral", inspirado en el amor materno de la Virgen y radicado
en el amor materno de la Iglesia, que implica una atenta escucha a la
iniciativa de Dios, una adhesión total a Cristo y una plena disponibilidad a
sus caminos; un espíritu impregnado de esperanza (seguro del
"auxilio" de lo Alto) en un clima interior de sustancial optimismo en
la valoración de los recursos naturales y sobrenaturales del hombre.
Un
espíritu de fecundidad apostólica vivificado por el celo por la Iglesia, un
espíritu de dinámica iniciativa y de ductilidad adecuado a las vicisitudes
cambiantes de la realidad; un espíritu de bondad y de comportamiento familiar
con esa riqueza y sencillez de actitudes que tiene su sede en la sinceridad del
corazón; un espíritu de magnanimidad (como en el "Magnificat") que
tiene la humilde osadía de hacer todo el bien que se puede, aun cuando parece
temerario, dejándose guiar por la valentía de la fe y por el buen sentido, por
encima de extremismos o perfeccionismos.
Podemos
concluir diciendo que, así como en la vida de Don Bosco la devoción a la
Auxiliadora, explicitada en la plena madurez de su vocación, es al mismo tiempo
el punto terminal de un itinerario de crecimiento y la plataforma de
lanzamiento de todo su vasto proyecto apostólico, de igual modo en la
espiritualidad salesiana tal devoción constituye la síntesis concreta de sus
diversos componentes y la fuente vital de su dinamismo y de su fecundidad. Por
consiguiente, lo que ésa fue en el momento de su fundación, deberá volver a
serlo en cada ocasión de renovación o "re-fundación"
Aspectos
concretos de nuestro propósito de "relanzamiento" mariano
Renovar
una devoción no significa simplemente cambiar o intensificar determinadas
prácticas religiosas. Ciertamente hay que actualizar nuestra piedad mariana,
pero para conseguirlo es preciso asegurar primero los valores fundamentales de
nuestra fe, los presupuestos doctrinales y la consiguiente actitude personal y
comunitaria. La fe y la piedad tienen que caminar a la par; si es verdad que en
la viedad vie la fe ("lex orandi, lex credendi"), lo es también sobre
todo en un proceso de renovación, que la doctrina de la fe debe guiar la piedad
("lex credendi, legem statuat orandi")
Como
Max Thurian ha escrito: "El reconocimiento del papel de la Virgen
María en la historia de la salvación y
en la vida de la Iglesia implica una piedad que sea consecuente con la verdad
concerniente".
Y
si en la devoción a la Auxiliadora hay aspectos doctrinales, profundizados y
renovados por el Vaticano II, habremos de conocerlos bien y saber deducir de
ellos un tono especial de renovación en nuestra piedad correspondiente.
Esto
afectará directamente a nuestros esfuerzos de "relanzamiento" en
diversos sectores de iniciativas prácticas.
1*.
La formación doctrinal aparece inmediatamente como el primer elemento que hay
que cuidar; hemos de saber revisar y actualizar nuestra mentalidad y nuestros
conocimientos en dos campos que son complementarios:
-la
figura de María en la historia de la salvación a la luz de las orientaciones
conciliares;
-y
los presupuestos doctrinales del título "Auxilium Christianorum" en
relación con la espiritualidad del Carisma de Don Bosco.
He
aquí un vasto campo de estudio, de divulgación y de formación, tanto inicial
como permanente.
Nuestro
Fundador sigue siendo el modelo y el maestro en este sector; recordemos en
especial sus escritos sobre la Auxiliadora.
2*.
El culto y la piedad marianos constituyen la vida de una devoción genuina.
Contamos para esta renovación con la Exhortación Apostólica "Marialis
Cultus" de Pablo VI. Hemos de saber aprovecharla. Recordemos que en este
campo la Iglesia ha dado grandes pasos, tanto en lo que se refiere al culto
litúrgico y la piedad mariana. Saber expresar nuestra devoción mariana a través
de la participación viva e inteligente en el ciclo litúrgico constituye la meta
más significativa y pedagógica de nuestro "relanzamiento".
En
la renovación, además de la piedad mariana el Papa sugiere 4 preciosas
orientaciones "a tener presentes al revisar o crear ejercicios y prácticas
de piedad; son:
-la
orientación bíblica (MC n. 30)
-la
orientación litúrgica (MC, n.31)
-la
orientación ecuménica (MC n.32-33)
.la
orientación antropológica (MC n. 34.37)
El
estudio y la aplicación de cada una de estas orientaciones exigen una revisión
a fondo del modo con que concretamos nuestra devoción.
En
cuanto a ejercicios piadosos (cf. MC n. 40-55) además del Rosario, quisiera
añadir y subrayar la "bendición de María Auxiliadora", compuesta por
el mismo Don Bosco y aprobada por el
Papa León XIII, la festividad de María Auxiliadora en el mes de mayo y la
práctica tradicional del 24 de cada mes.
Asimismo,
habrá de incrementarse fuertemente el significado y el alcance espiritual del
Santuario de la Auxiliadora el Valdocco.
3*.
Los grandes horizontes de compromiso eclesial, vistos en el realismo de cada
situación local, según las exigencias de esta hora tan cargada de futuro, deben
ser el horizonte en que se mueva nuestra decidida actitud evangelizadora y
nuestra inventiva pastoral. Este es un campo vasto y concreto en el que es
preciso dar un profundo cambio apostólico, poniendo al día y alimentando
nuestra mentalidad en consonancia con los grandes problemas pastorales de la
Iglesia y con las urgentes exigencias culturales del mundo de hoy, sobre todo
con miras a la juventud y a los ambientes populares.
Don
Bosco encontró precisamente en esta área el espacio predilecto de su incansable
laboriosidad. La devoción a la Auxiliadora nos debe llevar a ser fermento
cristiano en la construcción de la nueva sociedad por medio de los jóvenes y de
los ambientes populares.
4*.
Por último, el cultivo de las vocaciones fue para Don Bosco una de las
expresiones más eficaces de su devoción mariana; la institución de la Obra de
maría Auxiliadora para las vocaciones, tan querido por él, nos sirve de prueba
y de acicate. Hemos de empeñarnos con María en renovar a fondo toda nuestra
pastoral vocacional; lo cual nos exigirá reactualizar los grandes valores del
Sistema Preventivo y nos enseñará a medir la profundidad espiritual y la
autenticidad apostólica con el "metro" de las vocaciones.
Si
acertamos a animar a la Familia Salesiana en estas cuatro grandes áreas de
renovación, y si, en unión con los demás grupos de la Familia, sabemos
programar una realización acaso modesta en sí misma, pero consciente y
constante, veremos rejuvenecer y crecer, con el auxilio de María, nuestro
Carisma en la Iglesia.
Y
la Auxiliadora de hecho será también fermento de una comunión más profunda
entre las ramas salesianas: Ella aparecerá con mayor claridad como la
"¡Madre de la Familia Salesiana"!
Don
Bosco no se contentó con amar a la Auxiliadora ¡trabajó tanto para hacerla
amar! Existe una especie de pacto entre María Auxiliadora y la Familia
Salesiana. María ayuda a esta su Familia y da incremento a sus obras. A su vez
todos los miembros y ramas de la Familia, cada uno según la propia modalidad,
difunden el culto de la Auxiliadora entre adultos y jóvenes. Es un aspecto del
servicio salesiano a la Iglesia. Es el significado de la inscripción luminosa
que Don Bosco había leído sobre la grande iglesia de sus sueños y que luego
hizo esculpir en el frontispicio de la Basílica de Turín: "Haec est domuns
mea, inde gloria mea: Esta es mi casa, desde aquí se difundirá mi gloria".
¡La basílica viviente somos nosotros!.
Y
concluyo
Queridos
hermanos, el CG21 hace votos por una verdadera reanimación de nuestra devoción
a la Auxiliaidora, con ella será más genuina y concreta esa animación salesiana
de la que tan necesitadas se sienten las comunidades y con la que
reactualizaremos el Carisma de nuestro Fundador.
Ruego
a los Hermanos de todas nuestras casas que estudien localmente sus
posibilidades y la metodología más adecuada e insto a los Inspectores con sus
Consejos a que incluyan una bien cuidada pastoral mariana en los programas
inspectoriales, en diálogo también con los otros grupos de la Familia
Salesiana, especialmente con las Hijas de María Auxiliadora.
Un
rápido incremento de la devoción a la Auxiliadora dará a todos nuevo oxígeno y
esperanza, y será de gran provecho para la Iglesia. "Al hombre
contemporáneo -nos recuerda Pablo VI- no pocas veces atormentado entre la
angustia y la esperanza, postergado por el sentimiento de sus límites a la par
que dominado por aspiraciones infinitas, turbado en su espíritu y dividido en
su corazón, con la mente suspendida del enigma de la muerte, oprimido por la soledad mientras tiende a la comunión,
presa de la náusea y de la tristeza, la Bienaventurada Virgen María,
contemplada en su trayectoria evangélica y en la realidad que ya posee en la
ciudad de Dios, ofrece una visión serena y una palabra confortante: la victoria
de la esperanza sobre la angustia, de la comunión sobre la soledad, de la paz
sobre la confusión, de la alegría y la belleza sobre el tedio y la náusea, de
las perspectivas eternas sobre las temporales, de la vida sobre la muerte"
Quuerida
Familia Salesiana, que de nuevo resuene hoy en nuestro espíritu una de las
últimas recomendaciones de nuestro Padre Don Bosco: "La santa Virgen María
continuará ciertamente protegiendo a nuestra Congregación y a las obras salesianas
si continuamos nosotros poniendo nuestra confianza en Ella y promoviendo su
culto"
Prometemos
a don Bosco hacerlo de verdad, con filial entusiasmos, imitando su gran
confianza y su dinámico celo.
Los
saludo cordialmente, dándoles con gozo la bendición de María Auxiliadora.
Don Egidio Viganó
Rector Mayor