DON BOSCO, TE RECORDAMOS
Confidencias
inéditas
Pedro
Brocardo
CENTRAL CATEQUÍSTICA
SALESIANA
A1ca1á 164 S Madrid-28
Presentación
Estas
sencillas páginas, casi confidenciales, se deben a la insistencia de hermanos
de Italia y del extranjero que, oyendo evocar episodios de la vida de Don
Bosco, no recogidos generalmente en las biografías ordinarias, han pedido
muchas veces su publicación.
Ahora
verán satisfecho su deseo. El que escribe pertenece -como muchos otros- a la
generación que conoció a muchos salesianos, formados y crecidos directamente en
la escuela de Don Bosco: a ellos debe lo mejor de su formación. Lógicamente,
esta fortuna no le confiere una especial patente de salesianidad, que es un
problema totalmente personal, pero le impone el deber de transmitir a los demás
lo que él ha recibido. Es una ley de vida, a la que es difícil sustraerse.
Se
sabe que, al lado de la "gran tradición salesiana" consignada en los
documentos oficiales, existió una “tradición menor", ligada a los ritmos
ordinarios de la existencia cotidiana, a través de la cual se manifestó gran
parte de la personalidad de Don Bosco. Se trata de palabras, actitudes, gestos
y hechos del Santo que, en su sencillez, en su orden, son portadores de su
"espiritu" y exponentes de su "santidad". Es necesario
rescatarlos del olvido.
Hemos
tratado en nuestra juventud salesiana, con los protagonistas de estas páginas,
excluidos naturalmente Don Bosco, el coadjutor Palestrino y el doctor G.
Albertotti. Con algunos, el contacto ha sido ocasional; con otros, la comunión
de vida ha sido íntima y prolongada. La figura legendaria de Don Juan Bautista
Francesia, la conservamos entre los recuerdos más queridos e indelebles.
Los testimonios que aportan, casi totalmente
inéditos y redactados sobre antiguos apuntes, son sustancialmente fieles y
objetivamente válidos.
Rezuma
en ellos un amor y una veneración por Don Bosco incomparables; un entusiasmo y
un cariño por la Congregación que conservan todo el sabor de lo que justamente
se ha llamado "La mocedad salesiana": un período irrepetible de
nuestra historia, tan único como fascinante.
Que
estas páginas —no nuevas para cuantos, como nosotros, estuvieron cerca de los
mismos protagonistas— puedan transportarnos al clima de los orígenes cuando,
como oportunamente ha escrito Teresio Bosco en su espléndida "nueva
biografía de Don Bosco": “Bajo la mirada de Ia Virgen germinaban, en la
sencillez y en la pobreza, las grandes instituciones, las grandes orientaciones
y las grandes realizaciones de la obra salesiana. Don Bosco es el centro y el
corazón de todo". (1) Teresio Bosco, Don Bosco: una nueva biografía,
Turín, 1978, p. 8.
N
B Damos especialmente las gracias a Don Jose Zavattaro, antiguo alumno de
Valdocco, que ha querido leer estas páginas y hacernos las oportunas
sugerencias.
Pedro
Brocardo
NUESTRO PASADO ES TAMBIEN
NUESTRO FUTURO
Don Bosco "obra maestra" de Dios
Las
corrientes de vida espiritual que surgen en la historia de la Iglesia, a través
de los siglos, no son jamás el resultado de la imaginación creadora y del puro
esfuerzo humano, sino obra de Dios. "Siempre es efectivamente Dios
—escribe el padre De Guibert, S.J—quien, en su providencia sobrenatural, con la
que gobierna a la Iglesia y provee a sus necesidades, previene con gracias especiales
a un alma, la guía por los caminos tradicionales, y al mismo tiempos nuevos de
la santidad, y consigue esas obras maestras que son los grandes santos: San
Paconio, San Francisco de Asís, San Juan Bosco" (2) La Spiritualité de la
Compagnie de Jesus, Roma, 1954, p. XXVII.
Que
uno de los grandes estudiosos de la teología espiritual, como el citado autor,
no dude en asociar el nombre de Don Bosco al de santos tan esclarecidos como
fueron San Pacomio, San Francisco de Asís, .Santo Domingo, San Benito y San
Ignacio de Loyola —todos recordados en el mismo contexto— es algo que solo
puede sorprender al que conozca poco a nuestro santo.
Don Bosco, maestro de espiritualidad
Porque,
si Don Bosco fue grande en el arte de la educación y evangelización cristiana,
no fue menos grande en el campo de la “espiritua1idad” propiamente dicha, a la
que supo dar un rostro y una medida totalmente suyas. Se sabe que las nuevas
espiritualidades surgen en el ámbito de la única y sola espiritualidad
evangélica, siempre que los elementos esenciales de Ia vida cristiana se
armonizan y funden en una síntesis nueva, original y fecunda, y toda vez que
esta síntesis se vive, según modalidades propias y cualificantes. Todo esto
sucede con Don Bosco.
La
historia de las espiritualidades consolidadas y difundidas, demuestra que en
sus orígenes, existe siempre la experiencia original y profetica de la fuerte
personalidad de sus fundadores. Esta experiencia se convierte en la
experiencia-tipo para cuantos, bajo la moción del Espíritu Santo, se sienten
llamados a vivirla y perpetuarla en ia historia. La vida de Don Bosco nos
ofrece una confirmación admirable.
Cuando
se habla de fundadores y de carismas originales, es necesario hacer una
distinción importante: hay que distinguir los carismas y gracias estrictamente
personales, no transmisibles, con los que Dios enriquece a estos siervos
privilegiados, y el carisma fundacional o experiencia-tipo, destinado a pasar a
la posteridad espiritual.
Entre
el carisma de fundación y los dones estrictamente personales, existen
lógicarnente armonías profundas y dependencias esenciales, pero ambas
experiencias no se identifican. Hay un camino de gracia totalmente personal en
Don Bosco que sólo Dios conoce y que no tiene parangón en ninguno de sus discípulos.
Pero hay también un campo vastísimo en el que domina la experiencia tipo de Don
Bosco: allí se puede contemplar al santo, consagrado totalmente a los intereses
de la Congregación querida por Dios y por la Virgen María, entregado a su
paciente y asidua obra de educador y formador de sus salesianos, según el
proyecto y Ia misión recibida de lo alto. Es ésta la perspectiva sobre la que
los salesianos de hoy y de mañana deberán reflexionar asiduamente.
El largo estudio y el gran amor
Adquieren
valor inestimable al respecto, ciertos escritos de Don Bosco como las Constituciones
salesianas y la correspondiente Introducción, las páginas sobre el Sistema
preventivo, las Cartas a los salesianos, ciertos Sueños
programáticos y misteriosos, su Testamento espiritual, etcétera. Pero,
para comprender a Don Bosco fundador, se necesita, además, "un largo
estudio y un gran amor", es decir, que además de una convivencia con su
vida, que para nosotros es palabra, se precisa también un profundo conocimiento
de la vida de los salesianos, formados directamente por él, más con las obras
que con las palabras, más por aquella especie de contagio espiritual que
irradiaba de su persona que por el camino de los largos razonamientos.
San
Pablo escribía a los fieles de Corinto: "Sois una carta de Cristo
redactada por misterio nuestro, escrita no con tinta, sino con el Espíritu de
Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de carne del
corazón" (2 Cor 3,3).
A
su manera Don Bosco hubiera podido decir lo mismo de sus discípulos
profundamente amados y pacientemente formados a su imagen y semejanza. Los
interpretes más autorizados de Don Bosco son, por lo tanto, ellos, porque
solamente ellos tuvieron un conocimiento experimental difícilmente comprensible
del santo.
"La
vida de los Santos —escribió el canónigo, Ballesio en el elogio fúnebre de Don
Bosco—, aun en los libros mejor escritos, pierde la fascinación que ejercía
sobre sus contemporáneos, sobre sus familiares; el perfume de sus
conversaciones y de sus virtudes se disipa con el correr de los tiempos. Pero,
nosotros hemos visto a Don Bosco, nosotros hemos sentido a Don Bosco".
Recoged también los fragmentos
En
la "presentación", dijimos que estas páginas contienen solamente
algunos aspectos de la “tradición menor” de la vida de Don Bosco y de algunos
de sus discípulos directos. Pero sería grave error, creer que por eso sea menos
importante. Nada de cuanto se refiere directamente a Don Bosco y al espíritu de
los orígenes puede dejarnos indiferentes.
En
el celebre "Sueño del manto", él mismo exhorta a sus hijos a recoger
también los pequeños fragmentos de cuanto puede referirse al espíritu salesiano
a fin de que no se pierdan: “Colligite fragmenta virtutum”..
Don
Eugenio Ceria, con su autoridad, nos aseguraba, en una conversacion que jamas
olvidaremos, que este fue el criterio que le movió a la publicación de las
Memorias Biográficas "En las memorias hay ciertamente defectos literarios
Se dirá: esto no es digno de la historia, ¡contar tantas menudencias, tantas cosas
pequeñas! No importa. También aquellas minucias, aquellas pequeñas cosas,
aquellas breves palabras, aquellas bromas, todo sirve para hacer conocer la
figura de Don Bosco"; "Todo va tramando la historia que es la
memoria de nuestro pasado".
Volver a los orígenes
Estas
páginas no tienen, en definitiva, otro objetivo, convencidos como estamos de
que nuestro pasado es también nuestro futuro. Según una opinión,
que está adquiriendo nuevamente actualidad entre los estudiosos, no hay
verdadero futuro sin pasado. Estas notas serenas y divertidas, evocadoras de
una edad ya pasada, pero llena de fermentos vitales, son para nosotros una “voz
de aliento y de esperanza” que sale de nuestra historia. Una voz que interpreta
admirablemente el pensamiento y el sentimiento del Rector Mayor de la Familia
Salesiana el cual, con los ojos iluminados de Don Bosco, mira con confianza el
porvenir y lanza a sus hijos con la bandera de la “esperanza” y del “optimismo
cristiano”.
Es
la perspectiva del futuro la que da, a esta galería de cuadros, desiguales e
independientes unos de otros, su unidad de fondo y la cohexión interna que no
falta en este pequeño trabajo. Un futuro hecho de atención a los signos de los
tiempos, abierto a las sugerencias del Espíritu y a la actualidad de nuestros
problemas, pero también un futuro que sabe beber en las limpias aguas de
nuestros orígenes y contemplar de nuevo a Don Bosco —y a los discípulos
formados por él— con corazón y espíritu nuevos. Sólo tornando a Don Bosco y a
los discípulos que convivieron con él aprenderemos también nosotros a inventar
cada día nuestro camino, como supieron ellos inventar el suyo, y ser hoy, en el
cambiante contexto socio-cultural en que vivimos, dóciles a la voz del Espíritu
Santo, como lo fueron ellos en su tiempo.
La
“fidelidad dinámica” a Don Bosco y a su carisma profético no es posible sin
esta doble mirada: una al pasado que nos genera, otra al futuro que nos
aguarda. Estas dos miradas son coexistentes, permanecen juntas o caen al mismo
tiempo, aunque de vez en cuando, la acentuación tenga que ser distinta.
En
una época de transición rápida y profunda como la que estamos viviendo, según
una puntual afirmación de M. Olphe-Galliard, es sobre todo a los orígenes
adonde hay que mirar. "En todas las órdenes religiosas las reformas más
válidas nacieron siempre de un retorno, o al menos con un retorno al ideal del
fundador, expresado en la letra de su regla, más que en la necesidad de una
vida o de una actividad más moderna, más eficaz, mejor adecuada a la dimension
humana" (3) Dizionario degli Istituli di Perfezione, t. IV, Roma, 1977,
col. 107.
Esta
colección, no es la exhumación de un pasado estéril y enterrado: es la
evocación, a través del relato de pequeños episodios documentados, de Don Bosco
y de algunos de sus antiguos discípulos que, al hacerse salesianos, son como
los ‘Padres de la Congregación”. Ellos, con Don Bosco, son portadores de un
mensaje de salesianidad que no es posible ignorar.
"CIAO", DON BOSCO
Ciao (/Chao!) es un saludo familiar y confidencial
entre quienes se tratan de tú
~
"Hasta
el año 1930 —escribe Don Felipe Rinaldi en su carta necrológica— Don Juan
Bautista Francesia fue el hilo de oro que unía los primeros tiempos del
Oratorio con nuestros días, el genuino representante de la jovialidad, de la
santidad y de las tradiciones de aquellos lejanos tiempos, lleno de afecto por
esta casa y por todos los que por ella pasaron, casa que se transformó ante sus
ojos, de refugio de gentes de mal vivir en ciudadela de María Auxiliadora"
(4)Carta necrológica, Turín 1930.
(5)Juan Bautista nació en San Giorgio Canavese el
3-IX-1838, muere en Turín el 17-1-1930.
"Pupila de sus ojos"
Don
Juan Bautista Francesia, pertenece a la generación de los Padres de la
Congregación: Don Miguel Rúa, Don Celestino Durando, el Cardenal Cagliero, Don
Pablo Albera, etc. Lo mismo que ellos, vio el nacimiento y la expansion
maravillosa de las obras de Don Bosco, participó en primera persona en los
sucesos heroicos de aquellos lejanos años, condividió las alegrías y esperanzas
del fundador, sus fatigas y sus penas. En una cartita fechada en Marsella
(12-IV-1885), Don Bosco le llama “pupila de sus ojos”. Esta predilección de Don
Bosco se remontaba a los tiempos de su primer encuentro con él, siendo niño
—fiesta de todos los Santos, 1850— estaba justificada por la delicada situación
en que se encontraba.
Hijo
de una buena familia, pero deshecha por La volubilidad de padre, había emigrado
de su país, San Giorgio Canavese, a la ciudad de Turín, en busca de fortuna. A
los diez años, el pequeño Francesia se ganaba el pan trabajando como aprendiz
en una fundición de latón. Al trabajo, superior a sus fuerzas, no tardaron en
unírsele vejaciones y extorsiones de los compañeros de la fábrica, descarriados
por ideas anticristianas: "Por no querer mezclarme — leemos en la
autobiografía— en ciertas conversaciones, fui motejado y tratado con mil
reproches y desaires. El mote de jesuita era el menos insultante. Pero lo peor
fue que pasaron a los hechos. Con frecuencia me daban pescozones, patadas, me
pellizcaban los brazos con tanta fuerza que me llenaban de cardenales. ¡Ay de
mí, si se lo hubiera hecho notar a mi madre! Confieso que estaba contento y
casi santamente orgulloso de aquellas persecuciones y no les hacía ningún caso"
(6) Autobiografía, Archivo Salesiano.
Don
Bosco, después de haber descubierto su buena índole, le propuso estudiar y lo
aceptó definitivamente como interno en el Oratorio el 22-VI-1852. Desde
entonces Juan Bautista Francesia fue totalmente de su bienhechor. "La
enseñanza más sugestiva y saludable (de Francesia) —dirá Don Felipe Rinaldi—
será su gran amor a Don Bosco". "Don Bosco —afirma a su vez
Francesia— era el sacerdote que el Señor destinaba para mi salvación. Yo dije,
por lo tanto, de él en otro tiempo: "Yo le vi, le conocí; él me ama, yo le
amo". Estas palabras de Silvio Péllico, expresan admirablemente mi
relación con Don Bosco".
La
figura de Don Juan Bautista Francesia, hombre sensible, delicado, de alma casi
infantil, latinista y poeta de vena fácil, está diseñada como una filigrana en
sus numerosos escritos, que merecerían atenta reconsideración —incluso para un
conocimiento más profundo de Don Bosco— como muchos aseguran. Aquí sólo
reproduciremos algunos fragmentos de su Autobiografía inédita, —conservada en
el Archivo Salesiano en algunos ejemplares mecanografiados— que mejor se
adaptan a la índole de nuestro trabajo.
El
origen de esta autobiografía es muy curioso. La escribió, como él mismo
insinúa, para alejar la melancolía —o mejor, el <tedium vitae> que llega
en los últimos años— entre las cuatro tablas de un confesonario, entre una y
otra confesión, cuando había superado ya los setenta años: "Mi vida es
ahora monótona. Me levanto a las cuatro y muchas veces antes. Recito las
“Horas”, después el Rosario entero antes de la Misa. Luego voy al confesionario
donde hago la meditación, leo y he podido escribir todo este cuaderno, siempre
encerrado aquí dentro, y con la pluma que providencialmente me regaló Don
Coppo. Hubiera querido que me prepararan una especie de atril, pero no me han
entendido bien. A todo lo suple la pluma de oro. Tengo el cuaderno en la mano
y, con una desenvoltura admirable, escribo, escribo casi mejor que en
escritorio. ¿Quién podrá creer, leyendo estas páginas que han sido escritas
teniendo el cuaderno en el aire?" (7) Autobiografía, Turín, 1930.
Ciao, Don Bosco
Como
hemos recordado ya, el pequeño Francesia —Bautistín— dejó San Giorgio y se
reunió con sus padres en Turín: encontró trabajo en una fundición y Ilevaba a
casa semanalmente dos liras. "Suma que entonces causaba asombro". A
nosotros nos asombra que chicos de tan tierna edad fueran sometidos a trabajos
superiores a sus fuerzas para ganarse el pan. En ellos pensará y los buscará
con predilección Don Bosco. También <Bautistín> tuvo la suerte de
encontrarlo. He aquí cómo.
"Desde
los primeros días, conocí a un vecino de casa que trabajaba de carpintero y
que, además de ser paisano mío, era pariente lejano. En la fiesta de los Santos
(1850), me encontraba solo en casa, mi madre había ido al pueblo y mi padre se
había ido a su vez, no sé a donde. Este pariente mío, mientras jugaba al trompo
junto al muro del Manicomio de la Via Giugilo, me dijo:
—¿Quieres
que vayamos con Don Bosco?
—¿Para
qué?
—Hoy
reparten castañas.
—Pero,
¿quién es Don Bosco?
—Es
un sacerdote que recoge muchos chicos en las fiestas y allí se divierten. Hoy
reparten castañas, ven.
Yo
fui y vi por primera vez lo que era un Oratorio festivo. Me acerqué entre aquel
revoltijo de muchachos, al paso de gigante, como se decía entonces, o volador,
y pronto me adiestré superando los efectos del vertigo. ¡Cuánto me divertí!
Pero en lo mejor, sonó la campanilla. Vi correr como por encanto a todos los
que estaban a mi airededor. Creyendo que también yo debía huir, corrí por donde
me pareció y fui a caer, para mi ventura, junto a Don Bosco, que avanzaba para
contener aquella oleada de muchachos que parecía huir no sabría a donde. Él
inmediatamente me dijo:
—¿Quisieras
decirme dos palabras al oído?
• —¡Oh,
sí!
—Pero,
¿sabes lo que significan?
—
Sí, sí, que vaya a confesarme.
—¡Bravo!
Lo has adivinado.
—¿Cómo te llamas?
—Bautistín.
—Por
ahora ven conmigo.
Me
tomó de la mano, me condujo a Ia Iglesia y me coloqué debajo de la ventana —era
la antigua Capilla Pinardi— que estaba junto al púlpito y allí permanecí
durante las vísperas, la predicación y la bendición. Era la primera vez que
asistía tranquilo y sin miedo una función religiosa, que duró por lo menos dos
horas. Salimos de la capilla cuando ya era de noche.
Después
de la función vi a muchos mayores, que después fueron amigos míos, que estaban
alegremente alrededor de Don Bosco. Fui yo también. Una fuerza misteriosa me
arrastraba hacia él, y sin saber explicar y comprender lo que se decía, yo
estaba allí mirando y oyendo. Un poco después, aquella pequeña reunion se movió
llevando a Don Bosco en medio y salió del Oratorio hacia la calle Cottolengo,
subiendo por la calle Cigna hasta el Rondó (plaza donde se alzaba la horca para
los ajusticiados). Cantaban los más hermosos cantos que había escuchado en el
pueblo y me alegraban mucho. La luna era hermosa y ya enviaba sus pálidos
rayos, y yo pensaba en la poesía del rosario en familia, en las castañas, en
aquella paz que acababa con la tarde y tal vez para siempre.
Saludé
a Don Bosco, diciéndole confusamente: "¡Ciao Don Bosco!" con
admiración de los circunstantes. ¿Qué dices? debes ‘tratarle con respeto´. Pero
Don Bosco no se molestó; me acarició excusándome la descortesía. Después de
éste, mi acto de valor, me alejé saltando un pequeño foso que permaneció
todavía diez o doce años y que después fue cubierto como todos los demás".
El pájaro había encontrado su nido
La
segunda aparición de Francesia en el Oratorio ocurrió el domingo siguiente a la
fiesta de la Anunciación. "Después de la comida, no sé si en compañía del
ángel que me había hablado del Oratorio o solo, bajé a Valdocco. El día era
hermoso: un día espléndido de primavera. Nadie me vio: entré con aire
desconfiado y cauteloso, observando a una y otra parte por ver si encontraba
alguna cara amiga... Aquel día, se celebraban los funerales de Luis Rúa,
hermano de Miguel.
• .Esta
aventura tan extraña no me pareció fuera del orden de la Providencia,
considerando la amistad que me unió siempre con Miguel Rúa, después de ir dos o
tres veces al Oratorio, Entré entre aquella barahunda, tomé parte en el
catecismo que me dio durante algunos domingos el clérigo Gastini, pero no
recuerdo en qué consistió la oración fúnebre del piadoso joven. Regresé tarde a
casa, con un cansancio de muerte, como suele decirse, pero con el alma
satisfecha y deseosa de que Ilegase pronto el domingo. Había dado tantas
vueltas y revueltas con mi fusil de madera y habia corrido tanto por los prados
de Valdocco, al descampado, entonces, hasta la fábrica de Armas, que por la
noche me encontré con los zapatos rotos. Fui a casa tan cansado que no podía
más, pero con una satisfacción inmensa".
El
pájaro había encontrado su nido y era la Providencia la que se lo había
preparado.
¿Quién es éste que merece tanto aprecio?
A
partir de mayo de 1851, la asistencia al Oratorio se hace regular. "Iba al
Oratorio todos los domingos y fiestas. Mi vida se había vuelto seria, recogida
y hasta devota. Comencé a ayudar también en la iglesia. Iba cada domingo a
confesarme y experimentaba un gusto indecible. También Don Bosco lo había
notado y comenzó aquella admirable cadena de amor con la que había de quedar
ligado para siempre. Cuando supo que yo había hecho ya dos años de latín, me
dijo~ "¿Y no podríamos continuarlos y acabarlos?".
Muchas
veces, especialmente en el transcurso del año 1851, encontrando a Don Bosco por
los paseos de San Mauricio, me decía que lo acompañase a casa y después me
invitaba a comer con él. ¡Cuanta caridad me demostró siempre aquel padre
amoroso! Supe después que este hecho llamaba la atención de algunos y que se
murmuraba: “¿Quién es éste que merece tanto aprecio?” Don Bosco era el
sacerdote que el Señor destinaba para mi salvación.
En
junio de 1852, Don Bosco lo acepta como interno.
Me encomendaba a Ia Virgen
El
futuro latinista, discípulo predilecto del ilustre Vallauri, encontró al
principio dificultades para el estudio del latín y juzgó siempre una gracia de
la Virgen haber triunfado en su empeño. "Mis primeros experimentos en la
escuela no iban muy bien. El latín era para mí un misterio y no lograba
entender sus secretos. No recordaba el porqué de los casos, de los modos, de
los tiempos de los verbos, y por esto decía disparates a troche y moche.
Esta
dificultad, hija de mi falta de instrucción, me sirvió de advertencia para
hablar después claro, cuando fui destinado a la enseñanza. Lloraba y rezaba. Y
me decía: ¡Ay, si tuviera que desistir de estudiar!. Si los otros pueden, ¿por
qué yo no? En las oraciones me encomendaba a la Virgen... y me parecía que muy
pronto me iba a llegar el rayo de la inteligencia divina. Al ir a confesarme y
acusándome de no haber podido contentar al maestro, dije a Don Bosco: —Me
parece que voy a recibir la gracia del Cielo y comprenderé el latín. Don Bosco
me dejaba hablar y luego me consolaba, hablándome de otras cosas. ¡Ah!, ¡El
buen sacerdote tenía tanta confianza en este pobre hijo! Si alguna vez se
leyeran estas páginas sirvan de consuelo a cualquiera que se encuentre en mi
mismo caso: recurra a la Virgen que en ella encontrará la salvación.
Entre
los muchos que hicieron sus estudios en la Congregacion, quizá ninguno tuvo que
luchar tanto para aprender el latín, y quizá ninguno tuvo la gloria de llegar a
ser tan latinista como me sucedió a mí. ¿Quién hubiera imaginado jamás un éxito
tan maravilloso? Recuerdo que por aquellos días cayó una carpeta mía en manos
de un teólogo y del médico de la casa. La curiosidad hizo que la leyeran...
¡Oh!, ¡Se reían a mandíbula batiente con mis discordancias! Yo enrojecí con su
loca alegría, retiré mortificado mi cuaderno lo escondí, sin poder sacudirme
una gran humillación.
Sin embargo, acudí al profesor Bonzanino que me dio
ánimos y esperanzas de conseguir el éxito Pero tuve que ir conquistando el
terreno palmo a palmo y a fuerza de estudios y trabajos. Pero el gusto por el
latín, aquella forma que casi casi conocía por el olfato, y por la que
experimenté consuelos y pesadumbres, reconozco que se la debo a la Virgen, a la
que invoqué desde los primeros días que me destinaron al estudio".
¡Ah!, ¡Si Don Bosco me hubiera hablado!
El
4 de octubre de 1853, Francesia vistió la sotana, en Castelnuovo de Asti, de
manos del párroco Cinzano y fue admitido en la tercera gimnasial como alumno de
Don Miguel Rúa. Son los años de la pubertad y de los primeros sufrimientos
interiores.
"En
la festividad del Rosario, tome la sotana por expresa voluntad de Don Bosco. Y
aquí comienza la segunda crisis que, por gracia de Dios, vencí precisamente por
esta providencial disposición. Me había vuelto ligero, caprichoso, poco amigo
de frecuentar los Sacramentos y fácilmente quisquilloso a las disposiciones de
Don Bosco. Diré algo que nadie ha sabido jamás y que no comuniqué a nadie. Ya
no tenía la confianza ni el afecto filial, que había sido siempre el área de
salvación en los momentos más difíciles. ¡Ah! ¡Si Don Bosco me hubiera hablado
entonces! Tenía la pretension de que fuera él quien viniera a mi encuentro...
Esta malentendida prentensión casi puso en peligro mi vocación. Por gracia de
Dios, no había cesado de tener a Don Bosco como guía y me salvó de un gravísimo
peligro que me ocurrió por un desagradable encuentro.
A una palabra suya yo hubiera sido siempre el hijo
afectuoso y me hubiera corregido inmediatamente; en cambio sufrí las
consecuencias por algún tiempo. Cuando plugo al Señor, cesó toda discrepancia y
volví a ser también para mí lo que trataba de conseguir para los demás".
Sigue
un período de mucho trabajo contrastado por una actividad multiforme:
asistente, estudiante de filosofía y contemporáneamente profesor de gramática
—entre sus alumnos se encontraban Santo Domingo Savio y Miguel Magone—, después
estudiante de teología, etcetera. Francesia es uno de los dieciocho alumnos que
el 18 de diciembre de 1859, se reunieron en la habitación de Don Bosco y
prometieron constituir la Sociedad Salesiana. Se ordenó sacerdote en junio de
1862.
Poco
después, juntamente con sus tres compañeros: Anfossi, Cerruti y Durando, obtuvo
la inscripción en la Real Universidad de Turín. Para el antiguo y pequeño
obrero de la fábrica de latón, el hecho asume la grandiosidad de un
acontecimiento: "En el mes de junio se anunció que finalmente los maestros
de Don Bosco podían verificar los exámenes de admisión en la Universidad. Hubo
que repasar compendios de filosofía, de historia antigua, oriental y griega,
estudiar griego, etcetera. Durante cerca de un mes se nos dispensó de la clase
regular poniéndonos un suplente por la tarde.
No hacíamos mas que estudiar
desde las dos a las nueve de la noche, yendo despues a cenar, casi a
hurtadillas. Y así, hasta el primero de julio. No hablo de miedo; no sabíamos
lo que era; sólo se pensaba en los exámenes, seguros de que saldríamos
victoriosos.
No
se podía comenzar con mejor pie. Los escritos no nos inquietaron. Estábamos
habituados a escribir y a leer, tanto en latín corno en italiano. Se esperaba,
entre tanto, el examen oral. Fue casual y providencial que nos diéramos cuenta
de que estábamos citados para un sábado por la mañana, mientras nos habíamos
imaginado que serían más tarde. Fuimos aprisa. Había dos comisiones:
Anfossi-Cerruti; Durando-Francesia. Cuando se levantó Durando y me dijo que
había obtenido 29/30, quedé asombrado y me imaginé que conseguiría al menos un
18, que era el mínimo necesario para no naufragar.
Por
la mañana había leído mi composición y me pareció tan mezquina que la hice
pedazos y me esforcé por olvidarla. Ahora me encontraba delante de mis jueces:
el marqués de Cavour-Priori y Richetti. El tema era la filosofía que habíamos
estudiado sobre un bárbaro trabajo de Sciorati que, años más tarde hemos vuelto
a ver en Alassio, y después literatura e historia. El oral paso a velas
desplegadas y, cuando se leyeron las composiciones, los examinadores se
mostraron maravillados. ¡Deo gracias! Los elogios no tenían fin. Anfossi
alcanzó una puntuación de 28; Cerruti 30, que en aquellos días valía por
matrícula; Durando, 29; Francesia fue propuesto para matrícula. El bedel nos
esperaba sonriendo y esperaba una buena propina en razón de las calificaciones,
pero entre los cuatro no teníamos ni un céntimo. Despues de la comida
remuneramos su trabajo.
Aquel
primero examen tan espléndido nos hizo buena propaganda entre los compañeros
que, generosos como son los jóvenes, nos acogieron con aplausos. ¡Qué decir del
Oratorio! Todos los muchachos, y especialmente los respectivos alumnos, se
regodeaban alabando al propio maestro. No oculto que aquél fue el día más
hermoso de mi vida. Fue un triunfo. Pero nosotros estábamos aún más contentos porque
Don Bosco podía respirar por las escuelas del Oratorio".
Y fue asunto concluido
Estudiante universitario, profesor de la quinta gimnasial, Don Juan
Bautista Francesia, pasó días felices, pero no tanto como para no caer en
aquella por él llamada <grave tentación>.
"Me
parece que fue en este año (1864?), no estoy seguro, cuando sufrí una grave
tentación y. fui causa de disgusto para Don Bosco. Se nos servía el café, y Don
Miguel Rúa, viendo que la taza era pequeña para nuestra necesidad, iba añadiendo
leche poco a poco. No creo que fuera un abuso, pero era una irregularidad. El
que cuidaba de la cocina, en vez de avisarnos a nosotros y a Don Miguel Rúa,
causante inocente de aquel pequeño desorden, avisó a Don Bosco que dio orden de
suministrar la taza Ilena de café con leche y retirar después la cafetera.
Aunque
la novedad nos sorprendiese, yo no presté atención. Pero por la tarde íbamos a
estudiar juntos nosotros tres, Anfossi, Durando y yo en la habitación de Don
Bosco porque hacía frío y no había otro lugar a propósito. Anfossi por la tarde
comenzó a contar con todo detalle lo ocurrido, echando la culpa a Don Ángel
Savio que era el ecónomo, diciendo que no debería obrar así y que por muchos
motivos no tenían por qué quitarnos aquel poco de café. El maestro adjunto, un
tal Burato que, a poco de marcharse, llego a Vicario de Vercelli, parecía que
estaba algo delicado y privarle de café era una crueldad. Yo creo, en cambio,
que se escandalizo de nuestra ligereza. Por todo ello, en vez de estudiar, nos
habíamos puesto a dialogar, con ánimo contrariado, pensando que Don Bosco nos
hubiera complacido y calmado. ¡Qué más quisiéramos! Un tanto alterados nos
lamentábamos del desaire que se nos hacía a nosotros que éramos superiores y
merecíamos alguna atención. Yo me dejé escapar: “Prefiero irme a casa. ¡Al
menos, se está sin preocupación (sic)!” Esta palabra ofendió a Don Bosco, que
me dijo: “¿Y tendrías valor para dejar a Don Bosco?” Inmediatamente le pedí
perdón y que, ¡por favor! se olvidase de aquella expresión imprudente, me dijo
que lo haría, y fue asunto concluido".
Corrector de imprenta
En
1865, al final del tercer año de Universidad, Francesia obtuvo el doctorado en
letras con 165 puntos sobre 170. La malevolencia de dos profesores impidio se
licenciase con todos los puntos: "Le han robado cinco puntos", me
dijo Vallauri al salir. Pero el éxito era igualmente lisonjero y Francesia
esperaba una acogida jubilosa y los plácemes de Don Bosco, que regresaba de
Florencia. Don Bosco, en cambio, no le dirigio ni una palabra: y no sólo esto,
sino que decidió pasara de profesor de la quinta gimnasial, a simple
"corrector de imprenta". Con este gesto, Don Bosco quería corregir la
vanidad de Francesia y acostumbrarlo a obrar con espíritu sobrenatural. Esta
manera dura sorprende al que no está acostumbrado a juzgar a Don Bosco “in
lumine aeternitatis”, bajo su perfil de santo: los santos ven y juzgan
según Dios. Añadamos que, en este caso, Don Bosco conocía bien las virtudes de
Juan Bautista Francesia y sabía que la prueba le sería muy saludable y no
superior a sus fuerzas.
"Cuando
Don Bosco regresó y todos fueron a su encuentro haciéndole fiestas, también
porque nosotros le habíamos preparado el camino, contando los grandes festejos
que le habían hecho en Florencia, yo me puse adelante, esperando ¡quién sabe
qué! Pero él no me dijo nada y volvió la cara a otra parte. Comprendí entonces
que Don Bosço estaba disgustado de mi comportamiento. ¿Qué hacer? Callé,
confesé mi culpa y no me lamenté. ¡Ea! me decía, me imaginaba fiestas y
alborozo por el doctorado alcanzado y recibi bien distinta recompensa. Bien
sabe el Señor cuánto me humilló esta mortificación.
Entre
tanto, los trabajos de Ia tipografía se iban acumulando y me convertí en simple
corrector. Yo cuidaba las cosas del despacho y después pruebas y más pruebas.
Se me preparó un pequeño escritorio, fuera del despacho del Caballero Oreglia y
allí pasaba todo el día leyendo y corrigiendo. Antes estaba Don Juan Bautista
Lemoyne, pero se fue de director a Lanzo... y me dejó su herencia.
Tengo que decir, que fue una aventura como tantas
otras que me ocurrieron en la vida, que me hizo dudar de la Providencia
respecto a mí, aunque me corrigiese rápidamente. Cuando en julio murió Don
Ruffino, primer director de aquel Colegio, Don Bosco me dijo: “Prepárate porque
irás tú”.
Don Antonio Sala, que era el prefecto, me vino a
hablar como de cosa hecha. Entre tanto, después del primer año de moral,
Lemoyne fue a Génova y, pasados pocos días, volvía con buena propaganda para
una carta entre sus conocidos, que debían de ser muchos. Esto agradó a Don
Bosco que, delante de mí le dijo: “¿Y Si fueses tú a Lanzo? ¿Estarías dispuesto
para preparar el examen de confesión?’ “¡Oh! ¿Porqué no? Basta que Don Bosco me
lo diga, para que yo lo haga con gusto”. Y así, por primera vez, vi que sé me
ofrecía y se me quitaba después un regalo.
¡Cuántas
otras veces me sucedió lo mismo en el curso de mi larga vida! En vista de la
facilidad con que se cambiaba en la elección del personal, tuve que esforzarme
para creer que era Dios el que así lo disponía ¿Y por qué dudaba? Porque no
reflexionaba que el Señor se servía de estas debilidades de los hombres para su
gloria y para el bien de estos pobres gusanillos que somos nosotros. Moría
también en Lanzo y en los brazos del nuevo director, Don Víctor Alasonatti. Y
yo, de director de Lanzo, me veía en corrector. Como me disgustaba. Estaba
rnelancólico, ya no entendía el latín... temo que alguno se haya dado cuenta
porque Monseñor Cagliero, que era siempre el buen consejero, dijo una vez en la
mesa: “¿Y es necesario estudiar tanto para ser un buen corrector?” Entonces se
buscó otro y fui encargado solamente, de las últimas pruebas y sin ser
obligado. Si hubiera sido un poco más prudente, podría haberme puesto con Don
Miguel Rúa, pero quise obrar por mí mismo y me creía muy capaz. Esta soberbia
me servía, de vez en cuando, de ocasión para humillarme".
La
autobiografía sigue desarrollándose con agradable ritmo, pero poco a poco se
torna más esencial y sintética y su contenido no entra ya en la óptica de estas
páginas; por eso no continuamos. Con todo, queremos recordar un conmovedor
episodio.
Tómalo como recuerdo mio
Don
Juan Bautista Francesia tuvo, en conjunto, muchos éxitos en su vida y no pocas
satisfacciones, incluso humanas; pero uno de sus sueños no se realizó jamás: el
de ser algún día miembro del Capítulo Superior. Incluso en las elecciones de
1886, que le parecían las más propicias, fue el gran excluido. Experimento un
sufrimiento indecible, pero tuvo que resignarse. También en esta circunstancia
quien le cornprendió a fondo y le consoló fue Don Bosco.
"Recobrada
la serenidad, y dispuesto a cualquier prueba, me encontraba resignado en el
Oratorio. Don Bosco había ido a San Benigno para recobrar la salud y allá me
dirigí un día para reconciliarme. Era el año famoso de las elecciones (1886).
Don Bosco, después de haberme escuchado en confesión, viéndome allí a solas con
él, me dijo: “Creí que habías sido elegido para el Capítulo Superior, en cambio...”.
“Qué más da, querido Don Bosco, usted tiene demasiada buena opinion de
Francesia. Los hermanos no están de acuerdo conmigo. Por lo demás, yo se los
agradezco y no me lamento de la poca estimación. ¡Qué más da! A alguno no le
agrada mi manera de actuar, hay quien acusa a mis miradas, quien a mis
palabras, quien a una cosa y quien a otra. Pero no me quejo”. Mi actitud
conmovió al buen padre que, con lágrimas en los ojos, sacó el rosario y
ofreciéndomelo me dijo: “Tómalo como recuerdo de tu pobre Don Bosco”. Yo lo
besé, también con lágrimas en los ojos, y desde aquel día no lo dejé jamás, lo
llevé conmigo en los viajes, y espero que me acompañará al tribunal de Dios.
Con
razón podía repetir Don Juan Bautista Francesia que Don Bosco había sido para
él un padre "siempre padre".
DON BOSCO ABRIÓ EL
PORTAMONEDAS DESPACIO, DESPACIO
El
canónigo José Cochis fue alumno del Oratorio —como se observa en los viejos
Registros del Archivo— desde agosto de 1868 hasta 1813, cuando Don Bosco se
encontraba todavía en plenitud de fuerzas y la Sociedad Salesiana en creciente
expansión. No se hizo salesiano, pero permaneció siempre muy adicto a Don
Bosco: en él inspiró su celo sacerdotal y su tenor de vida pobre y modesta. Fue
canónigo de la Colegiata de Chieri, respetado y amado por todos
José nació en Pavarolo en 1875 y faIleció en Chieri
en 1947.
Cuando
la histórica ciudad albergó el "Estudiantado salesiano de Tecnología"
le invitaban ordinariamente a confesar a nuestros clérigos que le miraban como
a una reliquia de los primitivos tiempos salesianos. Cuando hablaba de Don
Bosco, los limpios ojos se encendían con una luz resplandeciente, pero su
memoria, ya senil, se perdía en afirmaciones genéricas. Conservaba, sin
embargo, dos recuerdos muy grabados.
El portamonedas con la medalla
"Una
vez, al final de las oraciones de la noche, que se rezaban en e1 patio, cuando
Don Bosco había subido al púlpito de madera, desde el cual daba las buenas
noches, le llevaron un pequeño billetero. Era costumbre en el Oratorio, entregar
a Don Bosco, antes de las Buenas Noches todos los objetos perdidos por los
jóvenes durante el día.. El Santo se los mostraba a todos y los interesados
iban a recogerlos. Aquella tarde, había una curiosidad insólita en el
auditorio, porque el reglamento prohibía llevar dinero encima, y a Don Bosco le
habían entregado un pequeño portamonedas. ¿Qué diría y que haría el Santo? Don
Bosco tomó el portamonedas, lo abrió despacio, despacio, a la vista de todos,
sacó algunas monedas y también una medalla de la Virgen. Don Bosco que parecía
estar serio, dibujó una amplia sonrisa y dijo: “Conocéis el reglamento, pero
este joven ama a la Virgen y la Virgen le ayudará a cumplir el reglamento. Que
venga a recoger el portamonedas. El interesado, confuso y conmovido, fue a
recoger el objeto perdido, besó la mano a Don Bosco y le dio las gracias".
Esquivaré
a Don Bosco
"Otro gesto de bondad se refiere esta vez a mi persona. La
tipografía de Valdocco comenzaba a publicar aquel año la “Biblioteca” de
clásicos italianos: aquellos libros me gustaban muchísimo. Me entregué a su
lectura, olvidando completamente el estudio, con maravilla de los profesores,
porque hasta entonces marchaba bastante bien. Las cosas fueron de mal en peor
el resultado de los exámenes semestrales fue decepcionante. Me sentía culpable,
pero no era capaz de convencerme; era uno de los muchachos que en aquel tiempo
huían de Don Bosco por miedo a ser amonestado. Lo evitaba por todos los medios,
pero un día, mientras corría precipitadamente por una escalera, me encuentro
con él, que me para y me dice con triste amabilidad: “¿Por qué no estudias como
antes? Tu conducta deja mucho que desear. Mira, tu tía, que sufraga los gastos
de tu estancia en el Oratorio, me ha escrito muy afligida: si sigues así, ¿qué tendremos
que hacer contigo? Tampoco Don Bosco está contento: vuelve a cumplir bien tu
deber y volveremos a ser amigos’ Yo estaba con la cabeza baja, no osaba mirar a
Don Bosco, pero dentro de mí me sentía cambiar. Prometí a Don Bosco que haría
lo que me había dicho y corrí a jugar. Puedo decir que mantuve mi
promesa".
Testimonios
como éste abundan en las Memorias Biográficas: son fruto exquisito de aquel
sistema educativo que Don Bosco practicaba y enseñaba.
PERFUME DE... VINO
El
sacerdote Santiago Gresino fue un salesiano genial y voluble; Un botánico de
fama europea, que dejó su nombre ligado una grandiosa colección y clasificación
de hierbas —especialmente de líquenes— que en parte, perdura todava hoy. Estuvo
con Don Bosco desde 1872: su nombre se encuentra muchas veces en Las Memorias
Biográficas. No percibió, mientras vivió al lado de Don Bosco —como muchos
otros—, su extraordinaria santidad.
Santiago muriô en Varazze el 17-IV-1946.
Contaba
cándidamente que, mientras vivió Don Bosco, no se imaginó jamás que pudiese ser
un santo, digno del honor de los altares. "Veía y sabía que Don Bosco era
un excelente sacerdote que trabajaba sólo por nosotros y que era querido por
todos. Pero, en cuanto a santidad canónica o posibles procesos de beatificación
y canonización, jamás me pasaron por la mente. Después sí. Y, ¡he aquí cómo!
Pero, ¡mira un poco lo que hace Don Bosco!
Fue
protagonista con Don Bosco de un pequeño episodio que tiene todo el sabor de
las cosas antiguas.
Un
día de verano el santo quería llevar una botella de vino exquisito como
obsequio a no sé qué bienhechor. Sabemos que estas circunstancias Don Bosco
llevaba con él a un muchacho para que lo acompañara. En esta ocasión la
elección cayó en Gresino. Habían caminado ambos un buen rato bajo un sol
canicular, cuando de repente, se siente un golpe imprevisto, y de uno de los
bolsillos de la sotana de Don Bosco empieza a caer, con fuerza, un vino
perfumado que tiñe de rojo el camino. El excesivo calor había sido causa de
este infortunio. Un pequeño accidente del oficio, accidente total, pero Don
Bosco no perdió la calma habitual, ni se acharó por la sonrisa de algún
transeúnte: tomó el camino de vuelta, dolido de no haber podido demostrar en
aquella ocasión su agradecirniento al bienhechor.
El
que quedó mal —como decía— fue el pequeño acompañante que iba pensando para sí:
"¡mira lo que hace Don Bosco!".
Pero
más tarde ya no volvió a pensar así, como puede deducirse de unas graciosas
buenas noches en las que, hablando de Don Bosco, sacó a colación las botellas
de vino. Acompañaba a Don Bosco en el tren directo que va a Liguria. Ambos
viajeros habían comido su modesto yantar hacia mucho calor, y el clérigo
Gresino tenía mucha sed "Don Bosco, ¡tengo sed!" El buen padre vino
en su ayuda sacó de la bolsa una buena botella, destinada a un bienhechor, la
descorchó con sus manos y se la ofreció con gracia a su compañero de viaje, que
no olvidó jamás aquel gesto paternal
Hay en estos episodios de la vida de familia de los
primeros tiempos el gesto sencillo de Don Bosco que se servía de cualquier cosa
para demostrar su gratitud a los bienhechores, pero prefiriendo siempre a sus
hijos. Otras mil cosas podría contarnos Don Santiago Gresino, pero sus hierbas
lo absorbían completamente.
PALESTRINO ESTÁ REZANDO
Domingo
Palestrino fue uno de aquellos coadjutores que encarnaron el espíritu de Don
Bosco de modo tan auténtico y profundo que a su muerte se pudo decir que se
había roto el molde para siempre. Entró en Valdocco en el 1876, a la edad de
veinticuatro años; después del noviciado fue admitido a la profesión perpetua
por su espiritu extraordinariamente bueno.
Domingo nació en Capucini Vecchi Vercellese el
3-3-1851 y murió el 1-XI-1921.
Conociendo
su celo por la casa de Dios, su laboriosidad y su espiritu de oración, Don
Bosco le confió el cuidado del santuario de María Auxiliadora, del que fue, por
espacio de cuarenta y cinco años consecutivos, sacristán ideal y custodio
sacrificado y fiel. Trabajaba dieciocho horas: era el primero en levantarse y el
último en acostarse.
Aún
en la estación más rigurosa jamás decía basta, cuando se trataba de cuidar el
decoro de la Casa de Dios. Unía al trabajo un espíritu de oración casi contínua
y a veces estática. Se sabía en Valdocco que el joven del que habla Juan
Bautista Lemoyne en la Vida del Santo, era él:
"Un
día, acompañando a un sacerdote forastero a visitar el altar de María
Auxiliadora, Don Dosco encontró a un joven, elevado en el aire, arrebatado en
adoración, detrás del altar mayor del Santuario.
Al
llegar Don Bosco y aquel forastero, quedó como en entre dicho el estático y,
volando como pluma al viento fue a postrarse ante Don Bosco, pidiéndole perdón.
“Estáte tranquilo —le dijo Don Bosco—-, vuelve a tus quehaceres; no es nada” y
volviéndose al sacerdote, se limitó a observar: se dirían cosas del Medioevo y
suceden hoy”. Hay que pensar en San José de Copertino. (J.B. Lemoyne, Vida del
Venerable Juan Bosco. 1930)
La
Virgen se servía de Palestrino para iluminar a Don Bosco "Palestrino habla
alguna vez a Don Bosco y no comprende lo que dice, pero yo lo entiendo bien: es
el Espiritu del Señor el que habla por medio de él". Y añadía "Don
Bosco es un pobre sacerdote cualquiera: pero tiene muchos jóvenes santos".
Lo
recordamos en estas páginas confidenciales por el siguiente episodio del que
Eugenio Ceria da una versión algo distinta de la que corría por Valdocco cuando
Palestrino vivía aún.
Es
bien sabido que Don Bosco, cuando tenía necesidad de gracias especiales,
mandaba a algunos de sus mejores jóvenes a rezar a Jesus Sacramentado y a María
Auxiliadora, según sus intenciones, convencido como estaba de que Dios escucha
la voz de la inocencia.
Recurría
a este medio cuando estaban en juego los grandes intereses de la Iglesia y de
la Congregación, pero también en necesidades personales. Lo hizo —quizá por
última vez— durante la enfermedad que lo condujo a la tumba.
Una
tarde se encontraba muy mal, le faltaba la respiración, se sentía morir. No
pudiendo más, llama al enfermero, su querido Enría y le dice: "Estoy muy
mal. Ve a buscar a Palestrino y dile que vaya a pedir a Jesús y a la Virgen por
mí, tengo mucha necesidad".
Enría
hace lo que le manda Don Bosco. Pasa un poco de tiempo, Don Bosco se siente
aliviado y dice: "Gracias, Enría, Palestrino està rezando, me siento
mejor".
Este
episodio, humanísimo, abre mucha luz sobre la vida de Don Bosco y del primer
Oratorio, cuando se vivía verdaderamente en la presencia de Dios y con Dios. El
buen coadjutor vivió santamente toda su vida, también cuando fue probado por
molestas enfermedades. A quien le decía, casi para provocarle que había sido,
de joven, un predilecto de la Virgen y de Don Bosco, respondia: "Entonces
era bueno, pero ahora soy turco" Uno de estos turcos de los cuales es el
reino de los cielos.
AHORA ME TOCA A MÍ
La
historia de la vocación salesiana de Don Francisco Cottrino parece debida al
acaso. Frecuentaba las escuelas eiementales en el Seminario de Cúneo cuando un
día, al volver a casa, recoge del suelo un cuaderno rasgado y mal doblado y lo
deshoja con cierta curiosidad. Era un fragmento de la vida de Francisco Besucco
escrita por Don Bosco. Leyó con interés aquellas hojas y pensó para sí:
"Me gustaría ser un chico como éste y estar con Don Bosco". El deseo
se convirtió en realidad en 1877, cuando entró en el Oratorio de Valdocco.
Francisco nació en Manta de Saluzzo el 22-3-1863;
murió en Villa Moglia (Chieri) el 17-2-I939.
Un miedo tremendo
Pronto
quedó conquistado por el ambiente y la bondad de Don Bosco. Todo marchaba bien
y Cottrino parecía el chico más feliz del mundo cuando trastornos de salud le
obligaron a ir a la enfermería. Precisamente aquellos días Don Bosco había
anunciado la muerte de dos jóvenes: el nombre de uno comenzaba por F.
El
pequeño enfermo, después que el vecino de cama había volado al cielo, fue presa
de un miedo espantoso y de verdadero pánico. "Ahora me toca a mí"
Este pensamiento no lo dejaba en paz. Se confió a Don Bosco, y Don Bosco le
preguntó "¿Tienes tos?". "No". "¿Tienes dolores
especiales?". "No". "Entonces no tengas ningún miedo,
estate tranquilo". El joven —nos aseguraba— dio un profundo suspiro y curó
como por encanto.
Su
confesor habitual era Don Bosco: a él le pedía consejo y le abría los secretos
de su alma.
¡Oh, mi querido y viejo amigo!
Un
día, Don Bosco, mientras le recibe para confesarse, le dice "¡ Oh, mi
querido y viejo amigo!". "Amigo de Don Bosco lo era realmente —nos
decía— y esto me resultaba claro, pero la palabra “viejo” no podía
comprenderla. Me quedó siempre como un enigma de mi vida, aunque de vez en
cuando retornaba a mi mente. Pasaron los años, me hice sacerdote y alcance mi
cincuentenario de Misa: entonces todo me pareció claro, Don Bosco veía
lejos".
En
las alegres buenas noches, que nunca dejaba de dar a los novicios de Villa
Moglia, con los que pasó los últimos años de su vida, manifestó más de una vez
la idea de sentirse el benjamín de Don Bosco. Pero luego explicaba que este
sentimiento era común a muchos de sus compañeros. "Don Bosco quería
realmente a todos: mostrándonos los dedos de la mano nos decía: "¿A cuál
de mis dedos creéis que quiero más? ¿Me dejaría cortar un dedo prefIriéndolo a
los demás?". No, respondíamos: "Quiere a todos sus dedos".
"Bravo, tenéis razón. Del mismo modo amo a todos mis jóvenes".
Corríamos a lo largo del Dora
Los
años que Cotrino pasó en Valdocco, coincidieron con la clamorosa clausura de
las escuelas del Oratorio por manos sectarias, pero los jóvenes no se dieron
cuenta prácticamente de nada. Para ellos sólo había cambiado el ambiente de la
escuela Los superiores, en efecto, acudieron a diversos recursos: los llevaban
por la mañana de paseo por las orillas del Dora o por los campos lejanos y
allí, sentados sobre la hierba, daban la clase. Cotrino contaba su felicidad y
la de sus compañeros por aquel tipo de clase que tanto les gustaba. Pero
después se recobraba y decía "¡Sabe Dios cuantas preocupaciones sufría
entonces Don Bosco por nosotros!".
Fundador
de casas
De Don Francisco Cotrino merecen ser recordados los años heroicos de las
fundaciones de Treviglio y Avigliana, y los que pasó como rector de la naciente
casa de Bechi, señalados por el hambre y la escasez. Cuando en 1892 -ya en
tiempos de Don Miguel Rúa- fue enviado a fundar la casa de Treviglia, Don
Francisco Cotrino fue a ver a Don Miguel Rúa para hablarle de las dificultades,
que eran principalmente tres: "No entiendo de adrninistración; nunca he
estado en el Oratorio festivo; estoy enfermo dcl corazón".
Con mucha amabilidad le contestó Don Miguel Rúa:
"En cuanto a contabilidad, la cosa es fácil: tomas un cuaderno nuevo y en
una parte escribes las entradas y en otra las salidas, después haces la suma.
Respecto al Oratorio festivo, haz así: vas allá, ves como hace Don Pavía y
aprenderás rápidamente. En cuanto a la enfermedad del corazón, tienes un poco
de miedo: te pasará. Por lo tanto ¿Cuándo marchas?".
No le quedó más remedio que obedecer partió con el
dinero contado para el viaje. Al llegar a Milán, un poco tarde, no encontró
combinación y, no teniendo dinero para el viaje, tuvo que dormir sobre un banco
a cielo raso. De vez en cuando pasaba un vigilante nocturno, miraba y después
decía para sí: "Es un pret" (es un sacerdote) y seguía adelante.
En
Trevig1io tenía a sus órdenes dos clérigos: uno alto y otro bajo. Eran buenos
corredores y no tardaron en conquistarse a la juventud de Ia ciudad.
"Yo
estaba contento: pero se comía poco y mal; el clérigo alto, de vez en cuando,
se desmayaba. La gente se impresionaba, pero yo que comprendía la cosa, corría
de prisa en busca de un par de huevos, se los daba y él revivía al instante...
¡Qué duros fueron aquellos comienzos! ".
Don
Francisco Cotrino vivió, coma ya hemos dicho, los últimos años de su vida como
confesor del noviciado de Villa Moglia con la majestad del patriarca que mira
las mieses maduras de su vida, pero que todavía sabe dar a las nuevas
generaciones lo mejor de sí mismo.
¡DÉJALES UN POCO!
Don
Alejandro Luchelli cayó enfermo de
improviso, mientras, ya anciano, estaba de paso en el Oratorio: se dio cuenta de
que le había llegado su fin. Las primeras palabras que pronunció no fueron de
miedo, sino de consuelo: "¡ Oh! que contento estoy de cerrar mis ojos en
el Oratorio, en esta bendita casa que me acogió de niño y donde nací a la vida
salesiana. ¡Qué contento estoy! ¡Deo gratias! Soy como el hijo pródigo que,
después de largo peregrinar, retorna a la casa del “Padre” y de la
“Madre”".
Alejandro nació en Scaldasole el 23-2-1864; falleció
en Turín el 25-1-1938.
En
aquella sencilla confesión se revela el profundo sentimiento de lo que la casa
de Valdocco representó siempre en la vida de Don Alejandro Luchelli. Su
"largo peregrinaje" se remontaba al año 1881 cuando, terminados en
Pavía los estudios de bachillerato habia ido a Valdocco y después directamente
al noviciado de San Benigno. Allí se encontró por primera vez con Don Bosco, de
sus manos recibió la sotana y le abrió su corazón.
Las siete alegrías
Su
noviciado marchaba muy bien cuando una afonía aguda pareció, como él decía, que
iba a poner en peligro su vocación. "Hacia la mitad del noviciado —nos
contaba— fui afectado por una fuerte afonía, por lo que encontraba dificultad
para hablar. Al llegar los exámenes semestrales la indisposición creció tanto
que, en el examen de italiano, al preguntarme sobre Dante, no pude proferir
palabra, aunque estaba bien preparado. El profesor, para darme ánimo y no
despedirme sin haber oído ni tan siquiera mi voz, me preguntó cómo me llamaba.
¡Parece increible! Era tan grande el ahogo que ni siquiera pude pronunciar mi nombre.
El desaliento que experimenté fue grandísimo: me veía a en la imposibilidad de
proseguir los estudios y por lo tanto de seguir mi vocación sacerdotal; el
deseo ardiente de consagrarme al bien de las almas se truncaba definitivamente.
Con
el corazón abatido y el ánimo deshecho acudí a Don Bosco que había venido a
visitarnos aquellos días, exponiéndole mi estado y al mismo tiempo el deseo
ardiente de permanecer con él, aunque fuera como simple coadjutor, destinado a
los oficios más humildes.
Don Bosco, con el rostro sonriente, me tranquilizó,
asegurándome que curaría si acudía a la Virgen. No sabiendo qué oración escoger
metí en el bonete unos papelitos que contenían las varias prácticas sugeridas
en el "Joven instruido" y saqué una a suerte: contenía los Siete
Gozos de María. Recité la oración, prometiendo repetirla todos los sábados, y
la enfermedad desapareció.
Pero
no solo en esta ocasión experimenté la bondad de María. En otras graves
dificultades acudí a Ella, prometiéndole recitar todos los días los siete
Gozos, y también entonces fui escuchado".
Durante
el noviciado, Luchelli se acercó varias veces a Don Bosco, confesándose con él
y hablándole privadamente en la habitación. Lo mismo hizo al año siguiente,
mientras se dedicaba a los estudios. En julio de 1883 fue destinado al
Oratorio, donde permaneció hasta octubre de 1887. "En estos años —decía—
vi diariamente a Don Bosco, le oí hablar centenares de veces, a él acudía para
pedir su consejo".
Un libro que ha cumplido su tiempo
Su
confianza con Don Bosco era grande: "Un día tuve el atrevimiento —decía-—
de presentarme a él y decirle que su Historia de Italia era un libro ya
superado, no adaptado a los jóvenes de mentalidad nueva". Don Bosco lo
escuchó sin darse por ofendido ni desconcertarse, antes bien con su
acostumbrada paciencia después dijo: "Mira, yo no hice una obra
científica, para los estudiosos, sino un libro fácil para la juventud, con el
fin de advertirla contra las interpretaciones tendenciosas de estudiosos poco o
nada devotos de la Iglesia. Tú eres joven, puedes hacer una por tu cuenta y con
criterios más modernos: dejemos la mía como está".
Cuando
Don Alejandró Luchelli narraba este episodio se maravillaba tarnbién de su
audacia y no cesaba de enaltecer la humildad de Don Bosco.
¡Déjales un poco!
Era
la época de la carta escrita por Don Bosco desde Roma (1884) y en el Oratorio
tomaba cuerpo una disciplina más severa, contraria a la tradición salesiana.
También el clérigo Luchelli se prestaba de buen grado al juego y no le parecía
bien que se impusiera a los jóvenes todo el peso de la autoridad.
"Un
día —contaba— me encontraba ante las filas de mis muchachos, que esperaban su
turno para ir al estudio. Los miraba con semblante severo, exigiendo que
estuviesen bien en fila. En aquel momento pasa Don Bosco, me pone la mano sobre
el hombro y me dice: ‘¡Déjales un poco!’
¡Don
Bosco no quería las filas! Solo las toleró cuando el número de jóvenes aumentó
mucho y parecían necesarias.
De un joven sincero se puede esperar todo
"En
el Oratorio —continuaba Luchelli— había muchachos buenos, pero no faltaban los
díscolos. Uno de éstos era la desesperación de todos los superiores y
especialmente de los asistentes. No pudiendo aguantarlo más, todos se pusieron
de acuerdo para despedirlo del Oratorio, pero había que hablar con Don Bosco
que, en estos casos, quería estar informado. El santo conocía bien al pequeño
rebelde: sabía que era vivaracho, pero no malo. Lo defendió, y concluyó con
esta admirable sentencia: “El muchacho tiene muchos defectos, pero es sincero y
de un muchacho sincero se puede esperar todo”. De este modo el chico permaneció
en el Oratorio: llegó a ser salesiano, director, inspector, fundador de obras
difíciles, estimado de todos por su santidad y doctrina.
Don
Alejandro Luchelli no olvidaba las preocupaciones que el buen Padre demostraba
por su salud: "Me preguntaba de vez en cuando, si necesitaba alguna cosa
me tomaba del brazo, palpaba los vestidos para ver si estaba bien abrigado;
después me decía ¿tienes frío? ¿Tienes necesidad de alguna cosa? Son gestos que
no se olvidan... Como no olvido el trato dado a mis padres cuando vinieron a
Valdocco con ocasión de mi primera Misa (fui ordenado en María Auxiliadora por
el Cardenal Alimonda el sábado Siguiente 26-III-1887): se entretuvo con ellos,
quiso comer con nosotros, no acababa de colmarles de atenciones".
Confirmaba
también Don Alejandro la opinión que muchos tenían de Don Bosco en el Oratorio:
"Era un santo, aunque no aparecía como tal. Quien, en cambio, manifestaba
la santidad de pies a cabeza era Don Miguel Rúa".
Que
Don Bosco, tambien en el ocaso de su vida escondiese bajo el velo de la
espontaneidad su santidad colosal, es una prueba de gran humildad, pero también
de aquel nuevo estilo de santidad que estaba inaugurando. Una santidad no
aclamada, no vistosa en aspecto exterior, hecha de sencillez, pero de aquella
sencillez, como dijo Pío XI de Santa María Mazzarello, propia de los metales
más simples "¡como el oro!" Así fue Don Bosco.
Don
Alejandro Luchelli dio lo mejor de sí a la Congregación en la clase, en el
gobierno de rnuchas casas e inspectorías, en el anuncio de la Palabra, nutrida
por fuertes estudios teológicos y ascéticos, especialmente en la guía
espiritual de las almas. Aprendió de Don Bosco a amar sobre todo a Jesús
Sacramentado: anciano, recitaba el Breviario en la iglesia o en la habitación,
pero de rodillas sobre el desnudo pavimento. Hacía diariamente el Vía Crucis;
desde las tres de la tarde a las cuatro adoraba al Señor en el Tabernáculo.
Era
un enamorado de la voluntad de Dios: la expresión Deo gratias florecía en sus
labios en mil ocasiones Tenía predilección por una oración tomada de San
Alfonso: "Dios mío, no quiero otro lugar, otra habitación, otros vestidos,
otra comida, otra salud, otro trato distinto del que vos queréis, y tengo por
vuestra la voluntad mis Superiores,..". No la guardaba para sí, la
enseñaba de buen grado asus penitentes.
ES LA TERCERA VEZ QUE ME LO
DICES
Don
Alberto Caviglia fue uno de los salesianos mejor dotados y prestigiosos de la
generacion educada y crecida en la escuela de Don Bosco. Leyendo en su futuro,
el santo, entre serio y alegre, decía de él: "Caviglia hará
maravillas". Esta vida "maravillosa" merecería una semblanza
aparte. Conocidos son sus méritos en el campo de la crítica histórica, de la
arqueología, de la historia del arte, que le merecieron ser contado entre los
miembros de la Diputación de Historia Patria y de la Academia Albertina; los
salesianos le recuerdan, sobre todo, por los excelentes volúmenes de la edición
crítica de las obras de Don Bosco, del que fue uno de los más geniales y agudos
intérpretes, y por sus penetrantes análisis sobre la pedagogía y la
espiritualidad salesiana que preceden a la vida de Santo Domingo Savio, de
Francisco Besucco y de Miguel Magone. Aquí sólo le recordaremos por la
intimidad que él tuvo con el gran educador de la juventud, primero en los años
pasados en el Oratorio, como estudiante (1881-1884), y después en San Benigno
Canavese.
Alberto nació en Turín el 10-1-1868, murió en
Bagnolo Piamonte el 3-XI-1943.
Don
Alberto Caviglia pasó en la "Tierra Santa" de Valdocco los años más
felices y más bellos de su vida, se deducía esto de la ola de recuerdos que
fluían vivos de su prodigiosa memoria. Esta felicidad nacía de la aproximación
espiritual con Don Bosco, que estuvo a su lado y le sostuvo en las dificultades
provenientes de su carácter excesivamente vivaz y no fácil a la disciplina, y
supo conquistarlo literalmente con la fascinación de su bondad y con su ilimitada
paciencia.
Penitente de Don Bosco
Una
de sus glorias más queridas fue la de haber sido penitente de Don Bosco durante
todo el tiempo que pasó en el Oratorio. Aquel contacto íntimo y habitual con el
santo, lo había cambiado poco a poco y, lo había hecho, según su modo de decir,
"un salesiano de raza"; es decir, un salesiano en el que, por encima
de su temperamento jovial, siempre pronto al golpe jocoso y a la agudeza
irresistible, vibrara una vida interior nada común. De Caviglia decían cuantos
lo conocían bien: "No es lo que parece, ni parece lo que es. Don Bosco lo
estimaba y lo comprendía: sabía que su agitación y su vivacidad encubrían un
alma profundamente sensible y buena. Pero la dirección espiritual del santo era
exigente. "Con Don Bosco —nos decía— no se podía confesar tres veces una
misma falta, sin que nos llamase al orden".
En
el año 1884, fue a confesarse con Don Bosco un muchacho del quinto curso que se
llamaba Alberto Caviglia, Don Bosco después de escucharlo le dijo: "¿Tú
haces propósito? Es la tercera vez que me lo dices". Yo lo tengo fijo aquí
(e indicaba la oreja)
Don Bosco es el hombre de la bondad
Don
Alberto Caviglia, dotado de una inteligencia superior, no cuidaba.el detalle.
En la escuela de Don Bosco había aprendido que el secreto de nuestro sistema
preventivo —que es también nuestra espiritualidad— "es lo que se llama
“corazón”, “bondad”". "Una bondad —no se cansará de escribirlo— que
forma el rasgo principalísimo de la figura histórica y moral de Don Bosco, que
se veía, que se transparentaba en Don Bosco". "Don Bosco es el hombre
de bondad, del buen corazón. No solamente el corazón grande que piensa en el
género humano sino aquel corazon como el de Jesús, que se çonmueve por las
turbas que no tienen pan, y se enternece ante todo sufrimiento y todo llanto, y
se vuelca maternalmente (lo dice San Marcos) para abrazar a los niños. No es el
corazón monumental de los filántropos que es mármol o bronce, sino la bondad
paternal, la ternura y solicitud maternal para con los pequeños, para con
pobres entre los pequeños, para con los más pobres y los más pequeños. Nosotros
lo hemos conocido, yo le debo todo lo que (y ¡no sin emoción lo recuerdo!),
nosotros podemos decir que aquel hombre, si ha cometido, por así decirlo, algún
error, ha sido siempre el de escuchar más al corazón que a la razón, y entre
ésta y aquél jamás dudó ni un momento en la elección". (A. Caviglia, Don
Bosco, un profilo storico, Turín, 1934, p. 30.)
• Cuando,
avanzado ya en años, veía que en algunas casas infiltraba (también por fuerza
del espíritu de la época) una disciplina exagerada, sufría profundamente:
"¡No era así como obraba Don Bosco!".
Todo salesiano tiene su secreto
Decía:
"El Señor, en el último juicio, dividirá a los hombres en dos categorías
sin mirar si nos falta un botón en el vestido o si tenemos sucios los zapatos:
los hombres de corazón serán los elegidos; los hombres sin corazón, los
condenados".
De
Don Bosco había aprendido un secreto: el de tener un ejercicio ascético del
todo personal. "Todo salesiano debe tener su devoción secreta",
repetía en los Ejercicios Espirituales. La- suya consistía en el rezo diario
del rosario entero y en abstenerse con cierta frecuencia de fruta y de dulces.
Un secreto que llevó a La tumba, pero que reveló a un joven clérigo gravemente
comprometido en su salud: "Mira —le decía— cuando tenía tu edad, estuve
tres veces aquí dentro, estaba delgado, decaído, enfermo. No sabiendo qué hacer
me agarré al manto de la Virgen, empecé a honrarla, como te he dicho, y mira que
bueno estoy. Confía también tú en la Virgen".
Don
Alberto Caviglia ocultó siempre su riqueza interior, aunque ésta surgía desde
el fondo en el confesionario y en otras ocasiones. Lo que no pudo nunca ocultar
fueron sus rasgos tipicamente salesianos, su amor sin límites a Don Bosco.
Hubiese
querido “emboscar” a todos los salesianos. En sus últimos años no sabía hablar
de otra cosa más que de Don Bosco, tanto le urgía consignar a la posteridad la
imagen auténtica que sus muchos estudios y su larga convivencia con el santo
habían formado definitivamente en él. Pocos han escrito y comprendido como él
el espiritu de Don Bosco.
VIENE DON BOSCO
Don
Eugenio Ceria fue un brillante humanista y un hombre de escuela, como lo
demuestran sus publicaciones escolásticas y, durante muchos años fue director
de nuestros Institutos. Su nombre va unido, sobre todo, a los nueve volúmenes
de las “Memorias Biográficas” (Vol. XI-XIX); a los “Anales de Ia
Sociedad Salesiana” (4 Vol.); a la publicación del “Epistolario de
Don Bosco” (4 Vol.)y a otros numerosos escritos de índole salesiana
-—biogra-fías, semblanzas, estudios— una pproducción enorme, como puede verse,
que ha puesto en manos de los salesianos el tesoro más precioso de su fundador.
Sólo el escrupuloso aprovechamiento del tiempo y la férrea disciplina personal
puede explicar este enorme trabajo.
Eugenio nació en Biella e1 4-XII-1870; muere en
Turín el 21-1-1957.
Durante
años se levantaba a las tres y media de la mañana; a las cuatro y diez
celebraba la santa misa en la Basílica, confesaba a 1os hermanos, hacía la
rneditación; luego, un poco de desayuno e inmediatamente al trabajo, en el cual
era capaz de permanecer de doce a trece horas diarias. çuantos lo conocieron
recuerdan su "dulce" imagen, su continente recogido y pensativo, su
rostro envuelto en una sonrisa, apenas esbozada, y su profunda humildad.
No
fue alumno del Oratorio: Don Bosco, con las buenas referencias que tenía del
Seminario de Biella, donde el jóven había cursado sus estudios gimnasiales, no dudó
en admitirle directamente en el noviciado de San Benigno (1885)
Allí
conoció y trató en la intimidad a Don Bosco, como reveló él mismo en una larga
conversación con un grupo de jóvenes salesianos (marzo de. 1954), en la cual
comenzó así:
"Consuela
no poco constatar cómo, desde hace algún tiempo entre los hermanos jóvenes y
jovencísimos se difunde una especie de ansia por conocer mejor y más a fondo a
Don Bosco. Esto es ciertamente maravilloso. Y con esta disposición de espíritu
no es de extrañar que se considere una fortuna poder conversar con los que
tuvieron la suerte de oír, ver, vivir y hablar con Don Bosco. Ciertamente es
muy hermoso poder decir: “Quod audivimus, quod vidimus oculis
nostris, quod perspeximus... anuntiamus”. ¡Es ciertamente algo grande y
bello! Trataré de deciros por lo tanto algo que os pueda interesar...
Cómo me fui con Don Bosco
"Se
ha dicho muchas veces que Don Bosco tenía fuerza de atracción. Esta fuerza de
atracción no la tenía solamente sobre los cercanos sino tambien sobre los
lejanos, y de diversas formas. Yo, por mi cuenta, hice una experiencia.
Un
día —estudiaba yo cuarta gimnasial y apenas conocía a Don Bosco y a los
salesianos más que de nombre— con algunos compañeros míos, rodeamos a dos
sacerdotes: uno del lugar y otro forastero que había venido a predicar el mes
de mayo en la Catedral. Hablaban entre sí y les agradaba que escuchásemos lo
que decían. A un cierto punto el sacerdote del lugar dijo al forastero “Pero
diga algo de Don Bosco, usted que ha estado en Turín (creo que había predicado
también en María Auxiliadora). Denos alguna noticia fresca sobre el”. El
sacerdote forastero empezo a hablar de Don Bosco con cierta admiracion y
afecto, despues dejo escapar esta exclamación “¡Oh! qué amable es Don Bosco con
los muchachos. Figúrese... ¡hasta responde de su puño y letra a las cartas!”
Pues
bien, yo que no conocía a Don Bosco más que de nombre, en aquel momento sentí
un afecto singular. Aquellas palabras, que parecen insignificantes, se
adueñaron de mi corazon de tal modo que me orientaron enteramente hacia el
nombre de Don Bosco. Desde aquel momento creció en mí el deseo de abandonarlo
todo para “ir —como se decía— junto a Don Bosco” Es de notar que yo no había
salido jamás de mi ciudad, no había tenido la más remota idea de lo que
significase alejarse de la familia. Pero, desde aquel momento, yo era otro.
Recitaba
todos los días la oración del Joven Instruido a la Virgen para la vocación, y
no paré hasta encontrar el modo de comenzar alguna práctica ad hoc
que me condujera a seguir mi ideal.
Digan ahora nuestros psicólogos
lo que quieran sobre el efecto que me produjeron aquellas palabras
insignificantes; yo digo lo que a mí me sucedió. Es el nombre de Don Bosco el
que me ganó de un modo total, precisamente en aquel momento".
Fui a San Benigno
Un
año después (1885), concluidos los estudios gimnasiales, una carta de Don Julio
Barberis en nombre de Don Bosco, lo llamó a Turín para ir a San Benigno a hacer
los Ejercicios Espirituales después de la Asunción.
Continua
Ceria: "Aquel año, la Asunción caía en sábado, por lo que había que dejar
pasar el domingo. El lunes estaba puntual en el Oratorio: ‘me acompañaba mi
padre, que me dejó en el Oratorio, y me fui a San Benigno. Don Bosco estuvo con
nosotros todo el tiempo de los Ejercicios. Me producía cierta impresión ver a
Don Bosco allí, a la mesa de nuestro gran refectorio, en medio de los
superiores que lo rodeaban. Pero en aquellos días no habló nunca en público, en
ninguna circunstancia.
Mas,
he aquí otra experiencia. Don Julio Barberis, no sé por qué, tuvo la idea de
buscarme una audiencia particular con Don Bosco. Bien, comprendí que era una
gran cosa, pero no me entusiasmó demasiado porque no tenía aún un conocimiento
profundo de Don Bosco. Estaba contento ciertamente, y fui. Don Bosco me hizo
sentar en un diván que estaba próximo y se volvió hacia mí desde la silla de su
escritorio. Me hizo algunas preguntas, después—ahora.viene lo bueno— me miró
con sus ojos penetrantes, tomó un tono serio y me dijo: "Ten cuidado
con la bella virtud”. Yo no pensaba entonces qué quería decir la bella
virtud, pero adiviné lo que quería decir. Aquella frase no la había oído hasta
aquel día. ¡Bien!
Aquellas palabras se
grabaron tan profundamente en mi mente que en este momento las siento todavía
como las sentí hace sesenta y nueve años. Exactamente tal cual. Es más, me
permito añadir, que en cinco circunstancias de mi vida —y doy por ello gracias
al Señor— el recuerdo de aquella mirada, de aquella actitud, de aquella voz, ha
sido muy saludable para mí. De estas cosas no he hablado jamás en ninguna
ocasión. Ved un caso de la eficacia de la palabra de Don Bosco, un caso
verdaderamente prodigioso, que siento todavía —como digo—, y cualquier cosa que
me suceda, basta que recuerde aquello y estoy en mi sitio"
Ve adelante "sicut gigas"
La
delicadeza de Don Julio Barberis le procuró otro encuentro personal con Don
Bosco. Le faltaban a Ceria por razones de edad dos meses para hacer la
profesión en manos de Don Bosco con los demás compañeros: este motivo podía ser
ocasión de pena, pensaba el maestro. "Vamos a remediarlo procurándole un
coloquio con Don Bosco". Y así lo hizo.
"Recuerdo
siempre —contaba Ceria— que, cuando estaba fuera esperando entrar, ¡huy! sentía
en aquella ocasión mi fortuna de poder presentarme ante un gran Santo como era
Don Bosco. Lo sentía verdaderamente y tenía el alma llena de satisfacción.
Entré. Me acogió paternalmente, me hizo algunas sugerencias y acabó diciendo:
“¡Bien!, ahora ve adelante sicut gigas ad currendam viam” Mirad qué
pequeña casualidad. Al salir, abierta la puerta, oí cantar en la iglesia —era
domingo— a mis compañeros: “¡Sicut gigas ad currendam viam!” >.
<Tuve
todavía otro recuerdo de Don Bosco, que me dejó una gran desilusión. Esto ya es
tal vez conocido —hay una alusión de ello en Don Bosco con Dios—
En el año 1887, íbamos los clérigos de vacaciones de San Benigno Canavese a
Lanzo, y aquel año estaba también allí Don Bosco. Había estado un mes pero
nosotros no lo habíamos visto casi nunca. Sólo lo veíamos cuando lo conducían
en coche por el camino que corona aquella colina. Lo llevaban arriba a la
orilla del Stura: le sentaba bien el murmullo del río abajo y el aire fresco de
las montañas. Don Carlos Viglietti y otros le distraían.
Una
mañana, no sé por qué, yo no estaba en el estudio con mis compañeros. Subí la
escalera del Colegio para ir al estudio. Al llegar a la primera planta, he aquí
que veo a Don Bosco de pie, solo, muy recogido. ¡lmaginaos! Di un brinco e
inmediatamente fui a besarle la mano. Don Bosco me miró y me preguntó mi
nombre. Se lo dije. Hizo entonces un gesto, que podía interpretarse como de
agradable sorpresa. Después me dijo en un tono marcado: “Estoy contento...”
Imagínense, estaba ansioso de saber cómo terminaba la frase, pero en aquel
momento llegó Don Carlos Viglietti, le ofreció el apoyo de su brazo y Don
Bosco, dócil como un niño, se dejó conducir, no sé adónde. Jamás pude saber
cómo tendría que acabar aquella frase"
"Don
Bosco tenía el arte de entusiasmar a los suyos por la Congregación. Cuando vino
a recibir la profesión religiosa eran más de un centenar los clérigos a su
alrededor. El santo estaba sentado en medio de la capilla porque no podía
levantar la voz excesivamente Y comenzó a hablar de este modo: “Mirad, estáis
todos aqui. Pero si estuviérais ya en disposición de haceros directores, yo
sabría a donde mandaros desde mañana". En aquellos tiempos nosotros
abríamos asombrados los ojos al oír una cosa así. Cómo, ¿un centenar de
directores para ocuparlos inmediatamente?".
Nos arrodillábamos a su alrededor
"Nos
entusiasmaba, nos ligaba a la Congregación, nos aficionaba a sí como
hijitos" Otro recuerdo: Había sido enviado desde Lanzo con otro compañero
a Valsálice para atender al servicio de la sacristía y Don Bosco estaba también
allí. Como nosotros no hacíamos los ejercicios, por la tarde, durante la
meditación salíamos afuera, y Don Bosco estaba sentado en el vano de una
ventana en el corredor. Nos arrodillamos a su alrededor un compañero mío y yo:
se encontraba también un tal Don Gaveskia, polaco muy instruido, y después
algún otro. Estábamos allí de rodillas. Don Bosco no hablaba casi nunca, porque
se fatigaba mucho al hablar. Era el mes de agosto del 1887. recuerdo, entre
otras cosas, que Don Gabeski habló sobre una biografía de Don Bosco que había
visto hacía poco, escrita por un alemán, y observaba que el biógrafo decía que
Don Bosco procedía de una familia acomodada. Apenas oyó esto Don Bosco, dijo:
"¡No! ¡No!, de una familia pobre. Decidle al autor que corrija".
Don Eugenio Ceria continúa:
"Apenas terminados los ejercicios, dada la bendición y cantado el Tedeum,
todos salían de la iglesia. Salía también yo cuando se oyó una voz: "Viene
Don Bosco a hablar". Y efectivamente, aparecía saliendo de la sacristía y
avanzando. Se le llevó hasta la balaustrada: apoyó las manos y dijo
aproximadamente así: "Queridos, habéis hecho los Ejercicios, pero que
ninguno cometa el despropósito de marcharse de aquí con embrollos de
conciencia". Y después contó un episodio. "Había un sacerdote en una
ciudad muy lejana, gravemente enfermo, al final de su vida. Habiendo sabido que
había llegado a la ciudad un sacerdote que venía de muy lejos, deseó verlo.
Este sacerdote acudió inmeditamente. Apenas puso el pie en la estancia éste
exclamó: ¡Misericordia de Dios! Tenía precisamente necesidad de librarme de un
embrollo de conciencia. Y murió". Así lo narró Don Bosco. Don Carlos
Viglietti, -no sé con qué fundamento- decía que el hecho le había sucedido al
mismo Don Bosco en París el año 1883. yo no lo sé... de todos modos, tal como
lo contaba Don Bosco, y por los detalles que daba, no excluyo que le hubiera
sucedido precisamente a él y en París".
El 30 de enero de 1888
"No
quiero callar la impresión que tuve de Don Bosco vivo, la útima vez que le vi,
el 30 de enero de 1888. Todos estaban persuadidos de que las horas de Don Bosco
estaban contadas. Se avisó a Don Julio Barberis. Nosotros, hacía tres meses que
estábamos en Valsálice, donde habíamos reemplazado a los estudiantes nobles.
Don Julio Barberis, sin más, nos mandó a verlo Estaba anocheciendo. Habíamos
llegado a Valdocco, pero no nos dejaban acercarnos al lecho. Desfilábamos
delante de la puerta que estaba frente a su cama. ¡Oh! Si pudiera describiros
la impresión que me produjo Don Bosco en aquel momento. No soy capaz, pero le
veo, le siento verdaderamente. Apoyado sobre la almohada, pero sin ningún
descuido como es natural que suceda en estos casos. ¡Ningún descuido! Dueño de
sí mismo, tranquilo, recogido. Me llevé una gran impresión. Después ya se sabe
lo que sucedió. Lo volví a ver expuesto en San Francisco y me pareció que
estuviera en un plácido sueño.
Alguno
me ha dicho, hace unos tres días: “Hemos encontrado en el Archivo una carta de
Monseñor Cagliero escrita a Don Santiago Costamagna a la Argentina y decía: “El
cuerpo de Don Bosco exhalaba una fragancia de rosa”. He querido ver
con mis ojos aquella mala letra de Monseñor Cagliero. Decía precisamente así:
“Espiraba una fragancia de rosa”. Es un testimonio que tiene su valor, dada la
persona que lo dice”.
Aquí
termina el relato directo de Don Eugenio Ceria, pero podemos completarlo con
este otro episodio contado por él. Durante la novena de Don Bosco, iba de buena
gana a dar unas buenas noches a los estudiantes de teología de la Crocetta. Una
vez dijo: "Se cree que los salesianos son por definición bullangueros. Es
una exageración. Hubo un tiempo en que se discutió en la Congregación si debía
abolirse el recreo moderado del mediodía y de la tarde en los Ejercicios y hacerlos
en perfecto silencio. El Consejo Superior lo discutió estando presente Don
Bosco. Se hizo una votación: seis votaron a favor de los dos recreos moderados,
uno solo a favor del silencio riguroso. Se creyó que el voto a favor del
silencio absoluto fuera el de Don Miguel Rúa". He encontrado en el Archivo
una nota de Don Cartier en la que se lee: "Don Rúa me ha dicho que el voto
a favor del silencio completo en los ejercicios lo emitió Don Bosco".
Ceria concluía: "Cuando se habla demasiado faltan dos virtudes: va a menos
el espíritu de recogimiento y se pierde el espiritu de trabajo".
En
otras buenas noches, Don Eugenio Ceria comenzó asi: "He leído en un
cuaderno de Don Julio Barberis: "Hoy me ha dicho Don Bosco que también él
tiene que estar atento a la impresión quo producen los jóvenes agraciados”; y
relacionaba esas palabras con lo que Don Bosco había dicho un día al pequeño
Pablo Ubaldi, chiquito vivaracho y Ileno de ingenio, muy afectuoso que, en un
ímpetu de espontaneidad había saltado a su cuello. Don Bosco quedo serio y
soltándolo de sí le dijo: “¿,Quién crees que eres?” El chiquillo quedó cortado
y sorprendido, pero —concluía Ceria—- como les ocurre a los chicos, se olvidó
bien pronto”.
HE CONFESADO A DON BOSCO
Del
sacerdote Ángel Rocca sería preciso hacer un largo artículo: sacerdote a los
veintidos años; director y fundador de la casa de La Spezia a los veinticuatro,
director y animador de otros Institutos, autor de estimadas obras históricas y
ascéticas, miembro de la Sociedad Histórica Subalpina, socio de la Arcadia,
Misionero Apostólico por nombramiento del mismo León XIII, iluminado maestro de
Espíritu; fue, sobre todo, un salesiano enamorado de Don Bosco, un testimonio
fiel de su espiritu.
Ángel nació en Rivara Canavese el 30-X-1853; muere
en Cuorgnê (Turin), 9-11-1943.
Era
estudiante del primer año de teología en el Seminario Arzobispal de Turín,
pero, según decía, "aquellos muros le causaban tristeza". Y sucedió
que, sin saberlo el obispo, se escapó del seminario y se fue con Don Bosco. El
santo no dudó un momento en acogerlo con benevolencia, intuyendo su virtud, y
lo mandó a Lanzo para que experimentase la vida salesiana.
Este
episodio no servía ciertamente para allanar las diferencias entre Don Bosco y
Monseñor Gastaldi, pero levantó también duras protestas por parte de la familia
del clérigo. El padre, furioso y contrariado, no dudó en ir inmediatamente a
Lanzo para tomar a su hijo y llevarlo nuevamente al seminario. Le acogió Don
Bosco que, con dulces modales y palabras persuasivas, supo devolver la calma al
corazón agitado del padre y convencerlo para que dejara al hijo donde estaba,
el clérigo Ángel no se separó jamás de Don Bosco.
¡He confesado a Don Bosco!
Después
de un noviciado sui géneris, hizo enseguida los votos perpetuos y se ligó para
siempre a la Sociedad Salesiana. Entre los recuerdos de aquellos años lejanos y
difíciles, el más grato era el de haber confesado al mismo Don Bosco. El hecho
es bastante conocido pero es hermoso escucharlo de labios del mismo protagonista.
"Tenía
apenas veinticuatro años y estaba llevando, entre mis trabajos la Obra de La
Spezia, cuando un día llega Don Bosco. Se dirigía a Roma, pero quiso detenerse
un poco con nosotros. Después de saludar a los hermanos, entramos Don Bosco y
yo en el despacho de la dirección. El buen padre tomó una silla y me dijo:
—Ángel,
siéntate.
Me
senté.
—Y ahora, —añadió Don Bosco arrodillándose en el
suelo— confiésame.
Me
quede cortado; era jovencísimo, inexperto, y Don Bosco era Don Bosco. ¿Qué
hacer? Quise ponerle mis reparos y le dije:
—Mire,
Don Bosco, escuche un momento, voy a llamar al Penitenciario Mayor que está
cerca y él podrá confesarle cómodamente.
—No,
no —fue su respuesta—. Es mi día y quiero confesarme con un salesiano.
Don
Ángel Rocca tuvo que rendirse".
Alguna
vez los hermanos, entre broma y serio, le hacían esta insidiosa pregunta: ¿Cómo
se confesó Don Bosco?". "Como un buen salesiano", era su
respuesta, y todo acababa naturalmente allí. Pero, ¡cuánta humildad en Don
Bosco y cuánta su sabiduría pedagógica! También este era un modo de demostrar
toda su confianza en el director joven, tentado de desaliento.
Cargado de deudas
Los
primeros años de La Spezia fueron heroicos, dificilísimo faltaba todo y se
pasaba muchas veces hambre; las deudas, sobre todo, no dejaban respiro. Por
mucho quo se industriasen los salesianos, no había modo de extinguirlas. El
director, no pudiendo ya más, tomó un día el tren y marchó a Turín para pedir
ayuda a Don Bosco. Al Ilegar a Valdocco.subió derecho a la habitación del
santo, que lo recibió con el afecto de siempre pero le dijo cándidamente:
"No tengo ni un céntimo, ve a ver a Don Miguel Rúa, espero que pueda
contentarte". Se trataba de 6.000 liras, entonces una suma respetable.
Sin
embargo, tampoco Don Miguel Rúa tenía un céntimo. El padre Rocca quedó muy
apesadumbrado: "En casa, con todas estas deudas llevamos una vida de
imfierno y nosotros solos no podemos del apuro".
Presa
de muy encontrados pensamientos fue a la iglesia de María Auxiliadora y rezó
largamente. Llegada la hora de partir, quiso subir todavía una vez más a
saludar a Don Bosco: "Entonces —le dijoDon Bosco al verle— ¿Don Miguel Rúa
te ha dado las 6.000 liras?". " Don Bosco, tampoco él tiene un
céntimo". A este punto el Santo abrió lentamente un cajón, sacó todo el
dinero que contenía y dijo: "Toma Ángel, son exactamente 6.000 liras, me
acaban de llegar ahí mismo. Son tuyas". El director de La Spezia besó con
afecto la mano del querido Padre y partió feliz. Una vez más había tocado con la
mano el poder de la oración.
Como
siempre, María Auxiliadora velaba por sus hijos y como Madre, los socorría en
sus dificultades.
SIRVO PARA HACER DE DON
BOSCO
Estos recuerdos reproducen enteramente, con
algunos retoques de estilo, una conferencia que pronunció Monseñor Lino Cassani
en Turín (15-V-1957), llena de vida e interés. Monseñor Cassani, una de las
personalidades más representativas del clero de Novara desde la primera mitad
de nuestro siglo; sacerdote celoso y docto por su gran corazón sacerdotal y por
su bondad. Aquí lo recordamos como alumno del Oratorio en los años 1882-1886,
especialmente por su intimidad con Don Bosco, que alcanzó cimas nada comunes.
Lino nació en Gravellona Lomellina el 8-7-1869;
muere en Novara el 30-XI 1963.
Yo soy el preferido.
"Entré
en el Oratorio de Valdocco a finales de agosto de 1882. Era la primera semana
que estaba allí, en los primeros días septiembre, todavía algo meláncolico.
Estaba jugando en el patio, precisamente en el sitio en que está ahora la
estatua de Don Bosco. Jugaban a los bolos cuatro o cinco de los recién
llegados, pero capitaneados por uno que era como de casa, un tal Enría, hijo
del jefe de carpintería de entonces. Enría en un momento levantó la cabeza y
dijo: “¡Oh! ¡Don Bosco!” Dejô allí Los bolos y echó a correr hacía el
sacerdote, que en aquel momento bajaba por las escaleras de la sacristía y
atravesaba el patio. Corría hacia Don Bosco, corrían los demás y yo también
corrí. Nos agrupamos todos a su lado, seríamos cinco o seis. Él nos tenía a
todos de la mano y preguntaba a uno y a otro: “¿Y tú cuándo has llegado? ¿Cómo
te llamas? ¿De dónde eres? ¿Has Ilorado, has Ilorado, ¡eh!?” A todos, por este
estilo. Cuando mí turno se paró, sus
ojos se llenaron de burbujitas, de puntos de variados colores que se movían,
una infinidad de puntitos de todo color, un incesante temblor... después,
estuvo un momento como arrobado. “Bravo, dijo finalmente, id a jugar”. Dejó,
primero, mi mano y, después, las de los otros. “Seguid vuestro juego”.
Los
otros no advirtieron nada, pero yo pensé: “A los otros los quiere y a mí no, ni
siquiera me ha preguntado mi nombre”. A la mañana siguiente estábamos en la
iglesia. Un compañero me dijo: “Voy a confesarme con Don Bosco”. “¿Y dônde
está?”. “Está en la sacristía, confiesa en la sacristía”. Fui yo también.
Cuando llegó mi turno me acerqué... “Ven, ven, ven”. Me dijo cuatro o cinco
palabras. Fueron bastantes para que yo me creyese el más querido. Don Bosco me
quiere más que a los otros".
No tuve valor
Un
mes después, aproximadamente, un compañero me dijo: "He visto ayer a Don
Bosco vendimiando la parra de sus ventanas. Pero han quedado algunos racimos
todavía, si vienes conmigo vamos a cortarlos".
Fui.
Pero cuando estaba en la habitación, donde todavía se encuentra el altar, mi
compañero fue rápidamente a cortar las uvas; yo no me atreví. Me paré allí y
curioseaba a derecha e izquierda habia una silla de paja —Don Bosco era pobre,
pobre— y un cartel con la conocida frase: Da mihi animas coetera tolle. Estaba
mirando cuando senti unos pasos detrás de mí. Era Don Bosco. “¿Sabes leer?”,
—me dijo—, “Sí, si sé leer, y lo he leído”. “¿Y sabes lo que quiere decir?”.
“Sí, lo sé, pero... no sé lo que quiere decir caetera”.
“Te lo digo yo”. Me lo dijo y me lo explicó. Entre
tanto, entró mi compañero con dos racimos en la mano. “¿Los has encontrado
todavía. —dijo Don Bosco— ¿pero sólo para ti? Dale un poco también a tu amigo,
la mitad para cada uno". Los tomó y los dividió, la mitad para él, la
mitad para mí. Y después dijo: “¡Bravo!”, id a correr y a jugar”. Pensé para
mí: “¿Cómo es eso? en vez de reñirle le ha dicho: ¡Bravo! ¿los has encontrado
aún?, y después me ha dado también a mí".
Tenía una bonita voz
"Un
par de meses después vi a Don Bosco —era domingo— que subía al púlpito. No era
la primera yez que oía hablar a Don Bosco. Lo había escuchado varias veces
cuando nos daba las buenas noches. Hablaba así..., ¡cómo Don Bosco! Pero yo me
preguntaba; “¿Quién sabe qué sermón hará Don Bosco?”
En
mi pueblo —un pueblo próximo a Novara—, en las fiestas solemnes invitaban a
algún gran orador, que alzaba la voz, gesticulaba mucho, daba algún puñetazo
sobre el antepecho, imponía por prestigio, y yo me decía: “¡Qué buen
predicador!”
Pensaba
que Don Bosco lo haría así; por el contrario, nada, Don Bosco se limitó a
decir: "He aquí que este año, por la gracia del Señor, hemos podido abrir
una casa en tal sitio, hemos hecho esto y aquello con la ayuda de nuestros
cooperadores; ahora nos faltan todavía muchas cosas por hacer, pero la
Providencia no nos faltará...” Y cosas parecidas. Tenía una voz retumbante, no
muy fuerte, pero bonita, clara, limpia; una dicción, no sé cómo decir, de niño
sencillo. Habló de trabajos, de bienhechores, y yo dije para mí: “¡Vaya!, Don
Bosco es muy bueno, ciertamente, pero no es predicador. Yo sabría hacerlo mucho
mejor”.
Antes de que acabe el mes...
"Una
tarde Don Bosco subió al púlpito de madera, desde el que daba las buenas
noches, y dijo así, como él hablaba “Mañana comenzamos los Ejercicios Espirituales,
predicará Don Cagliero; veréis, predica bien, dirá cosas muy hermosas,
confesaos bien, comulgad”. Después continuó: “Porque, veréis, puede suceder
que, antes del fin de mes, muera alguno de nosotros; por lo tanto, estemos
preparados”. Yo no me impresioné; siempre se puede decir estemos preparados.
Pero al acabar los Ejercicios Espirituales (recuerdo
siempre la plática del hijo pródigo), oímos que los profesores decían: “Tiene
que morir alguno antes de que acabe el mes”. Durante los primeros días estas
palabras nos impresionaron poco, después nada. Pero el último o penúltimo día
un compañero jugaba bajo el pórtico donde estaba escrito: Non tradas bestiis
animas confitentes tibi. Allí habían apoyado dos o tres camas con poca
pendiente junto a la pared, unidas entre sí. Mi compañero quiso hacer piruetas
para llamar la atención. Trepó por ellas y luego miró atrás, pero se le fueron
los pies y cayeron precisamente sobre su pecho. Huimos todos por un lado y por
otro, pero él había muerto. Entonces nos recordamos. Don Bosco lo había dicho:
“Antes de que acabe el mes”. Recuerdo que aquel hecho me impresionó
muchísimo".
Te han roto el vestido
"En
las primeras semanas de mi estancia en el Oratorio me admitieron a formar parte
del coro musical, dirigido por Don Cagliero, pero yo estaba completamente en
ayunas de todo. Don Juan Cagliero dirigía tocando con una mano, con la otra
marcaba el compás con un pequeño bastón. Por desgracia, yo era el más pequeño y
el más próximo a él. Por algún tiempo le seguía, pero después, estaba
distraído, cuando sentí dos golpes en la espalda. Me quedé quieto: los otros
rieron, rió también Don Cagliero, pero yo no pude reprimir las lágrimas, y él
se burló de mí con un dicho piamontés “Flec, f1ec, pierna rota, flec, flec, Lombardor
e Cavórett (dos pueblos del Piamonte)”. A la mañana siguiente los compañeros en
el patio me repetían: “Flec, flec, Lombardor e Cavôrett”. Me revolví a patadas
y puñetazos. Don Bosco, que estaba bajo el pórtico, vino a mi encuentro y me
dijo “¿Qué pasa?” “Se burlan de mí porque ayer ocurrió esto” “Tienes razón,
mira, mira..., te han roto el vestido, te lo han hecho jirones, mira aquí,
aquí, aquí”, e indicaba la espalda. No era verdad, pero Don Bosco lo dijo para
consolarme y todo acabó allí.
Han
pasado muchos años. En el 1901, los salesianos inauguraron la estatua de María
Auxiliadora en el colegio de Novara. Era obispo oficiante Monseñor Cagliero. Yo
era entonces párroco de Santa Eufemia. Como la Iglesia de María Auxiliadora
estaba en mi parroquia, me tocó organizar la procesión y lo hice de manera de
que pasase por delante de mi iglesia. El cielo estaba encapotado y amenazaba
lluvia, pero la procesión salió. Después de un breve recorrido, cayo un
aguacero. Se apresuró el paso y la gente se refugió en mi iglesia. Monseñor
Cagliero hizo una de aquellas platicas que él sabía hacer y entretuvo al
auditorio mucho rato. Al final dimos la bendición con el Santísimo Sacramento y
cada cual regresó a su casa. Monseñor Cagliero se quedó en la mía. “¿Tienes una
capa de abrigo que puedas prestarme?”, me dijo aterido de frío. "Sí,
respondió mi madre, pero, ¡quizá no le caiga bien!”. Monseñor se la puso, pero
apenas le llegaba a la rodilla. Después lo llevé al colegio. Mañana te mandaré
la capa —me dijo—. Bien, la Virgen la tengo yo mientras pueda”.
Al
día siguiente me mandó la capa, toda rota, “aquí y aquí”. No pude por menos de
pensar en la escuela de música de Valdocco... y en Don Bosco".
Por orden de Don Bosco
"A
finales del curso —terminaba entonces el curso a mediados de agosto— estaba yo
tan agotado de fuerzas que no podía más. Un cornpañero mío, que había logrado
ir al huerto, que se encontraba donde está ahora el patio de Domingo Savio,
volvió trayendo unos tomates frescos. Los buenos y maduros se los había comido
él; otros me los paso a mí. Los comí con avidez y dcspués bebí bastante agua;
no sé lo que ocurrió, pero por la tarde no podía más y tuve que a ir a la cama.
El
asistente y el profesor Don Saluzzo (que era todo un padre, como era una madre
el asistente Don Valentini), subieron inmediatamente a verme y me hicieron
llevar a la enfermería. Llamaron al médico del Manicomio, doctor Albertotti, el
cual sentenció: “Está rnuriendo. Me llevaron a la habitación de los moribundos
y enviaron a dos para asistirme. Avisaron enseguida a mis padres, los cuales, a
la mañana siguiente, estaban en Valdocco.
El
portero Rossi, aquel a quien Don Bosco llamaba el “Conde Rosso”, pasando por el
patio se los presentó a Don Bosco: “Son padres del chico moribundo”. Y Don Bosco
replicó: “¡No está muriendo!, está curado. Está muy bien. LIévenselo a casa y
en octubre traiganlo aquí, está curado”. Y les dio la bendición.
Mis
padres creyeron que fuesen sólo buenas palabras. Subieron a la enfermería,
oyeron mi voz diciendo a los dos que me asistían “Dadme mi ropa que tengo que
ir a examinarme —comenzaban aquel día los escritos—, no quiero que me
suspendan”.
Entraron
mi padre y mi madre y vieron que yo no estaba muerto, que estaba bonísimo y que
discutía. Me dieron enseguida la ropa, vestí y, mientras lo hacía, otra
agradable sorpresa: entró el Consejero escolástico, Don Ferraro, y dijo:
"Por orden de Don Bosco estás aprobado sin examen”. Me fui a casa
triunfante".
Sirvo para hacer de Don Bosco
"Pasadas
las vacaciones, volví al Oratorio, a mi paraíso terrenal, donde he sido el ser
más feliz en aquellos años.
Hacia
Navidades, nuestro profesor dijo: “Ahora haremos prueba bimestral, los que
salgan mejor tendrán derecho a comer alguna vez con Don Bosco. Y despuès, si
quieren, a ir a sus habitaciones con cierta libertad”. Triunfé y fui con otro
compañero a comer con Don Bosco.
Después
de tomar la menestra, mis compañeros ya estaban en el patio jugando. Don Bosco
comprendió que las piernas querían ir allá. Nos dio dos o tres nueces y nos
mandó a jugar. Fuí a comer otras veces con Don Bosco, pero nunca aproveché
el derecho a subir a sus habitaciones.
Y
he aquí que un día, junto a mi compañero, subimos a la habitación de Don Bosco
para curiosear: aquí el retrato de allá, esta cosa de acá. A cierto punto digo
a mi compañero: “A que yo sirvo para hacer de Don Bosco, cuando va a dormir”. Y
él: “Prueba”.
Había una escalerilla junto a la cama porque Don
Bosco tenía las piernas muy hinchadas. Ante todo hice como que rezaba las
devociones; después, arriba, despacio —porque Don Bosco andaba siempre
despacio—, subí tres peldaños, metí la mano en la pileta del agua bendita, me
santigüe bien y llegué arriba.
“Yo
lo hago mejor que tú.” “Veámoslo” Subió el otro también, pero remedándome a mí y
no imitando a Don Bosco; en vez de meter la mano en la pileta, la metió debajo
de la almohada de Don Bosco, tomó su gorro de dormir —Un gorro blanco— y se lo
puso en la cabeza. No lo hubiera hecho. Como un buitre salté sobre él, que era
mas alto que yo, tuve que subir las escaleras, y se lo quite. Pero nos
enzarzamos los dos y ¡pum!, caímos de un golpe, contra la puertecita que nos
separaba del despacho de Don Bosco, que estaba allí y salió inmediatamente para
ver lo sucedido.
“¿Qué
ocurre?”. Yo llorando —tambièn lloraba el otro—, “ha sido Albano que agarró su
gorro, se lo puso en la cabeza, y yo no quiero” “Dáselo, tambien yo quiero ver
como le cae” “No, no” Y desobedecí, y puse con devoción el gorro en su sitio.
Don Bosco se echó a reír “Está bien, ahora id a
jugar al patio”.
Se la enseñó Don Bosco
"Diré
lo que me sucedió una vez. Una mañana Don Bosco me vio en el patio con un libro
en la mano y me dijo: “No se debe estudiar en el patio”. Yo le respondí
inmediatamente: “Es que esta mañana fui a ayudar a misa (era la misa del Conde
Cays, ya anciano y era una misa larga) y no pude ir al estudio. El profesor
Nasó nos ha dicho que hoy preguntará la lección, y yo no sé nada”. “¿Cómo anda
tu griego? —me dijo entonces Don Bosco—. Estábamos al final del tercer año y se
comenzaba a estudiar un poco de griego. “Estoy en las labiales”. “En las
labiales. Prueba entonces a decirme ‘caramelos’, pero sin mover los labios”. Y
entre tanto hurgaba en los bolsillos. “Te doy un caramelo si dices ‘caramelo’
sin que se toquen los labios”. “Cara... no se puede!”. “Entonces, tampoco yo te
lo doy. Pero mira: las labiales son así y así” y me explicó todo en pocas
palabras.
Los
compañeros dijeron al profesor: “Cassani no ha estudiado la lección hoy, pero
Don Bosco se la ha enseñado”. “Oigamos como te la ha enseñado Don Bosco”. Tenía
yo entonces buena memoria y dije lo que me había dicho Don Bosco. “¡Bien,
bravo!”, veinte puntos, es decir, diez para Don Bosco que te lo ha enseñado, y
diez para ti que te lo has aprendido de memoria”.
Ha muerto hace muchos años
"Otra
cosa me sucedió, y ésta es dolorosa. Una mañana, un amigo mío (Emilio), me
dijo: "Esta noche he tenido un mal sueño, soñé que habíamos ido los dos al
refectorio para cambiar el panecillo" (Por la mañana no había café con
leche, ni caldo, sino un gran panecillo, yo no podía comer ni siquiera la mitad
e iba al refectorio a buscar uno más pequeño o un pedazo solamente, Era
refitolero el señor Savio —el padre de Domingo Savio—). Fuimos los dos al
refectorio para cambiar el panecillo; no estaba el señor Savio, pero había en
cambio muchos hermosos pájaros. Yo agarré con la gorra algunos y los maté. Y tú
me diste mi puñetazo tan grande que me despertó. ¿Qué querrá decir esto” “Ve a
preguntárselo a Don Bosco” “Pero yo... ve tú”. Creía que yo tenía más confianza
con el santo. Estaba a punto de ir, pero después pensé: “Don Bosco podrá
decirme: “¿Y por qué cambias el panecillo?” Le respondí que no me parecía
conveniente y él, mala gana, fue a ver a Don Bosco.
Volvió
a los pocos minutos. Estaba casi llorando, demudado: “¿Qué te ha dicho?” “Me ha
dicho que si me hago salesiano moriré en seguida”. “¡Bah!”, eso se arregla
pronto. Haz como yo, yo no me hago salesiano”. “Pero yo no tengo padre ni
madre, tengo tan sólo hermano, profesor en Alassio. Si me hago salesiano me voy
luego con él.Y ahora ¿qué hago?” “Pero después morirás” “Quiza no muera”.
Después, ya se sabe como son los chicos, la cosa acabó así.
Pasaron
muchos años; el director de Novara queria recompensarme porque había dado unas
clases a los clérigos y me dijo: ‘0ye, ¿quieres venir conmigo unos días a
Alassio?” Respondí: " Mire, si fuese a otro sitio, no iría, pero, como en
Alassio debe encontrarse un profesor llamado Ubaldo, hermano de un amigo mío,
voy de buena gana”.
• Fui
y pregunté al profesor Ubaldo por su hermano Emilio. “Murió hace muchos años”.
“Pero, ¿cómo?”. Apenas terminado el gimnasio, se puso la sotana y se hizo
salesiano. Después se licenció en la Universidad con notas óptimas, pero
después dejó la sotana y marchó de profesor a Biella y a lvrea. Antes del mes
había muerto.
Quedé
tan impresionado que no tuve el buen criterio, mejor dicho la caridad de callar
la profecía de Don Bosco”.
Hay para todos
"Don
Bosco, en el año 1886, dio diversas conferencias a los alumnos de la cuarta y
quinta gimnasial con óptimos resultados, porque casi todos se hicieron
salesianos, menos Don Lino Cassani y algún otro.
Un
día, acabada la conferencia, Don Bosco dijo: “Esta mañana me ha regalado Don
Berto un saquito de nueces (no dijo avellanas, las nueces son más gruesas que
las avellanas). Festa — que así se llamaba el joven asistente—, tráeme aquel
saquito”. Un compañero mío, me parece que fue Vallino, lo sostenía en el medio
y Don Bosco, sentado, daba a unos y a otros diciendo: “Comedlas, comedlas”. E
insistía. A un cierto punto el clérigo Festa dice: “Don Bosco, no hay para
todos”. “Deja hacer, verás como hay para todos”. estaba allí sin quitar los
ojos. “Pero no bajan de verdad”. Don Bosco seguía diciendo: “Comed, comed”, pero
yo guardé las que aún tenía en el bolsillo y no me las quise comer. Me las
llevo a casa —decía para mí— y se las enseño a mis padres y digo que son nueces
bendecidas por Don Bosco. Y las guardé en mi baúl.
Al
día siguiente, el profesor de historia natural, que era el conde Próspero
Balbo, hijo del célebre César Balbo, entró en clase y dijo: “He oído que ayer
Don Bosco multiplicó unas nueces y que os las dió”. “Sí, sí, señor conde”. “Me
agradaría tener alguna”. “Yo tengo todavía, señor conde. Voy a buscarlas”,
Estaba para salir, pero él me detuvo y me dijo: “Quiero ir yo a pedírselas a
Don Bosco, gracias”. Quedé algo mortificado, porque tenía para darle alguna,
aunque no todas, se comprende.
Llevé
después a casa las famosas nueces y las conservé varios años con cierta
veneración. Un día ya no las encontré. Pedí explicaciones a mi padre, por si
sabía algo. Me respondió: “Un día me encontré muy mal, las comí y curé”. Para
mis adentros me dije: ‘Podría haberse comido una o dos”. Tanto ml padre como mi
madre estaban persuadidos que vivirían muchos años, porque habían recibido la
bendición de Don Bosco. Mi madre alcanzó noventa y ocho años, mi padre
solamente ochenta y siete, por haberse comido aquellas nueces".
A propósito de Don Berto
"Quiero
deciros unas palabras a propósito de Don Berto, el verdadero secretario de Don
Bosco, el hombre que conocía las cosas más secretas de la Congregación y que
sabía guardarlas celosamente. Era un trabajador de primera clase: de poca
salud, sin embargo. He leído en la vida escrita por Lemoyne que tenía un
carácter áspero, severo: pero no es verdad. Tenía un carácter dulcísimo, bueno,
bueno con nosotros los niños.
Ahora,
pensándolo con más calma, puedo imaginar que la fama de hombre “severo’ se la
dieran los salesianos, que querían saber de él cosas que no podía decir. Yo he
guardado su imagen llena de bondad delicada, muy salesiana".
Esta musica la compuso Don Bosco
"Otra
imagen impresa en mi memoria es la del maestro Dogliani. Y Dogliani me trae a
la mente un episodio. Estábamos en la novena de Navidad de 1885; para aquella
ocasión nos había enseñado un villancico que comienza así: Ah, se cante en
son de júbilo. . Antes de comenzar los ensayos había dicho: “Mirad, esta
música la compuso Don Bosco en los primeros años del Oratorio, cuando hacía él
de maestro de música. Esta tarde viene a dar la bendición; aprended bien y se
la cantamos”. La cantamos con entusiasmo y Don Bosco quedó contento y
conmovido.
De
Dogliani recuerdo esta hermosa costumbre: de cuando en cuando le daba a uno de
nosotros su batuta, lo hacía marcar el tiempo y dirigir el coro. En aquella
novena de Navidad me tocó a mí llevar el compás durante el canto de la
bendición. Todo resultó muy bien.
Acabada la función, Dogliani me
llamó y me dijo: Ahora ven conmigo al comedor de los Superiores”. Cuando Don
Bosco cortó la lectura me puse delante de él y le dije: “Don Bosco, ¿hemos
cantado bien?”. Don Bosco tomó la partitura que me había dado Dogliani y
exclamó sorprendido: “¡Oh!, mira”. También los comensales, Don Juan Bautista
Francesia, Don Celestino Durando, etcetera, hicieron una exclamación,
maravillados. Era música escrita por Don Bosco, un autógrafo suyo que Dogliani
había encontrado entre muchos papeles de música".
Don Bosco me llama
"Un
día, Don Bosco, después de habernos dado una conferencia nos habló así: “Hace
cuatro años tuve un sueño. Lo he repetido varias veces. Bajaba por las
escaleras de la sacristía para atravesar el patio y se me presentó un joven con
un hermoso ramo de flores, acompañado de otros jóvenes, me hizo muchos
cumplidos, y después... me volvió las espaldas. Pero aún vuelto de espaldas,
llamó a otros muchachos para que se acercaran a mí. Le dejé hacer un poco, pero
después lo tome por los hombros y le obligué a volverse: “¿Porqué te vuelves de
espaldas?”. El joven réspondió: “Yo soy la campana que llama a los demás a la
iglesia, pero ella no entra”. Después concluyó: “Aquel joven se encuentra
aquí”. Uno de los más curiosos en querer saberlo era yo: “¿Quién es?, ¿comienza
por A, comienza por B...?”. “Si el joven me lo pide en secreto —dijo Don Bosco—
se lo digo, si no, no”. Basta. Algunos se lo preguntaron, pero ninguno era el
que había visto Don Bosco. Y todo acabó allí.
Al
final del año vino Don Tirone y nos dijo: “Avisad avuestros padres de que en
Valdocco, al comenzar el próximo año, no habrá la quinta gimnasial. Los que se
queden irán a hacer el noviciado a San Benigno; los otros, que provean con
tiempo”. Pregunté a mis padres qué debía hacer: “Nosotros queremos que hagas el
gimnasio y el liceo, como se debe; luego, ya veremos”, fue su respuesta.
Llegó
el día en que debíamos partir para nuestras casas: ya había hecho el baúl y
estaba próximo a la çolumna junto a la que se encontraba la cátedra desde la
que Don Bosco hablaba por las noches. Estaba junto a la fuente, tal vez bebía,
cuando siento dentro de mí una voz que me dice: “Don Bosco te llama, Don Bosco
te llama”. Me decido y voy a la habitación del santo: “Don Bosco, he venido a
saludarle porque mañana me voy a casa; mis padres..." “Sí, sí, bien,
bien...”. “Pero antes, Don Bosco, confiéseme” (había sido mi confesor durante
cuatro años). Me confesó como tantas otras veces, después me dijo: “Espera un
poco: "¿no me preguntas quién era aquel joven que tocaba la campana, pero
que quedaba siempre fuera?”.
“~Ta1 vez era yo?”. “Sí, eras tú”.Quedè como podéis
imaginaros.
Pero
el empezó a decirme: “No tengas miedo, no tengas miedo. Yo estaré siempre
contigo, te ayudaré, te asistiré, estáte tranquilo. No me olvides y ven siempre
a mi casa que es la tuya”. Partí conmovido.
A su tiempo entré en el seminario".
"Ha muerto tu Don Bosco"
"En
el año 1888 hacía el segundo curso de liceo; nos encontrábamos en el recreo, en
el jardín del palacio episcopal. Un compañero que estaba leyendo el periódico,
me dijo: “Ha muerto tu Don Bosco”. (En aquellos años yo no hacía más que hablar
de Don Bosco). Estaba un poco lejos de él; hice una cosa, me avalancé sobre él,
y en aquel momento vi el periódico, orlado de negro, con la noticia de la muerte
de Don Bosco. Me vine abajo. A duras penas pude retirarme junto a un muro y
esperar, esperar. No podía llorar y no podía hacer otra cosa. Lloré, sin
embargo, toda la noche. Lloré tan de corazón que no se puede imaginar. No me
parecía posible que Don Bosco pudiera morir. De todos modos todo ha pasado:
pero no pasó aquel dolor que todavía siento".
Entra Don Bosco
"Más
tarde, cuando ya era estudiante de Teología, tuve un sueño que me quedó grabado
en la memoria. Soñé que mi habitación se había convertido en una escuela; en
los bancos había clérigos y yo estaba en la cátedra. Les enseñaba Teología.
“Pero, mira —decía para mí— que sueño tan extraño”. De improviso veo que en el
fondo de la habitación se abre una puerta (en la habitación no había puerta) y
aparece Don Bosco en persona. Los clérigos habían desaparecido; yo quería bajar
de la cátedra para correr a su encuentro, pero mis piernas parecían de plomo.
No las podía mover.
“¡Don Bosco! ¡Don Bosco!”. Y no podía decir otra cosa, y Don Bosco, tranquilo,
tranquilo, se acerca, y me dice: “Espera un poco: ya estás en Teología: ¿tienes
que estudiar Teología y todavia te diviertes con frivolidades poéticas? ¿Todavía lees a Shakespeare, Schiller, Alfieri? ¿Qué es eso? Grábate en la
memoria: Labia sacerdotis custodient scientiam” Y desapareció. Recibí
una impresión inolvidable.
Pues
bien, el año de la beatificación de Don Bosco estaba yo en aquella cátedra; en
aquella habitación, se había abierto una puerta que antes no existía, y allí
estaban los clérigos. “Mira un poco a Don Bosco”, me decía a mi mismo’".
Don Bosco me ha visto canónigo en la catedral
"Lo
que ahora voy a decir es el último episodio, y después os dejo, y perdonadme.
Un día del mes de mayo, después de la comida estaba yo sentado en mi habitación,
un poco somnnoliento, cuando veo a Don Bosco: “¡Oh, Don Bosco!”. Y él: “Todavía
no te han hecho canónigo de la Catedral?”. “Pues no”. “¿Y por qué?.”. “No lo
sé”. “Si esta vez no te hacen canónigo, ¡ay! Ven conmigo”. Le sigo. Vamos a la
catedral; hay allí una hermosa escalera que conduce a la sala capitular: Don
Bosco caminaba delante y yo le seguía. Él (lo recuerdo muy bien) caminaba
despacio porque tenía las piernas enfermas, subía derecho las escaleras como
soldado, y yo, que sí que era entonces todo un soldado (ahora soy un gato de
plomo), me fatigaba al subir. “¡Ay!, si Don Bosco mira hacia atrás y me ve en
este estado ¿qué pensará de mí?”. Pero no miró hacia atrás; abrió la puerta de
la sala, y del sitial de los canónigos toma un libro, uno de aquellos gruesos
breviarios que se usaban hace cien años, y me dice: “Este es tu puesto”. Y
desaparece. “¡Don Bosco me ha nombrado canónigo! Bueno, veremos: quién sabe quo
pasará.
Sueños, sueños; pero con Don Bosco no se juega”.
Unas
semanas después me llama el obispo: “Mira lo que escriben de Roma, has sido
nombrado canónigo de la catedral, y precisamente el día de María Auxiliadora,
de la que eres tan devoto. “¿Estás contento?”. “Muy contento, doblemente
contento”.
Cuando
hice el juramento me encontraba precisamente en aquel puesto, y monseñor
Cavigioli abrió aquel breviario en la misma página donde lo había abierto Don
Bosco".
"Este es para Novara"
"El
día de San Juan Bautista se solía celebrar, como sabéis, la fiesta de Don
Bosco. Don Juan Bautista Francesia habia compuesto en aquella ocasión una
bonita poesía en honor de Don Bosco. Yo cursaba entonces la cuarta gimnasial y
fui encargado de recitarla. Cuando me llegó el turno, recité la poesía, con el
papel en la mano pero de memoria. Y después, atrevido y petulante, subí las
gradas del palco y me dirigí a Don Bosco para entregarle el papel, como era
costumbre. Pero Don Bosco me dijo: “No, no, antes besa el anillo de tu obispo”
(a la derecha de Don Bosco estaba el obispo de Novara) y el obispo: “¡Ah!, pero
usted, Don Bosco, lo retendrá para sí”. Don Bosco: “No, no, éste es para
Novara”. Entonces bese el anillo al obispo y bajé. Esto para decir que Don
Bosco no me dijo que me hiciera salesiano.
Ciertamente
que cuando el Señor me llame me preguntará también: “¿Por qué no te has hecho
salesiano?”. Y yo podré decirle: “Yo no he desobedecido a Don Bosco no
haciéndome salesiano porque él no me lo dijo nunca”; de todos modos Don Bosco
me perdonará porque el día que me tomó de la mano por primera vez me produjo una
impresión tal que me acompañó toda la vida. Él vería todos mis pasos. Podéis
creerme o no: Don Bosco ha visto también este momento y os ha visto también a
vosotros".
NO ROMPER NUNCA LA
0BEDlENCIA
Don
Juan Vallino fue aquel joven —ésta era una de sus glorias salesianas— que
aguantó en sus manos el saquito de las nueces multiplicadas por Don Bosco el 3
de enero de 1886. Conservó una impresión indeleble de aquel milagro verificado
ante sus ojos, nunca le pareció tan grande y tan próxima la santidad de Don
Bosco. Pero también fue protagonista de otro suceso, afortunado y desafortunado
a la vez, precisamente el día de la toma de sotana, recibida de manos de Don
Bosco en Foglizzo el 20 de octubre de 1887.
Juan nació en Benevagienna el 7-X-I871; muere en Lanzo
Torinese el 31-1-1949.
No romper nunca la obediencia
Don
Bosco se encontraba ya al final de sus días —dentro de pocos meses volaría al
paraíso— pero no quiso privar a sus novicios de Foglizzo del gozo de su
presencia. Después de la función quiso permanecer con nosotros y honrarnos
asistiendo a la cena. El clérigo Vallino tuvo el grato encargo de servirle a la
mesa. Es fácil imaginar su alegría, y al mismo tiempo su empeño. El servicio
exigía que los manjares se subieran de la planta baja a la superior a través de
una doble escalera bastante pendiente. En tiempos normales no había problema,
pero aquella noche el joven llevaba por primera vez una larga sotana que le
llegaba hasta los pies y que no facilitaba ciertamente su misión. Era necesario
caminar con cautela porque teniendo las dos manos ocupadas con platos y
vajillas no podría, en caso de necesidad, levantarse la sotana. Las primeras
pruebas no salieron mal, pero en un momento dado, el improvisado equilibrista
de las manos ocupadas para no caerse, tuvo que dar un fuerte pisotón en la
sotana, produciendo un largo desgarrón. Hubo que comparecer por fuerza ante Don
Bosco en aquel estado.
Al
santo no se le escapó la vergüenza y la humillación del querido clérigo, que
había estrenado del peor de los modos la sotana nueva, recibida pocas horas
antes. Miró el jirón sonriendo, hizo acercarse al clérigo y le consoló con
estas precisas palabras: “Procura solamente no romper nunca la obediencia’
El clérigo Vallino dio un suspiro, pero jamás olvidó las palabras de Don Bosco.
Como salesiano se distinguió hasta la muerte por su indómita resistencia al
trabajo, por su pasión por la escuela, su talento pedagógico y su piedad.
Su jornada comenzaba a las
cuatro y media; recitaba el breviario del día y el rosario; después celebraba
la misa, hacia la medicación, bajaba luego a asistir a los muchachos y ya no
los dejaba. Esto por años y años.
Un método que tal vez pueda
chocar con la sensibilidad moderna, pero que para él funcionaba muy bien y lo
mantenía unido a Dios en el duro trabajo del día. El problema típicamente
actual, de armonizar la dimensión contemplativa con la activa, jamás existió en
los primeros salesianos. Encontraban a Dios con facilidad, tanto en la oración
como en el trabajo, según les había enseñado Don Bosco.
ERA COMO SI LLEGASE EL PADRE
DE TODOS
El
padre Pedro Righini fue uno de los hijos de San Ignacio más conocidos y
estimados en Turín desde la primera mitad de nuestro siglo. Hombre de gran
cultura, de densa espiritualidad, iniciador de valiosas obras apostólicas, fue
sobre todo un excelente guía espiritual y un gran apóstol de la Palabra.
Predicó los Ejercicios Espirituales en el Vaticano, tanto en tiempos de Pío XI
como en los de Pío XII.
Pedro nació en Fossano el 7-11-1872; muere en Turín el
21-7-1957.
Del
padre Righini, según la índole de nuestro trabajo, recordaremos tan sólo sus
recuerdos de Don Bosco, a quien él conoció en el entonces “Colegio para nobles”
de Valsálice, y del que conservó siempre imperecedera memoria. El hecho que vamos
a narrar es fruto de una larga conversación que sostuve con el padre, pero lo
ofrecemos resumido, tal como el mismo protagonista lo hizo en Voci fraterne.
Le conocí
"¡Le
conocí, le vi durante los años de mi infancia! Desde aquel lejano 24 de junio
de 1884, cuando le vi por última vez en el patio de Valdocco, en la celebración
de su onomástico, han pasado muchos años, pero jamás he olvidado la noble
figura del padre bueno, que me bendijo, que puso su santa mano protectora sobre
mi cabeza,que me dijo: “Sé bueno, sé devoto de la Virgen”. Y aun, ahora, cuando
otros constatan que mi vejez avanza, no me da demasiado fastidio, tengo la
respuesta pronta y fija: “¡Está claro! Tengo sobre mi muchas bendiciones de San
Juan Bosco”. Y me creo verdaderamente afortunado de haberle conocido, venerado,
amado, y le veo todavía hoy delante (tal como lo ha pintado Rollini) con la
pequeña esclavina, derecho, rodeado por mí y por otros rumorosos muchachos,
bueno, sonriente, amabilísimo.
Yo
era entonces alumno —lo fui durante cuatro años— del colegio salesiano de
Valsálice, magnifico edificio ya entonces para la educación de los jóvenes, y
tenía como director al querido Don Juan Bautista Francesia, fino poeta latino,
y lo que fue más importante para mí, paciente plasmador de almas infantiles con
la devoción a la Virgen. San Juan Bosco venía con bastante frecuencia al
colegio, y ahora pienso que lo mandaban sus propios hijos a reposar de sus
muchas fatigas en la quietud de la colina; se encontraba efectivamente en el
declive de una vida laboriosa y preciosa.
Nos visitaba durante los recreos: todos corríamos a
su alrededor".
Era como si llegara el Padre de todos
"Le
rodeábamos en corro, le abordábamos, todos querían besarle la mano (algo
semejante a lo que el Evangelio nos dice de Jesús), y él dejaba hacer,
sonriendo bondadosamente. Ahora comprendo su virtud porque nosotros, como
chiquillos, debíamos ser muy molestos, y después de decirnos algunas palabras,
sucedía lo que nosotros esperábamos: el Santo metía la mano en el bolsillo con
alegría, lanzaba caramelos al aire. Entonces sólo se pensaba en recogerlos,
pero más tarde comprendí que aquellos bolsillos de ancha sotana debían ser
sacos, si no es que él, que era la encarnación del sinite parvuli
venire ad me, no hacía un milagro. Todos recibíamos muchos caramelos y
tambien chocolatinas de todo genero.
Como
niño, no sabía que era santidad —aunque tampoco entiendo mucho ahora—, pero
aquellas visitas me dejaron una impresión tan profunda, buena y querida, que
aún ahora pienso en ellas y me repito: ¡fui afortunado!
Con
frecuencia nos llevaban de paseo hasta Valdocco, y nosotros —despues de las
repetidas recomendaciones del severo pero querido padre Vota, amenazándonos si
no eramos buenos— nos comportábamos de tal manera que hacíamos la visita al
Santo de puntillas, en aquella estancia donde hoy se reza y se llora. Él dejaba
el trabaio, nos decía algunas palabras amables y después. — recuerdo como si
hubiera sucedido ayer— nos acompañaba hasta el horno del Instituto. Más tarde he
aprendido que el pan caliente es indigesto: entonces era una fiesta devorar
ávidamente aquellos bollos perfumados —aún no se conocían las delicias de los
sustitutivos—, y se consideraba dichoso el que con habilidad pícara podía
acercarse al santo y tomar dos, con la recomendación:
“Bueno, bueno. ¡Sed devotos de Ia Virgen”.
Formulación completa
"Aquellos
encuentros nos hicieron mucho bien cuando eramos jóvenes: he seguido con afecto
a muchos de mis compañeros de aquellos bellísimos años y sé que se convirtieron
en hombres excelentes, profundamente cristianos, sacerdotes, religiosos,
magistrados, oficiales, profesionales, útiles a las familias y a la sociedad.
El
colegio de Valsálice, con el correr de los tiempos, fomentaba también aquellas
manifestaciones que luego se llamaron de Acción Católica: los venerados
superiores nos educaban para la vida pública, nos hablaban de los pobres y nos
invitaban a socorrerles con los pequeños sacrificios de que éramos capaces.
Un gran aeontecimiento puso
en movimiento también mi sección de los pequeños, y fue la entrada solemne del
eminentísimo cardenal Alimonda, cuando fue nombrado arzobispo de Turín, vino a
tomar posesión de su ilustre arehidiócesis. Todos los colegiales, cerca del
centenar, estábamos en formación, atentos, admirados. ¡Quién sabe por qué el
asistente me tenía siempre de la mano junto a sí! Alrededor del carruaje de
gala iban ocho cornpañeros del liceo a caballo, haciéndole guardia de honor.
Ciertamente, en nuestro
hermoso colegio habia también una buena escuela de equitación, causa de tantos
inocentes deseos para nosotros los pequeños. Recuerdo, entre aquellos ocho
envidiados caballeros, al joven Bonifacio Derege de Donato, que después entró
en la Compañía de Jesús, donde hizo mucho bien, y a mi amantísimo hermano
Fernando Righini de San Jorge, que murió santamente en diciembre de 1944,
cerrando una vida de integérrimo y ejemplar católico militante.
Lejanos
recuerdos que aún ahora me consuelan y que conservan en el corazón un afectuoso
reconocimiento para la Pía Sociedad Salesiana, que ha ayudado y consolidado la
sana educación recibida en la familia".
Vi por última vez al santo
"El
24 de junio de 1884 era su fiesta, y por la tarde, después de la cena, todos,
grandes y pequeños, fuimos a rendir homenaje al querido santo en el patio de
Valdocco, lleno de invitados para honra al venerable anciano y gozar de la
maravillosa iluminación. Como de costumbre, el asistente Don Bonora me tenía de
la mano, porque decía él, con piadosa frase, ¡no fuera a perderme! Había muchos
globos blancos, transparentes, con luz interior, sobre los que estaba escritos
nombres de ciudades de Europa y América. A mi guía seguro le pregunté qué
significaban aquellos nombres, y me respondió: “Son las ciudades donde Don
Bosco tiene una casa”.
Recuerdo
la impresión enorme que me produjeron aquella palabras: me habían dicho que los
globos eran cerca del centenar y en mi pequeña cabeza —que no sabía nada de
congregación ni de pobreza religiosa— saqué inmediatamente una consecuencia:
¡esto quiere decir que Don Bosco tiene cien casas! Y cuando le fui presentado
—conocía personalmente a mi familia—, yo no vi más que al hombre rico, ¡rnuy
rico!, que tenía cien casas esparcidas por todo el mundo Hoy admiraría al
hombre santo que, abandonándose en brazos de María Auxiliadora, supo, con una
pequena semilla, producir una obra gigantesca.
Después
dejé el colegio de Valsálice y no vi más al Santo Protector: pero—siendo
estudiante en el extranjero, en un colegio de los padres jesuitas— el 1 de
febrero de 1888 leí en el periódico su muerte; pensé que era verdaderarnente
afortunado por haberle conocido y amado, y comencé a invocarlo, cosa que hago
todavía hoy, con suave dulzura, rezándole todos los días inmediatamente después
de mi San Ignacio".
HAGAMOS ASÍ
Don.
Bosco estuvo por última vez en Valsálice desde el 19 de agosto al 2 de octubre de 1887. Son los
últimos meses de su vida:. "Tengo poco tiempo de vida", decía.
Consumido por las largas fatigas y falto ya de fuerzas, pasaba parte de su
tiempo en el vano de una de las ventanas del segundo piso que conduce a la
iglesia, sentado sobre un sillón, absorto y contemplando el panorama.
Attilio Nacé en Santo Stefano di Cadore el
24-X-1871; muere en Monte Oliveto (Pinerolo) el 2-1-1940. -
Don Carlos Viglietti no quiere
El
famoso instituto de nobles albergaba entonces a los clérigos salesianos,
estudiantes de Filosofía. Don Bosco, en aquel melancólico otoño, estaba con
ellos, pero ellos no lo veían casi nunca, y había órdenes de que no se acercaran
para no fatigarle más.
Velaba
al santo, se puede decir permanenternente, su secretario, don Carlos Viglietti.
Una mañana el clérigo Attilio Bettini, en vez de salir por el fondo de Ia
iglesia salió por la parte del corredor y se encontró con Don Bosco sentado en
el vano de la acostumbrada ventana.
Para
no distraer al santo, el clérigo caminó junto a la pared de la parte opuesta,
casi conteniendo la respiración. Don Bosco le vio, y con un gesto de la mano le
hizo señas para que se acercara: “¿Cômo te llamas? —le preguntó amablemente—.
¿Qué curso estudias?”
“Me llamo Attilio Bettini y estudió el primero de
Filosofía”.
“¡Bravo!
—le dijo Don Bosco— trata de estudiar y de hacerte bueno”. El clérigo le besó
la mano y se fue la mar de contento; pero después de algunos instantes,
razonando consigo mismo, volvió junto a Don Bosco. -
Hagamos así
"—-Don Bosco, concédame una gracia.
—Dime.
—Déjeme venir a ayudarle la misa.
—Muy bien, ven —le respondió el buen padre.
—Don Bosco, no se puede.
—¿Y por qué no se puede?
—-Porque el padre Viglietti no quiere; monta la
guardia y nos manda de paseo.
—¿De verdad? Bien, bien. ¡Hagamos así! Don Viglietti
celebra a las siete; después, a las siete y media, vienes a ayudarme a Misa.
Mañana por la mañana yo celebraré a las siete; don Viglietti no podrá verte y
tú podrás ayudarme a misa"
Al
día siguiente, para complacer al joven clérigo, Don Bosco celebraba realmente
la Santa Misa media hora antes. Acabada la celebración, se volvió al clérigo y
le dijo con su acostumbrada bondad: "Ahora tengo que pagarte el servicio.
Toma una estampa de la Virgen y escribe encima: Clérigo Bettini Dios te
bendiga y María te conduzca al cielo (2 de octubre de 1887). Sac. Juan
Bosco".
He
aquí un hecho que puede parecer insignificante y no lo es porque para Don Bosco
era un acto de amor: el clérigo Bettini no olvidó jamás esta exquisita
delicadeza del santo. Para hacerse salesiano había tenido que superar duras
resistencias de la familia, y este pensamiento le angustiaba; pues bien,
después de este encuentro con Don Bosco, una gran paz descendió para siempre a
su corazón.
• Don
Attilio Bettini, tímido y reservado por naturaleza, obtuvo de Don Bosco un
corazón sensibilísimo y gestos maternales para los muchachos y hermanos que
convivieron con él a lo largo de treinta y más años de dirección de las casas
salesianas.
De
Don Bosco y de sus inmediatos discípulos había aprendido la esencia del Sistema
preventivo del que fue celoso y fidelísimo guardián. Fue, sobre todo, un hombre
de gran disciplina interior que irradiaba de toda su persona. Quien se acercaba
a él sentía casi físicamente una presencia que venía de lo alto.
"HUB0 UN TIEMPO EN QUE
YO LO ERA TODO"
El
joven Luis Costa fue estudiante en Lanzo Torinese de 1884 a 1887, con tiempo
para ver y conocer a Don Bosco. Era ésta la única gloria de que se enorgullecía
en su sincera y al mismo tiempo huidiza humildad.
Luis Nació en Alpignano (Turín) el 11-5-1871; muere
en Bollengo (Turín) el 2-11-1944.
Cena con Don Bosco
Era
su último año de estudios cuando los superiores, para premiar su éxito
excelente y su buena conducta, lo escogieron para ir a Turín a cenar con Don
Bosco, Comer o cenar con Don Bosco era una de las mayores aspiraciones
ambicionadas por los jóvenes.
También Don Bosco tenía esta costumbre, que se
remontaba a lejanos tiempos, la cual le permitía conocer a los mejores alumnos
y aficionarlos a sus obras.
Todo
salió rnuy bien en aquella inolvidable cena; pero al final sucedió algo que no
parecía cuadrar con los pensamientos habituales del joven huésped. Vio que los
superiores que rodeaban a Don Bosco, acabada la cena, uno tras otro, después de
un breve saludo a Don Bosco, se marchaban dejándolo completamente solo a la
pálida luz de la habitación.
Los
que tienen práctica de vida salesiana saben que los comedores, tanto después de
la comida como de la cena, empiezan a vaciarse rápidamente: hay que asistir a
los muchachos, seguir las actividades y hacer otras muchas cosas, Pero aquella
soledad hacía sufrir a Don Bosco, que hasta entonces puede decirse había estado
siempre presente, en primera persona, en todos los acontecimientos de la casa.
Pero ahora se sentía viejo e impotente, le quedaban pocos meses de vida y él lo
sabía perfectamente: “Tengo poco tiempo de vida —decía— Los superiores de la
congregación no se persuaden, creen que Don Bosco tiene que vivir todavia mucho
tiempo. No me desagrada morir: lo que me da pena son las deudas del Sagrado
Corazón”. Las verdaderas preocupaciones de Don Bosco eran siempre los intereses
de la congregación: lo angustiaban especialmente las deudas que pesaban, en
definitiva, todavía sobre sus espaldas y que quisiera ver extinguidas antes de
morir. Pero ya no podía más.
"Hubo un tiempo en que yo lo era todo"
El
joven Costa, dolido por aquella soledad, se acercó más a Don Bosco. El buen
padre lo miró con afecto, depués le dijo: “Mira, Luis, hubo un tiempo en que yo
lo era todo: todo dependía de mí, era la actividad constante. Ahora son ellos
los que lo hacen todo; alguna vez se equivocan y yo trato de ayudarles; pero lo
hacen bien, están maduros”. Las palabras del santo llevaron la calma al alma
del joven.
El
ocaso de Don Bosco —no advertido enseguida, como nos refería Don A. Luchelli,
por sus mismos íntimos, que lo adoraban, tiene momentos conmovedores. Esta
soledad es una prueba; tenemos que añadir, sin embargo, que el catequista de
los estudiantes, Don Esteban Trione, alma delicada y sensible, después de un
breve recorrido por los dormitorios volvía al refectorio, donde Don Bosco en la
semioscuridad estaba esperando. Lo tomaba con delicadeza por el antebrazo y,
haciéndole de sostén, lo acompañaba hasta la habitación. Llegados a la altura
de la puerta Don Bosco trataba de entrar, pero el padre Trione lo invitaba a
detenerse para respirar un poco el aire fresco de la noche. Don Bosco
consentía: apoyaba los codos sobre la barandilla, miraba al cielo, se fijaba
largamente en la iglesia de María Auxiliadora y no podía por menos de recordar
tantas cosas lejanas. Don Esteban Trione se aprovechaba para preguntarle por
los primeros tiempos del oratorio, por la historia del oratorio, por sus
viajes, y Don Bosco hablaba de buen grado.
Estos
relatos, referidos fielmente por Lemoyne, son ya parte de la historia y están
incorporados a las Memorias Biográficas.
DON BOSCO ME TUVO EN SUS
BRAZOS
Con
Don Rinaldo Ruffini, que nació el año 1884 y murió en el 1977 ha desaparecido,
tal vez, el más antiguo testimonio que nos remontaba todavía directamente a Don
Bosco. Lo llamaron “otro Don Bosco”: y ciertamente se le parecía mucho. Para
nosotros, jovénes, era sobre todo el hombre que Don Bosco había bendecido y
abrazado, y esto bastaba para que su persona se agrandase en nuestra estimación
pero lo recordamos también por su paciente bondad y su inalterable sonrisa, por
las atenciones maternales con que cuidaba a los muchachos, conquistados para la
vida salesiana.
Rinaldo nació en La Spezia el 6-12-1884; muere en
Chieri el 15-1-1977. En dos ocasiones habló el “Boletín Salesiano” de Don
Rinaldo Ruffini pero especialmente en la comovedora semblanza que hizo con
ocasión de su muerte. Hemos sacado de una carta suya, que se conserva en el
archivo, el relato de la bendición de Don Bosco escrito por él.
¡Cuántos
niños bendijo Don Bosco! Pero en esta bendición —que Ruffini, niño de dos años
y medio no podía recordar más que por el testimonio indefectible de la madre y
de los presentes— hay algo que va más allá de un simple gesto de bendición. He
aquí su relato.
"Don Bosco me tuvo en sus brazos"
"Don
Bosco, por invitación de Pío IX, había asumido la obligación de fundar en La
Spezia una obra para oponerse a la de los protestantes que habían instalado
allí su ciudadela italiana, trasladada después a Florencia.
La obra salesiana empezó a
funcionar como oratorio a finales del año 1877... Precisamente porque la había
querido Pío IX y la solicitaba León XIII, la obra de la Spezia fue siempre muy
querida por Don Bosco, tanto que, en sus frecuentes viajes a Roma, no dejaba de
detenerse, acogido siempre con fiestas por todos, especialmente por los
bienhechores de la obra, cada vez más entusiasmados tanto con Don Bosco como
con los primeros heroicos salesianos... Entre los bienhechores destacaba una
tía de mi padre, persona muy influyente en la ciudad, que contaba entonces con
poco más de 20.000 habitantes. A su lado estaba mi madre. En este cuadro se
inserta el episodio que narramos.
Don
Bosco hizo su último viaje a Roma en abril de 1887 para la consagración de la
basílica del Sagrado Corazón. Se detuvo en La Spezia tres días —tal vez fue la
parada más larga — alrededor del 2 de abril. En uno de estos días acogió a los
niños que le presentaban muchas madres. Él se encontraba en un sillón colocado
sobre una pequeña tarima, en el pavimento del presbiterio de la pobre capilla
de entonces, y situado junto a la balaustrada. Bendecía a cada uno con la señal
de la cruz, con su perenne sonrisa, sin poder ocultar su cansancio. Pero cuando
mi madre me presentó me tomó decididamente en sus brazos y me levantó
estrechándome largamente cara a cara, provocando naturalmente la protesta de
los demás por trato tan acentuadamente distinto, y también por la duración. Que
yo sepa, a nadie reveló Don Bosco el misterio de aquel hecho; pero fueron
muchos los testigos para que pueda ponerse en duda".
¿Por qué 11 medallas?
"Pero
lo más hermoso sucedió al día siguiente. Don Bosco celebró la misa en una
habitación próxima a aquella en la que durmió, porque estaba muy cansado. Solo
asistieron el caballero Bruschi, mi tía y mis padres, una nieta de la tía y yo.
Después de misa Don Bosco dio a mi madre once rnedallas para sus hijos. ¿Por
qué no 10 o 12, cifras más corrientes? ¿Las contó o las tomó con venían? Nadie
hizo caso, pero el hecho es que mi madre tuvo, conmigo, 11 hijos, de los que
cuatro murieron más hien pronto. La medalla la perdí a los diez años bañándome
en el mar; me fue sustituída por una de los que habían muerto y que, junto con
la que me dio don Miguel Rúa el día de mi toma de hábito, coloqué en dos
trocitos de paño: uno de la primera sotana y otro de la del día de
profesión".
"Y
todavía otro recuerdo. Encontrándome a los seis años pasando por la entrada del
oratorio. Don Fantina dijo a mi madre “¿Cuando lo traerá? Recuerde que Don
Bosco lo bendijo de aquel modo”. Mi madre respondió: “Esperemos por lo menos un
año. Efectivamente, a los siete años entré en el oratorio y comencé a querer
ayudar a misa, aún dejando que el celebrante trasladara por sí mismo el misal.
De todos modos, desde aquel tiempo, es decir, desde niño, viendo la figura de
Don Bosco se me encendía el alma. Era el ardor de la vocación de la que jamás
tuve ni el más mínimo titubeo; ardor que me quema todavía hoy, y que ya debiera
estar más apergaminado",
En
las humildes palabras de este modesto obrero del bien —- quizá el último anillo
que nos ligaba a Don Bosco— se encuentra el secreto de su existencia:
"Abrasarse de amor por el propio ideal hasta el fin".
AQUÍ HAY LADRONES
La
Memorias Biográficas hablan extensamente de la estancia de Don Bosco en el
seminario de Grenoble —mayo de 1886— durante su viaje de regreso de España,
pero ponen en el apéndice el testimonio del monje Pedro Mouton, tal vez porque
llegó a manos de Don Eugenio Ceria demasiado tarde. Sin embargo está cargado de
detalles pintorescos que el buen padre subrayaba a voces cuando, en los años
treinta, siendo vicario del monasterio de Motta Grossa (Pinerolo) alargaba su
paseo semanal hasta el Monte Oliveto, sede del noviciado salesiano de la
Inspectoría de Turín. Su figura, alta y cándida, infundía, a primera vista,
respeto y temor; pero, atraídos por su modo afable y bonachón, los novicios
trababan pronto confianza con él. La conversación acababa casi siempre sobre
Don Bosco, al que el buen padre había conocido cuando era todavía serninarista
en Grenoble, y del que conservaba fresquísimo recuerdo.
Hablar
del santo, evocar los episodios de aquellos días inolvidables, era una visible
felicidad para él y para sus oyentes.
Los seminaristas en las ventanas
Como
si el tiempo se hubiera detenido, él evocaba la solemne entrada de Don Bosco en
el Seminario Mayor por la puerta principal; recordaba a los seminaristas que
miraban por las ventanas, el claustro de los superiores al completo, en el acto
de recibir a Don Bosco, con aire muy cansado, pero sonriente. "Cuando entró,
yo me encontraba a los pies de la gran escalinata y escuché lo que nuestro
rector monseñor Rabillod dijo a Don Bosco: “Mi reverendo Padre, me parecéis muy
enfermo... Pero nadie sabe mejor que vos que el sufrimiento santifica”. “¡No,
no, monseñor, no es el sufrimiento lo que santifica, sino la paciencia”
respondió Don Bosco con una sonrisa santamente maliciosa".
¿Que pensáis?
En
aquellos días Don Bosco comía con nosotros, y yo tuve, con otros compañeros, la
suerte de servirle a la mesa por lo menos dos veces. Mientras atendía al
servicio, me vino una inspiración que creo fuese del cielo. Se la comuniqué
inmediatamente a mis compañeros:
~“¿Y si nos apoderásemos de las servilletas que han
servido al Santo? ¿Qué os parece? Pagàndolas con nuestro dinero, estoy seguro
de que el ecónomo, post factum, no se molestará de nuestro
latrocinio”.
La propuesta
fue bien recibida y en un instante despojamos la mesa tomando cada uno algún
objeto. Yo no sé si mis buenos amigos habrán conservado su reliquia, como yo he
conservado la mía: el vaso que me dieron de más. Al entrar en la Cartuja se lo
entregué a mi familia y el dia de la beatificación de Don Bosco, todos los que
estaban presentes, brindaron con este venerado vaso".
Don Bosco llora
Pierre
Mouton recordaba que, durante el segundo día se sustituyó la lectura por una
conferencia de Don Miguel Rúa sobre el tema: "El amor de Dios para con
nosotros". "Fue más una contemplación que una meditación. Para Don
Bosco resultó un éxtasis: corrían lágrimas de sus ojos. Monseñor Rabillod dijo
en voz alta: “¡Don Bosco llora!” Es imposible describir la emoción que
provocaron estas palabras. Las lágrimas del santo son más elocuentes que las
palabras inflamadas de Don Miguel Rúa... Nuestro vivo deseo era poder besar la
mano de Don Bosco; pero ¿cómo hacerlo, siendo ciento veinte? Los jóvenes son
muy ingeniosos: nos organizamos en un abrir y cerrar de ojos. Mientras íbamos
al comedor, dos de nosotros levantaron los antebrazos de Don Bosco y todos
desfilamos para besarle la mano. Don Bosco dejaba hacer amablemente".
Aquí hay ladrones
"El
tercer día el rector presentó a Don Bosco, los alumnos del curso, del que yo
formaba parte, entramos todos en su habitación. Don Bosco nos dio excelentes
consejos sobre nuestra vocación de futuros sacerdotes, pero nosotros estábamos
distraídos con lo que sucedía en torno al santo. Más de uno había llevado las
tijeras con la intención de cortarle algun pedacito de sotana o algun mechón de
sus cabellos ensortijados para conservarlo como reliquia.
Algunos tuvieron el
atrevimiento de intentarlo, pero Don Bosco les fulminó con sus ojos penetrantes
y, luego, sonriendo, dijo al rector. "¡Señor rector, ¡aquí hay ladrones!”.
Recuerdo
bien estas palabras y bien su sonrisa. Recuerdo también que en los recreos nos
presentabamos a él para que nos bendijese o tocase los objetos más variados:
rosarios, pequeños cortaplumas, monederos, etc. El santo se prestaba sonriendo,
lleno de bondad"
Un
día al salir del Seminario Mayor para ir a la Catedral, hubo que llevarlo, tan
compacta era la muchedumbre en la calle de la “Vieja iglesia” todos querían
verle y escucharle. LIegó el día de la partida. Don Bosco se despidió en el
refectorio. Sus últimas palabras fueron estas: “Que el buen Dios os conceda la
santidad y la salud, salud para trabajar, la santidad para ir al cielo”. Un
programa de vida bueno para todos
LA MANO SOBRE EL HOMBRO
El
profesor Aníbal Pastore fue, en los años de su actividad, uno de los maestros
más estimados y queridos del Ateneo (1921-1939). Lo recordamos ahora, no como
filósofo sino como alumno de Don Bosco —Valdocco 1881-1882— del que conservó
siempre el más indeleble recuerdo, tanto que lo conmemoraba todos los años en
sus lecciones universitarias y hablaba frecuentemente en los ambientes salesianos.
Aníbal nació en Orbasano en 1868; muere en Turín en
1956.
Nací en la miseria
Próximo
al ocaso, recordaba los días pasados con Don Bosco "como su paraíso en la
tierra". "Nací —decía humildemente— en la miseria: pastor de nombre y
pastorcillo de hecho, que no podía salir de las riberas del Sangore. Mi madre
no sabía escribir, pero era muy religiosa: ¡Cuando venía a buscarme oía a Don
Bosco a distancia! Mi padre, que sabía mis ganas de estudiar, tenía deseo de
contentarme y me llevó a Turín con Don Bosco, cuyo centro educativo había
adquirido notoriedad mundial. Mi primera impresión fue la de ser encerrado en
una “prisión”. Había crecido, en la libertad de los campos y aquella vida
regular no parecía hecha para mí. Pero no tardé en ser conquistado por Don
Bosco; comprendí enseguida que me miraba con predileccion. Cuando me veía me
llamaba y me miraba con actitud pensativa. No puedo olvidar aquella
mirada".
¿Quién es aquel muchacho que llora?
"¿Leía
tal vez mi futuro? Mi madre, de vez en cuando, venía a verme, me traía fruta y
alguna otra cosa. Un día me di cuenta de que mis compañeros me la habían
robado. Me puse a llorar a Iágrima viva. Don Bosco, desde el balcón me vio y
dijo en piamontes: “¿Chi ca lé chul li ca piura?” (“¿Quién es aquél que
llora allí?”). Me llamó, me llevó a su habitación, me sentó sobre sus rodillas
y me dio una hermosa manzana que tenía, dejándome consolado del todo. Como se
portaba conmigo, se portaba ciertamente con todos, porque era hombre universal.
Cuantos menos méritos tenía uno, más lo distinguía ¡es increible! Me dio muchos
libros, cuando conoció mi pasión por el estudio, entre los que recuerdo su Historia
de Italia”
Irás, irás
"Don
Bosco se ocupó personalmente de mí y me abrió a la vida espiritual, al mundo
interior: sabía infundirnos sus certezas y alegría. Nos hablaba de la vida
eterna, del paraíso, como si hubiese estado allí, y mis compañeros y yo
estábamos seguros de ir allá como se va a America. Un día fuimos de paseo por
Vía Po; pasamos delante del Palacio de la Universidad, donde ondeaba una
bandera; yo miraba, lleno de estupor y de gozo. Al llegar a casa se lo dije Don
Bosco y él mepreguntó: “¿Te gustaría ir allí?”; yo respondí que sí: “Pues bien,
irás, irás”.
Me encontraron por tierra con espumarajos en la boca
"Me
preguntaréis: ¿por qué me fui del Oratorio, “mi paraíso y mi vida”, después de
apenas un año? La cosa sucedió asi:
Una
tarde, mientras Don Bosco daba las buenas noches me vino la idea de meterme en
un confesionario de Ia iglesia (de San Francisco) y allí me quedé dormido. Me
desperté más tarde en aquel silencio, entre tinieblas, con un frío que me
parecia el del sepulcro —estábamos en febrero— y fui presa de verdadero terror.
Me puse gritar desesperadamente, pero mis gritos resonaban, desgarrados, sin
que nadie me escuchase y viniese en mi auxilio. Lleno de miedo convulsionado,
salté por la balaustrada para agarrarme a la luz de la lámpara, pero di con la
cabeza en la cadenilla; la lámpara empezó a oscilar pavorosamente y yo, presa
de nuevo terror caí desvanecido en el suelo.
Por la mañana me encontraron por tierra con
espumarajos en la boca, herida la cabeza, como víctima de un ataque. Mi padre
la tomó con Don Bosco y no quiso saber más de Valdocco, aunque Don Bosco me
buscó e insistió para que volviese".
Segun
los registros del Oratorio resulta que el joven Pastore dejó efectivamente el
Oratorio el 24 de febrero, para regresar, volvió el 10 de marzo para concluir
el año escolástico. A algunos íntimos reveló el profesor Pastore que después
fue admitido en un instituto secular, regido por una persona de dudosa fama,
donde, poco a poco, acabó perdiendo la fe, pero con un sentimiento que ninguna
cosa pudo aplacar. El profesor tenía un alma "naturaliter religiosa":
era un hombre que leía mucho a San Agustín y a los grandes místicos cristianos,
pero se mantenía siempre dividido entre las claridades de su inteligencia y un
profundo desgarrón del alma que no acertaba a curar.
La mano sobre el hombro
Decía
y repetía con frecuencia que sentía de manera casi física la mano de Don Bosco,
no ya sobre la cabeza, como cuando era niño y el santo hundía la mano en sus
cabellos rizados, sino sobre el hombro derecho como la mano de un amigo fiel,
del que advertía diariamente la invisible presencia. Y Don Bosco estuvo cerca
de él toda la vida, pero especialmente en la hora postrera, en la persona de un
hijo suyo, tan docto como santo, Don Nazareno Camilleri, que supo reconciliarlo
con su antigua fe y ayudarlo a morir como cristiano.
Del
tiempo pasado con el Santo, dos fueron sus impresiones más fuertes: la primera,
la de ser su preferido, el chico a quien Don Bosco quería más; probablemente,
añadía, era también la impresión de todos los demás, y cada uno conservaba en
su corazón la idea de ser el benjamín de Don Bosco, tanta era la caridad que
infundia en todos; la segunda: la certeza de que existe otra vida, la cual está
a nuestro alcance, y que perderla es una insensatez. El que se le acercaba,
apenas hablaba con él, sentía esta segunda realidad, cuya certeza irradiaba de
él y se trasfundía a los demás. "En tantos años, este sentimiento jamás se
ha debilitado en mí".
HONESTO Y MODESTO
Don
Luis Perdoni, con noventa años, todavía se dejaba ver alguna vez por el
Oratorio de Ia Crocetra (Turin) Las arrugas cubrían su rostro, pero sus ojos
brillaban con una luz extraordinaria Había tenido 14 hijos: su gloria era
haberlos llevado adelante cristianamente. A quien le preguntaba por el secreto
de su longevidad, respondía: "La gracia de Dios que hace buena sangre".
Tenía
cerca de veinte años cuando le encargaron fabricar el altar de madera donde Don
Bosco celebraba la misa en sus ultimos años: Una vez, mientras yo estaba atento
a mi trabajo, pasó cerca Don Bosco, puso la mano sobre mi hombro y me dijo:
‘Luis, que seas siempre honesto y modesto”. Aquellas palabras me llegaron al
alma y todavía las oigo ahora, como también me parece advertir su mano. Más
tarde, cuando tuve que partir para el servicio militar, Don Bosco me llamó, me
dio sabios consejos y después me dijo ‘Cuando necesites dinero u otra cosa,
escríbeme, no tengas miedo’ “¿Podía un padre hacer alga más?” Solía decir “Don
Bosco era uno de aquellos hombres que, sólo mirarlo “fasia mni goi”
(frase piamontesa), casi intraducible, tal es su eficacia, pero que podríamos
parafrasear así “Cuando mirabas a Don Bosco te colmaba de felicidad”.
¡Cuánta
humanidad en este pequeño episodio!. El santo no se desmentía: tenía
predilección y ayudaba a los humildes, y de ello daba pruebas. Las Memorias
Biográficas recuerdan gestos semejantes, pero cuantos permanecieron ocultos
y olvidados para siempre.
DÁMELA A MÍ QUE SOY DE BOSCO
Quiza
no todos recuerden que el médico personal de Don Bosco fue el doctor Juan
Albertotti, psiquiatra y director del manicomio de Turín y por algún tiempo
ayudante de la Cátedra Universitaria de Patología. Una celebridad, diríamos
hoy, de no tratarse de un médico a la antigua que, con sus sistemas anticuados,
causó más daño que provecho al pobre Don Bosco. Pero lo quería sinceramente,
tanto que, a la muerte del Santo, escribió una breve y discutible biografía,
con el significativo título: Quién era Don Bosco: biografía físico,
psico-patológica, publicada mucho después por un hijo suyo, oculista.
También éste se sentía ligado a Don Bosco porque, cuando todavía era estudiante
de Medicina, el padre le llevaba, de vez en cuando con él para hacer practicas
en la Enfermería del Instituto de Valdocco y en la misma habitación de Don
Bosco.
Fue
en estos fugaces encuentros donde el joven empezó a conocer y a amar a Don
Bosco, del que narra, en el prólogo de la citada biografía, algunos episodios
no carentes de interés. Los trascribimos porque el libro, retirado del
comercio, es casi imposible encontrarlo.
(El relato del doctor G. Albertotti se sale un poco
del ámbito de los testigos precedentes: no se trata de un ex-alumno. Pero era
un joven que convivió con Don Bosco, que le profesaba singular afecto y del que
conservó recuerdos interesantes).
"De mihi animas"
"Recuerdo
haber estado una de las primeras veces en la habitación de Don Bosco cuando él
se encontraba todavía en la cama convaleciente de una grave enfermedad, y que
me impresionó la sencillez de su habitación. Una vez, en una de estas visitas,
un poco más larga de lo acostumbrado, me aburrí enormemente porque hablaban Don
Bosco y mi padre, de cosas que no me interesaban.
Encima
de la mesa de madera tosca, había un rnontón de recortes de cartas, como los
que vienen del taller de encuadernación, sobre los que él había escrito algo.
Al preguntarle por qué se servía aquellos pedazos, me respondió: "Per
ch’a vadô neñ an malora (para que no se pierdan)”.
Sobre
la cabecera del lecho —una sencilla cama de hierro — en la blanca pared estaba
escrito con grandes caracteres cubitales: Da mihi animas coereta tolle.
A mi pregunta del por qué de aquella inscripción “Ch’am dagó-dijo-na masña ch’a
l’abia neñ’ancór 14 añi, i n’a fass lon ch’i veui” (“Dadme un niño que tenga
todavía catorce años, yo haré de él lo que quiera”).
Partimos los dos de Turín
"Un
otoño —me parece que fue el de 1873— habiendo oído Don Bosco a mi padre que yo
iba a ir a bañarme al mar, le ofreció llevarme con él a Alassio y hospedarme en
su colegio. Y así se decidió.
Partimos
los dos de Turín por la mañana en segunda clase — le habían concedido un
billete circular gratuito. Con la facultad de llevar consigo a una persona que
lo acompañase. Durante el viaje observé que él trabajaba siempre; ahora leía,
ahora escribía, como le era posible, y sobre todo corregía pruebas de imprenta.
A
un cierto punto le pregunté:
—Don
Bosco, ¿por qué trabaja tanto?
Él
respondió: "doctorcito, doctorcito, el cambio de ocupación es descanso”
Se aplaude y se bebe
"Una
vez al año, en aquellos tiempos, Don Bosco invitaba a comer —creo que era el
día de San Juan porque era su onomástico y el de mi padre— a mi padre y a mi
madre. Y en el 1875, si no me equivoco, también fui invitado yo.
Don
Bosco se sentaba entre mi padre y mi madre, y yo junto a mi madre. A la misma
mesa se sentaban como una veintena de sacerdotes, entre los que recuerdo a Don
Juan Cagliero. No había lugar para aburrirse, y el que alegraba la conversación
era, naturalmente, Don Bosco.
Hacia
el final, Don Bosco quiso agasajárnos con una buena botella de vino del
Monferrato —recuerdo que era vino tinto—, y uno que estaba a mi lado se aprestó
a descorcharla. Enroscó en ci tapon ci sacacorchos, y despuès, ievantãndose. y
colocando Ia botcila entre las rodillas y sujetãndola con la mano izquierda,
tentaba inUtilmente tirar del tapón con Ia derecha.
Don
Bosco, al verlo, se volvió hacia él y le dijo: "Da’n poch si a mi chi
son d’bosh" ("Déjamela a mí que soy de Bosco, o sea, de
madera"), haciendo el doble juego de palabras entre bosch, madera, y su
apellido, Bosco.
Tomó
la botella y, sentado, la puso sobre la mesa. Con la mano izquierda la sujetó
por el cuello. Con la derecha, agarró en dirección opuesta el mango del
sacacorchos que no había entrado y que emergía del tapón, de modo que los dos
punos se encontraron debajo del aro horizontal del sacacorchos, cuya parte
inferior estaba en contacto con la superficie —pulgar e índice— de la mano
derecha.
Que si, que no, giró las dos manos de modo que,
poquito a poquito, se levantaba el puño de arriba, se levantaba, sin perder el
contacto con el puño derecho. Todo esto sin descomponerse, y el tapón salió
afuera muy bien. Se aplaudió y se bebió".
Es el primero que tengo, el primero que doy
Cuando
el pequeño doctor fue a visitar por última vez a Don Bosco, al tener que dejar
Turín, el Santo le dijo: "Dôtorin ch as sëta" ("Siêntese,
doctorcito"); después, volviéndose a Don Bosco; "Dis, Berto, daje
in poch si al Dôtôrin col liber" ("Escucha, Berto, tráeme
aquel iibro para el doctorcito"). Me lo dio, dicièndome que se lo
agradecería.
Dando
una ojeada al título —Se trataba del volumen que acababa de salir de Albert du
Boys: Dom Bosco et la pieuse Société des Salésiens— le agradecí el
volumen, que me gustó mucho, y le sugerí que agradecería me lo dedicara para
que se viera que él me lo había regalado.
Mi
inesperada petición le desconcertó aparentemente, cambió dos veces dc color,
parpadeó, se retrajo con gestos a mi deseo, respondió confusamente: "A
l’è ‘l prim ch’ili’hai, a l’è prim ch’i dag" ("Es el primero que
tengo, es el primero que doy"); hasta que, contemporizador, respondió:
"A dis trop bin d’mi" ("Habla demasiado bien de
mí"). Don Joaquin Berto me disuaó de que insistiera —de otro modo lo
hubiera conseguido, seguramente—, y desistiendo le di las gracias de nuevo, y
añadiendo: "Como puede ver, yo trato de tomar al vuelo también a Don
Bosco", y me despedí, pensando que en el fondo mi petición había sido un
ataque involuntario a su modestia, porque el libro contenía su apología.
Todavía hoy conservo celosamente el volumen y de él he sacado los detalles de
este relato.
Este
testimonio es precioso. Recoge aspectos típicos de Don Bosco: su conocimiento
excepcional del alma juvenil, su espíritu indomable de trabajo, el aspecto
festivo de su vida, su sincera humildad.
LA ERA DE LOS PADRES DE LA
CONGREGACION
Llegados
al término de esta reseña se imponen algunas conclusiones. Se dirigen
directamente a los salesianos protagonistas de estas paginas, pero idealmente
sirven para todos los salesianos de la generación que todavía conoció a Don
Bosco. Se mezclan, efectivamente, los mismos rasgos de fondo. Los exalumnos que
aquí figuran merecerían un capítulo aparte, pero esto se saldría de nuestro
intento.
Hablar
de una “era de los Padres de la Congregación” puede parecer impropio e
incluso irreverente para aquélla que es, por antonomasia, la era de los Padres
de la Iglesia. Pero no queremos confundir dos realidades tan distintas.
Solo se pretende hacer hincapié sobre cierta analogía que emerge ciertamente en
planos muy distintos de la naturaleza misma de las cosas. “Padre” es el nombre
respetuoso que la comunidad cristiana daba a los obispos, a los sacerdotes, a
los mártires, es decir a hombres grandes en la santidad, grandes en la
integridad de la fe, grandes en la proximidad a Cristo y a los apóstoles, de
los que reconocían su nacimiento a la vida cristiana y a su educación en la fe.
En
su rango y a su nivel, también la Congregación Salesiana reconoce a sus
“Padres” en aquellos salesianos de la primera hora, los cuales, en estrecha
dependencia de Don Bosco y en activa colaboración con él, son el origen de
nuestra institución. Por haber bebido más directamente y más largamente el
carisma de los orígenes,por su docilidad absoluta al Espíritu Santo, también
ellos han llegado a ser, en general, grandes en la santidad, grandes en la
fidelidad y en el amor a Don Bosco, grandes en la participación que tuvieron en
la fundación y en la expansión de la obra salesiana, venerandos por su
antiguedad ( B. Altaner, Precis de Patrologie, Paris, 1961, pp. 33-34)
Llamadme siempre padre
"Como
decíamos al principio, el verdadero protagonista de estas páginas es Don Bosco:
él es el hilo de oro que da unidad a todo, la figura que, al acabar la lectura,
queda más impresa en la memoria.
Pero es un Don Bosco, nos
atreveríamos a decir, un poco distinto del clisé habitual. Un Don Bosco
extraordinariamcntc paternal, que podríamos definir el Don Bosco de la tercera
edad y aún de la senectud. Un Don Bosco que no se desmiente a sí mismo: sus
días están extraordinariamente llenos, su actividad, su cedo, no conocen
límites; pero tampoco faltan las señales del declive, aun cuando los hijos
parecen no darse cuenta.
Sin
embargo, este sol, que camina hacia el ocaso, envía sus rayos más intensos. En
cierto sentido son éstos los años más grandes de su vida, los años de su
“apogeo” terrenal. Don Bosco se halla en el vértice de su fama, su nombre ha
rebasado los confines de las naciones; sus obras benéficas llaman la atención
de gobiernos y pueblos; su instituto se expande por Europa y por America; León
XIII Ie confia la construcción del majestuoso templo al Sagrado Corazón en
Roma, en el Castro Pretorio; es también la época de sus célebres viajes a
Francia y España, sembrados de hechos prodigiosos.
Los
salesianos están orgullosos de su padre, los muchachos estan entusiasmados:
"En el Oratorio —leemos en las Memorias— las noticias de los triunfos de
Don Bosco en París y en Barcelona, comunicadas después de las oraciones de la
noche, entusiasmaban los ánimos”. Desde Valdocco las noticias se difundían por
los colegios próximos y se alzaban gritos incontenibles.
Podemos
decir también que es éste el tiempo de su “plena madurez espiritua1” de Ia
“esplendida santidad”, acumulada en tantos años de donación total de sí mismo a
Dios y a la juventud. Santidad que irradia de su rostro luminoso cuando celebra
la santa misa o que se expresa en episodios clamorosos como en la
“multiplicación de las nueces” y en curaciones humanamente inexplicables,
aunque Don Bosco jamás rechazó, como en estas circunstancias, la fama de
“taumaturgo”: “Desde hace algún tiempo se viene diciendo y publicando también
en los periódicos, que Don Bosco hace milagros. Don Bosco jamás ha pretendido y
jamás ha dicho que hace milagros, y ninguno de sus hijos debe contribuir a
propagar esta idea.
Digamos claramente cómo estan las cosas: Don Bosco
ruega y hace rogar a sus muchachos por las personas que se encomiendan para
conseguir esta o aquella gracia, y Dios, en su infinita bondad, concede la
mayor parte de las veces las gracias solicitadas, incluso, a veces, milagrosas
y extraordinarias. Pero Don Bosco entra tan poco en esto que, con frecuencia,
las gracias se obtienen sin que êl sepa nada”.
Don
Bosco es profundamente humilde, lo sabemos, pero esto no quita que, más de una
vez, los hechos lo contradijeran. Las largas ausencias del Oratorio se alternan
con demoras prolongadas junto a sus hijos. Don Bosco lo aprovecha para
desarrollar, todavía y siempre, su gran misión de educador; confiesa a los
alumnos de las clases superiores, se acerca a los más necesitados, continúa sin
abandonar los problemas y el gobierno general de la Congregación, su obra
sacerdotal de animador espiritual del Oratorio y de guia personal de muchos
jOvenes.
No
estamos construyendo una fantasía: todos los testimonios aducidos convergen en
este sentido.
La marca de Don Bosco
Protagonistas
de nuestro relato son tambien, despues de Don Bosco, y dependiendo de él, los
discípulos que hemos encontrado y que pertenecen, salvo pocas excepciones a la
última generación, crecida todavia en la escuela del santo.
No
hemos trazado su biografía —no era esa nuestra finalidad— nos hemos limitado a
algun rasgo fugaz de su envidiable existencia. Sin embargo hay una constancia,
que no ha podido por menos de impresionarnos; hemos encontrado en todos, con
temperamentos tan distintos y desiguales, una marca común, la marca de Don
Bosco. Poco o mucho todos han tomado algo de él, todos han imitado algún rasgo
característico También aquellos pocos que, como el profesor Pastore, perdieron
la fe en el choque con la vida, conservaron el recuerdo luminoso de su rostro.
No nos maravillemos, por tanto, si estos "Padres" de la
Congregación hablaban mucho de Don Bosco, visto y conocido por ellos al
principio, pero después, poco a poco, estudiado, profundizado, vivido con amor
creciente a través de su espiritualidad y de su espíritu.
Recordaremos
siempre la impresion por estas palabras de Don Alberto Caviglia durante unos
ejercicios: "He venido aquí para emboscaros", y quería decir, para
enamoraros de Don Bosco, para revelarlo a vuestros ojos. Don Juan Vallino
hablaba gustosamente de "inquebrantable, indefectible devoción a Don
Bosco".
Pero sus afirmaciones son
tan incisivas que merecen ser escritas en su totalidad: "Un factor vital
de nuestra profesión salesiana es la inquebrantable e indefectible
devoción a Don Bosco". La idea primera, el estudio cuidadoso de todo
salesiano es adherirse a Don Bosco y querer actuar lo que él enseñó y dejó en
herencia y tradición. Vida mortificada, trabajo sin medida, observancia regular
y unidad de espíritu, esplendor de la pureza, devoción mariana y vida
eucarística, celo por las almas, sistema preventivo son los pilares de nuestra
tradición y la realización de nuestra vocación: o sea, el cumplimiento de las
responsabilidades que hemos asumido y que queremos mantener sin fallar. (Cf.
Carta mortuoria, 1949, escrita por Don Guido Bosio)
Las
afirmaciones de nuestros educadores: "Don Bosco dijo esto, Don Bosco hizo
esto", eran palabras rotundas, casi sagradas que servían para darnos una
idea sublime de Don Bosco. Para ser objetivos, añadiremos que si, en nuestras
casas el corazón de todo era, sin duda, Don Bosco, en realidad la primacia
absoluta era la de la educación para la fe y para la vida cristiana, una educación
sabia, aunque sencilla, hecha de intensa participación en la vida litúrgica y
sacramental, de amor profundo y filial a María, de firme adhesión a la Iglesia,
a su Vicario y a su Magisterio.
A
esta educacion cristiana se debe aquel ambiente de espiritualidad difusa que
distinguía a nuestras casas. Una vez, el que esto escribe, preguntó a Don
Eugento Ceria: "Usted que conoce tan bien los tiempos de Don Bosco, ¿puede
decirme que caminanos siempre sobre sus huellas?". "Sí —fue la
respuesta—. Pero me parece que en los Colegios existe hoy menos sentido de
Dios". He aquí lo que tomaban tan a pecho los salesianos antiguos.
Vivieron pendientes de Don Bosco
La
facilidad con que nuestros "Padres" hablaban de Don Bosco, brotaba
del corazón, brotaba de lo más profundo. Don Bosco no era un recuerdo que se
perdiera en el pasado, sino algo muy vivo que crecía con ellos y recubría toda
su vida. Con frase propia podríamos decir que vivían realmente “pendientes”
orgánica y vitalmente de Don Bosco.
Para
un religioso vivir "pendiente" del propio fundador es una exigencia
de vida. El Vaticano II describe Ia figura de los fundadores con rasgos
típicamente proféticos, y exige que sus discipulos "interpreten fielmente
y observen el espíritu y los fines propios de los fundadores, como también las
sanas tradiciones, puesto que todo esto constituye el patrimonio de cada
Instituto".
Los
salesianos, de los que aquí se habla, nos dan esta preciosa lección. A
diferencia de los antiguos monjes, que llamaban a sus fundadores con el nombre
de "Padre" —San Benito es verdaderamente nuestro Padre; es él quien
por medio del Evangelio, nos ha engendrado en Cristo Jesús (Alfredo de
Rievaulx)— ellos siguieron llamando a Don Bosco, antes y después de la
beatificación, con el nombre familiar de siempre, pero el nombre de
"Padre" lo llevaban en el corazón. Sin adentrarse en sutiles
averiguaciones sabían que al constituirlo fundador, Dios había dado a Don Bosco
una especie de gratia capitis, que se volcaría también sobre sus
hijos salesianizándolos. Dice Gilmont : "Hay un designio divino por
el que la gracia particular transmitida a cada fundador es difundida por él,
a través de sus hijos e hijas. Lo que Dios ha suscitado, por medio de un
hombre, lo suscita todavía por medio del mismo hombre".
Entre
otras cosas nuestros nuestros "Padres" nos han ensehado a confiar en
esta gratia capitis y a hacerla fructificar, nos han enseñado a vivir a
nuestro grado y nivel, los carismas, los dones, las gracias que Dios ha
decretado concedernos a través de Don Bosco para ser dignos.
Por
esta dependencia vital y espiritual de Don Bosco, fueron, a su modo, como
pequeños Don Bosco. Ciertamente que ningún hombre es la copia de otro hombre;
nadie puede imitar rnecánicamente a otro. Todo ser humano es, ante todo, él mismo,
con las infinitas capacidades de crecimiento y desarrollo innatas a su persona.
Pero todo hombre toma también mucho del ambiente que lo rodea, de las personas
que frecuenta, de la situación socio-cultural en que vive, etcetera. Mirando a
Don Bosco, viéndolo hacer y actuar, sintiéndolo hablar, escuchándolo en la
intimidad de su conciencia, estos padres nuestros aprendieron verdaderamente a
seguir a Don Bosco, a moldearse sobre él, a reproducirlo en cierto modo.
Todos
hubieran podido, en efecto, ocultársenos en todo menos en su salesianidad, en
su modo de actuar, tan semejante al de Don Bosco.
Así
amamos recordarlos, así han quedado en nuestra memoria y en nuestra vida. En la
escuela de Don Bosco aprendieron, sobre todo a ser.
Grandes en el amor de Dios
La
prueba la deducimos de este ponderado testimonio de Don Eugenio Ceria.
"Entre
los que crecieron en la escuela de Don Bosco, merecen una mención especial
aquéllos que, plasmados al principio lentamente por él, luego sus
colaboradores, llegaron a ser las piedras fundamentales de la Sociedad
salesiana. Nosotros hemos conocido a aquellos hombres, diferentes por su
ingenio y cultura, tan desiguales en sus actitudes, pero en todos descollaban
ciertos rasgos característicos comunes, que constituían casi los rasgos de
origen. Calma tranquilizadora en el decir y en el obrar: paternidad amable de
modales y de expresiones, pero especialmente, para mantenernos dentro de
nuestro tema, la que se comprendía que era, en su entender, la ubi consistam,
el soporte de su vida salesiana.
Rezaban mucho, rezaban con
mucha devoción; nos insistían tanto en que se rezara y se rezara bien; parecía
que no supiesen hablar en público o en privado sin mencionar de algún modo la
oración. Sin embargo, aún sin exceptuar a Don Miguel Rúa, cuya figura era
ascética y en ciertos momentos muy mística, aquellos hombres no demostraban
poseer gracias extraordinarias de oración. Nosotros les veíamos, en efecto,
cumplir con ingenua sencillez solamente las prácticas indicadas en las reglas
comunes a nuestras costumbres, Pero qué diligencia en su modo de tratar con
Dios. Y con qué naturalidad, al hablar de las cosas más dispares, nos
insinuaban pensamientos de fe. Habían vivido largo tiempo con Don Bosco:
aquella convivencia había dejado rasgos indelebles en su vida". (E. Ceria,
Don Bosco con Dios, Turín, 1947)
Este
juicio es verídico: hemos conocido hombres como Don Alejandro Luchelli, Don
Juan Vallino, Don Atilio Bettini y otros, convertirse automáticamente en
hombres de oración apenas aflojó, con el paso de los años, el ritmo de la
acción. "Enseñame —nos decía una vez Don Eugenio Ceria— a hacer bien la
meditación". He aquí a estos amigos de Dios, encallecidos en el trabajo,
consumido por las fatigas que querían rezar y rezar bien.
Grandes en la acción apostólica
Los
hombres que dieron vida a estos relatos fueron grandes en la acción. Don Bosco
los había hecho crecer así. En la Iglesia de San Esteban Rotondo en Roma, una
antigua inscripción recuerda el martirio de Pedro y Pablo: "Plantaverunt
Ecclesiam sanguine suo" (Fundaron Ia Iglesia con su sangre)".
También la Congregación salesiana creció con el sudor y con la sangre de estos
mártires de la primera hora. Porque la suya fue una existencia dura, de
pioneros.
Ciertamente Don Bosco no abandonaba
a sus jóvenes hijos a su destino, los vigilaba, y sabía ayudarles de muchas
maneras cuando era necesario. Pero les educaba a vivir, viviendo, los echaba al
mar para que aprendiesen a nadar, los educaba a desarrollar todas las energías
de que eran capaces, pero quería que partieran "de lo alto" del
recurso a la oración a Dios, a la Virgen María.
Es
una equivocación idealizar demasiado el tiempo de los orígenes, ignorando tanto
las imperfecciones como las implacables dificultades y el duro realismo.
Sabemos que faltaban cosas esenciales: Ia cultura teológica, por ejemplo, era
apresurada, se vivía poco y se moría fãcilmente de enfermedades misteriosas.
Sin embargo se llevaba una existencia feliz, vivían llenos de sueños, y estaba
la presencia de Don Bosco. Los salesianos aprendian a hacer por sí mismos
muchas cosas.
Don
Alejandro Luchelli, helenista y latinista de categoría, habií leído centenares
de libros de teología y de ascética. Y qué decir de Don Alberto Caviglia, Don
Atilio Bettini, Don Ángel Rocca y otros que estaban al día en la literatura de
la vida cristiana. Esta cultura ascética contribuía a su ascendiente tanto en
el confesionario como en otros ambientes.
La
Providencia no falta jamás a sus fines. Para hacer crecer a la Congregación se
sirvió de estos cofundadores, de estos Padres, en los cuales el carisma
profético de Don Bosco se había enraizado profundamente.
Grandes en el arte de educar
Los
salesianos, formados por Don Bosco, fueron grandes apasionados de la juventud
y óptimos conocedores del “sistema preventivo”. Las excepciones, que no
faltaron, sólo sirven para confirmar la regla. El ansia pedagógica que es ansia
de evangelización y de salvación, llena totalmente su vida: sueñan en vivir con
los jóvenes, en estar con ellos para elevarlos, educarlos.
Hubieran gozado al escuchar
estas palabras del nuevo Rector Mayor: "(El sistema preventivo) nos
conduce directamente al corazón oratoriano de Don Bosco, a su
manera típica de concebir la evangelización como "salvacion total”, nos
traslada también a las experiencias salesianas más genuinas llevadas adelante
bajo la guía del mismo Fundador y convertidas, por lo mismo, en “ejemplares”...
La identidad de nuestra presencia evangelizadora en la Iglesia y en el mundo
consiste, también hoy, en “evangelizar educando”. (Capítulo General 21, no.
569)
Al calor de este corazón
oratoriano surgieron las más bellas vocaciones.
CONCLUSIÓN
Se
ha dicho que en las épocas de rápidas transiciones los institutos religiosos se
ven frecuentemente amenazados en sus orientaciones esenciales y en su
identidad; es lo mismo que decir que están amenazados en su supervivencia
auténtica. Las nuevas corrientes y las profundas modificaciones pueden
efectivamente actuar de un modo tan poderoso que corran el riesgo de
desarraigarse del propio terreno, el único que garantiza su supervivencia y su
fecundidad.
Nuestro
tiempo es uno de ellos. Un instituto que quiere permanecer fiel a su vocación y
a su espíritu, no tiene un medio más eficaz —juntamente con la asistencia que
le viene de lo alto—, que el retorno a su fundador, como ha demostrado siempre
la historia.
Para
nosotros es fundamental el retorno a Don Bosco; millares de signos nos indican
que este retorno es un hecho felizmente generalizado. Quizá nunca como hoy se
ha sentido la necesidad de mirar a Don Bosco como la roca de la que hemos
surgido: "Attendite ad petram unde excisi estis" (Is 51, 1).
Es
una advertencia que tiene valor perenne también para nosotros.