DON BOSCO, TE RECORDAMOS

Confidencias inéditas

 

Pedro Brocardo

 

CENTRAL CATEQUÍSTICA SALESIANA

A1ca1á 164 S Madrid-28

 

Presentación

 

                Estas sencillas páginas, casi confidenciales, se deben a la insistencia de hermanos de Italia y del extranjero que, oyendo evocar episodios de la vida de Don Bosco, no recogidos generalmente en las biografías ordinarias, han pedido muchas veces su publicación.

 

                Ahora verán satisfecho su deseo. El que escribe pertenece -como muchos otros- a la generación que conoció a muchos salesianos, formados y crecidos directamente en la escuela de Don Bosco: a ellos debe lo mejor de su formación. Lógicamente, esta fortuna no le confiere una especial patente de salesianidad, que es un problema totalmente personal, pero le impone el deber de transmitir a los demás lo que él ha recibido. Es una ley de vida, a la que es difícil sustraerse.

 

                Se sabe que, al lado de la "gran tradición salesiana" consignada en los documentos oficiales, existió una “tradición menor", ligada a los ritmos ordinarios de la existencia cotidiana, a través de la cual se manifestó gran parte de la personalidad de Don Bosco. Se trata de palabras, actitudes, gestos y hechos del Santo que, en su sencillez, en su orden, son portadores de su "espiritu" y exponentes de su "santidad". Es necesario rescatarlos del olvido.

 

                Hemos tratado en nuestra juventud salesiana, con los protagonistas de estas páginas, excluidos naturalmente Don Bosco, el coadjutor Palestrino y el doctor G. Albertotti. Con algunos, el contacto ha sido ocasional; con otros, la comunión de vida ha sido íntima y prolongada. La figura legendaria de Don Juan Bautista Francesia, la conservamos entre los recuerdos más queridos e indelebles.

Los testimonios que aportan, casi totalmente inéditos y redactados sobre antiguos apuntes, son sustancialmente fieles y objetivamente válidos.

 

                Rezuma en ellos un amor y una veneración por Don Bosco incomparables; un entusiasmo y un cariño por la Congregación que conservan todo el sabor de lo que justamente se ha llamado "La mocedad salesiana": un período irrepetible de nuestra historia, tan único como fascinante.

 

                Que estas páginas —no nuevas para cuantos, como nosotros, estuvieron cerca de los mismos protagonistas— puedan transportarnos al clima de los orígenes cuando, como oportunamente ha escrito Teresio Bosco en su espléndida "nueva biografía de Don Bosco": “Bajo la mirada de Ia Virgen germinaban, en la sencillez y en la pobreza, las grandes instituciones, las grandes orientaciones y las grandes realizaciones de la obra salesiana. Don Bosco es el centro y el corazón de todo". (1) Teresio Bosco, Don Bosco: una nueva biografía, Turín, 1978, p. 8.

 

 

                N B Damos especialmente las gracias a Don Jose Zavattaro, antiguo alumno de Valdocco, que ha querido leer estas páginas y hacernos las oportunas sugerencias.

 

Pedro Brocardo

 

 

 

NUESTRO PASADO ES TAMBIEN NUESTRO FUTURO

 

Don Bosco "obra maestra" de Dios

 

                Las corrientes de vida espiritual que surgen en la historia de la Iglesia, a través de los siglos, no son jamás el resultado de la imaginación creadora y del puro esfuerzo humano, sino obra de Dios. "Siempre es efectivamente Dios —escribe el padre De Guibert, S.J—quien, en su providencia sobrenatural, con la que gobierna a la Iglesia y provee a sus necesidades, previene con gracias especiales a un alma, la guía por los caminos tradicionales, y al mismo tiempos nuevos de la santidad, y consigue esas obras maestras que son los grandes santos: San Paconio, San Francisco de Asís, San Juan Bosco" (2) La Spiritualité de la Compagnie de Jesus, Roma, 1954, p. XXVII.

 

                Que uno de los grandes estudiosos de la teología espiritual, como el citado autor, no dude en asociar el nombre de Don Bosco al de santos tan esclarecidos como fueron San Pacomio, San Francisco de Asís, .Santo Domingo, San Benito y San Ignacio de Loyola —todos recordados en el mismo contexto— es algo que solo puede sorprender al que conozca poco a nuestro santo.

 

Don Bosco, maestro de espiritualidad

 

                Porque, si Don Bosco fue grande en el arte de la educación y evangelización cristiana, no fue menos grande en el campo de la “espiritua1idad” propiamente dicha, a la que supo dar un rostro y una medida totalmente suyas. Se sabe que las nuevas espiritualidades surgen en el ámbito de la única y sola espiritualidad evangélica, siempre que los elementos esenciales de Ia vida cristiana se armonizan y funden en una síntesis nueva, original y fecunda, y toda vez que esta síntesis se vive, según modalidades propias y cualificantes. Todo esto sucede con Don Bosco.

 

                La historia de las espiritualidades consolidadas y difundidas, demuestra que en sus orígenes, existe siempre la experiencia original y profetica de la fuerte personalidad de sus fundadores. Esta experiencia se convierte en la experiencia-tipo para cuantos, bajo la moción del Espíritu Santo, se sienten llamados a vivirla y perpetuarla en ia historia. La vida de Don Bosco nos ofrece una confirmación admirable.

 

                Cuando se habla de fundadores y de carismas originales, es necesario hacer una distinción importante: hay que distinguir los carismas y gracias estrictamente personales, no transmisibles, con los que Dios enriquece a estos siervos privilegiados, y el carisma fundacional o experiencia-tipo, destinado a pasar a la posteridad espiritual.

 

                Entre el carisma de fundación y los dones estrictamente personales, existen lógicarnente armonías profundas y dependencias esenciales, pero ambas experiencias no se identifican. Hay un camino de gracia totalmente personal en Don Bosco que sólo Dios conoce y que no tiene parangón en ninguno de sus discípulos. Pero hay también un campo vastísimo en el que domina la experiencia tipo de Don Bosco: allí se puede contemplar al santo, consagrado totalmente a los intereses de la Congregación querida por Dios y por la Virgen María, entregado a su paciente y asidua obra de educador y formador de sus salesianos, según el proyecto y Ia misión recibida de lo alto. Es ésta la perspectiva sobre la que los salesianos de hoy y de mañana deberán reflexionar asiduamente.

 

El largo estudio y el gran amor

 

                Adquieren valor inestimable al respecto, ciertos escritos de Don Bosco como las Constituciones salesianas y la correspondiente Introducción, las páginas sobre el Sistema preventivo, las Cartas a los salesianos, ciertos Sueños programáticos y misteriosos, su Testamento espiritual, etcétera. Pero, para comprender a Don Bosco fundador, se necesita, además, "un largo estudio y un gran amor", es decir, que además de una convivencia con su vida, que para nosotros es palabra, se precisa también un profundo conocimiento de la vida de los salesianos, formados directamente por él, más con las obras que con las palabras, más por aquella especie de contagio espiritual que irradiaba de su persona que por el camino de los largos razonamientos.

 

                San Pablo escribía a los fieles de Corinto: "Sois una carta de Cristo redactada por misterio nuestro, escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de carne del corazón" (2 Cor 3,3).

 

                A su manera Don Bosco hubiera podido decir lo mismo de sus discípulos profundamente amados y pacientemente formados a su imagen y semejanza. Los interpretes más autorizados de Don Bosco son, por lo tanto, ellos, porque solamente ellos tuvieron un conocimiento experimental difícilmente comprensible del santo.

 

                "La vida de los Santos —escribió el canónigo, Ballesio en el elogio fúnebre de Don Bosco—, aun en los libros mejor escritos, pierde la fascinación que ejercía sobre sus contemporáneos, sobre sus familiares; el perfume de sus conversaciones y de sus virtudes se disipa con el correr de los tiempos. Pero, nosotros hemos visto a Don Bosco, nosotros hemos sentido a Don Bosco".

 

Recoged también los fragmentos

 

                En la "presentación", dijimos que estas páginas contienen solamente algunos aspectos de la “tradición menor” de la vida de Don Bosco y de algunos de sus discípulos directos. Pero sería grave error, creer que por eso sea menos importante. Nada de cuanto se refiere directamente a Don Bosco y al espíritu de los orígenes puede dejarnos indiferentes.

 

                En el celebre "Sueño del manto", él mismo exhorta a sus hijos a recoger también los pequeños fragmentos de cuanto puede referirse al espíritu salesiano a fin de que no se pierdan: “Colligite fragmenta virtutum”..

 

                Don Eugenio Ceria, con su autoridad, nos aseguraba, en una conversacion que jamas olvidaremos, que este fue el criterio que le movió a la publicación de las Memorias Biográficas "En las memorias hay ciertamente defectos literarios Se dirá: esto no es digno de la historia, ¡contar tantas menudencias, tantas cosas pequeñas! No importa. También aquellas minucias, aquellas pequeñas cosas, aquellas breves palabras, aquellas bromas, todo sirve para hacer conocer la figura de Don Bosco"; "Todo va tramando la historia que es la memoria de nuestro pasado".

 

Volver a los orígenes

 

                Estas páginas no tienen, en definitiva, otro objetivo, convencidos como estamos de que nuestro pasado es también nuestro futuro. Según una opinión, que está adquiriendo nuevamente actualidad entre los estudiosos, no hay verdadero futuro sin pasado. Estas notas serenas y divertidas, evocadoras de una edad ya pasada, pero llena de fermentos vitales, son para nosotros una “voz de aliento y de esperanza” que sale de nuestra historia. Una voz que interpreta admirablemente el pensamiento y el sentimiento del Rector Mayor de la Familia Salesiana el cual, con los ojos iluminados de Don Bosco, mira con confianza el porvenir y lanza a sus hijos con la bandera de la “esperanza” y del “optimismo cristiano”.

 

                Es la perspectiva del futuro la que da, a esta galería de cuadros, desiguales e independientes unos de otros, su unidad de fondo y la cohexión interna que no falta en este pequeño trabajo. Un futuro hecho de atención a los signos de los tiempos, abierto a las sugerencias del Espíritu y a la actualidad de nuestros problemas, pero también un futuro que sabe beber en las limpias aguas de nuestros orígenes y contemplar de nuevo a Don Bosco —y a los discípulos formados por él— con corazón y espíritu nuevos. Sólo tornando a Don Bosco y a los discípulos que convivieron con él aprenderemos también nosotros a inventar cada día nuestro camino, como supieron ellos inventar el suyo, y ser hoy, en el cambiante contexto socio-cultural en que vivimos, dóciles a la voz del Espíritu Santo, como lo fueron ellos en su tiempo.

 

                La “fidelidad dinámica” a Don Bosco y a su carisma profético no es posible sin esta doble mirada: una al pasado que nos genera, otra al futuro que nos aguarda. Estas dos miradas son coexistentes, permanecen juntas o caen al mismo tiempo, aunque de vez en cuando, la acentuación tenga que ser distinta.

 

                En una época de transición rápida y profunda como la que estamos viviendo, según una puntual afirmación de M. Olphe-Galliard, es sobre todo a los orígenes adonde hay que mirar. "En todas las órdenes religiosas las reformas más válidas nacieron siempre de un retorno, o al menos con un retorno al ideal del fundador, expresado en la letra de su regla, más que en la necesidad de una vida o de una actividad más moderna, más eficaz, mejor adecuada a la dimension humana" (3) Dizionario degli Istituli di Perfezione, t. IV, Roma, 1977, col. 107.

 

                Esta colección, no es la exhumación de un pasado estéril y enterrado: es la evocación, a través del relato de pequeños episodios documentados, de Don Bosco y de algunos de sus antiguos discípulos que, al hacerse salesianos, son como los ‘Padres de la Congregación”. Ellos, con Don Bosco, son portadores de un mensaje de salesianidad que no es posible ignorar.

 

 

"CIAO", DON BOSCO

 

Ciao (/Chao!) es un saludo familiar y confidencial entre quienes se tratan de tú

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                "Hasta el año 1930 —escribe Don Felipe Rinaldi en su carta necrológica— Don Juan Bautista Francesia fue el hilo de oro que unía los primeros tiempos del Oratorio con nuestros días, el genuino representante de la jovialidad, de la santidad y de las tradiciones de aquellos lejanos tiempos, lleno de afecto por esta casa y por todos los que por ella pasaron, casa que se transformó ante sus ojos, de refugio de gentes de mal vivir en ciudadela de María Auxiliadora" (4)Carta necrológica, Turín 1930.

 

(5)Juan Bautista nació en San Giorgio Canavese el 3-IX-1838, muere en Turín el 17-1-1930.

 

"Pupila de sus ojos"

 

                Don Juan Bautista Francesia, pertenece a la generación de los Padres de la Congregación: Don Miguel Rúa, Don Celestino Durando, el Cardenal Cagliero, Don Pablo Albera, etc. Lo mismo que ellos, vio el nacimiento y la expansion maravillosa de las obras de Don Bosco, participó en primera persona en los sucesos heroicos de aquellos lejanos años, condividió las alegrías y esperanzas del fundador, sus fatigas y sus penas. En una cartita fechada en Marsella (12-IV-1885), Don Bosco le llama “pupila de sus ojos”. Esta predilección de Don Bosco se remontaba a los tiempos de su primer encuentro con él, siendo niño —fiesta de todos los Santos, 1850— estaba justificada por la delicada situación en que se encontraba.

 

                Hijo de una buena familia, pero deshecha por La volubilidad de padre, había emigrado de su país, San Giorgio Canavese, a la ciudad de Turín, en busca de fortuna. A los diez años, el pequeño Francesia se ganaba el pan trabajando como aprendiz en una fundición de latón. Al trabajo, superior a sus fuerzas, no tardaron en unírsele vejaciones y extorsiones de los compañeros de la fábrica, descarriados por ideas anticristianas: "Por no querer mezclarme — leemos en la autobiografía— en ciertas conversaciones, fui motejado y tratado con mil reproches y desaires. El mote de jesuita era el menos insultante. Pero lo peor fue que pasaron a los hechos. Con frecuencia me daban pescozones, patadas, me pellizcaban los brazos con tanta fuerza que me llenaban de cardenales. ¡Ay de mí, si se lo hubiera hecho notar a mi madre! Confieso que estaba contento y casi santamente orgulloso de aquellas persecuciones y no les hacía ningún caso" (6) Autobiografía, Archivo Salesiano.

 

                Don Bosco, después de haber descubierto su buena índole, le propuso estudiar y lo aceptó definitivamente como interno en el Oratorio el 22-VI-1852. Desde entonces Juan Bautista Francesia fue totalmente de su bienhechor. "La enseñanza más sugestiva y saludable (de Francesia) —dirá Don Felipe Rinaldi— será su gran amor a Don Bosco". "Don Bosco —afirma a su vez Francesia— era el sacerdote que el Señor destinaba para mi salvación. Yo dije, por lo tanto, de él en otro tiempo: "Yo le vi, le conocí; él me ama, yo le amo". Estas palabras de Silvio Péllico, expresan admirablemente mi relación con Don Bosco".

 

                La figura de Don Juan Bautista Francesia, hombre sensible, delicado, de alma casi infantil, latinista y poeta de vena fácil, está diseñada como una filigrana en sus numerosos escritos, que merecerían atenta reconsideración —incluso para un conocimiento más profundo de Don Bosco— como muchos aseguran. Aquí sólo reproduciremos algunos fragmentos de su Autobiografía inédita, —conservada en el Archivo Salesiano en algunos ejemplares mecanografiados— que mejor se adaptan a la índole de nuestro trabajo.

 

                El origen de esta autobiografía es muy curioso. La escribió, como él mismo insinúa, para alejar la melancolía —o mejor, el <tedium vitae> que llega en los últimos años— entre las cuatro tablas de un confesonario, entre una y otra confesión, cuando había superado ya los setenta años: "Mi vida es ahora monótona. Me levanto a las cuatro y muchas veces antes. Recito las “Horas”, después el Rosario entero antes de la Misa. Luego voy al confesionario donde hago la meditación, leo y he podido escribir todo este cuaderno, siempre encerrado aquí dentro, y con la pluma que providencialmente me regaló Don Coppo. Hubiera querido que me prepararan una especie de atril, pero no me han entendido bien. A todo lo suple la pluma de oro. Tengo el cuaderno en la mano y, con una desenvoltura admirable, escribo, escribo casi mejor que en escritorio. ¿Quién podrá creer, leyendo estas páginas que han sido escritas teniendo el cuaderno en el aire?" (7) Autobiografía, Turín, 1930.

 

Ciao, Don Bosco

 

                Como hemos recordado ya, el pequeño Francesia —Bautistín— dejó San Giorgio y se reunió con sus padres en Turín: encontró trabajo en una fundición y Ilevaba a casa semanalmente dos liras. "Suma que entonces causaba asombro". A nosotros nos asombra que chicos de tan tierna edad fueran sometidos a trabajos superiores a sus fuerzas para ganarse el pan. En ellos pensará y los buscará con predilección Don Bosco. También <Bautistín> tuvo la suerte de encontrarlo. He aquí cómo.

 

                "Desde los primeros días, conocí a un vecino de casa que trabajaba de carpintero y que, además de ser paisano mío, era pariente lejano. En la fiesta de los Santos (1850), me encontraba solo en casa, mi madre había ido al pueblo y mi padre se había ido a su vez, no sé a donde. Este pariente mío, mientras jugaba al trompo junto al muro del Manicomio de la Via Giugilo, me dijo:

                —¿Quieres que vayamos con Don Bosco?

                —¿Para qué?

                —Hoy reparten castañas.

                —Pero, ¿quién es Don Bosco?

                —Es un sacerdote que recoge muchos chicos en las fiestas y allí se divierten. Hoy reparten castañas, ven.

 

                Yo fui y vi por primera vez lo que era un Oratorio festivo. Me acerqué entre aquel revoltijo de muchachos, al paso de gigante, como se decía entonces, o volador, y pronto me adiestré superando los efectos del vertigo. ¡Cuánto me divertí! Pero en lo mejor, sonó la campanilla. Vi correr como por encanto a todos los que estaban a mi airededor. Creyendo que también yo debía huir, corrí por donde me pareció y fui a caer, para mi ventura, junto a Don Bosco, que avanzaba para contener aquella oleada de muchachos que parecía huir no sabría a donde. Él inmediatamente me dijo:

                —¿Quisieras decirme dos palabras al oído?

              —¡Oh, sí!

                —Pero, ¿sabes lo que significan?

                — Sí, sí, que vaya a confesarme.

                —¡Bravo! Lo has adivinado.

 

                —¿Cómo te llamas?

—Bautistín.

                —Por ahora ven conmigo.

 

                Me tomó de la mano, me condujo a Ia Iglesia y me coloqué debajo de la ventana —era la antigua Capilla Pinardi— que estaba junto al púlpito y allí permanecí durante las vísperas, la predicación y la bendición. Era la primera vez que asistía tranquilo y sin miedo una función religiosa, que duró por lo menos dos horas. Salimos de la capilla cuando ya era de noche.

 

                Después de la función vi a muchos mayores, que después fueron amigos míos, que estaban alegremente alrededor de Don Bosco. Fui yo también. Una fuerza misteriosa me arrastraba hacia él, y sin saber explicar y comprender lo que se decía, yo estaba allí mirando y oyendo. Un poco después, aquella pequeña reunion se movió llevando a Don Bosco en medio y salió del Oratorio hacia la calle Cottolengo, subiendo por la calle Cigna hasta el Rondó (plaza donde se alzaba la horca para los ajusticiados). Cantaban los más hermosos cantos que había escuchado en el pueblo y me alegraban mucho. La luna era hermosa y ya enviaba sus pálidos rayos, y yo pensaba en la poesía del rosario en familia, en las castañas, en aquella paz que acababa con la tarde y tal vez para siempre.

 

                Saludé a Don Bosco, diciéndole confusamente: "¡Ciao Don Bosco!" con admiración de los circunstantes. ¿Qué dices? debes ‘tratarle con respeto´. Pero Don Bosco no se molestó; me acarició excusándome la descortesía. Después de éste, mi acto de valor, me alejé saltando un pequeño foso que permaneció todavía diez o doce años y que después fue cubierto como todos los demás".

 

El pájaro había encontrado su nido

 

                La segunda aparición de Francesia en el Oratorio ocurrió el domingo siguiente a la fiesta de la Anunciación. "Después de la comida, no sé si en compañía del ángel que me había hablado del Oratorio o solo, bajé a Valdocco. El día era hermoso: un día espléndido de primavera. Nadie me vio: entré con aire desconfiado y cauteloso, observando a una y otra parte por ver si encontraba alguna cara amiga... Aquel día, se celebraban los funerales de Luis Rúa, hermano de Miguel.

 

              .Esta aventura tan extraña no me pareció fuera del orden de la Providencia, considerando la amistad que me unió siempre con Miguel Rúa, después de ir dos o tres veces al Oratorio, Entré entre aquella barahunda, tomé parte en el catecismo que me dio durante algunos domingos el clérigo Gastini, pero no recuerdo en qué consistió la oración fúnebre del piadoso joven. Regresé tarde a casa, con un cansancio de muerte, como suele decirse, pero con el alma satisfecha y deseosa de que Ilegase pronto el domingo. Había dado tantas vueltas y revueltas con mi fusil de madera y habia corrido tanto por los prados de Valdocco, al descampado, entonces, hasta la fábrica de Armas, que por la noche me encontré con los zapatos rotos. Fui a casa tan cansado que no podía más, pero con una satisfacción inmensa".

                El pájaro había encontrado su nido y era la Providencia la que se lo había preparado.

 

¿Quién es éste que merece tanto aprecio?

 

                A partir de mayo de 1851, la asistencia al Oratorio se hace regular. "Iba al Oratorio todos los domingos y fiestas. Mi vida se había vuelto seria, recogida y hasta devota. Comencé a ayudar también en la iglesia. Iba cada domingo a confesarme y experimentaba un gusto indecible. También Don Bosco lo había notado y comenzó aquella admirable cadena de amor con la que había de quedar ligado para siempre. Cuando supo que yo había hecho ya dos años de latín, me dijo~ "¿Y no podríamos continuarlos y acabarlos?".

 

                Muchas veces, especialmente en el transcurso del año 1851, encontrando a Don Bosco por los paseos de San Mauricio, me decía que lo acompañase a casa y después me invitaba a comer con él. ¡Cuanta caridad me demostró siempre aquel padre amoroso! Supe después que este hecho llamaba la atención de algunos y que se murmuraba: “¿Quién es éste que merece tanto aprecio?” Don Bosco era el sacerdote que el Señor destinaba para mi salvación.

                En junio de 1852, Don Bosco lo acepta como interno.

 

Me encomendaba a Ia Virgen

 

                El futuro latinista, discípulo predilecto del ilustre Vallauri, encontró al principio dificultades para el estudio del latín y juzgó siempre una gracia de la Virgen haber triunfado en su empeño. "Mis primeros experimentos en la escuela no iban muy bien. El latín era para mí un misterio y no lograba entender sus secretos. No recordaba el porqué de los casos, de los modos, de los tiempos de los verbos, y por esto decía disparates a troche y moche.

 

                Esta dificultad, hija de mi falta de instrucción, me sirvió de advertencia para hablar después claro, cuando fui destinado a la enseñanza. Lloraba y rezaba. Y me decía: ¡Ay, si tuviera que desistir de estudiar!. Si los otros pueden, ¿por qué yo no? En las oraciones me encomendaba a la Virgen... y me parecía que muy pronto me iba a llegar el rayo de la inteligencia divina. Al ir a confesarme y acusándome de no haber podido contentar al maestro, dije a Don Bosco: —Me parece que voy a recibir la gracia del Cielo y comprenderé el latín. Don Bosco me dejaba hablar y luego me consolaba, hablándome de otras cosas. ¡Ah!, ¡El buen sacerdote tenía tanta confianza en este pobre hijo! Si alguna vez se leyeran estas páginas sirvan de consuelo a cualquiera que se encuentre en mi mismo caso: recurra a la Virgen que en ella encontrará la salvación.

 

                Entre los muchos que hicieron sus estudios en la Congregacion, quizá ninguno tuvo que luchar tanto para aprender el latín, y quizá ninguno tuvo la gloria de llegar a ser tan latinista como me sucedió a mí. ¿Quién hubiera imaginado jamás un éxito tan maravilloso? Recuerdo que por aquellos días cayó una carpeta mía en manos de un teólogo y del médico de la casa. La curiosidad hizo que la leyeran... ¡Oh!, ¡Se reían a mandíbula batiente con mis discordancias! Yo enrojecí con su loca alegría, retiré mortificado mi cuaderno lo escondí, sin poder sacudirme una gran humillación.

 

Sin embargo, acudí al profesor Bonzanino que me dio ánimos y esperanzas de conseguir el éxito Pero tuve que ir conquistando el terreno palmo a palmo y a fuerza de estudios y trabajos. Pero el gusto por el latín, aquella forma que casi casi conocía por el olfato, y por la que experimenté consuelos y pesadumbres, reconozco que se la debo a la Virgen, a la que invoqué desde los primeros días que me destinaron al estudio".

 

¡Ah!, ¡Si Don Bosco me hubiera hablado!

 

                El 4 de octubre de 1853, Francesia vistió la sotana, en Castelnuovo de Asti, de manos del párroco Cinzano y fue admitido en la tercera gimnasial como alumno de Don Miguel Rúa. Son los años de la pubertad y de los primeros sufrimientos interiores.

 

                "En la festividad del Rosario, tome la sotana por expresa voluntad de Don Bosco. Y aquí comienza la segunda crisis que, por gracia de Dios, vencí precisamente por esta providencial disposición. Me había vuelto ligero, caprichoso, poco amigo de frecuentar los Sacramentos y fácilmente quisquilloso a las disposiciones de Don Bosco. Diré algo que nadie ha sabido jamás y que no comuniqué a nadie. Ya no tenía la confianza ni el afecto filial, que había sido siempre el área de salvación en los momentos más difíciles. ¡Ah! ¡Si Don Bosco me hubiera hablado entonces! Tenía la pretension de que fuera él quien viniera a mi encuentro... Esta malentendida prentensión casi puso en peligro mi vocación. Por gracia de Dios, no había cesado de tener a Don Bosco como guía y me salvó de un gravísimo peligro que me ocurrió por un desagradable encuentro.

 

A una palabra suya yo hubiera sido siempre el hijo afectuoso y me hubiera corregido inmediatamente; en cambio sufrí las consecuencias por algún tiempo. Cuando plugo al Señor, cesó toda discrepancia y volví a ser también para mí lo que trataba de conseguir para los demás".

 

                Sigue un período de mucho trabajo contrastado por una actividad multiforme: asistente, estudiante de filosofía y contemporáneamente profesor de gramática —entre sus alumnos se encontraban Santo Domingo Savio y Miguel Magone—, después estudiante de teología, etcetera. Francesia es uno de los dieciocho alumnos que el 18 de diciembre de 1859, se reunieron en la habitación de Don Bosco y prometieron constituir la Sociedad Salesiana. Se ordenó sacerdote en junio de 1862.

 

                Poco después, juntamente con sus tres compañeros: Anfossi, Cerruti y Durando, obtuvo la inscripción en la Real Universidad de Turín. Para el antiguo y pequeño obrero de la fábrica de latón, el hecho asume la grandiosidad de un acontecimiento: "En el mes de junio se anunció que finalmente los maestros de Don Bosco podían verificar los exámenes de admisión en la Universidad. Hubo que repasar compendios de filosofía, de historia antigua, oriental y griega, estudiar griego, etcetera. Durante cerca de un mes se nos dispensó de la clase regular poniéndonos un suplente por la tarde.

 

No hacíamos mas que estudiar desde las dos a las nueve de la noche, yendo despues a cenar, casi a hurtadillas. Y así, hasta el primero de julio. No hablo de miedo; no sabíamos lo que era; sólo se pensaba en los exámenes, seguros de que saldríamos victoriosos.

 

                No se podía comenzar con mejor pie. Los escritos no nos inquietaron. Estábamos habituados a escribir y a leer, tanto en latín corno en italiano. Se esperaba, entre tanto, el examen oral. Fue casual y providencial que nos diéramos cuenta de que estábamos citados para un sábado por la mañana, mientras nos habíamos imaginado que serían más tarde. Fuimos aprisa. Había dos comisiones: Anfossi-Cerruti; Durando-Francesia. Cuando se levantó Durando y me dijo que había obtenido 29/30, quedé asombrado y me imaginé que conseguiría al menos un 18, que era el mínimo necesario para no naufragar.

 

                Por la mañana había leído mi composición y me pareció tan mezquina que la hice pedazos y me esforcé por olvidarla. Ahora me encontraba delante de mis jueces: el marqués de Cavour-Priori y Richetti. El tema era la filosofía que habíamos estudiado sobre un bárbaro trabajo de Sciorati que, años más tarde hemos vuelto a ver en Alassio, y después literatura e historia. El oral paso a velas desplegadas y, cuando se leyeron las composiciones, los examinadores se mostraron maravillados. ¡Deo gracias! Los elogios no tenían fin. Anfossi alcanzó una puntuación de 28; Cerruti 30, que en aquellos días valía por matrícula; Durando, 29; Francesia fue propuesto para matrícula. El bedel nos esperaba sonriendo y esperaba una buena propina en razón de las calificaciones, pero entre los cuatro no teníamos ni un céntimo. Despues de la comida remuneramos su trabajo.

 

                Aquel primero examen tan espléndido nos hizo buena propaganda entre los compañeros que, generosos como son los jóvenes, nos acogieron con aplausos. ¡Qué decir del Oratorio! Todos los muchachos, y especialmente los respectivos alumnos, se regodeaban alabando al propio maestro. No oculto que aquél fue el día más hermoso de mi vida. Fue un triunfo. Pero nosotros estábamos aún más contentos porque Don Bosco podía respirar por las escuelas del Oratorio".

 

Y fue asunto concluido

 

                Estudiante universitario, profesor de la quinta gimnasial, Don Juan Bautista Francesia, pasó días felices, pero no tanto como para no caer en aquella por él llamada <grave tentación>.

 

                "Me parece que fue en este año (1864?), no estoy seguro, cuando sufrí una grave tentación y. fui causa de disgusto para Don Bosco. Se nos servía el café, y Don Miguel Rúa, viendo que la taza era pequeña para nuestra necesidad, iba añadiendo leche poco a poco. No creo que fuera un abuso, pero era una irregularidad. El que cuidaba de la cocina, en vez de avisarnos a nosotros y a Don Miguel Rúa, causante inocente de aquel pequeño desorden, avisó a Don Bosco que dio orden de suministrar la taza Ilena de café con leche y retirar después la cafetera.

 

                Aunque la novedad nos sorprendiese, yo no presté atención. Pero por la tarde íbamos a estudiar juntos nosotros tres, Anfossi, Durando y yo en la habitación de Don Bosco porque hacía frío y no había otro lugar a propósito. Anfossi por la tarde comenzó a contar con todo detalle lo ocurrido, echando la culpa a Don Ángel Savio que era el ecónomo, diciendo que no debería obrar así y que por muchos motivos no tenían por qué quitarnos aquel poco de café. El maestro adjunto, un tal Burato que, a poco de marcharse, llego a Vicario de Vercelli, parecía que estaba algo delicado y privarle de café era una crueldad. Yo creo, en cambio, que se escandalizo de nuestra ligereza. Por todo ello, en vez de estudiar, nos habíamos puesto a dialogar, con ánimo contrariado, pensando que Don Bosco nos hubiera complacido y calmado. ¡Qué más quisiéramos! Un tanto alterados nos lamentábamos del desaire que se nos hacía a nosotros que éramos superiores y merecíamos alguna atención. Yo me dejé escapar: “Prefiero irme a casa. ¡Al menos, se está sin preocupación (sic)!” Esta palabra ofendió a Don Bosco, que me dijo: “¿Y tendrías valor para dejar a Don Bosco?” Inmediatamente le pedí perdón y que, ¡por favor! se olvidase de aquella expresión imprudente, me dijo que lo haría, y fue asunto concluido".

 

Corrector de imprenta

 

                En 1865, al final del tercer año de Universidad, Francesia obtuvo el doctorado en letras con 165 puntos sobre 170. La malevolencia de dos profesores impidio se licenciase con todos los puntos: "Le han robado cinco puntos", me dijo Vallauri al salir. Pero el éxito era igualmente lisonjero y Francesia esperaba una acogida jubilosa y los plácemes de Don Bosco, que regresaba de Florencia. Don Bosco, en cambio, no le dirigio ni una palabra: y no sólo esto, sino que decidió pasara de profesor de la quinta gimnasial, a simple "corrector de imprenta". Con este gesto, Don Bosco quería corregir la vanidad de Francesia y acostumbrarlo a obrar con espíritu sobrenatural. Esta manera dura sorprende al que no está acostumbrado a juzgar a Don Bosco “in lumine aeternitatis”, bajo su perfil de santo: los santos ven y juzgan según Dios. Añadamos que, en este caso, Don Bosco conocía bien las virtudes de Juan Bautista Francesia y sabía que la prueba le sería muy saludable y no superior a sus fuerzas.

 

                "Cuando Don Bosco regresó y todos fueron a su encuentro haciéndole fiestas, también porque nosotros le habíamos preparado el camino, contando los grandes festejos que le habían hecho en Florencia, yo me puse adelante, esperando ¡quién sabe qué! Pero él no me dijo nada y volvió la cara a otra parte. Comprendí entonces que Don Bosço estaba disgustado de mi comportamiento. ¿Qué hacer? Callé, confesé mi culpa y no me lamenté. ¡Ea! me decía, me imaginaba fiestas y alborozo por el doctorado alcanzado y recibi bien distinta recompensa. Bien sabe el Señor cuánto me humilló esta mortificación.

 

                Entre tanto, los trabajos de Ia tipografía se iban acumulando y me convertí en simple corrector. Yo cuidaba las cosas del despacho y después pruebas y más pruebas. Se me preparó un pequeño escritorio, fuera del despacho del Caballero Oreglia y allí pasaba todo el día leyendo y corrigiendo. Antes estaba Don Juan Bautista Lemoyne, pero se fue de director a Lanzo... y me dejó su herencia.

 

Tengo que decir, que fue una aventura como tantas otras que me ocurrieron en la vida, que me hizo dudar de la Providencia respecto a mí, aunque me corrigiese rápidamente. Cuando en julio murió Don Ruffino, primer director de aquel Colegio, Don Bosco me dijo: “Prepárate porque irás tú”.

 

Don Antonio Sala, que era el prefecto, me vino a hablar como de cosa hecha. Entre tanto, después del primer año de moral, Lemoyne fue a Génova y, pasados pocos días, volvía con buena propaganda para una carta entre sus conocidos, que debían de ser muchos. Esto agradó a Don Bosco que, delante de mí le dijo: “¿Y Si fueses tú a Lanzo? ¿Estarías dispuesto para preparar el examen de confesión?’ “¡Oh! ¿Porqué no? Basta que Don Bosco me lo diga, para que yo lo haga con gusto”. Y así, por primera vez, vi que sé me ofrecía y se me quitaba después un regalo.

 

                ¡Cuántas otras veces me sucedió lo mismo en el curso de mi larga vida! En vista de la facilidad con que se cambiaba en la elección del personal, tuve que esforzarme para creer que era Dios el que así lo disponía ¿Y por qué dudaba? Porque no reflexionaba que el Señor se servía de estas debilidades de los hombres para su gloria y para el bien de estos pobres gusanillos que somos nosotros. Moría también en Lanzo y en los brazos del nuevo director, Don Víctor Alasonatti. Y yo, de director de Lanzo, me veía en corrector. Como me disgustaba. Estaba rnelancólico, ya no entendía el latín... temo que alguno se haya dado cuenta porque Monseñor Cagliero, que era siempre el buen consejero, dijo una vez en la mesa: “¿Y es necesario estudiar tanto para ser un buen corrector?” Entonces se buscó otro y fui encargado solamente, de las últimas pruebas y sin ser obligado. Si hubiera sido un poco más prudente, podría haberme puesto con Don Miguel Rúa, pero quise obrar por mí mismo y me creía muy capaz. Esta soberbia me servía, de vez en cuando, de ocasión para humillarme".

 

                La autobiografía sigue desarrollándose con agradable ritmo, pero poco a poco se torna más esencial y sintética y su contenido no entra ya en la óptica de estas páginas; por eso no continuamos. Con todo, queremos recordar un conmovedor episodio.

 

Tómalo como recuerdo mio

 

                Don Juan Bautista Francesia tuvo, en conjunto, muchos éxitos en su vida y no pocas satisfacciones, incluso humanas; pero uno de sus sueños no se realizó jamás: el de ser algún día miembro del Capítulo Superior. Incluso en las elecciones de 1886, que le parecían las más propicias, fue el gran excluido. Experimento un sufrimiento indecible, pero tuvo que resignarse. También en esta circunstancia quien le cornprendió a fondo y le consoló fue Don Bosco.

 

                "Recobrada la serenidad, y dispuesto a cualquier prueba, me encontraba resignado en el Oratorio. Don Bosco había ido a San Benigno para recobrar la salud y allá me dirigí un día para reconciliarme. Era el año famoso de las elecciones (1886). Don Bosco, después de haberme escuchado en confesión, viéndome allí a solas con él, me dijo: “Creí que habías sido elegido para el Capítulo Superior, en cambio...”. “Qué más da, querido Don Bosco, usted tiene demasiada buena opinion de Francesia. Los hermanos no están de acuerdo conmigo. Por lo demás, yo se los agradezco y no me lamento de la poca estimación. ¡Qué más da! A alguno no le agrada mi manera de actuar, hay quien acusa a mis miradas, quien a mis palabras, quien a una cosa y quien a otra. Pero no me quejo”. Mi actitud conmovió al buen padre que, con lágrimas en los ojos, sacó el rosario y ofreciéndomelo me dijo: “Tómalo como recuerdo de tu pobre Don Bosco”. Yo lo besé, también con lágrimas en los ojos, y desde aquel día no lo dejé jamás, lo llevé conmigo en los viajes, y espero que me acompañará al tribunal de Dios.

 

                Con razón podía repetir Don Juan Bautista Francesia que Don Bosco había sido para él un padre "siempre padre".

 

 

DON BOSCO ABRIÓ EL PORTAMONEDAS DESPACIO, DESPACIO

 

                El canónigo José Cochis fue alumno del Oratorio —como se observa en los viejos Registros del Archivo— desde agosto de 1868 hasta 1813, cuando Don Bosco se encontraba todavía en plenitud de fuerzas y la Sociedad Salesiana en creciente expansión. No se hizo salesiano, pero permaneció siempre muy adicto a Don Bosco: en él inspiró su celo sacerdotal y su tenor de vida pobre y modesta. Fue canónigo de la Colegiata de Chieri, respetado y amado por todos

José nació en Pavarolo en 1875 y faIleció en Chieri en 1947.

 

                Cuando la histórica ciudad albergó el "Estudiantado salesiano de Tecnología" le invitaban ordinariamente a confesar a nuestros clérigos que le miraban como a una reliquia de los primitivos tiempos salesianos. Cuando hablaba de Don Bosco, los limpios ojos se encendían con una luz resplandeciente, pero su memoria, ya senil, se perdía en afirmaciones genéricas. Conservaba, sin embargo, dos recuerdos muy grabados.

 

El portamonedas con la medalla

 

                "Una vez, al final de las oraciones de la noche, que se rezaban en e1 patio, cuando Don Bosco había subido al púlpito de madera, desde el cual daba las buenas noches, le llevaron un pequeño billetero. Era costumbre en el Oratorio, entregar a Don Bosco, antes de las Buenas Noches todos los objetos perdidos por los jóvenes durante el día.. El Santo se los mostraba a todos y los interesados iban a recogerlos. Aquella tarde, había una curiosidad insólita en el auditorio, porque el reglamento prohibía llevar dinero encima, y a Don Bosco le habían entregado un pequeño portamonedas. ¿Qué diría y que haría el Santo? Don Bosco tomó el portamonedas, lo abrió despacio, despacio, a la vista de todos, sacó algunas monedas y también una medalla de la Virgen. Don Bosco que parecía estar serio, dibujó una amplia sonrisa y dijo: “Conocéis el reglamento, pero este joven ama a la Virgen y la Virgen le ayudará a cumplir el reglamento. Que venga a recoger el portamonedas. El interesado, confuso y conmovido, fue a recoger el objeto perdido, besó la mano a Don Bosco y le dio las gracias".

 

Esquivaré a Don Bosco

 

                "Otro gesto de bondad se refiere esta vez a mi persona. La tipografía de Valdocco comenzaba a publicar aquel año la “Biblioteca” de clásicos italianos: aquellos libros me gustaban muchísimo. Me entregué a su lectura, olvidando completamente el estudio, con maravilla de los profesores, porque hasta entonces marchaba bastante bien. Las cosas fueron de mal en peor el resultado de los exámenes semestrales fue decepcionante. Me sentía culpable, pero no era capaz de convencerme; era uno de los muchachos que en aquel tiempo huían de Don Bosco por miedo a ser amonestado. Lo evitaba por todos los medios, pero un día, mientras corría precipitadamente por una escalera, me encuentro con él, que me para y me dice con triste amabilidad: “¿Por qué no estudias como antes? Tu conducta deja mucho que desear. Mira, tu tía, que sufraga los gastos de tu estancia en el Oratorio, me ha escrito muy afligida: si sigues así, ¿qué tendremos que hacer contigo? Tampoco Don Bosco está contento: vuelve a cumplir bien tu deber y volveremos a ser amigos’ Yo estaba con la cabeza baja, no osaba mirar a Don Bosco, pero dentro de mí me sentía cambiar. Prometí a Don Bosco que haría lo que me había dicho y corrí a jugar. Puedo decir que mantuve mi promesa".

 

                Testimonios como éste abundan en las Memorias Biográficas: son fruto exquisito de aquel sistema educativo que Don Bosco practicaba y enseñaba.

 

 

PERFUME DE... VINO

 

                El sacerdote Santiago Gresino fue un salesiano genial y voluble; Un botánico de fama europea, que dejó su nombre ligado una grandiosa colección y clasificación de hierbas —especialmente de líquenes— que en parte, perdura todava hoy. Estuvo con Don Bosco desde 1872: su nombre se encuentra muchas veces en Las Memorias Biográficas. No percibió, mientras vivió al lado de Don Bosco —como muchos otros—, su extraordinaria santidad.

Santiago muriô en Varazze el 17-IV-1946.

 

                Contaba cándidamente que, mientras vivió Don Bosco, no se imaginó jamás que pudiese ser un santo, digno del honor de los altares. "Veía y sabía que Don Bosco era un excelente sacerdote que trabajaba sólo por nosotros y que era querido por todos. Pero, en cuanto a santidad canónica o posibles procesos de beatificación y canonización, jamás me pasaron por la mente. Después sí. Y, ¡he aquí cómo!

 

 

Pero, ¡mira un poco lo que hace Don Bosco!

 

                Fue protagonista con Don Bosco de un pequeño episodio que tiene todo el sabor de las cosas antiguas.

 

                Un día de verano el santo quería llevar una botella de vino exquisito como obsequio a no sé qué bienhechor. Sabemos que estas circunstancias Don Bosco llevaba con él a un muchacho para que lo acompañara. En esta ocasión la elección cayó en Gresino. Habían caminado ambos un buen rato bajo un sol canicular, cuando de repente, se siente un golpe imprevisto, y de uno de los bolsillos de la sotana de Don Bosco empieza a caer, con fuerza, un vino perfumado que tiñe de rojo el camino. El excesivo calor había sido causa de este infortunio. Un pequeño accidente del oficio, accidente total, pero Don Bosco no perdió la calma habitual, ni se acharó por la sonrisa de algún transeúnte: tomó el camino de vuelta, dolido de no haber podido demostrar en aquella ocasión su agradecirniento al bienhechor.

 

                El que quedó mal —como decía— fue el pequeño acompañante que iba pensando para sí: "¡mira lo que hace Don Bosco!".

 

                Pero más tarde ya no volvió a pensar así, como puede deducirse de unas graciosas buenas noches en las que, hablando de Don Bosco, sacó a colación las botellas de vino. Acompañaba a Don Bosco en el tren directo que va a Liguria. Ambos viajeros habían comido su modesto yantar hacia mucho calor, y el clérigo Gresino tenía mucha sed "Don Bosco, ¡tengo sed!" El buen padre vino en su ayuda sacó de la bolsa una buena botella, destinada a un bienhechor, la descorchó con sus manos y se la ofreció con gracia a su compañero de viaje, que no olvidó jamás aquel gesto paternal

 

Hay en estos episodios de la vida de familia de los primeros tiempos el gesto sencillo de Don Bosco que se servía de cualquier cosa para demostrar su gratitud a los bienhechores, pero prefiriendo siempre a sus hijos. Otras mil cosas podría contarnos Don Santiago Gresino, pero sus hierbas lo absorbían completamente.

 

 

PALESTRINO ESTÁ REZANDO

 

                Domingo Palestrino fue uno de aquellos coadjutores que encarnaron el espíritu de Don Bosco de modo tan auténtico y profundo que a su muerte se pudo decir que se había roto el molde para siempre. Entró en Valdocco en el 1876, a la edad de veinticuatro años; después del noviciado fue admitido a la profesión perpetua por su espiritu extraordinariamente bueno.

Domingo nació en Capucini Vecchi Vercellese el 3-3-1851 y murió el 1-XI-1921.

 

                Conociendo su celo por la casa de Dios, su laboriosidad y su espiritu de oración, Don Bosco le confió el cuidado del santuario de María Auxiliadora, del que fue, por espacio de cuarenta y cinco años consecutivos, sacristán ideal y custodio sacrificado y fiel. Trabajaba dieciocho horas: era el primero en levantarse y el último en acostarse.

 

                Aún en la estación más rigurosa jamás decía basta, cuando se trataba de cuidar el decoro de la Casa de Dios. Unía al trabajo un espíritu de oración casi contínua y a veces estática. Se sabía en Valdocco que el joven del que habla Juan Bautista Lemoyne en la Vida del Santo, era él:

 

                "Un día, acompañando a un sacerdote forastero a visitar el altar de María Auxiliadora, Don Dosco encontró a un joven, elevado en el aire, arrebatado en adoración, detrás del altar mayor del Santuario.

 

                Al llegar Don Bosco y aquel forastero, quedó como en entre dicho el estático y, volando como pluma al viento fue a postrarse ante Don Bosco, pidiéndole perdón. “Estáte tranquilo —le dijo Don Bosco—-, vuelve a tus quehaceres; no es nada” y volviéndose al sacerdote, se limitó a observar: se dirían cosas del Medioevo y suceden hoy”. Hay que pensar en San José de Copertino. (J.B. Lemoyne, Vida del Venerable Juan Bosco. 1930)

 

 

                La Virgen se servía de Palestrino para iluminar a Don Bosco "Palestrino habla alguna vez a Don Bosco y no comprende lo que dice, pero yo lo entiendo bien: es el Espiritu del Señor el que habla por medio de él". Y añadía "Don Bosco es un pobre sacerdote cualquiera: pero tiene muchos jóvenes santos".

 

                Lo recordamos en estas páginas confidenciales por el siguiente episodio del que Eugenio Ceria da una versión algo distinta de la que corría por Valdocco cuando Palestrino vivía aún.

 

                Es bien sabido que Don Bosco, cuando tenía necesidad de gracias especiales, mandaba a algunos de sus mejores jóvenes a rezar a Jesus Sacramentado y a María Auxiliadora, según sus intenciones, convencido como estaba de que Dios escucha la voz de la inocencia.

 

                Recurría a este medio cuando estaban en juego los grandes intereses de la Iglesia y de la Congregación, pero también en necesidades personales. Lo hizo —quizá por última vez— durante la enfermedad que lo condujo a la tumba.

 

                Una tarde se encontraba muy mal, le faltaba la respiración, se sentía morir. No pudiendo más, llama al enfermero, su querido Enría y le dice: "Estoy muy mal. Ve a buscar a Palestrino y dile que vaya a pedir a Jesús y a la Virgen por mí, tengo mucha necesidad".

 

                Enría hace lo que le manda Don Bosco. Pasa un poco de tiempo, Don Bosco se siente aliviado y dice: "Gracias, Enría, Palestrino està rezando, me siento mejor".

 

                Este episodio, humanísimo, abre mucha luz sobre la vida de Don Bosco y del primer Oratorio, cuando se vivía verdaderamente en la presencia de Dios y con Dios. El buen coadjutor vivió santamente toda su vida, también cuando fue probado por molestas enfermedades. A quien le decía, casi para provocarle que había sido, de joven, un predilecto de la Virgen y de Don Bosco, respondia: "Entonces era bueno, pero ahora soy turco" Uno de estos turcos de los cuales es el reino de los cielos.

 

 

AHORA ME TOCA A MÍ

 

                La historia de la vocación salesiana de Don Francisco Cottrino parece debida al acaso. Frecuentaba las escuelas eiementales en el Seminario de Cúneo cuando un día, al volver a casa, recoge del suelo un cuaderno rasgado y mal doblado y lo deshoja con cierta curiosidad. Era un fragmento de la vida de Francisco Besucco escrita por Don Bosco. Leyó con interés aquellas hojas y pensó para sí: "Me gustaría ser un chico como éste y estar con Don Bosco". El deseo se convirtió en realidad en 1877, cuando entró en el Oratorio de Valdocco.

Francisco nació en Manta de Saluzzo el 22-3-1863; murió en Villa Moglia (Chieri) el 17-2-I939.

 

 

Un miedo tremendo

 

                Pronto quedó conquistado por el ambiente y la bondad de Don Bosco. Todo marchaba bien y Cottrino parecía el chico más feliz del mundo cuando trastornos de salud le obligaron a ir a la enfermería. Precisamente aquellos días Don Bosco había anunciado la muerte de dos jóvenes: el nombre de uno comenzaba por F.

 

                El pequeño enfermo, después que el vecino de cama había volado al cielo, fue presa de un miedo espantoso y de verdadero pánico. "Ahora me toca a mí" Este pensamiento no lo dejaba en paz. Se confió a Don Bosco, y Don Bosco le preguntó "¿Tienes tos?". "No". "¿Tienes dolores especiales?". "No". "Entonces no tengas ningún miedo, estate tranquilo". El joven —nos aseguraba— dio un profundo suspiro y curó como por encanto.

 

                Su confesor habitual era Don Bosco: a él le pedía consejo y le abría los secretos de su alma.

 

¡Oh, mi querido y viejo amigo!

 

                Un día, Don Bosco, mientras le recibe para confesarse, le dice "¡ Oh, mi querido y viejo amigo!". "Amigo de Don Bosco lo era realmente —nos decía— y esto me resultaba claro, pero la palabra “viejo” no podía comprenderla. Me quedó siempre como un enigma de mi vida, aunque de vez en cuando retornaba a mi mente. Pasaron los años, me hice sacerdote y alcance mi cincuentenario de Misa: entonces todo me pareció claro, Don Bosco veía lejos".

 

                En las alegres buenas noches, que nunca dejaba de dar a los novicios de Villa Moglia, con los que pasó los últimos años de su vida, manifestó más de una vez la idea de sentirse el benjamín de Don Bosco. Pero luego explicaba que este sentimiento era común a muchos de sus compañeros. "Don Bosco quería realmente a todos: mostrándonos los dedos de la mano nos decía: "¿A cuál de mis dedos creéis que quiero más? ¿Me dejaría cortar un dedo prefIriéndolo a los demás?". No, respondíamos: "Quiere a todos sus dedos". "Bravo, tenéis razón. Del mismo modo amo a todos mis jóvenes".

 

Corríamos a lo largo del Dora

 

                Los años que Cotrino pasó en Valdocco, coincidieron con la clamorosa clausura de las escuelas del Oratorio por manos sectarias, pero los jóvenes no se dieron cuenta prácticamente de nada. Para ellos sólo había cambiado el ambiente de la escuela Los superiores, en efecto, acudieron a diversos recursos: los llevaban por la mañana de paseo por las orillas del Dora o por los campos lejanos y allí, sentados sobre la hierba, daban la clase. Cotrino contaba su felicidad y la de sus compañeros por aquel tipo de clase que tanto les gustaba. Pero después se recobraba y decía "¡Sabe Dios cuantas preocupaciones sufría entonces Don Bosco por nosotros!".

 

Fundador de casas

 

                De Don Francisco Cotrino merecen ser recordados los años heroicos de las fundaciones de Treviglio y Avigliana, y los que pasó como rector de la naciente casa de Bechi, señalados por el hambre y la escasez. Cuando en 1892 -ya en tiempos de Don Miguel Rúa- fue enviado a fundar la casa de Treviglia, Don Francisco Cotrino fue a ver a Don Miguel Rúa para hablarle de las dificultades, que eran principalmente tres: "No entiendo de adrninistración; nunca he estado en el Oratorio festivo; estoy enfermo dcl corazón".

 

Con mucha amabilidad le contestó Don Miguel Rúa: "En cuanto a contabilidad, la cosa es fácil: tomas un cuaderno nuevo y en una parte escribes las entradas y en otra las salidas, después haces la suma. Respecto al Oratorio festivo, haz así: vas allá, ves como hace Don Pavía y aprenderás rápidamente. En cuanto a la enfermedad del corazón, tienes un poco de miedo: te pasará. Por lo tanto ¿Cuándo marchas?".

 

No le quedó más remedio que obedecer partió con el dinero contado para el viaje. Al llegar a Milán, un poco tarde, no encontró combinación y, no teniendo dinero para el viaje, tuvo que dormir sobre un banco a cielo raso. De vez en cuando pasaba un vigilante nocturno, miraba y después decía para sí: "Es un pret" (es un sacerdote) y seguía adelante.

 

                En Trevig1io tenía a sus órdenes dos clérigos: uno alto y otro bajo. Eran buenos corredores y no tardaron en conquistarse a la juventud de Ia ciudad.

 

                "Yo estaba contento: pero se comía poco y mal; el clérigo alto, de vez en cuando, se desmayaba. La gente se impresionaba, pero yo que comprendía la cosa, corría de prisa en busca de un par de huevos, se los daba y él revivía al instante... ¡Qué duros fueron aquellos comienzos! ".

 

                Don Francisco Cotrino vivió, coma ya hemos dicho, los últimos años de su vida como confesor del noviciado de Villa Moglia con la majestad del patriarca que mira las mieses maduras de su vida, pero que todavía sabe dar a las nuevas generaciones lo mejor de sí mismo.

 

 

¡DÉJALES UN POCO!

 

                Don Alejandro Luchelli  cayó enfermo de improviso, mientras, ya anciano, estaba de paso en el Oratorio: se dio cuenta de que le había llegado su fin. Las primeras palabras que pronunció no fueron de miedo, sino de consuelo: "¡ Oh! que contento estoy de cerrar mis ojos en el Oratorio, en esta bendita casa que me acogió de niño y donde nací a la vida salesiana. ¡Qué contento estoy! ¡Deo gratias! Soy como el hijo pródigo que, después de largo peregrinar, retorna a la casa del “Padre” y de la “Madre”".

Alejandro nació en Scaldasole el 23-2-1864; falleció en Turín el 25-1-1938.

 

                En aquella sencilla confesión se revela el profundo sentimiento de lo que la casa de Valdocco representó siempre en la vida de Don Alejandro Luchelli. Su "largo peregrinaje" se remontaba al año 1881 cuando, terminados en Pavía los estudios de bachillerato habia ido a Valdocco y después directamente al noviciado de San Benigno. Allí se encontró por primera vez con Don Bosco, de sus manos recibió la sotana y le abrió su corazón.

 

Las siete alegrías

 

                Su noviciado marchaba muy bien cuando una afonía aguda pareció, como él decía, que iba a poner en peligro su vocación. "Hacia la mitad del noviciado —nos contaba— fui afectado por una fuerte afonía, por lo que encontraba dificultad para hablar. Al llegar los exámenes semestrales la indisposición creció tanto que, en el examen de italiano, al preguntarme sobre Dante, no pude proferir palabra, aunque estaba bien preparado. El profesor, para darme ánimo y no despedirme sin haber oído ni tan siquiera mi voz, me preguntó cómo me llamaba. ¡Parece increible! Era tan grande el ahogo que ni siquiera pude pronunciar mi nombre. El desaliento que experimenté fue grandísimo: me veía a en la imposibilidad de proseguir los estudios y por lo tanto de seguir mi vocación sacerdotal; el deseo ardiente de consagrarme al bien de las almas se truncaba definitivamente.

 

                Con el corazón abatido y el ánimo deshecho acudí a Don Bosco que había venido a visitarnos aquellos días, exponiéndole mi estado y al mismo tiempo el deseo ardiente de permanecer con él, aunque fuera como simple coadjutor, destinado a los oficios más humildes.

 

Don Bosco, con el rostro sonriente, me tranquilizó, asegurándome que curaría si acudía a la Virgen. No sabiendo qué oración escoger metí en el bonete unos papelitos que contenían las varias prácticas sugeridas en el "Joven instruido" y saqué una a suerte: contenía los Siete Gozos de María. Recité la oración, prometiendo repetirla todos los sábados, y la enfermedad desapareció.

 

                Pero no solo en esta ocasión experimenté la bondad de María. En otras graves dificultades acudí a Ella, prometiéndole recitar todos los días los siete Gozos, y también entonces fui escuchado".

 

                Durante el noviciado, Luchelli se acercó varias veces a Don Bosco, confesándose con él y hablándole privadamente en la habitación. Lo mismo hizo al año siguiente, mientras se dedicaba a los estudios. En julio de 1883 fue destinado al Oratorio, donde permaneció hasta octubre de 1887. "En estos años —decía— vi diariamente a Don Bosco, le oí hablar centenares de veces, a él acudía para pedir su consejo".

 

Un libro que ha cumplido su tiempo

 

                Su confianza con Don Bosco era grande: "Un día tuve el atrevimiento —decía-— de presentarme a él y decirle que su Historia de Italia era un libro ya superado, no adaptado a los jóvenes de mentalidad nueva". Don Bosco lo escuchó sin darse por ofendido ni desconcertarse, antes bien con su acostumbrada paciencia después dijo: "Mira, yo no hice una obra científica, para los estudiosos, sino un libro fácil para la juventud, con el fin de advertirla contra las interpretaciones tendenciosas de estudiosos poco o nada devotos de la Iglesia. Tú eres joven, puedes hacer una por tu cuenta y con criterios más modernos: dejemos la mía como está".

 

                Cuando Don Alejandró Luchelli narraba este episodio se maravillaba tarnbién de su audacia y no cesaba de enaltecer la humildad de Don Bosco.

 

¡Déjales un poco!

 

                Era la época de la carta escrita por Don Bosco desde Roma (1884) y en el Oratorio tomaba cuerpo una disciplina más severa, contraria a la tradición salesiana. También el clérigo Luchelli se prestaba de buen grado al juego y no le parecía bien que se impusiera a los jóvenes todo el peso de la autoridad.

 

                "Un día —contaba— me encontraba ante las filas de mis muchachos, que esperaban su turno para ir al estudio. Los miraba con semblante severo, exigiendo que estuviesen bien en fila. En aquel momento pasa Don Bosco, me pone la mano sobre el hombro y me dice: ‘¡Déjales un poco!’

 

                ¡Don Bosco no quería las filas! Solo las toleró cuando el número de jóvenes aumentó mucho y parecían necesarias.

 

De un joven sincero se puede esperar todo

 

                "En el Oratorio —continuaba Luchelli— había muchachos buenos, pero no faltaban los díscolos. Uno de éstos era la desesperación de todos los superiores y especialmente de los asistentes. No pudiendo aguantarlo más, todos se pusieron de acuerdo para despedirlo del Oratorio, pero había que hablar con Don Bosco que, en estos casos, quería estar informado. El santo conocía bien al pequeño rebelde: sabía que era vivaracho, pero no malo. Lo defendió, y concluyó con esta admirable sentencia: “El muchacho tiene muchos defectos, pero es sincero y de un muchacho sincero se puede esperar todo”. De este modo el chico permaneció en el Oratorio: llegó a ser salesiano, director, inspector, fundador de obras difíciles, estimado de todos por su santidad y doctrina.

 

                Don Alejandro Luchelli no olvidaba las preocupaciones que el buen Padre demostraba por su salud: "Me preguntaba de vez en cuando, si necesitaba alguna cosa me tomaba del brazo, palpaba los vestidos para ver si estaba bien abrigado; después me decía ¿tienes frío? ¿Tienes necesidad de alguna cosa? Son gestos que no se olvidan... Como no olvido el trato dado a mis padres cuando vinieron a Valdocco con ocasión de mi primera Misa (fui ordenado en María Auxiliadora por el Cardenal Alimonda el sábado Siguiente 26-III-1887): se entretuvo con ellos, quiso comer con nosotros, no acababa de colmarles de atenciones".

                Confirmaba también Don Alejandro la opinión que muchos tenían de Don Bosco en el Oratorio: "Era un santo, aunque no aparecía como tal. Quien, en cambio, manifestaba la santidad de pies a cabeza era Don Miguel Rúa".

 

                Que Don Bosco, tambien en el ocaso de su vida escondiese bajo el velo de la espontaneidad su santidad colosal, es una prueba de gran humildad, pero también de aquel nuevo estilo de santidad que estaba inaugurando. Una santidad no aclamada, no vistosa en aspecto exterior, hecha de sencillez, pero de aquella sencillez, como dijo Pío XI de Santa María Mazzarello, propia de los metales más simples "¡como el oro!" Así fue Don Bosco.

 

                Don Alejandro Luchelli dio lo mejor de sí a la Congregación en la clase, en el gobierno de rnuchas casas e inspectorías, en el anuncio de la Palabra, nutrida por fuertes estudios teológicos y ascéticos, especialmente en la guía espiritual de las almas. Aprendió de Don Bosco a amar sobre todo a Jesús Sacramentado: anciano, recitaba el Breviario en la iglesia o en la habitación, pero de rodillas sobre el desnudo pavimento. Hacía diariamente el Vía Crucis; desde las tres de la tarde a las cuatro adoraba al Señor en el Tabernáculo.

 

                Era un enamorado de la voluntad de Dios: la expresión Deo gratias florecía en sus labios en mil ocasiones Tenía predilección por una oración tomada de San Alfonso: "Dios mío, no quiero otro lugar, otra habitación, otros vestidos, otra comida, otra salud, otro trato distinto del que vos queréis, y tengo por vuestra la voluntad mis Superiores,..". No la guardaba para sí, la enseñaba de buen grado asus penitentes.

 

 

ES LA TERCERA VEZ QUE ME LO DICES

 

                Don Alberto Caviglia fue uno de los salesianos mejor dotados y prestigiosos de la generacion educada y crecida en la escuela de Don Bosco. Leyendo en su futuro, el santo, entre serio y alegre, decía de él: "Caviglia hará maravillas". Esta vida "maravillosa" merecería una semblanza aparte. Conocidos son sus méritos en el campo de la crítica histórica, de la arqueología, de la historia del arte, que le merecieron ser contado entre los miembros de la Diputación de Historia Patria y de la Academia Albertina; los salesianos le recuerdan, sobre todo, por los excelentes volúmenes de la edición crítica de las obras de Don Bosco, del que fue uno de los más geniales y agudos intérpretes, y por sus penetrantes análisis sobre la pedagogía y la espiritualidad salesiana que preceden a la vida de Santo Domingo Savio, de Francisco Besucco y de Miguel Magone. Aquí sólo le recordaremos por la intimidad que él tuvo con el gran educador de la juventud, primero en los años pasados en el Oratorio, como estudiante (1881-1884), y después en San Benigno Canavese.

 

Alberto nació en Turín el 10-1-1868, murió en Bagnolo Piamonte el 3-XI-1943.

 

                Don Alberto Caviglia pasó en la "Tierra Santa" de Valdocco los años más felices y más bellos de su vida, se deducía esto de la ola de recuerdos que fluían vivos de su prodigiosa memoria. Esta felicidad nacía de la aproximación espiritual con Don Bosco, que estuvo a su lado y le sostuvo en las dificultades provenientes de su carácter excesivamente vivaz y no fácil a la disciplina, y supo conquistarlo literalmente con la fascinación de su bondad y con su ilimitada paciencia.

 

Penitente de Don Bosco   

 

                Una de sus glorias más queridas fue la de haber sido penitente de Don Bosco durante todo el tiempo que pasó en el Oratorio. Aquel contacto íntimo y habitual con el santo, lo había cambiado poco a poco y, lo había hecho, según su modo de decir, "un salesiano de raza"; es decir, un salesiano en el que, por encima de su temperamento jovial, siempre pronto al golpe jocoso y a la agudeza irresistible, vibrara una vida interior nada común. De Caviglia decían cuantos lo conocían bien: "No es lo que parece, ni parece lo que es. Don Bosco lo estimaba y lo comprendía: sabía que su agitación y su vivacidad encubrían un alma profundamente sensible y buena. Pero la dirección espiritual del santo era exigente. "Con Don Bosco —nos decía— no se podía confesar tres veces una misma falta, sin que nos llamase al orden".

 

                En el año 1884, fue a confesarse con Don Bosco un muchacho del quinto curso que se llamaba Alberto Caviglia, Don Bosco después de escucharlo le dijo: "¿Tú haces propósito? Es la tercera vez que me lo dices". Yo lo tengo fijo aquí (e indicaba la oreja)

 

Don Bosco es el hombre de la bondad

 

                Don Alberto Caviglia, dotado de una inteligencia superior, no cuidaba.el detalle. En la escuela de Don Bosco había aprendido que el secreto de nuestro sistema preventivo —que es también nuestra espiritualidad— "es lo que se llama “corazón”, “bondad”". "Una bondad —no se cansará de escribirlo— que forma el rasgo principalísimo de la figura histórica y moral de Don Bosco, que se veía, que se transparentaba en Don Bosco". "Don Bosco es el hombre de bondad, del buen corazón. No solamente el corazón grande que piensa en el género humano sino aquel corazon como el de Jesús, que se çonmueve por las turbas que no tienen pan, y se enternece ante todo sufrimiento y todo llanto, y se vuelca maternalmente (lo dice San Marcos) para abrazar a los niños. No es el corazón monumental de los filántropos que es mármol o bronce, sino la bondad paternal, la ternura y solicitud maternal para con los pequeños, para con pobres entre los pequeños, para con los más pobres y los más pequeños. Nosotros lo hemos conocido, yo le debo todo lo que (y ¡no sin emoción lo recuerdo!), nosotros podemos decir que aquel hombre, si ha cometido, por así decirlo, algún error, ha sido siempre el de escuchar más al corazón que a la razón, y entre ésta y aquél jamás dudó ni un momento en la elección". (A. Caviglia, Don Bosco, un profilo storico, Turín, 1934, p. 30.)

 

              Cuando, avanzado ya en años, veía que en algunas casas infiltraba (también por fuerza del espíritu de la época) una disciplina exagerada, sufría profundamente: "¡No era así como obraba Don Bosco!".

 

Todo salesiano tiene su secreto

 

                Decía: "El Señor, en el último juicio, dividirá a los hombres en dos categorías sin mirar si nos falta un botón en el vestido o si tenemos sucios los zapatos: los hombres de corazón serán los elegidos; los hombres sin corazón, los condenados".

 

                De Don Bosco había aprendido un secreto: el de tener un ejercicio ascético del todo personal. "Todo salesiano debe tener su devoción secreta", repetía en los Ejercicios Espirituales. La- suya consistía en el rezo diario del rosario entero y en abstenerse con cierta frecuencia de fruta y de dulces. Un secreto que llevó a La tumba, pero que reveló a un joven clérigo gravemente comprometido en su salud: "Mira —le decía— cuando tenía tu edad, estuve tres veces aquí dentro, estaba delgado, decaído, enfermo. No sabiendo qué hacer me agarré al manto de la Virgen, empecé a honrarla, como te he dicho, y mira que bueno estoy. Confía también tú en la Virgen".

 

                Don Alberto Caviglia ocultó siempre su riqueza interior, aunque ésta surgía desde el fondo en el confesionario y en otras ocasiones. Lo que no pudo nunca ocultar fueron sus rasgos tipicamente salesianos, su amor sin límites a Don Bosco.

 

                Hubiese querido “emboscar” a todos los salesianos. En sus últimos años no sabía hablar de otra cosa más que de Don Bosco, tanto le urgía consignar a la posteridad la imagen auténtica que sus muchos estudios y su larga convivencia con el santo habían formado definitivamente en él. Pocos han escrito y comprendido como él el espiritu de Don Bosco.

 

 

VIENE DON BOSCO

 

                Don Eugenio Ceria fue un brillante humanista y un hombre de escuela, como lo demuestran sus publicaciones escolásticas y, durante muchos años fue director de nuestros Institutos. Su nombre va unido, sobre todo, a los nueve volúmenes de las “Memorias Biográficas” (Vol. XI-XIX); a los “Anales de Ia Sociedad Salesiana” (4 Vol.); a la publicación del “Epistolario de Don Bosco” (4 Vol.)y a otros numerosos escritos de índole salesiana -—biogra-fías, semblanzas, estudios— una pproducción enorme, como puede verse, que ha puesto en manos de los salesianos el tesoro más precioso de su fundador. Sólo el escrupuloso aprovechamiento del tiempo y la férrea disciplina personal puede explicar este enorme trabajo.

 

Eugenio nació en Biella e1 4-XII-1870; muere en Turín el 21-1-1957.

               

                Durante años se levantaba a las tres y media de la mañana; a las cuatro y diez celebraba la santa misa en la Basílica, confesaba a 1os hermanos, hacía la rneditación; luego, un poco de desayuno e inmediatamente al trabajo, en el cual era capaz de permanecer de doce a trece horas diarias. çuantos lo conocieron recuerdan su "dulce" imagen, su continente recogido y pensativo, su rostro envuelto en una sonrisa, apenas esbozada, y su profunda humildad.

 

                No fue alumno del Oratorio: Don Bosco, con las buenas referencias que tenía del Seminario de Biella, donde el jóven había cursado sus estudios gimnasiales, no dudó en admitirle directamente en el noviciado de San Benigno (1885)

 

                Allí conoció y trató en la intimidad a Don Bosco, como reveló él mismo en una larga conversación con un grupo de jóvenes salesianos (marzo de. 1954), en la cual comenzó así:

                "Consuela no poco constatar cómo, desde hace algún tiempo entre los hermanos jóvenes y jovencísimos se difunde una especie de ansia por conocer mejor y más a fondo a Don Bosco. Esto es ciertamente maravilloso. Y con esta disposición de espíritu no es de extrañar que se considere una fortuna poder conversar con los que tuvieron la suerte de oír, ver, vivir y hablar con Don Bosco. Ciertamente es muy hermoso poder decir: “Quod audivimus, quod vidimus oculis nostris, quod perspeximus... anuntiamus”. ¡Es ciertamente algo grande y bello! Trataré de deciros por lo tanto algo que os pueda interesar...

 

Cómo me fui con Don Bosco

 

                "Se ha dicho muchas veces que Don Bosco tenía fuerza de atracción. Esta fuerza de atracción no la tenía solamente sobre los cercanos sino tambien sobre los lejanos, y de diversas formas. Yo, por mi cuenta, hice una experiencia.

 

                Un día —estudiaba yo cuarta gimnasial y apenas conocía a Don Bosco y a los salesianos más que de nombre— con algunos compañeros míos, rodeamos a dos sacerdotes: uno del lugar y otro forastero que había venido a predicar el mes de mayo en la Catedral. Hablaban entre sí y les agradaba que escuchásemos lo que decían. A un cierto punto el sacerdote del lugar dijo al forastero “Pero diga algo de Don Bosco, usted que ha estado en Turín (creo que había predicado también en María Auxiliadora). Denos alguna noticia fresca sobre el”. El sacerdote forastero empezo a hablar de Don Bosco con cierta admiracion y afecto, despues dejo escapar esta exclamación “¡Oh! qué amable es Don Bosco con los muchachos. Figúrese... ¡hasta responde de su puño y letra a las cartas!”

 

                Pues bien, yo que no conocía a Don Bosco más que de nombre, en aquel momento sentí un afecto singular. Aquellas palabras, que parecen insignificantes, se adueñaron de mi corazon de tal modo que me orientaron enteramente hacia el nombre de Don Bosco. Desde aquel momento creció en mí el deseo de abandonarlo todo para “ir —como se decía— junto a Don Bosco” Es de notar que yo no había salido jamás de mi ciudad, no había tenido la más remota idea de lo que significase alejarse de la familia. Pero, desde aquel momento, yo era otro.

 

                Recitaba todos los días la oración del Joven Instruido a la Virgen para la vocación, y no paré hasta encontrar el modo de comenzar alguna práctica ad hoc que me condujera a seguir mi ideal.

 

                Digan ahora nuestros psicólogos lo que quieran sobre el efecto que me produjeron aquellas palabras insignificantes; yo digo lo que a mí me sucedió. Es el nombre de Don Bosco el que me ganó de un modo total, precisamente en aquel momento".

 

Fui a San Benigno

 

                Un año después (1885), concluidos los estudios gimnasiales, una carta de Don Julio Barberis en nombre de Don Bosco, lo llamó a Turín para ir a San Benigno a hacer los Ejercicios Espirituales después de la Asunción.

 

                Continua Ceria: "Aquel año, la Asunción caía en sábado, por lo que había que dejar pasar el domingo. El lunes estaba puntual en el Oratorio: ‘me acompañaba mi padre, que me dejó en el Oratorio, y me fui a San Benigno. Don Bosco estuvo con nosotros todo el tiempo de los Ejercicios. Me producía cierta impresión ver a Don Bosco allí, a la mesa de nuestro gran refectorio, en medio de los superiores que lo rodeaban. Pero en aquellos días no habló nunca en público, en ninguna circunstancia.

 

                Mas, he aquí otra experiencia. Don Julio Barberis, no sé por qué, tuvo la idea de buscarme una audiencia particular con Don Bosco. Bien, comprendí que era una gran cosa, pero no me entusiasmó demasiado porque no tenía aún un conocimiento profundo de Don Bosco. Estaba contento ciertamente, y fui. Don Bosco me hizo sentar en un diván que estaba próximo y se volvió hacia mí desde la silla de su escritorio. Me hizo algunas preguntas, después—ahora.viene lo bueno— me miró con sus ojos penetrantes, tomó un tono serio y me dijo: "Ten cuidado con la bella virtud”. Yo no pensaba entonces qué quería decir la bella virtud, pero adiviné lo que quería decir. Aquella frase no la había oído hasta aquel día. ¡Bien!

 

Aquellas palabras se grabaron tan profundamente en mi mente que en este momento las siento todavía como las sentí hace sesenta y nueve años. Exactamente tal cual. Es más, me permito añadir, que en cinco circunstancias de mi vida —y doy por ello gracias al Señor— el recuerdo de aquella mirada, de aquella actitud, de aquella voz, ha sido muy saludable para mí. De estas cosas no he hablado jamás en ninguna ocasión. Ved un caso de la eficacia de la palabra de Don Bosco, un caso verdaderamente prodigioso, que siento todavía —como digo—, y cualquier cosa que me suceda, basta que recuerde aquello y estoy en mi sitio"

 

Ve adelante "sicut gigas"

 

                La delicadeza de Don Julio Barberis le procuró otro encuentro personal con Don Bosco. Le faltaban a Ceria por razones de edad dos meses para hacer la profesión en manos de Don Bosco con los demás compañeros: este motivo podía ser ocasión de pena, pensaba el maestro. "Vamos a remediarlo procurándole un coloquio con Don Bosco". Y así lo hizo.

 

                "Recuerdo siempre —contaba Ceria— que, cuando estaba fuera esperando entrar, ¡huy! sentía en aquella ocasión mi fortuna de poder presentarme ante un gran Santo como era Don Bosco. Lo sentía verdaderamente y tenía el alma llena de satisfacción. Entré. Me acogió paternalmente, me hizo algunas sugerencias y acabó diciendo: “¡Bien!, ahora ve adelante sicut gigas ad currendam viam” Mirad qué pequeña casualidad. Al salir, abierta la puerta, oí cantar en la iglesia —era domingo— a mis compañeros: “¡Sicut gigas ad currendam viam!” >.

 

                <Tuve todavía otro recuerdo de Don Bosco, que me dejó una gran desilusión. Esto ya es tal vez conocido —hay una alusión de ello en Don Bosco con Dios— En el año 1887, íbamos los clérigos de vacaciones de San Benigno Canavese a Lanzo, y aquel año estaba también allí Don Bosco. Había estado un mes pero nosotros no lo habíamos visto casi nunca. Sólo lo veíamos cuando lo conducían en coche por el camino que corona aquella colina. Lo llevaban arriba a la orilla del Stura: le sentaba bien el murmullo del río abajo y el aire fresco de las montañas. Don Carlos Viglietti y otros le distraían.

 

                Una mañana, no sé por qué, yo no estaba en el estudio con mis compañeros. Subí la escalera del Colegio para ir al estudio. Al llegar a la primera planta, he aquí que veo a Don Bosco de pie, solo, muy recogido. ¡lmaginaos! Di un brinco e inmediatamente fui a besarle la mano. Don Bosco me miró y me preguntó mi nombre. Se lo dije. Hizo entonces un gesto, que podía interpretarse como de agradable sorpresa. Después me dijo en un tono marcado: “Estoy contento...” Imagínense, estaba ansioso de saber cómo terminaba la frase, pero en aquel momento llegó Don Carlos Viglietti, le ofreció el apoyo de su brazo y Don Bosco, dócil como un niño, se dejó conducir, no sé adónde. Jamás pude saber cómo tendría que acabar aquella frase"

 

                "Don Bosco tenía el arte de entusiasmar a los suyos por la Congregación. Cuando vino a recibir la profesión religiosa eran más de un centenar los clérigos a su alrededor. El santo estaba sentado en medio de la capilla porque no podía levantar la voz excesivamente Y comenzó a hablar de este modo: “Mirad, estáis todos aqui. Pero si estuviérais ya en disposición de haceros directores, yo sabría a donde mandaros desde mañana". En aquellos tiempos nosotros abríamos asombrados los ojos al oír una cosa así. Cómo, ¿un centenar de directores para ocuparlos inmediatamente?".

 

Nos arrodillábamos a su alrededor

 

                "Nos entusiasmaba, nos ligaba a la Congregación, nos aficionaba a sí como hijitos" Otro recuerdo: Había sido enviado desde Lanzo con otro compañero a Valsálice para atender al servicio de la sacristía y Don Bosco estaba también allí. Como nosotros no hacíamos los ejercicios, por la tarde, durante la meditación salíamos afuera, y Don Bosco estaba sentado en el vano de una ventana en el corredor. Nos arrodillamos a su alrededor un compañero mío y yo: se encontraba también un tal Don Gaveskia, polaco muy instruido, y después algún otro. Estábamos allí de rodillas. Don Bosco no hablaba casi nunca, porque se fatigaba mucho al hablar. Era el mes de agosto del 1887. recuerdo, entre otras cosas, que Don Gabeski habló sobre una biografía de Don Bosco que había visto hacía poco, escrita por un alemán, y observaba que el biógrafo decía que Don Bosco procedía de una familia acomodada. Apenas oyó esto Don Bosco, dijo: "¡No! ¡No!, de una familia pobre. Decidle al autor que corrija".

 

Don Eugenio Ceria continúa: "Apenas terminados los ejercicios, dada la bendición y cantado el Tedeum, todos salían de la iglesia. Salía también yo cuando se oyó una voz: "Viene Don Bosco a hablar". Y efectivamente, aparecía saliendo de la sacristía y avanzando. Se le llevó hasta la balaustrada: apoyó las manos y dijo aproximadamente así: "Queridos, habéis hecho los Ejercicios, pero que ninguno cometa el despropósito de marcharse de aquí con embrollos de conciencia". Y después contó un episodio. "Había un sacerdote en una ciudad muy lejana, gravemente enfermo, al final de su vida. Habiendo sabido que había llegado a la ciudad un sacerdote que venía de muy lejos, deseó verlo. Este sacerdote acudió inmeditamente. Apenas puso el pie en la estancia éste exclamó: ¡Misericordia de Dios! Tenía precisamente necesidad de librarme de un embrollo de conciencia. Y murió". Así lo narró Don Bosco. Don Carlos Viglietti, -no sé con qué fundamento- decía que el hecho le había sucedido al mismo Don Bosco en París el año 1883. yo no lo sé... de todos modos, tal como lo contaba Don Bosco, y por los detalles que daba, no excluyo que le hubiera sucedido precisamente a él y en París".

 

El 30 de enero de 1888

 

                "No quiero callar la impresión que tuve de Don Bosco vivo, la útima vez que le vi, el 30 de enero de 1888. Todos estaban persuadidos de que las horas de Don Bosco estaban contadas. Se avisó a Don Julio Barberis. Nosotros, hacía tres meses que estábamos en Valsálice, donde habíamos reemplazado a los estudiantes nobles. Don Julio Barberis, sin más, nos mandó a verlo Estaba anocheciendo. Habíamos llegado a Valdocco, pero no nos dejaban acercarnos al lecho. Desfilábamos delante de la puerta que estaba frente a su cama. ¡Oh! Si pudiera describiros la impresión que me produjo Don Bosco en aquel momento. No soy capaz, pero le veo, le siento verdaderamente. Apoyado sobre la almohada, pero sin ningún descuido como es natural que suceda en estos casos. ¡Ningún descuido! Dueño de sí mismo, tranquilo, recogido. Me llevé una gran impresión. Después ya se sabe lo que sucedió. Lo volví a ver expuesto en San Francisco y me pareció que estuviera en un plácido sueño.

 

                Alguno me ha dicho, hace unos tres días: “Hemos encontrado en el Archivo una carta de Monseñor Cagliero escrita a Don Santiago Costamagna a la Argentina y decía: “El cuerpo de Don Bosco exhalaba una fragancia de rosa”. He querido ver con mis ojos aquella mala letra de Monseñor Cagliero. Decía precisamente así: “Espiraba una fragancia de rosa”. Es un testimonio que tiene su valor, dada la persona que lo dice”.

 

                Aquí termina el relato directo de Don Eugenio Ceria, pero podemos completarlo con este otro episodio contado por él. Durante la novena de Don Bosco, iba de buena gana a dar unas buenas noches a los estudiantes de teología de la Crocetta. Una vez dijo: "Se cree que los salesianos son por definición bullangueros. Es una exageración. Hubo un tiempo en que se discutió en la Congregación si debía abolirse el recreo moderado del mediodía y de la tarde en los Ejercicios y hacerlos en perfecto silencio. El Consejo Superior lo discutió estando presente Don Bosco. Se hizo una votación: seis votaron a favor de los dos recreos moderados, uno solo a favor del silencio riguroso. Se creyó que el voto a favor del silencio absoluto fuera el de Don Miguel Rúa". He encontrado en el Archivo una nota de Don Cartier en la que se lee: "Don Rúa me ha dicho que el voto a favor del silencio completo en los ejercicios lo emitió Don Bosco". Ceria concluía: "Cuando se habla demasiado faltan dos virtudes: va a menos el espíritu de recogimiento y se pierde el espiritu de trabajo".

 

                En otras buenas noches, Don Eugenio Ceria comenzó asi: "He leído en un cuaderno de Don Julio Barberis: "Hoy me ha dicho Don Bosco que también él tiene que estar atento a la impresión quo producen los jóvenes agraciados”; y relacionaba esas palabras con lo que Don Bosco había dicho un día al pequeño Pablo Ubaldi, chiquito vivaracho y Ileno de ingenio, muy afectuoso que, en un ímpetu de espontaneidad había saltado a su cuello. Don Bosco quedo serio y soltándolo de sí le dijo: “¿,Quién crees que eres?” El chiquillo quedó cortado y sorprendido, pero —concluía Ceria—- como les ocurre a los chicos, se olvidó bien pronto”.

 

 

HE CONFESADO A DON BOSCO

 

                Del sacerdote Ángel Rocca sería preciso hacer un largo artículo: sacerdote a los veintidos años; director y fundador de la casa de La Spezia a los veinticuatro, director y animador de otros Institutos, autor de estimadas obras históricas y ascéticas, miembro de la Sociedad Histórica Subalpina, socio de la Arcadia, Misionero Apostólico por nombramiento del mismo León XIII, iluminado maestro de Espíritu; fue, sobre todo, un salesiano enamorado de Don Bosco, un testimonio fiel de su espiritu.

Ángel nació en Rivara Canavese el 30-X-1853; muere en Cuorgnê (Turin), 9-11-1943.

 

                Era estudiante del primer año de teología en el Seminario Arzobispal de Turín, pero, según decía, "aquellos muros le causaban tristeza". Y sucedió que, sin saberlo el obispo, se escapó del seminario y se fue con Don Bosco. El santo no dudó un momento en acogerlo con benevolencia, intuyendo su virtud, y lo mandó a Lanzo para que experimentase la vida salesiana.

 

                Este episodio no servía ciertamente para allanar las diferencias entre Don Bosco y Monseñor Gastaldi, pero levantó también duras protestas por parte de la familia del clérigo. El padre, furioso y contrariado, no dudó en ir inmediatamente a Lanzo para tomar a su hijo y llevarlo nuevamente al seminario. Le acogió Don Bosco que, con dulces modales y palabras persuasivas, supo devolver la calma al corazón agitado del padre y convencerlo para que dejara al hijo donde estaba, el clérigo Ángel no se separó jamás de Don Bosco.

 

¡He confesado a Don Bosco!

 

                Después de un noviciado sui géneris, hizo enseguida los votos perpetuos y se ligó para siempre a la Sociedad Salesiana. Entre los recuerdos de aquellos años lejanos y difíciles, el más grato era el de haber confesado al mismo Don Bosco. El hecho es bastante conocido pero es hermoso escucharlo de labios del mismo protagonista.

 

                "Tenía apenas veinticuatro años y estaba llevando, entre mis trabajos la Obra de La Spezia, cuando un día llega Don Bosco. Se dirigía a Roma, pero quiso detenerse un poco con nosotros. Después de saludar a los hermanos, entramos Don Bosco y yo en el despacho de la dirección. El buen padre tomó una silla y me dijo:

                —Ángel, siéntate.

                Me senté.

               

—Y ahora, —añadió Don Bosco arrodillándose en el suelo— confiésame.

 

                Me quede cortado; era jovencísimo, inexperto, y Don Bosco era Don Bosco. ¿Qué hacer? Quise ponerle mis reparos y le dije:

                —Mire, Don Bosco, escuche un momento, voy a llamar al Penitenciario Mayor que está cerca y él podrá confesarle cómodamente.

 

                —No, no —fue su respuesta—. Es mi día y quiero confesarme con un salesiano.

                Don Ángel Rocca tuvo que rendirse".

 

                Alguna vez los hermanos, entre broma y serio, le hacían esta insidiosa pregunta: ¿Cómo se confesó Don Bosco?". "Como un buen salesiano", era su respuesta, y todo acababa naturalmente allí. Pero, ¡cuánta humildad en Don Bosco y cuánta su sabiduría pedagógica! También este era un modo de demostrar toda su confianza en el director joven, tentado de desaliento.

 

Cargado de deudas

 

                Los primeros años de La Spezia fueron heroicos, dificilísimo faltaba todo y se pasaba muchas veces hambre; las deudas, sobre todo, no dejaban respiro. Por mucho quo se industriasen los salesianos, no había modo de extinguirlas. El director, no pudiendo ya más, tomó un día el tren y marchó a Turín para pedir ayuda a Don Bosco. Al Ilegar a Valdocco.subió derecho a la habitación del santo, que lo recibió con el afecto de siempre pero le dijo cándidamente: "No tengo ni un céntimo, ve a ver a Don Miguel Rúa, espero que pueda contentarte". Se trataba de 6.000 liras, entonces una suma respetable.

 

                Sin embargo, tampoco Don Miguel Rúa tenía un céntimo. El padre Rocca quedó muy apesadumbrado: "En casa, con todas estas deudas llevamos una vida de imfierno y nosotros solos no podemos del apuro".

 

                Presa de muy encontrados pensamientos fue a la iglesia de María Auxiliadora y rezó largamente. Llegada la hora de partir, quiso subir todavía una vez más a saludar a Don Bosco: "Entonces —le dijoDon Bosco al verle— ¿Don Miguel Rúa te ha dado las 6.000 liras?". " Don Bosco, tampoco él tiene un céntimo". A este punto el Santo abrió lentamente un cajón, sacó todo el dinero que contenía y dijo: "Toma Ángel, son exactamente 6.000 liras, me acaban de llegar ahí mismo. Son tuyas". El director de La Spezia besó con afecto la mano del querido Padre y partió feliz. Una vez más había tocado con la mano el poder de la oración.

 

                Como siempre, María Auxiliadora velaba por sus hijos y como Madre, los socorría en sus dificultades.

 

 

SIRVO PARA HACER DE DON BOSCO

 

                   Estos recuerdos reproducen enteramente, con algunos retoques de estilo, una conferencia que pronunció Monseñor Lino Cassani en Turín (15-V-1957), llena de vida e interés. Monseñor Cassani, una de las personalidades más representativas del clero de Novara desde la primera mitad de nuestro siglo; sacerdote celoso y docto por su gran corazón sacerdotal y por su bondad. Aquí lo recordamos como alumno del Oratorio en los años 1882-1886, especialmente por su intimidad con Don Bosco, que alcanzó cimas nada comunes.

Lino nació en Gravellona Lomellina el 8-7-1869; muere en Novara el 30-XI 1963.

 

 

Yo soy el preferido.

 

                "Entré en el Oratorio de Valdocco a finales de agosto de 1882. Era la primera semana que estaba allí, en los primeros días septiembre, todavía algo meláncolico. Estaba jugando en el patio, precisamente en el sitio en que está ahora la estatua de Don Bosco. Jugaban a los bolos cuatro o cinco de los recién llegados, pero capitaneados por uno que era como de casa, un tal Enría, hijo del jefe de carpintería de entonces. Enría en un momento levantó la cabeza y dijo: “¡Oh! ¡Don Bosco!” Dejô allí Los bolos y echó a correr hacía el sacerdote, que en aquel momento bajaba por las escaleras de la sacristía y atravesaba el patio. Corría hacia Don Bosco, corrían los demás y yo también corrí. Nos agrupamos todos a su lado, seríamos cinco o seis. Él nos tenía a todos de la mano y preguntaba a uno y a otro: “¿Y tú cuándo has llegado? ¿Cómo te llamas? ¿De dónde eres? ¿Has Ilorado, has Ilorado, ¡eh!?” A todos, por este estilo. Cuando  mí turno se paró, sus ojos se llenaron de burbujitas, de puntos de variados colores que se movían, una infinidad de puntitos de todo color, un incesante temblor... después, estuvo un momento como arrobado. “Bravo, dijo finalmente, id a jugar”. Dejó, primero, mi mano y, después, las de los otros. “Seguid vuestro juego”.

 

                Los otros no advirtieron nada, pero yo pensé: “A los otros los quiere y a mí no, ni siquiera me ha preguntado mi nombre”. A la mañana siguiente estábamos en la iglesia. Un compañero me dijo: “Voy a confesarme con Don Bosco”. “¿Y dônde está?”. “Está en la sacristía, confiesa en la sacristía”. Fui yo también. Cuando llegó mi turno me acerqué... “Ven, ven, ven”. Me dijo cuatro o cinco palabras. Fueron bastantes para que yo me creyese el más querido. Don Bosco me quiere más que a los otros".

 

No tuve valor

 

                Un mes después, aproximadamente, un compañero me dijo: "He visto ayer a Don Bosco vendimiando la parra de sus ventanas. Pero han quedado algunos racimos todavía, si vienes conmigo vamos a cortarlos".

 

                Fui. Pero cuando estaba en la habitación, donde todavía se encuentra el altar, mi compañero fue rápidamente a cortar las uvas; yo no me atreví. Me paré allí y curioseaba a derecha e izquierda habia una silla de paja —Don Bosco era pobre, pobre— y un cartel con la conocida frase: Da mihi animas coetera tolle. Estaba mirando cuando senti unos pasos detrás de mí. Era Don Bosco. “¿Sabes leer?”, —me dijo—, “Sí, si sé leer, y lo he leído”. “¿Y sabes lo que quiere decir?”. “Sí, lo sé, pero... no sé lo que quiere decir caetera”.

 

“Te lo digo yo”. Me lo dijo y me lo explicó. Entre tanto, entró mi compañero con dos racimos en la mano. “¿Los has encontrado todavía. —dijo Don Bosco— ¿pero sólo para ti? Dale un poco también a tu amigo, la mitad para cada uno". Los tomó y los dividió, la mitad para él, la mitad para mí. Y después dijo: “¡Bravo!”, id a correr y a jugar”. Pensé para mí: “¿Cómo es eso? en vez de reñirle le ha dicho: ¡Bravo! ¿los has encontrado aún?, y después me ha dado también a mí".

 

Tenía una bonita voz

 

                "Un par de meses después vi a Don Bosco —era domingo— que subía al púlpito. No era la primera yez que oía hablar a Don Bosco. Lo había escuchado varias veces cuando nos daba las buenas noches. Hablaba así..., ¡cómo Don Bosco! Pero yo me preguntaba; “¿Quién sabe qué sermón hará Don Bosco?”

 

                En mi pueblo —un pueblo próximo a Novara—, en las fiestas solemnes invitaban a algún gran orador, que alzaba la voz, gesticulaba mucho, daba algún puñetazo sobre el antepecho, imponía por prestigio, y yo me decía: “¡Qué buen predicador!”

 

                Pensaba que Don Bosco lo haría así; por el contrario, nada, Don Bosco se limitó a decir: "He aquí que este año, por la gracia del Señor, hemos podido abrir una casa en tal sitio, hemos hecho esto y aquello con la ayuda de nuestros cooperadores; ahora nos faltan todavía muchas cosas por hacer, pero la Providencia no nos faltará...” Y cosas parecidas. Tenía una voz retumbante, no muy fuerte, pero bonita, clara, limpia; una dicción, no sé cómo decir, de niño sencillo. Habló de trabajos, de bienhechores, y yo dije para mí: “¡Vaya!, Don Bosco es muy bueno, ciertamente, pero no es predicador. Yo sabría hacerlo mucho mejor”.

 

Antes de que acabe el mes...

 

                "Una tarde Don Bosco subió al púlpito de madera, desde el que daba las buenas noches, y dijo así, como él hablaba “Mañana comenzamos los Ejercicios Espirituales, predicará Don Cagliero; veréis, predica bien, dirá cosas muy hermosas, confesaos bien, comulgad”. Después continuó: “Porque, veréis, puede suceder que, antes del fin de mes, muera alguno de nosotros; por lo tanto, estemos preparados”. Yo no me impresioné; siempre se puede decir estemos preparados.

 

Pero al acabar los Ejercicios Espirituales (recuerdo siempre la plática del hijo pródigo), oímos que los profesores decían: “Tiene que morir alguno antes de que acabe el mes”. Durante los primeros días estas palabras nos impresionaron poco, después nada. Pero el último o penúltimo día un compañero jugaba bajo el pórtico donde estaba escrito: Non tradas bestiis animas confitentes tibi. Allí habían apoyado dos o tres camas con poca pendiente junto a la pared, unidas entre sí. Mi compañero quiso hacer piruetas para llamar la atención. Trepó por ellas y luego miró atrás, pero se le fueron los pies y cayeron precisamente sobre su pecho. Huimos todos por un lado y por otro, pero él había muerto. Entonces nos recordamos. Don Bosco lo había dicho: “Antes de que acabe el mes”. Recuerdo que aquel hecho me impresionó muchísimo".

 

Te han roto el vestido

 

                "En las primeras semanas de mi estancia en el Oratorio me admitieron a formar parte del coro musical, dirigido por Don Cagliero, pero yo estaba completamente en ayunas de todo. Don Juan Cagliero dirigía tocando con una mano, con la otra marcaba el compás con un pequeño bastón. Por desgracia, yo era el más pequeño y el más próximo a él. Por algún tiempo le seguía, pero después, estaba distraído, cuando sentí dos golpes en la espalda. Me quedé quieto: los otros rieron, rió también Don Cagliero, pero yo no pude reprimir las lágrimas, y él se burló de mí con un dicho piamontés “Flec, f1ec, pierna rota, flec, flec, Lombardor e Cavórett (dos pueblos del Piamonte)”. A la mañana siguiente los compañeros en el patio me repetían: “Flec, flec, Lombardor e Cavôrett”. Me revolví a patadas y puñetazos. Don Bosco, que estaba bajo el pórtico, vino a mi encuentro y me dijo “¿Qué pasa?” “Se burlan de mí porque ayer ocurrió esto” “Tienes razón, mira, mira..., te han roto el vestido, te lo han hecho jirones, mira aquí, aquí, aquí”, e indicaba la espalda. No era verdad, pero Don Bosco lo dijo para consolarme y todo acabó allí.

 

                Han pasado muchos años. En el 1901, los salesianos inauguraron la estatua de María Auxiliadora en el colegio de Novara. Era obispo oficiante Monseñor Cagliero. Yo era entonces párroco de Santa Eufemia. Como la Iglesia de María Auxiliadora estaba en mi parroquia, me tocó organizar la procesión y lo hice de manera de que pasase por delante de mi iglesia. El cielo estaba encapotado y amenazaba lluvia, pero la procesión salió. Después de un breve recorrido, cayo un aguacero. Se apresuró el paso y la gente se refugió en mi iglesia. Monseñor Cagliero hizo una de aquellas platicas que él sabía hacer y entretuvo al auditorio mucho rato. Al final dimos la bendición con el Santísimo Sacramento y cada cual regresó a su casa. Monseñor Cagliero se quedó en la mía. “¿Tienes una capa de abrigo que puedas prestarme?”, me dijo aterido de frío. "Sí, respondió mi madre, pero, ¡quizá no le caiga bien!”. Monseñor se la puso, pero apenas le llegaba a la rodilla. Después lo llevé al colegio. Mañana te mandaré la capa —me dijo—. Bien, la Virgen la tengo yo mientras pueda”.

 

                Al día siguiente me mandó la capa, toda rota, “aquí y aquí”. No pude por menos de pensar en la escuela de música de Valdocco... y en Don Bosco".

 

Por orden de Don Bosco

 

                "A finales del curso —terminaba entonces el curso a mediados de agosto— estaba yo tan agotado de fuerzas que no podía más. Un cornpañero mío, que había logrado ir al huerto, que se encontraba donde está ahora el patio de Domingo Savio, volvió trayendo unos tomates frescos. Los buenos y maduros se los había comido él; otros me los paso a mí. Los comí con avidez y dcspués bebí bastante agua; no sé lo que ocurrió, pero por la tarde no podía más y tuve que a ir a la cama.

 

                El asistente y el profesor Don Saluzzo (que era todo un padre, como era una madre el asistente Don Valentini), subieron inmediatamente a verme y me hicieron llevar a la enfermería. Llamaron al médico del Manicomio, doctor Albertotti, el cual sentenció: “Está rnuriendo. Me llevaron a la habitación de los moribundos y enviaron a dos para asistirme. Avisaron enseguida a mis padres, los cuales, a la mañana siguiente, estaban en Valdocco.

 

                El portero Rossi, aquel a quien Don Bosco llamaba el “Conde Rosso”, pasando por el patio se los presentó a Don Bosco: “Son padres del chico moribundo”. Y Don Bosco replicó: “¡No está muriendo!, está curado. Está muy bien. LIévenselo a casa y en octubre traiganlo aquí, está curado”. Y les dio la bendición.

 

                Mis padres creyeron que fuesen sólo buenas palabras. Subieron a la enfermería, oyeron mi voz diciendo a los dos que me asistían “Dadme mi ropa que tengo que ir a examinarme —comenzaban aquel día los escritos—, no quiero que me suspendan”.

 

                Entraron mi padre y mi madre y vieron que yo no estaba muerto, que estaba bonísimo y que discutía. Me dieron enseguida la ropa, vestí y, mientras lo hacía, otra agradable sorpresa: entró el Consejero escolástico, Don Ferraro, y dijo: "Por orden de Don Bosco estás aprobado sin examen”. Me fui a casa triunfante".

 

Sirvo para hacer de Don Bosco

 

                "Pasadas las vacaciones, volví al Oratorio, a mi paraíso terrenal, donde he sido el ser más feliz en aquellos años.

 

                Hacia Navidades, nuestro profesor dijo: “Ahora haremos prueba bimestral, los que salgan mejor tendrán derecho a comer alguna vez con Don Bosco. Y despuès, si quieren, a ir a sus habitaciones con cierta libertad”. Triunfé y fui con otro compañero a comer con Don Bosco.

 

                Después de tomar la menestra, mis compañeros ya estaban en el patio jugando. Don Bosco comprendió que las piernas querían ir allá. Nos dio dos o tres nueces y nos mandó a jugar. Fuí a comer otras veces con Don Bosco, pero nunca aproveché el derecho a subir a sus habitaciones.

 

                Y he aquí que un día, junto a mi compañero, subimos a la habitación de Don Bosco para curiosear: aquí el retrato de allá, esta cosa de acá. A cierto punto digo a mi compañero: “A que yo sirvo para hacer de Don Bosco, cuando va a dormir”. Y él: “Prueba”.

 

Había una escalerilla junto a la cama porque Don Bosco tenía las piernas muy hinchadas. Ante todo hice como que rezaba las devociones; después, arriba, despacio —porque Don Bosco andaba siempre despacio—, subí tres peldaños, metí la mano en la pileta del agua bendita, me santigüe bien y llegué arriba.

 

                “Yo lo hago mejor que tú.” “Veámoslo” Subió el otro también, pero remedándome a mí y no imitando a Don Bosco; en vez de meter la mano en la pileta, la metió debajo de la almohada de Don Bosco, tomó su gorro de dormir —Un gorro blanco— y se lo puso en la cabeza. No lo hubiera hecho. Como un buitre salté sobre él, que era mas alto que yo, tuve que subir las escaleras, y se lo quite. Pero nos enzarzamos los dos y ¡pum!, caímos de un golpe, contra la puertecita que nos separaba del despacho de Don Bosco, que estaba allí y salió inmediatamente para ver lo sucedido.

 

                “¿Qué ocurre?”. Yo llorando —tambièn lloraba el otro—, “ha sido Albano que agarró su gorro, se lo puso en la cabeza, y yo no quiero” “Dáselo, tambien yo quiero ver como le cae” “No, no” Y desobedecí, y puse con devoción el gorro en su sitio.

Don Bosco se echó a reír “Está bien, ahora id a jugar al patio”.

 

Se la enseñó Don Bosco

 

                "Diré lo que me sucedió una vez. Una mañana Don Bosco me vio en el patio con un libro en la mano y me dijo: “No se debe estudiar en el patio”. Yo le respondí inmediatamente: “Es que esta mañana fui a ayudar a misa (era la misa del Conde Cays, ya anciano y era una misa larga) y no pude ir al estudio. El profesor Nasó nos ha dicho que hoy preguntará la lección, y yo no sé nada”. “¿Cómo anda tu griego? —me dijo entonces Don Bosco—. Estábamos al final del tercer año y se comenzaba a estudiar un poco de griego. “Estoy en las labiales”. “En las labiales. Prueba entonces a decirme ‘caramelos’, pero sin mover los labios”. Y entre tanto hurgaba en los bolsillos. “Te doy un caramelo si dices ‘caramelo’ sin que se toquen los labios”. “Cara... no se puede!”. “Entonces, tampoco yo te lo doy. Pero mira: las labiales son así y así” y me explicó todo en pocas palabras.

 

                Los compañeros dijeron al profesor: “Cassani no ha estudiado la lección hoy, pero Don Bosco se la ha enseñado”. “Oigamos como te la ha enseñado Don Bosco”. Tenía yo entonces buena memoria y dije lo que me había dicho Don Bosco. “¡Bien, bravo!”, veinte puntos, es decir, diez para Don Bosco que te lo ha enseñado, y diez para ti que te lo has aprendido de memoria”.

 

Ha muerto hace muchos años

 

                "Otra cosa me sucedió, y ésta es dolorosa. Una mañana, un amigo mío (Emilio), me dijo: "Esta noche he tenido un mal sueño, soñé que habíamos ido los dos al refectorio para cambiar el panecillo" (Por la mañana no había café con leche, ni caldo, sino un gran panecillo, yo no podía comer ni siquiera la mitad e iba al refectorio a buscar uno más pequeño o un pedazo solamente, Era refitolero el señor Savio —el padre de Domingo Savio—). Fuimos los dos al refectorio para cambiar el panecillo; no estaba el señor Savio, pero había en cambio muchos hermosos pájaros. Yo agarré con la gorra algunos y los maté. Y tú me diste mi puñetazo tan grande que me despertó. ¿Qué querrá decir esto” “Ve a preguntárselo a Don Bosco” “Pero yo... ve tú”. Creía que yo tenía más confianza con el santo. Estaba a punto de ir, pero después pensé: “Don Bosco podrá decirme: “¿Y por qué cambias el panecillo?” Le respondí que no me parecía conveniente y él, mala gana, fue a ver a Don Bosco.

 

                Volvió a los pocos minutos. Estaba casi llorando, demudado: “¿Qué te ha dicho?” “Me ha dicho que si me hago salesiano moriré en seguida”. “¡Bah!”, eso se arregla pronto. Haz como yo, yo no me hago salesiano”. “Pero yo no tengo padre ni madre, tengo tan sólo hermano, profesor en Alassio. Si me hago salesiano me voy luego con él.Y ahora ¿qué hago?” “Pero después morirás” “Quiza no muera”. Después, ya se sabe como son los chicos, la cosa acabó así.

 

                Pasaron muchos años; el director de Novara queria recompensarme porque había dado unas clases a los clérigos y me dijo: ‘0ye, ¿quieres venir conmigo unos días a Alassio?” Respondí: " Mire, si fuese a otro sitio, no iría, pero, como en Alassio debe encontrarse un profesor llamado Ubaldo, hermano de un amigo mío, voy de buena gana”.

 

              Fui y pregunté al profesor Ubaldo por su hermano Emilio. “Murió hace muchos años”. “Pero, ¿cómo?”. Apenas terminado el gimnasio, se puso la sotana y se hizo salesiano. Después se licenció en la Universidad con notas óptimas, pero después dejó la sotana y marchó de profesor a Biella y a lvrea. Antes del mes había muerto.

                Quedé tan impresionado que no tuve el buen criterio, mejor dicho la caridad de callar la profecía de Don Bosco”.

 

Hay para todos

 

                "Don Bosco, en el año 1886, dio diversas conferencias a los alumnos de la cuarta y quinta gimnasial con óptimos resultados, porque casi todos se hicieron salesianos, menos Don Lino Cassani y algún otro.

 

                Un día, acabada la conferencia, Don Bosco dijo: “Esta mañana me ha regalado Don Berto un saquito de nueces (no dijo avellanas, las nueces son más gruesas que las avellanas). Festa — que así se llamaba el joven asistente—, tráeme aquel saquito”. Un compañero mío, me parece que fue Vallino, lo sostenía en el medio y Don Bosco, sentado, daba a unos y a otros diciendo: “Comedlas, comedlas”. E insistía. A un cierto punto el clérigo Festa dice: “Don Bosco, no hay para todos”. “Deja hacer, verás como hay para todos”. estaba allí sin quitar los ojos. “Pero no bajan de verdad”. Don Bosco seguía diciendo: “Comed, comed”, pero yo guardé las que aún tenía en el bolsillo y no me las quise comer. Me las llevo a casa —decía para mí— y se las enseño a mis padres y digo que son nueces bendecidas por Don Bosco. Y las guardé en mi baúl.

 

                Al día siguiente, el profesor de historia natural, que era el conde Próspero Balbo, hijo del célebre César Balbo, entró en clase y dijo: “He oído que ayer Don Bosco multiplicó unas nueces y que os las dió”. “Sí, sí, señor conde”. “Me agradaría tener alguna”. “Yo tengo todavía, señor conde. Voy a buscarlas”, Estaba para salir, pero él me detuvo y me dijo: “Quiero ir yo a pedírselas a Don Bosco, gracias”. Quedé algo mortificado, porque tenía para darle alguna, aunque no todas, se comprende.

 

                Llevé después a casa las famosas nueces y las conservé varios años con cierta veneración. Un día ya no las encontré. Pedí explicaciones a mi padre, por si sabía algo. Me respondió: “Un día me encontré muy mal, las comí y curé”. Para mis adentros me dije: ‘Podría haberse comido una o dos”. Tanto ml padre como mi madre estaban persuadidos que vivirían muchos años, porque habían recibido la bendición de Don Bosco. Mi madre alcanzó noventa y ocho años, mi padre solamente ochenta y siete, por haberse comido aquellas nueces".

 

A propósito de Don Berto

 

                "Quiero deciros unas palabras a propósito de Don Berto, el verdadero secretario de Don Bosco, el hombre que conocía las cosas más secretas de la Congregación y que sabía guardarlas celosamente. Era un trabajador de primera clase: de poca salud, sin embargo. He leído en la vida escrita por Lemoyne que tenía un carácter áspero, severo: pero no es verdad. Tenía un carácter dulcísimo, bueno, bueno con nosotros los niños.

 

                Ahora, pensándolo con más calma, puedo imaginar que la fama de hombre “severo’ se la dieran los salesianos, que querían saber de él cosas que no podía decir. Yo he guardado su imagen llena de bondad delicada, muy salesiana".

 

Esta musica la compuso Don Bosco

 

                "Otra imagen impresa en mi memoria es la del maestro Dogliani. Y Dogliani me trae a la mente un episodio. Estábamos en la novena de Navidad de 1885; para aquella ocasión nos había enseñado un villancico que comienza así: Ah, se cante en son de júbilo. . Antes de comenzar los ensayos había dicho: “Mirad, esta música la compuso Don Bosco en los primeros años del Oratorio, cuando hacía él de maestro de música. Esta tarde viene a dar la bendición; aprended bien y se la cantamos”. La cantamos con entusiasmo y Don Bosco quedó contento y conmovido.

 

                De Dogliani recuerdo esta hermosa costumbre: de cuando en cuando le daba a uno de nosotros su batuta, lo hacía marcar el tiempo y dirigir el coro. En aquella novena de Navidad me tocó a mí llevar el compás durante el canto de la bendición. Todo resultó muy bien.

                Acabada la función, Dogliani me llamó y me dijo: Ahora ven conmigo al comedor de los Superiores”. Cuando Don Bosco cortó la lectura me puse delante de él y le dije: “Don Bosco, ¿hemos cantado bien?”. Don Bosco tomó la partitura que me había dado Dogliani y exclamó sorprendido: “¡Oh!, mira”. También los comensales, Don Juan Bautista Francesia, Don Celestino Durando, etcetera, hicieron una exclamación, maravillados. Era música escrita por Don Bosco, un autógrafo suyo que Dogliani había encontrado entre muchos papeles de música".

 

Don Bosco me llama

 

                "Un día, Don Bosco, después de habernos dado una conferencia nos habló así: “Hace cuatro años tuve un sueño. Lo he repetido varias veces. Bajaba por las escaleras de la sacristía para atravesar el patio y se me presentó un joven con un hermoso ramo de flores, acompañado de otros jóvenes, me hizo muchos cumplidos, y después... me volvió las espaldas. Pero aún vuelto de espaldas, llamó a otros muchachos para que se acercaran a mí. Le dejé hacer un poco, pero después lo tome por los hombros y le obligué a volverse: “¿Porqué te vuelves de espaldas?”. El joven réspondió: “Yo soy la campana que llama a los demás a la iglesia, pero ella no entra”. Después concluyó: “Aquel joven se encuentra aquí”. Uno de los más curiosos en querer saberlo era yo: “¿Quién es?, ¿comienza por A, comienza por B...?”. “Si el joven me lo pide en secreto —dijo Don Bosco— se lo digo, si no, no”. Basta. Algunos se lo preguntaron, pero ninguno era el que había visto Don Bosco. Y todo acabó allí.

 

                Al final del año vino Don Tirone y nos dijo: “Avisad avuestros padres de que en Valdocco, al comenzar el próximo año, no habrá la quinta gimnasial. Los que se queden irán a hacer el noviciado a San Benigno; los otros, que provean con tiempo”. Pregunté a mis padres qué debía hacer: “Nosotros queremos que hagas el gimnasio y el liceo, como se debe; luego, ya veremos”, fue su respuesta.

 

                Llegó el día en que debíamos partir para nuestras casas: ya había hecho el baúl y estaba próximo a la çolumna junto a la que se encontraba la cátedra desde la que Don Bosco hablaba por las noches. Estaba junto a la fuente, tal vez bebía, cuando siento dentro de mí una voz que me dice: “Don Bosco te llama, Don Bosco te llama”. Me decido y voy a la habitación del santo: “Don Bosco, he venido a saludarle porque mañana me voy a casa; mis padres..." “Sí, sí, bien, bien...”. “Pero antes, Don Bosco, confiéseme” (había sido mi confesor durante cuatro años). Me confesó como tantas otras veces, después me dijo: “Espera un poco: "¿no me preguntas quién era aquel joven que tocaba la campana, pero que quedaba siempre fuera?”.

 

“~Ta1 vez era yo?”. “Sí, eras tú”.Quedè como podéis imaginaros.

                Pero el empezó a decirme: “No tengas miedo, no tengas miedo. Yo estaré siempre contigo, te ayudaré, te asistiré, estáte tranquilo. No me olvides y ven siempre a mi casa que es la tuya”. Partí conmovido.

A su tiempo entré en el seminario".

 

"Ha muerto tu Don Bosco"

 

                "En el año 1888 hacía el segundo curso de liceo; nos encontrábamos en el recreo, en el jardín del palacio episcopal. Un compañero que estaba leyendo el periódico, me dijo: “Ha muerto tu Don Bosco”. (En aquellos años yo no hacía más que hablar de Don Bosco). Estaba un poco lejos de él; hice una cosa, me avalancé sobre él, y en aquel momento vi el periódico, orlado de negro, con la noticia de la muerte de Don Bosco. Me vine abajo. A duras penas pude retirarme junto a un muro y esperar, esperar. No podía llorar y no podía hacer otra cosa. Lloré, sin embargo, toda la noche. Lloré tan de corazón que no se puede imaginar. No me parecía posible que Don Bosco pudiera morir. De todos modos todo ha pasado: pero no pasó aquel dolor que todavía siento".

 

Entra Don Bosco

 

                "Más tarde, cuando ya era estudiante de Teología, tuve un sueño que me quedó grabado en la memoria. Soñé que mi habitación se había convertido en una escuela; en los bancos había clérigos y yo estaba en la cátedra. Les enseñaba Teología. “Pero, mira —decía para mí— que sueño tan extraño”. De improviso veo que en el fondo de la habitación se abre una puerta (en la habitación no había puerta) y aparece Don Bosco en persona. Los clérigos habían desaparecido; yo quería bajar de la cátedra para correr a su encuentro, pero mis piernas parecían de plomo. No las podía mover.

 

“¡Don Bosco! ¡Don Bosco!”. Y no podía decir otra cosa, y Don Bosco, tranquilo, tranquilo, se acerca, y me dice: “Espera un poco: ya estás en Teología: ¿tienes que estudiar Teología y todavia te diviertes con frivolidades poéticas? ¿Todavía lees a Shakespeare, Schiller, Alfieri? ¿Qué es eso? Grábate en la memoria: Labia sacerdotis custodient scientiam” Y desapareció. Recibí una impresión inolvidable.

 

                Pues bien, el año de la beatificación de Don Bosco estaba yo en aquella cátedra; en aquella habitación, se había abierto una puerta que antes no existía, y allí estaban los clérigos. “Mira un poco a Don Bosco”, me decía a mi mismo’".

 

Don Bosco me ha visto canónigo en la catedral

 

                "Lo que ahora voy a decir es el último episodio, y después os dejo, y perdonadme. Un día del mes de mayo, después de la comida estaba yo sentado en mi habitación, un poco somnnoliento, cuando veo a Don Bosco: “¡Oh, Don Bosco!”. Y él: “Todavía no te han hecho canónigo de la Catedral?”. “Pues no”. “¿Y por qué?.”. “No lo sé”. “Si esta vez no te hacen canónigo, ¡ay! Ven conmigo”. Le sigo. Vamos a la catedral; hay allí una hermosa escalera que conduce a la sala capitular: Don Bosco caminaba delante y yo le seguía. Él (lo recuerdo muy bien) caminaba despacio porque tenía las piernas enfermas, subía derecho las escaleras como soldado, y yo, que sí que era entonces todo un soldado (ahora soy un gato de plomo), me fatigaba al subir. “¡Ay!, si Don Bosco mira hacia atrás y me ve en este estado ¿qué pensará de mí?”. Pero no miró hacia atrás; abrió la puerta de la sala, y del sitial de los canónigos toma un libro, uno de aquellos gruesos breviarios que se usaban hace cien años, y me dice: “Este es tu puesto”. Y desaparece. “¡Don Bosco me ha nombrado canónigo! Bueno, veremos: quién sabe quo pasará.

Sueños, sueños; pero con Don Bosco no se juega”.

 

                Unas semanas después me llama el obispo: “Mira lo que escriben de Roma, has sido nombrado canónigo de la catedral, y precisamente el día de María Auxiliadora, de la que eres tan devoto. “¿Estás contento?”. “Muy contento, doblemente contento”.

 

                Cuando hice el juramento me encontraba precisamente en aquel puesto, y monseñor Cavigioli abrió aquel breviario en la misma página donde lo había abierto Don Bosco".

 

 

"Este es para Novara"

 

                "El día de San Juan Bautista se solía celebrar, como sabéis, la fiesta de Don Bosco. Don Juan Bautista Francesia habia compuesto en aquella ocasión una bonita poesía en honor de Don Bosco. Yo cursaba entonces la cuarta gimnasial y fui encargado de recitarla. Cuando me llegó el turno, recité la poesía, con el papel en la mano pero de memoria. Y después, atrevido y petulante, subí las gradas del palco y me dirigí a Don Bosco para entregarle el papel, como era costumbre. Pero Don Bosco me dijo: “No, no, antes besa el anillo de tu obispo” (a la derecha de Don Bosco estaba el obispo de Novara) y el obispo: “¡Ah!, pero usted, Don Bosco, lo retendrá para sí”. Don Bosco: “No, no, éste es para Novara”. Entonces bese el anillo al obispo y bajé. Esto para decir que Don Bosco no me dijo que me hiciera salesiano.

 

                Ciertamente que cuando el Señor me llame me preguntará también: “¿Por qué no te has hecho salesiano?”. Y yo podré decirle: “Yo no he desobedecido a Don Bosco no haciéndome salesiano porque él no me lo dijo nunca”; de todos modos Don Bosco me perdonará porque el día que me tomó de la mano por primera vez me produjo una impresión tal que me acompañó toda la vida. Él vería todos mis pasos. Podéis creerme o no: Don Bosco ha visto también este momento y os ha visto también a vosotros".

 

 

NO ROMPER NUNCA LA 0BEDlENCIA

 

                Don Juan Vallino fue aquel joven —ésta era una de sus glorias salesianas— que aguantó en sus manos el saquito de las nueces multiplicadas por Don Bosco el 3 de enero de 1886. Conservó una impresión indeleble de aquel milagro verificado ante sus ojos, nunca le pareció tan grande y tan próxima la santidad de Don Bosco. Pero también fue protagonista de otro suceso, afortunado y desafortunado a la vez, precisamente el día de la toma de sotana, recibida de manos de Don Bosco en Foglizzo el 20 de octubre de 1887.

 

Juan nació en Benevagienna el 7-X-I871; muere en Lanzo Torinese el 31-1-1949.

 

No romper nunca la obediencia

 

                Don Bosco se encontraba ya al final de sus días —dentro de pocos meses volaría al paraíso— pero no quiso privar a sus novicios de Foglizzo del gozo de su presencia. Después de la función quiso permanecer con nosotros y honrarnos asistiendo a la cena. El clérigo Vallino tuvo el grato encargo de servirle a la mesa. Es fácil imaginar su alegría, y al mismo tiempo su empeño. El servicio exigía que los manjares se subieran de la planta baja a la superior a través de una doble escalera bastante pendiente. En tiempos normales no había problema, pero aquella noche el joven llevaba por primera vez una larga sotana que le llegaba hasta los pies y que no facilitaba ciertamente su misión. Era necesario caminar con cautela porque teniendo las dos manos ocupadas con platos y vajillas no podría, en caso de necesidad, levantarse la sotana. Las primeras pruebas no salieron mal, pero en un momento dado, el improvisado equilibrista de las manos ocupadas para no caerse, tuvo que dar un fuerte pisotón en la sotana, produciendo un largo desgarrón. Hubo que comparecer por fuerza ante Don Bosco en aquel estado.

 

                Al santo no se le escapó la vergüenza y la humillación del querido clérigo, que había estrenado del peor de los modos la sotana nueva, recibida pocas horas antes. Miró el jirón sonriendo, hizo acercarse al clérigo y le consoló con estas precisas palabras: “Procura solamente no romper nunca la obediencia’ El clérigo Vallino dio un suspiro, pero jamás olvidó las palabras de Don Bosco. Como salesiano se distinguió hasta la muerte por su indómita resistencia al trabajo, por su pasión por la escuela, su talento pedagógico y su piedad.

 

Su jornada comenzaba a las cuatro y media; recitaba el breviario del día y el rosario; después celebraba la misa, hacia la medicación, bajaba luego a asistir a los muchachos y ya no los dejaba. Esto por años y años.

 

Un método que tal vez pueda chocar con la sensibilidad moderna, pero que para él funcionaba muy bien y lo mantenía unido a Dios en el duro trabajo del día. El problema típicamente actual, de armonizar la dimensión contemplativa con la activa, jamás existió en los primeros salesianos. Encontraban a Dios con facilidad, tanto en la oración como en el trabajo, según les había enseñado Don Bosco.

 

 

ERA COMO SI LLEGASE EL PADRE DE TODOS

 

                El padre Pedro Righini fue uno de los hijos de San Ignacio más conocidos y estimados en Turín desde la primera mitad de nuestro siglo. Hombre de gran cultura, de densa espiritualidad, iniciador de valiosas obras apostólicas, fue sobre todo un excelente guía espiritual y un gran apóstol de la Palabra. Predicó los Ejercicios Espirituales en el Vaticano, tanto en tiempos de Pío XI como en los de Pío XII.

Pedro nació en Fossano el 7-11-1872; muere en Turín el 21-7-1957.

 

                Del padre Righini, según la índole de nuestro trabajo, recordaremos tan sólo sus recuerdos de Don Bosco, a quien él conoció en el entonces “Colegio para nobles” de Valsálice, y del que conservó siempre imperecedera memoria. El hecho que vamos a narrar es fruto de una larga conversación que sostuve con el padre, pero lo ofrecemos resumido, tal como el mismo protagonista lo hizo en Voci fraterne.

 

Le conocí

 

                "¡Le conocí, le vi durante los años de mi infancia! Desde aquel lejano 24 de junio de 1884, cuando le vi por última vez en el patio de Valdocco, en la celebración de su onomástico, han pasado muchos años, pero jamás he olvidado la noble figura del padre bueno, que me bendijo, que puso su santa mano protectora sobre mi cabeza,que me dijo: “Sé bueno, sé devoto de la Virgen”. Y aun, ahora, cuando otros constatan que mi vejez avanza, no me da demasiado fastidio, tengo la respuesta pronta y fija: “¡Está claro! Tengo sobre mi muchas bendiciones de San Juan Bosco”. Y me creo verdaderamente afortunado de haberle conocido, venerado, amado, y le veo todavía hoy delante (tal como lo ha pintado Rollini) con la pequeña esclavina, derecho, rodeado por mí y por otros rumorosos muchachos, bueno, sonriente, amabilísimo.

 

                Yo era entonces alumno —lo fui durante cuatro años— del colegio salesiano de Valsálice, magnifico edificio ya entonces para la educación de los jóvenes, y tenía como director al querido Don Juan Bautista Francesia, fino poeta latino, y lo que fue más importante para mí, paciente plasmador de almas infantiles con la devoción a la Virgen. San Juan Bosco venía con bastante frecuencia al colegio, y ahora pienso que lo mandaban sus propios hijos a reposar de sus muchas fatigas en la quietud de la colina; se encontraba efectivamente en el declive de una vida laboriosa y preciosa.

 

Nos visitaba durante los recreos: todos corríamos a su alrededor".

 

Era como si llegara el Padre de todos

 

                "Le rodeábamos en corro, le abordábamos, todos querían besarle la mano (algo semejante a lo que el Evangelio nos dice de Jesús), y él dejaba hacer, sonriendo bondadosamente. Ahora comprendo su virtud porque nosotros, como chiquillos, debíamos ser muy molestos, y después de decirnos algunas palabras, sucedía lo que nosotros esperábamos: el Santo metía la mano en el bolsillo con alegría, lanzaba caramelos al aire. Entonces sólo se pensaba en recogerlos, pero más tarde comprendí que aquellos bolsillos de ancha sotana debían ser sacos, si no es que él, que era la encarnación del sinite parvuli venire ad me, no hacía un milagro. Todos recibíamos muchos caramelos y tambien chocolatinas de todo genero.

 

                Como niño, no sabía que era santidad —aunque tampoco entiendo mucho ahora—, pero aquellas visitas me dejaron una impresión tan profunda, buena y querida, que aún ahora pienso en ellas y me repito: ¡fui afortunado!

 

                Con frecuencia nos llevaban de paseo hasta Valdocco, y nosotros —despues de las repetidas recomendaciones del severo pero querido padre Vota, amenazándonos si no eramos buenos— nos comportábamos de tal manera que hacíamos la visita al Santo de puntillas, en aquella estancia donde hoy se reza y se llora. Él dejaba el trabaio, nos decía algunas palabras amables y después. — recuerdo como si hubiera sucedido ayer— nos acompañaba hasta el horno del Instituto. Más tarde he aprendido que el pan caliente es indigesto: entonces era una fiesta devorar ávidamente aquellos bollos perfumados —aún no se conocían las delicias de los sustitutivos—, y se consideraba dichoso el que con habilidad pícara podía acercarse al santo y tomar dos, con la recomendación:

“Bueno, bueno. ¡Sed devotos de Ia Virgen”.

 

Formulación completa

 

                "Aquellos encuentros nos hicieron mucho bien cuando eramos jóvenes: he seguido con afecto a muchos de mis compañeros de aquellos bellísimos años y sé que se convirtieron en hombres excelentes, profundamente cristianos, sacerdotes, religiosos, magistrados, oficiales, profesionales, útiles a las familias y a la sociedad.

 

                El colegio de Valsálice, con el correr de los tiempos, fomentaba también aquellas manifestaciones que luego se llamaron de Acción Católica: los venerados superiores nos educaban para la vida pública, nos hablaban de los pobres y nos invitaban a socorrerles con los pequeños sacrificios de que éramos capaces.

 

Un gran aeontecimiento puso en movimiento también mi sección de los pequeños, y fue la entrada solemne del eminentísimo cardenal Alimonda, cuando fue nombrado arzobispo de Turín, vino a tomar posesión de su ilustre arehidiócesis. Todos los colegiales, cerca del centenar, estábamos en formación, atentos, admirados. ¡Quién sabe por qué el asistente me tenía siempre de la mano junto a sí! Alrededor del carruaje de gala iban ocho cornpañeros del liceo a caballo, haciéndole guardia de honor.

 

Ciertamente, en nuestro hermoso colegio habia también una buena escuela de equitación, causa de tantos inocentes deseos para nosotros los pequeños. Recuerdo, entre aquellos ocho envidiados caballeros, al joven Bonifacio Derege de Donato, que después entró en la Compañía de Jesús, donde hizo mucho bien, y a mi amantísimo hermano Fernando Righini de San Jorge, que murió santamente en diciembre de 1944, cerrando una vida de integérrimo y ejemplar católico militante.

 

                Lejanos recuerdos que aún ahora me consuelan y que conservan en el corazón un afectuoso reconocimiento para la Pía Sociedad Salesiana, que ha ayudado y consolidado la sana educación recibida en la familia".

 

Vi por última vez al santo

 

                "El 24 de junio de 1884 era su fiesta, y por la tarde, después de la cena, todos, grandes y pequeños, fuimos a rendir homenaje al querido santo en el patio de Valdocco, lleno de invitados para honra al venerable anciano y gozar de la maravillosa iluminación. Como de costumbre, el asistente Don Bonora me tenía de la mano, porque decía él, con piadosa frase, ¡no fuera a perderme! Había muchos globos blancos, transparentes, con luz interior, sobre los que estaba escritos nombres de ciudades de Europa y América. A mi guía seguro le pregunté qué significaban aquellos nombres, y me respondió: “Son las ciudades donde Don Bosco tiene una casa”.

 

                Recuerdo la impresión enorme que me produjeron aquella palabras: me habían dicho que los globos eran cerca del centenar y en mi pequeña cabeza —que no sabía nada de congregación ni de pobreza religiosa— saqué inmediatamente una consecuencia: ¡esto quiere decir que Don Bosco tiene cien casas! Y cuando le fui presentado —conocía personalmente a mi familia—, yo no vi más que al hombre rico, ¡rnuy rico!, que tenía cien casas esparcidas por todo el mundo Hoy admiraría al hombre santo que, abandonándose en brazos de María Auxiliadora, supo, con una pequena semilla, producir una obra gigantesca.

 

                Después dejé el colegio de Valsálice y no vi más al Santo Protector: pero—siendo estudiante en el extranjero, en un colegio de los padres jesuitas— el 1 de febrero de 1888 leí en el periódico su muerte; pensé que era verdaderarnente afortunado por haberle conocido y amado, y comencé a invocarlo, cosa que hago todavía hoy, con suave dulzura, rezándole todos los días inmediatamente después de mi San Ignacio".

 

 

HAGAMOS ASÍ

 

                Don. Bosco estuvo por última vez en Valsálice desde el 19 de  agosto al 2 de octubre de 1887. Son los últimos meses de su vida:. "Tengo poco tiempo de vida", decía. Consumido por las largas fatigas y falto ya de fuerzas, pasaba parte de su tiempo en el vano de una de las ventanas del segundo piso que conduce a la iglesia, sentado sobre un sillón, absorto y contemplando el panorama.

Attilio Nacé en Santo Stefano di Cadore el 24-X-1871; muere en Monte Oliveto (Pinerolo) el 2-1-1940. -

 

 

Don Carlos Viglietti no quiere

 

                El famoso instituto de nobles albergaba entonces a los clérigos salesianos, estudiantes de Filosofía. Don Bosco, en aquel melancólico otoño, estaba con ellos, pero ellos no lo veían casi nunca, y había órdenes de que no se acercaran para no fatigarle más.

 

                Velaba al santo, se puede decir permanenternente, su secretario, don Carlos Viglietti. Una mañana el clérigo Attilio Bettini, en vez de salir por el fondo de Ia iglesia salió por la parte del corredor y se encontró con Don Bosco sentado en el vano de la acostumbrada ventana.

 

                Para no distraer al santo, el clérigo caminó junto a la pared de la parte opuesta, casi conteniendo la respiración. Don Bosco le vio, y con un gesto de la mano le hizo señas para que se acercara: “¿Cômo te llamas? —le preguntó amablemente—. ¿Qué curso estudias?”

“Me llamo Attilio Bettini y estudió el primero de Filosofía”.

 

                “¡Bravo! —le dijo Don Bosco— trata de estudiar y de hacerte bueno”. El clérigo le besó la mano y se fue la mar de contento; pero después de algunos instantes, razonando consigo mismo, volvió junto a Don Bosco. -

 

Hagamos así

 

"—-Don Bosco, concédame una gracia.

—Dime.

—Déjeme venir a ayudarle la misa.

—Muy bien, ven —le respondió el buen padre.

—Don Bosco, no se puede.

—¿Y por qué no se puede?

—-Porque el padre Viglietti no quiere; monta la guardia y nos manda de paseo.

 

—¿De verdad? Bien, bien. ¡Hagamos así! Don Viglietti celebra a las siete; después, a las siete y media, vienes a ayudarme a Misa. Mañana por la mañana yo celebraré a las siete; don Viglietti no podrá verte y tú podrás ayudarme a misa"

 

                Al día siguiente, para complacer al joven clérigo, Don Bosco celebraba realmente la Santa Misa media hora antes. Acabada la celebración, se volvió al clérigo y le dijo con su acostumbrada bondad: "Ahora tengo que pagarte el servicio. Toma una estampa de la Virgen y escribe encima: Clérigo Bettini Dios te bendiga y María te conduzca al cielo (2 de octubre de 1887). Sac. Juan Bosco".

 

                He aquí un hecho que puede parecer insignificante y no lo es porque para Don Bosco era un acto de amor: el clérigo Bettini no olvidó jamás esta exquisita delicadeza del santo. Para hacerse salesiano había tenido que superar duras resistencias de la familia, y este pensamiento le angustiaba; pues bien, después de este encuentro con Don Bosco, una gran paz descendió para siempre a su corazón.

 

              Don Attilio Bettini, tímido y reservado por naturaleza, obtuvo de Don Bosco un corazón sensibilísimo y gestos maternales para los muchachos y hermanos que convivieron con él a lo largo de treinta y más años de dirección de las casas salesianas.

 

                De Don Bosco y de sus inmediatos discípulos había aprendido la esencia del Sistema preventivo del que fue celoso y fidelísimo guardián. Fue, sobre todo, un hombre de gran disciplina interior que irradiaba de toda su persona. Quien se acercaba a él sentía casi físicamente una presencia que venía de lo alto.

 

 

"HUB0 UN TIEMPO EN QUE YO LO ERA TODO"

 

                El joven Luis Costa fue estudiante en Lanzo Torinese de 1884 a 1887, con tiempo para ver y conocer a Don Bosco. Era ésta la única gloria de que se enorgullecía en su sincera y al mismo tiempo huidiza humildad.

Luis Nació en Alpignano (Turín) el 11-5-1871; muere en Bollengo (Turín) el 2-11-1944.

 

Cena con Don Bosco

 

                Era su último año de estudios cuando los superiores, para premiar su éxito excelente y su buena conducta, lo escogieron para ir a Turín a cenar con Don Bosco, Comer o cenar con Don Bosco era una de las mayores aspiraciones ambicionadas por los jóvenes.

 

También Don Bosco tenía esta costumbre, que se remontaba a lejanos tiempos, la cual le permitía conocer a los mejores alumnos y aficionarlos a sus obras.

 

                Todo salió rnuy bien en aquella inolvidable cena; pero al final sucedió algo que no parecía cuadrar con los pensamientos habituales del joven huésped. Vio que los superiores que rodeaban a Don Bosco, acabada la cena, uno tras otro, después de un breve saludo a Don Bosco, se marchaban dejándolo completamente solo a la pálida luz de la habitación.

 

                Los que tienen práctica de vida salesiana saben que los comedores, tanto después de la comida como de la cena, empiezan a vaciarse rápidamente: hay que asistir a los muchachos, seguir las actividades y hacer otras muchas cosas, Pero aquella soledad hacía sufrir a Don Bosco, que hasta entonces puede decirse había estado siempre presente, en primera persona, en todos los acontecimientos de la casa. Pero ahora se sentía viejo e impotente, le quedaban pocos meses de vida y él lo sabía perfectamente: “Tengo poco tiempo de vida —decía— Los superiores de la congregación no se persuaden, creen que Don Bosco tiene que vivir todavia mucho tiempo. No me desagrada morir: lo que me da pena son las deudas del Sagrado Corazón”. Las verdaderas preocupaciones de Don Bosco eran siempre los intereses de la congregación: lo angustiaban especialmente las deudas que pesaban, en definitiva, todavía sobre sus espaldas y que quisiera ver extinguidas antes de morir. Pero ya no podía más.

 

"Hubo un tiempo en que yo lo era todo"

 

                El joven Costa, dolido por aquella soledad, se acercó más a Don Bosco. El buen padre lo miró con afecto, depués le dijo: “Mira, Luis, hubo un tiempo en que yo lo era todo: todo dependía de mí, era la actividad constante. Ahora son ellos los que lo hacen todo; alguna vez se equivocan y yo trato de ayudarles; pero lo hacen bien, están maduros”. Las palabras del santo llevaron la calma al alma del joven.

 

                El ocaso de Don Bosco —no advertido enseguida, como nos refería Don A. Luchelli, por sus mismos íntimos, que lo adoraban, tiene momentos conmovedores. Esta soledad es una prueba; tenemos que añadir, sin embargo, que el catequista de los estudiantes, Don Esteban Trione, alma delicada y sensible, después de un breve recorrido por los dormitorios volvía al refectorio, donde Don Bosco en la semioscuridad estaba esperando. Lo tomaba con delicadeza por el antebrazo y, haciéndole de sostén, lo acompañaba hasta la habitación. Llegados a la altura de la puerta Don Bosco trataba de entrar, pero el padre Trione lo invitaba a detenerse para respirar un poco el aire fresco de la noche. Don Bosco consentía: apoyaba los codos sobre la barandilla, miraba al cielo, se fijaba largamente en la iglesia de María Auxiliadora y no podía por menos de recordar tantas cosas lejanas. Don Esteban Trione se aprovechaba para preguntarle por los primeros tiempos del oratorio, por la historia del oratorio, por sus viajes, y Don Bosco hablaba de buen grado.

 

                Estos relatos, referidos fielmente por Lemoyne, son ya parte de la historia y están incorporados a las Memorias Biográficas.

 

 

DON BOSCO ME TUVO EN SUS BRAZOS

 

                Con Don Rinaldo Ruffini, que nació el año 1884 y murió en el 1977 ha desaparecido, tal vez, el más antiguo testimonio que nos remontaba todavía directamente a Don Bosco. Lo llamaron “otro Don Bosco”: y ciertamente se le parecía mucho. Para nosotros, jovénes, era sobre todo el hombre que Don Bosco había bendecido y abrazado, y esto bastaba para que su persona se agrandase en nuestra estimación pero lo recordamos también por su paciente bondad y su inalterable sonrisa, por las atenciones maternales con que cuidaba a los muchachos, conquistados para la vida salesiana.

 

Rinaldo nació en La Spezia el 6-12-1884; muere en Chieri el 15-1-1977. En dos ocasiones habló el “Boletín Salesiano” de Don Rinaldo Ruffini pero especialmente en la comovedora semblanza que hizo con ocasión de su muerte. Hemos sacado de una carta suya, que se conserva en el archivo, el relato de la bendición de Don Bosco escrito por él.

 

                ¡Cuántos niños bendijo Don Bosco! Pero en esta bendición —que Ruffini, niño de dos años y medio no podía recordar más que por el testimonio indefectible de la madre y de los presentes— hay algo que va más allá de un simple gesto de bendición. He aquí su relato.

 

"Don Bosco me tuvo en sus brazos"

 

                "Don Bosco, por invitación de Pío IX, había asumido la obligación de fundar en La Spezia una obra para oponerse a la de los protestantes que habían instalado allí su ciudadela italiana, trasladada después a Florencia.

 

La obra salesiana empezó a funcionar como oratorio a finales del año 1877... Precisamente porque la había querido Pío IX y la solicitaba León XIII, la obra de la Spezia fue siempre muy querida por Don Bosco, tanto que, en sus frecuentes viajes a Roma, no dejaba de detenerse, acogido siempre con fiestas por todos, especialmente por los bienhechores de la obra, cada vez más entusiasmados tanto con Don Bosco como con los primeros heroicos salesianos... Entre los bienhechores destacaba una tía de mi padre, persona muy influyente en la ciudad, que contaba entonces con poco más de 20.000 habitantes. A su lado estaba mi madre. En este cuadro se inserta el episodio que narramos.

 

                Don Bosco hizo su último viaje a Roma en abril de 1887 para la consagración de la basílica del Sagrado Corazón. Se detuvo en La Spezia tres días —tal vez fue la parada más larga — alrededor del 2 de abril. En uno de estos días acogió a los niños que le presentaban muchas madres. Él se encontraba en un sillón colocado sobre una pequeña tarima, en el pavimento del presbiterio de la pobre capilla de entonces, y situado junto a la balaustrada. Bendecía a cada uno con la señal de la cruz, con su perenne sonrisa, sin poder ocultar su cansancio. Pero cuando mi madre me presentó me tomó decididamente en sus brazos y me levantó estrechándome largamente cara a cara, provocando naturalmente la protesta de los demás por trato tan acentuadamente distinto, y también por la duración. Que yo sepa, a nadie reveló Don Bosco el misterio de aquel hecho; pero fueron muchos los testigos para que pueda ponerse en duda".

 

 

¿Por qué 11 medallas?

 

                "Pero lo más hermoso sucedió al día siguiente. Don Bosco celebró la misa en una habitación próxima a aquella en la que durmió, porque estaba muy cansado. Solo asistieron el caballero Bruschi, mi tía y mis padres, una nieta de la tía y yo. Después de misa Don Bosco dio a mi madre once rnedallas para sus hijos. ¿Por qué no 10 o 12, cifras más corrientes? ¿Las contó o las tomó con venían? Nadie hizo caso, pero el hecho es que mi madre tuvo, conmigo, 11 hijos, de los que cuatro murieron más hien pronto. La medalla la perdí a los diez años bañándome en el mar; me fue sustituída por una de los que habían muerto y que, junto con la que me dio don Miguel Rúa el día de mi toma de hábito, coloqué en dos trocitos de paño: uno de la primera sotana y otro de la del día de profesión".

 

                "Y todavía otro recuerdo. Encontrándome a los seis años pasando por la entrada del oratorio. Don Fantina dijo a mi madre “¿Cuando lo traerá? Recuerde que Don Bosco lo bendijo de aquel modo”. Mi madre respondió: “Esperemos por lo menos un año. Efectivamente, a los siete años entré en el oratorio y comencé a querer ayudar a misa, aún dejando que el celebrante trasladara por sí mismo el misal. De todos modos, desde aquel tiempo, es decir, desde niño, viendo la figura de Don Bosco se me encendía el alma. Era el ardor de la vocación de la que jamás tuve ni el más mínimo titubeo; ardor que me quema todavía hoy, y que ya debiera estar más apergaminado",

 

                En las humildes palabras de este modesto obrero del bien —- quizá el último anillo que nos ligaba a Don Bosco— se encuentra el secreto de su existencia: "Abrasarse de amor por el propio ideal hasta el fin".

 

 

AQUÍ HAY LADRONES

 

                La Memorias Biográficas hablan extensamente de la estancia de Don Bosco en el seminario de Grenoble —mayo de 1886— durante su viaje de regreso de España, pero ponen en el apéndice el testimonio del monje Pedro Mouton, tal vez porque llegó a manos de Don Eugenio Ceria demasiado tarde. Sin embargo está cargado de detalles pintorescos que el buen padre subrayaba a voces cuando, en los años treinta, siendo vicario del monasterio de Motta Grossa (Pinerolo) alargaba su paseo semanal hasta el Monte Oliveto, sede del noviciado salesiano de la Inspectoría de Turín. Su figura, alta y cándida, infundía, a primera vista, respeto y temor; pero, atraídos por su modo afable y bonachón, los novicios trababan pronto confianza con él. La conversación acababa casi siempre sobre Don Bosco, al que el buen padre había conocido cuando era todavía serninarista en Grenoble, y del que conservaba fresquísimo recuerdo.

 

                Hablar del santo, evocar los episodios de aquellos días inolvidables, era una visible felicidad para él y para sus oyentes.

 

Los seminaristas en las ventanas

 

                Como si el tiempo se hubiera detenido, él evocaba la solemne entrada de Don Bosco en el Seminario Mayor por la puerta principal; recordaba a los seminaristas que miraban por las ventanas, el claustro de los superiores al completo, en el acto de recibir a Don Bosco, con aire muy cansado, pero sonriente. "Cuando entró, yo me encontraba a los pies de la gran escalinata y escuché lo que nuestro rector monseñor Rabillod dijo a Don Bosco: “Mi reverendo Padre, me parecéis muy enfermo... Pero nadie sabe mejor que vos que el sufrimiento santifica”. “¡No, no, monseñor, no es el sufrimiento lo que santifica, sino la paciencia” respondió Don Bosco con una sonrisa santamente maliciosa".

 

¿Que pensáis?

 

                En aquellos días Don Bosco comía con nosotros, y yo tuve, con otros compañeros, la suerte de servirle a la mesa por lo menos dos veces. Mientras atendía al servicio, me vino una inspiración que creo fuese del cielo. Se la comuniqué inmediatamente a mis compañeros:

~“¿Y si nos apoderásemos de las servilletas que han servido al Santo? ¿Qué os parece? Pagàndolas con nuestro dinero, estoy seguro de que el ecónomo, post factum, no se molestará de nuestro latrocinio”.

 

 La propuesta fue bien recibida y en un instante despojamos la mesa tomando cada uno algún objeto. Yo no sé si mis buenos amigos habrán conservado su reliquia, como yo he conservado la mía: el vaso que me dieron de más. Al entrar en la Cartuja se lo entregué a mi familia y el dia de la beatificación de Don Bosco, todos los que estaban presentes, brindaron con este venerado vaso".

 

Don Bosco llora

 

                Pierre Mouton recordaba que, durante el segundo día se sustituyó la lectura por una conferencia de Don Miguel Rúa sobre el tema: "El amor de Dios para con nosotros". "Fue más una contemplación que una meditación. Para Don Bosco resultó un éxtasis: corrían lágrimas de sus ojos. Monseñor Rabillod dijo en voz alta: “¡Don Bosco llora!” Es imposible describir la emoción que provocaron estas palabras. Las lágrimas del santo son más elocuentes que las palabras inflamadas de Don Miguel Rúa... Nuestro vivo deseo era poder besar la mano de Don Bosco; pero ¿cómo hacerlo, siendo ciento veinte? Los jóvenes son muy ingeniosos: nos organizamos en un abrir y cerrar de ojos. Mientras íbamos al comedor, dos de nosotros levantaron los antebrazos de Don Bosco y todos desfilamos para besarle la mano. Don Bosco dejaba hacer amablemente".

 

Aquí hay ladrones

 

                "El tercer día el rector presentó a Don Bosco, los alumnos del curso, del que yo formaba parte, entramos todos en su habitación. Don Bosco nos dio excelentes consejos sobre nuestra vocación de futuros sacerdotes, pero nosotros estábamos distraídos con lo que sucedía en torno al santo. Más de uno había llevado las tijeras con la intención de cortarle algun pedacito de sotana o algun mechón de sus cabellos ensortijados para conservarlo como reliquia.

 

Algunos tuvieron el atrevimiento de intentarlo, pero Don Bosco les fulminó con sus ojos penetrantes y, luego, sonriendo, dijo al rector. "¡Señor rector, ¡aquí hay ladrones!”.

 

                Recuerdo bien estas palabras y bien su sonrisa. Recuerdo también que en los recreos nos presentabamos a él para que nos bendijese o tocase los objetos más variados: rosarios, pequeños cortaplumas, monederos, etc. El santo se prestaba sonriendo, lleno de bondad"

 

                Un día al salir del Seminario Mayor para ir a la Catedral, hubo que llevarlo, tan compacta era la muchedumbre en la calle de la “Vieja iglesia” todos querían verle y escucharle. LIegó el día de la partida. Don Bosco se despidió en el refectorio. Sus últimas palabras fueron estas: “Que el buen Dios os conceda la santidad y la salud, salud para trabajar, la santidad para ir al cielo”. Un programa de vida bueno para todos

 

 

LA MANO SOBRE EL HOMBRO

 

                El profesor Aníbal Pastore fue, en los años de su actividad, uno de los maestros más estimados y queridos del Ateneo (1921-1939). Lo recordamos ahora, no como filósofo sino como alumno de Don Bosco —Valdocco 1881-1882— del que conservó siempre el más indeleble recuerdo, tanto que lo conmemoraba todos los años en sus lecciones universitarias y hablaba frecuentemente en los ambientes salesianos.

Aníbal nació en Orbasano en 1868; muere en Turín en 1956.

 

Nací en la miseria

 

                Próximo al ocaso, recordaba los días pasados con Don Bosco "como su paraíso en la tierra". "Nací —decía humildemente— en la miseria: pastor de nombre y pastorcillo de hecho, que no podía salir de las riberas del Sangore. Mi madre no sabía escribir, pero era muy religiosa: ¡Cuando venía a buscarme oía a Don Bosco a distancia! Mi padre, que sabía mis ganas de estudiar, tenía deseo de contentarme y me llevó a Turín con Don Bosco, cuyo centro educativo había adquirido notoriedad mundial. Mi primera impresión fue la de ser encerrado en una “prisión”. Había crecido, en la libertad de los campos y aquella vida regular no parecía hecha para mí. Pero no tardé en ser conquistado por Don Bosco; comprendí enseguida que me miraba con predileccion. Cuando me veía me llamaba y me miraba con actitud pensativa. No puedo olvidar aquella mirada".

 

¿Quién es aquel muchacho que llora?

 

                "¿Leía tal vez mi futuro? Mi madre, de vez en cuando, venía a verme, me traía fruta y alguna otra cosa. Un día me di cuenta de que mis compañeros me la habían robado. Me puse a llorar a Iágrima viva. Don Bosco, desde el balcón me vio y dijo en piamontes: “¿Chi ca lé chul li ca piura?” (“¿Quién es aquél que llora allí?”). Me llamó, me llevó a su habitación, me sentó sobre sus rodillas y me dio una hermosa manzana que tenía, dejándome consolado del todo. Como se portaba conmigo, se portaba ciertamente con todos, porque era hombre universal. Cuantos menos méritos tenía uno, más lo distinguía ¡es increible! Me dio muchos libros, cuando conoció mi pasión por el estudio, entre los que recuerdo su Historia de Italia

 

Irás, irás

 

                "Don Bosco se ocupó personalmente de mí y me abrió a la vida espiritual, al mundo interior: sabía infundirnos sus certezas y alegría. Nos hablaba de la vida eterna, del paraíso, como si hubiese estado allí, y mis compañeros y yo estábamos seguros de ir allá como se va a America. Un día fuimos de paseo por Vía Po; pasamos delante del Palacio de la Universidad, donde ondeaba una bandera; yo miraba, lleno de estupor y de gozo. Al llegar a casa se lo dije Don Bosco y él mepreguntó: “¿Te gustaría ir allí?”; yo respondí que sí: “Pues bien, irás, irás”.

 

Me encontraron por tierra con espumarajos en la boca

 

                "Me preguntaréis: ¿por qué me fui del Oratorio, “mi paraíso y mi vida”, después de apenas un año? La cosa sucedió asi:

                Una tarde, mientras Don Bosco daba las buenas noches me vino la idea de meterme en un confesionario de Ia iglesia (de San Francisco) y allí me quedé dormido. Me desperté más tarde en aquel silencio, entre tinieblas, con un frío que me parecia el del sepulcro —estábamos en febrero— y fui presa de verdadero terror. Me puse gritar desesperadamente, pero mis gritos resonaban, desgarrados, sin que nadie me escuchase y viniese en mi auxilio. Lleno de miedo convulsionado, salté por la balaustrada para agarrarme a la luz de la lámpara, pero di con la cabeza en la cadenilla; la lámpara empezó a oscilar pavorosamente y yo, presa de nuevo terror caí desvanecido en el suelo.

 

Por la mañana me encontraron por tierra con espumarajos en la boca, herida la cabeza, como víctima de un ataque. Mi padre la tomó con Don Bosco y no quiso saber más de Valdocco, aunque Don Bosco me buscó e insistió para que volviese".

 

                Segun los registros del Oratorio resulta que el joven Pastore dejó efectivamente el Oratorio el 24 de febrero, para regresar, volvió el 10 de marzo para concluir el año escolástico. A algunos íntimos reveló el profesor Pastore que después fue admitido en un instituto secular, regido por una persona de dudosa fama, donde, poco a poco, acabó perdiendo la fe, pero con un sentimiento que ninguna cosa pudo aplacar. El profesor tenía un alma "naturaliter religiosa": era un hombre que leía mucho a San Agustín y a los grandes místicos cristianos, pero se mantenía siempre dividido entre las claridades de su inteligencia y un profundo desgarrón del alma que no acertaba a curar.

 

La mano sobre el hombro

 

                Decía y repetía con frecuencia que sentía de manera casi física la mano de Don Bosco, no ya sobre la cabeza, como cuando era niño y el santo hundía la mano en sus cabellos rizados, sino sobre el hombro derecho como la mano de un amigo fiel, del que advertía diariamente la invisible presencia. Y Don Bosco estuvo cerca de él toda la vida, pero especialmente en la hora postrera, en la persona de un hijo suyo, tan docto como santo, Don Nazareno Camilleri, que supo reconciliarlo con su antigua fe y ayudarlo a morir como cristiano.

 

                Del tiempo pasado con el Santo, dos fueron sus impresiones más fuertes: la primera, la de ser su preferido, el chico a quien Don Bosco quería más; probablemente, añadía, era también la impresión de todos los demás, y cada uno conservaba en su corazón la idea de ser el benjamín de Don Bosco, tanta era la caridad que infundia en todos; la segunda: la certeza de que existe otra vida, la cual está a nuestro alcance, y que perderla es una insensatez. El que se le acercaba, apenas hablaba con él, sentía esta segunda realidad, cuya certeza irradiaba de él y se trasfundía a los demás. "En tantos años, este sentimiento jamás se ha debilitado en mí".

 

 

HONESTO Y MODESTO

 

                Don Luis Perdoni, con noventa años, todavía se dejaba ver alguna vez por el Oratorio de Ia Crocetra (Turin) Las arrugas cubrían su rostro, pero sus ojos brillaban con una luz extraordinaria Había tenido 14 hijos: su gloria era haberlos llevado adelante cristianamente. A quien le preguntaba por el secreto de su longevidad, respondía: "La gracia de Dios que hace buena sangre".

 

                Tenía cerca de veinte años cuando le encargaron fabricar el altar de madera donde Don Bosco celebraba la misa en sus ultimos años: Una vez, mientras yo estaba atento a mi trabajo, pasó cerca Don Bosco, puso la mano sobre mi hombro y me dijo: ‘Luis, que seas siempre honesto y modesto”. Aquellas palabras me llegaron al alma y todavía las oigo ahora, como también me parece advertir su mano. Más tarde, cuando tuve que partir para el servicio militar, Don Bosco me llamó, me dio sabios consejos y después me dijo ‘Cuando necesites dinero u otra cosa, escríbeme, no tengas miedo’ “¿Podía un padre hacer alga más?” Solía decir “Don Bosco era uno de aquellos hombres que, sólo mirarlo “fasia mni goi” (frase piamontesa), casi intraducible, tal es su eficacia, pero que podríamos parafrasear así “Cuando mirabas a Don Bosco te colmaba de felicidad”.

 

                ¡Cuánta humanidad en este pequeño episodio!. El santo no se desmentía: tenía predilección y ayudaba a los humildes, y de ello daba pruebas. Las Memorias Biográficas recuerdan gestos semejantes, pero cuantos permanecieron ocultos y olvidados para siempre.

 

 

DÁMELA A MÍ QUE SOY DE BOSCO

 

                Quiza no todos recuerden que el médico personal de Don Bosco fue el doctor Juan Albertotti, psiquiatra y director del manicomio de Turín y por algún tiempo ayudante de la Cátedra Universitaria de Patología. Una celebridad, diríamos hoy, de no tratarse de un médico a la antigua que, con sus sistemas anticuados, causó más daño que provecho al pobre Don Bosco. Pero lo quería sinceramente, tanto que, a la muerte del Santo, escribió una breve y discutible biografía, con el significativo título: Quién era Don Bosco: biografía físico, psico-patológica, publicada mucho después por un hijo suyo, oculista. También éste se sentía ligado a Don Bosco porque, cuando todavía era estudiante de Medicina, el padre le llevaba, de vez en cuando con él para hacer practicas en la Enfermería del Instituto de Valdocco y en la misma habitación de Don Bosco.

 

                Fue en estos fugaces encuentros donde el joven empezó a conocer y a amar a Don Bosco, del que narra, en el prólogo de la citada biografía, algunos episodios no carentes de interés. Los trascribimos porque el libro, retirado del comercio, es casi imposible encontrarlo.

 

(El relato del doctor G. Albertotti se sale un poco del ámbito de los testigos precedentes: no se trata de un ex-alumno. Pero era un joven que convivió con Don Bosco, que le profesaba singular afecto y del que conservó recuerdos interesantes).

 

"De mihi animas"

 

                "Recuerdo haber estado una de las primeras veces en la habitación de Don Bosco cuando él se encontraba todavía en la cama convaleciente de una grave enfermedad, y que me impresionó la sencillez de su habitación. Una vez, en una de estas visitas, un poco más larga de lo acostumbrado, me aburrí enormemente porque hablaban Don Bosco y mi padre, de cosas que no me interesaban.

 

                Encima de la mesa de madera tosca, había un rnontón de recortes de cartas, como los que vienen del taller de encuadernación, sobre los que él había escrito algo. Al preguntarle por qué se servía aquellos pedazos, me respondió: "Per ch’a vadô neñ an malora (para que no se pierdan)”.

 

                Sobre la cabecera del lecho —una sencilla cama de hierro — en la blanca pared estaba escrito con grandes caracteres cubitales: Da mihi animas coereta tolle. A mi pregunta del por qué de aquella inscripción “Ch’am dagó-dijo-na masña ch’a l’abia neñ’ancór 14 añi, i n’a fass lon ch’i veui” (“Dadme un niño que tenga todavía catorce años, yo haré de él lo que quiera”).

 

Partimos los dos de Turín

 

                "Un otoño —me parece que fue el de 1873— habiendo oído Don Bosco a mi padre que yo iba a ir a bañarme al mar, le ofreció llevarme con él a Alassio y hospedarme en su colegio. Y así se decidió.

 

                Partimos los dos de Turín por la mañana en segunda clase — le habían concedido un billete circular gratuito. Con la facultad de llevar consigo a una persona que lo acompañase. Durante el viaje observé que él trabajaba siempre; ahora leía, ahora escribía, como le era posible, y sobre todo corregía pruebas de imprenta.

 

                A un cierto punto le pregunté:

                —Don Bosco, ¿por qué trabaja tanto?

                Él respondió: "doctorcito, doctorcito, el cambio de ocupación es descanso”

 

Se aplaude y se bebe

 

                "Una vez al año, en aquellos tiempos, Don Bosco invitaba a comer —creo que era el día de San Juan porque era su onomástico y el de mi padre— a mi padre y a mi madre. Y en el 1875, si no me equivoco, también fui invitado yo.

 

                Don Bosco se sentaba entre mi padre y mi madre, y yo junto a mi madre. A la misma mesa se sentaban como una veintena de sacerdotes, entre los que recuerdo a Don Juan Cagliero. No había lugar para aburrirse, y el que alegraba la conversación era, naturalmente, Don Bosco.

 

                Hacia el final, Don Bosco quiso agasajárnos con una buena botella de vino del Monferrato —recuerdo que era vino tinto—, y uno que estaba a mi lado se aprestó a descorcharla. Enroscó en ci tapon ci sacacorchos, y despuès, ievantãndose. y colocando Ia botcila entre las rodillas y sujetãndola con la mano izquierda, tentaba inUtilmente tirar del tapón con Ia derecha.

 

                Don Bosco, al verlo, se volvió hacia él y le dijo: "Da’n poch si a mi chi son d’bosh" ("Déjamela a mí que soy de Bosco, o sea, de madera"), haciendo el doble juego de palabras entre bosch, madera, y su apellido, Bosco.

 

                Tomó la botella y, sentado, la puso sobre la mesa. Con la mano izquierda la sujetó por el cuello. Con la derecha, agarró en dirección opuesta el mango del sacacorchos que no había entrado y que emergía del tapón, de modo que los dos punos se encontraron debajo del aro horizontal del sacacorchos, cuya parte inferior estaba en contacto con la superficie —pulgar e índice— de la mano derecha.

 

Que si, que no, giró las dos manos de modo que, poquito a poquito, se levantaba el puño de arriba, se levantaba, sin perder el contacto con el puño derecho. Todo esto sin descomponerse, y el tapón salió afuera muy bien. Se aplaudió y se bebió".

 

Es el primero que tengo, el primero que doy

 

                Cuando el pequeño doctor fue a visitar por última vez a Don Bosco, al tener que dejar Turín, el Santo le dijo: "Dôtorin ch as sëta" ("Siêntese, doctorcito"); después, volviéndose a Don Bosco; "Dis, Berto, daje in poch si al Dôtôrin col liber" ("Escucha, Berto, tráeme aquel iibro para el doctorcito"). Me lo dio, dicièndome que se lo agradecería.

 

                Dando una ojeada al título —Se trataba del volumen que acababa de salir de Albert du Boys: Dom Bosco et la pieuse Société des Salésiens— le agradecí el volumen, que me gustó mucho, y le sugerí que agradecería me lo dedicara para que se viera que él me lo había regalado.

 

                Mi inesperada petición le desconcertó aparentemente, cambió dos veces dc color, parpadeó, se retrajo con gestos a mi deseo, respondió confusamente: "A l’è ‘l prim ch’ili’hai, a l’è prim ch’i dag" ("Es el primero que tengo, es el primero que doy"); hasta que, contemporizador, respondió: "A dis trop bin d’mi" ("Habla demasiado bien de mí"). Don Joaquin Berto me disuaó de que insistiera —de otro modo lo hubiera conseguido, seguramente—, y desistiendo le di las gracias de nuevo, y añadiendo: "Como puede ver, yo trato de tomar al vuelo también a Don Bosco", y me despedí, pensando que en el fondo mi petición había sido un ataque involuntario a su modestia, porque el libro contenía su apología. Todavía hoy conservo celosamente el volumen y de él he sacado los detalles de este relato.

 

                Este testimonio es precioso. Recoge aspectos típicos de Don Bosco: su conocimiento excepcional del alma juvenil, su espíritu indomable de trabajo, el aspecto festivo de su vida, su sincera humildad.

 

 

LA ERA DE LOS PADRES DE LA CONGREGACION

 

                Llegados al término de esta reseña se imponen algunas conclusiones. Se dirigen directamente a los salesianos protagonistas de estas paginas, pero idealmente sirven para todos los salesianos de la generación que todavía conoció a Don Bosco. Se mezclan, efectivamente, los mismos rasgos de fondo. Los exalumnos que aquí figuran merecerían un capítulo aparte, pero esto se saldría de nuestro intento.

 

                Hablar de una “era de los Padres de la Congregación” puede parecer impropio e incluso irreverente para aquélla que es, por antonomasia, la era de los Padres de la Iglesia. Pero no queremos confundir dos realidades tan distintas. Solo se pretende hacer hincapié sobre cierta analogía que emerge ciertamente en planos muy distintos de la naturaleza misma de las cosas. “Padre” es el nombre respetuoso que la comunidad cristiana daba a los obispos, a los sacerdotes, a los mártires, es decir a hombres grandes en la santidad, grandes en la integridad de la fe, grandes en la proximidad a Cristo y a los apóstoles, de los que reconocían su nacimiento a la vida cristiana y a su educación en la fe.

 

                En su rango y a su nivel, también la Congregación Salesiana reconoce a sus “Padres” en aquellos salesianos de la primera hora, los cuales, en estrecha dependencia de Don Bosco y en activa colaboración con él, son el origen de nuestra institución. Por haber bebido más directamente y más largamente el carisma de los orígenes,por su docilidad absoluta al Espíritu Santo, también ellos han llegado a ser, en general, grandes en la santidad, grandes en la fidelidad y en el amor a Don Bosco, grandes en la participación que tuvieron en la fundación y en la expansión de la obra salesiana, venerandos por su antiguedad ( B. Altaner, Precis de Patrologie, Paris, 1961, pp. 33-34)

 

Llamadme siempre padre

 

                "Como decíamos al principio, el verdadero protagonista de estas páginas es Don Bosco: él es el hilo de oro que da unidad a todo, la figura que, al acabar la lectura, queda más impresa en la memoria.

 

Pero es un Don Bosco, nos atreveríamos a decir, un poco distinto del clisé habitual. Un Don Bosco extraordinariamcntc paternal, que podríamos definir el Don Bosco de la tercera edad y aún de la senectud. Un Don Bosco que no se desmiente a sí mismo: sus días están extraordinariamente llenos, su actividad, su cedo, no conocen límites; pero tampoco faltan las señales del declive, aun cuando los hijos parecen no darse cuenta.

 

                Sin embargo, este sol, que camina hacia el ocaso, envía sus rayos más intensos. En cierto sentido son éstos los años más grandes de su vida, los años de su “apogeo” terrenal. Don Bosco se halla en el vértice de su fama, su nombre ha rebasado los confines de las naciones; sus obras benéficas llaman la atención de gobiernos y pueblos; su instituto se expande por Europa y por America; León XIII Ie confia la construcción del majestuoso templo al Sagrado Corazón en Roma, en el Castro Pretorio; es también la época de sus célebres viajes a Francia y España, sembrados de hechos prodigiosos.

 

                Los salesianos están orgullosos de su padre, los muchachos estan entusiasmados: "En el Oratorio —leemos en las Memorias— las noticias de los triunfos de Don Bosco en París y en Barcelona, comunicadas después de las oraciones de la noche, entusiasmaban los ánimos”. Desde Valdocco las noticias se difundían por los colegios próximos y se alzaban gritos incontenibles.

 

                Podemos decir también que es éste el tiempo de su “plena madurez espiritua1” de Ia “esplendida santidad”, acumulada en tantos años de donación total de sí mismo a Dios y a la juventud. Santidad que irradia de su rostro luminoso cuando celebra la santa misa o que se expresa en episodios clamorosos como en la “multiplicación de las nueces” y en curaciones humanamente inexplicables, aunque Don Bosco jamás rechazó, como en estas circunstancias, la fama de “taumaturgo”: “Desde hace algún tiempo se viene diciendo y publicando también en los periódicos, que Don Bosco hace milagros. Don Bosco jamás ha pretendido y jamás ha dicho que hace milagros, y ninguno de sus hijos debe contribuir a propagar esta idea.

 

Digamos claramente cómo estan las cosas: Don Bosco ruega y hace rogar a sus muchachos por las personas que se encomiendan para conseguir esta o aquella gracia, y Dios, en su infinita bondad, concede la mayor parte de las veces las gracias solicitadas, incluso, a veces, milagrosas y extraordinarias. Pero Don Bosco entra tan poco en esto que, con frecuencia, las gracias se obtienen sin que êl sepa nada”.

 

                Don Bosco es profundamente humilde, lo sabemos, pero esto no quita que, más de una vez, los hechos lo contradijeran. Las largas ausencias del Oratorio se alternan con demoras prolongadas junto a sus hijos. Don Bosco lo aprovecha para desarrollar, todavía y siempre, su gran misión de educador; confiesa a los alumnos de las clases superiores, se acerca a los más necesitados, continúa sin abandonar los problemas y el gobierno general de la Congregación, su obra sacerdotal de animador espiritual del Oratorio y de guia personal de muchos jOvenes.

 

                No estamos construyendo una fantasía: todos los testimonios aducidos convergen en este sentido.

 

La marca de Don Bosco

 

                Protagonistas de nuestro relato son tambien, despues de Don Bosco, y dependiendo de él, los discípulos que hemos encontrado y que pertenecen, salvo pocas excepciones a la última generación, crecida todavia en la escuela del santo.

 

                No hemos trazado su biografía —no era esa nuestra finalidad— nos hemos limitado a algun rasgo fugaz de su envidiable existencia. Sin embargo hay una constancia, que no ha podido por menos de impresionarnos; hemos encontrado en todos, con temperamentos tan distintos y desiguales, una marca común, la marca de Don Bosco. Poco o mucho todos han tomado algo de él, todos han imitado algún rasgo característico También aquellos pocos que, como el profesor Pastore, perdieron la fe en el choque con la vida, conservaron el recuerdo luminoso de su rostro.

 

 No nos maravillemos, por tanto, si estos "Padres" de la Congregación hablaban mucho de Don Bosco, visto y conocido por ellos al principio, pero después, poco a poco, estudiado, profundizado, vivido con amor creciente a través de su espiritualidad y de su espíritu.

 

                Recordaremos siempre la impresion por estas palabras de Don Alberto Caviglia durante unos ejercicios: "He venido aquí para emboscaros", y quería decir, para enamoraros de Don Bosco, para revelarlo a vuestros ojos. Don Juan Vallino hablaba gustosamente de "inquebrantable, indefectible devoción a Don Bosco".

 

Pero sus afirmaciones son tan incisivas que merecen ser escritas en su totalidad: "Un factor vital de nuestra profesión salesiana es la inquebrantable e indefectible devoción a Don Bosco". La idea primera, el estudio cuidadoso de todo salesiano es adherirse a Don Bosco y querer actuar lo que él enseñó y dejó en herencia y tradición. Vida mortificada, trabajo sin medida, observancia regular y unidad de espíritu, esplendor de la pureza, devoción mariana y vida eucarística, celo por las almas, sistema preventivo son los pilares de nuestra tradición y la realización de nuestra vocación: o sea, el cumplimiento de las responsabilidades que hemos asumido y que queremos mantener sin fallar. (Cf. Carta mortuoria, 1949, escrita por Don Guido Bosio)

 

 

                Las afirmaciones de nuestros educadores: "Don Bosco dijo esto, Don Bosco hizo esto", eran palabras rotundas, casi sagradas que servían para darnos una idea sublime de Don Bosco. Para ser objetivos, añadiremos que si, en nuestras casas el corazón de todo era, sin duda, Don Bosco, en realidad la primacia absoluta era la de la educación para la fe y para la vida cristiana, una educación sabia, aunque sencilla, hecha de intensa participación en la vida litúrgica y sacramental, de amor profundo y filial a María, de firme adhesión a la Iglesia, a su Vicario y a su Magisterio.

 

                A esta educacion cristiana se debe aquel ambiente de espiritualidad difusa que distinguía a nuestras casas. Una vez, el que esto escribe, preguntó a Don Eugento Ceria: "Usted que conoce tan bien los tiempos de Don Bosco, ¿puede decirme que caminanos siempre sobre sus huellas?". "Sí —fue la respuesta—. Pero me parece que en los Colegios existe hoy menos sentido de Dios". He aquí lo que tomaban tan a pecho los salesianos antiguos.

 

Vivieron pendientes de Don Bosco

 

                La facilidad con que nuestros "Padres" hablaban de Don Bosco, brotaba del corazón, brotaba de lo más profundo. Don Bosco no era un recuerdo que se perdiera en el pasado, sino algo muy vivo que crecía con ellos y recubría toda su vida. Con frase propia podríamos decir que vivían realmente “pendientes” orgánica y vitalmente de Don Bosco.

 

                Para un religioso vivir "pendiente" del propio fundador es una exigencia de vida. El Vaticano II describe Ia figura de los fundadores con rasgos típicamente proféticos, y exige que sus discipulos "interpreten fielmente y observen el espíritu y los fines propios de los fundadores, como también las sanas tradiciones, puesto que todo esto constituye el patrimonio de cada Instituto".

 

                Los salesianos, de los que aquí se habla, nos dan esta preciosa lección. A diferencia de los antiguos monjes, que llamaban a sus fundadores con el nombre de "Padre" —San Benito es verdaderamente nuestro Padre; es él quien por medio del Evangelio, nos ha engendrado en Cristo Jesús (Alfredo de Rievaulx)— ellos siguieron llamando a Don Bosco, antes y después de la beatificación, con el nombre familiar de siempre, pero el nombre de "Padre" lo llevaban en el corazón. Sin adentrarse en sutiles averiguaciones sabían que al constituirlo fundador, Dios había dado a Don Bosco una especie de gratia capitis, que se volcaría también sobre sus hijos salesianizándolos. Dice Gilmont : "Hay un designio divino por el que la gracia particular transmitida a cada fundador es difundida por él, a través de sus hijos e hijas. Lo que Dios ha suscitado, por medio de un hombre, lo suscita todavía por medio del mismo hombre".

 

                Entre otras cosas nuestros nuestros "Padres" nos han ensehado a confiar en esta gratia capitis y a hacerla fructificar, nos han enseñado a vivir a nuestro grado y nivel, los carismas, los dones, las gracias que Dios ha decretado concedernos a través de Don Bosco para ser dignos.

 

                Por esta dependencia vital y espiritual de Don Bosco, fueron, a su modo, como pequeños Don Bosco. Ciertamente que ningún hombre es la copia de otro hombre; nadie puede imitar rnecánicamente a otro. Todo ser humano es, ante todo, él mismo, con las infinitas capacidades de crecimiento y desarrollo innatas a su persona. Pero todo hombre toma también mucho del ambiente que lo rodea, de las personas que frecuenta, de la situación socio-cultural en que vive, etcetera. Mirando a Don Bosco, viéndolo hacer y actuar, sintiéndolo hablar, escuchándolo en la intimidad de su conciencia, estos padres nuestros aprendieron verdaderamente a seguir a Don Bosco, a moldearse sobre él, a reproducirlo en cierto modo.

 

                Todos hubieran podido, en efecto, ocultársenos en todo menos en su salesianidad, en su modo de actuar, tan semejante al de Don Bosco.

 

                Así amamos recordarlos, así han quedado en nuestra memoria y en nuestra vida. En la escuela de Don Bosco aprendieron, sobre todo a ser.

 

Grandes en el amor de Dios

 

                La prueba la deducimos de este ponderado testimonio de Don Eugenio Ceria.

 

                "Entre los que crecieron en la escuela de Don Bosco, merecen una mención especial aquéllos que, plasmados al principio lentamente por él, luego sus colaboradores, llegaron a ser las piedras fundamentales de la Sociedad salesiana. Nosotros hemos conocido a aquellos hombres, diferentes por su ingenio y cultura, tan desiguales en sus actitudes, pero en todos descollaban ciertos rasgos característicos comunes, que constituían casi los rasgos de origen. Calma tranquilizadora en el decir y en el obrar: paternidad amable de modales y de expresiones, pero especialmente, para mantenernos dentro de nuestro tema, la que se comprendía que era, en su entender, la ubi consistam, el soporte de su vida salesiana.

 

Rezaban mucho, rezaban con mucha devoción; nos insistían tanto en que se rezara y se rezara bien; parecía que no supiesen hablar en público o en privado sin mencionar de algún modo la oración. Sin embargo, aún sin exceptuar a Don Miguel Rúa, cuya figura era ascética y en ciertos momentos muy mística, aquellos hombres no demostraban poseer gracias extraordinarias de oración. Nosotros les veíamos, en efecto, cumplir con ingenua sencillez solamente las prácticas indicadas en las reglas comunes a nuestras costumbres, Pero qué diligencia en su modo de tratar con Dios. Y con qué naturalidad, al hablar de las cosas más dispares, nos insinuaban pensamientos de fe. Habían vivido largo tiempo con Don Bosco: aquella convivencia había dejado rasgos indelebles en su vida". (E. Ceria, Don Bosco con Dios, Turín, 1947)

 

                Este juicio es verídico: hemos conocido hombres como Don Alejandro Luchelli, Don Juan Vallino, Don Atilio Bettini y otros, convertirse automáticamente en hombres de oración apenas aflojó, con el paso de los años, el ritmo de la acción. "Enseñame —nos decía una vez Don Eugenio Ceria— a hacer bien la meditación". He aquí a estos amigos de Dios, encallecidos en el trabajo, consumido por las fatigas que querían rezar y rezar bien.

 

Grandes en la acción apostólica

 

                Los hombres que dieron vida a estos relatos fueron grandes en la acción. Don Bosco los había hecho crecer así. En la Iglesia de San Esteban Rotondo en Roma, una antigua inscripción recuerda el martirio de Pedro y Pablo: "Plantaverunt Ecclesiam sanguine suo" (Fundaron Ia Iglesia con su sangre)". También la Congregación salesiana creció con el sudor y con la sangre de estos mártires de la primera hora. Porque la suya fue una existencia dura, de pioneros.

 

Ciertamente Don Bosco no abandonaba a sus jóvenes hijos a su destino, los vigilaba, y sabía ayudarles de muchas maneras cuando era necesario. Pero les educaba a vivir, viviendo, los echaba al mar para que aprendiesen a nadar, los educaba a desarrollar todas las energías de que eran capaces, pero quería que partieran "de lo alto" del recurso a la oración a Dios, a la Virgen María.

 

                Es una equivocación idealizar demasiado el tiempo de los orígenes, ignorando tanto las imperfecciones como las implacables dificultades y el duro realismo. Sabemos que faltaban cosas esenciales: Ia cultura teológica, por ejemplo, era apresurada, se vivía poco y se moría fãcilmente de enfermedades misteriosas. Sin embargo se llevaba una existencia feliz, vivían llenos de sueños, y estaba la presencia de Don Bosco. Los salesianos aprendian a hacer por sí mismos muchas cosas.

 

                Don Alejandro Luchelli, helenista y latinista de categoría, habií leído centenares de libros de teología y de ascética. Y qué decir de Don Alberto Caviglia, Don Atilio Bettini, Don Ángel Rocca y otros que estaban al día en la literatura de la vida cristiana. Esta cultura ascética contribuía a su ascendiente tanto en el confesionario como en otros ambientes.

 

                La Providencia no falta jamás a sus fines. Para hacer crecer a la Congregación se sirvió de estos cofundadores, de estos Padres, en los cuales el carisma profético de Don Bosco se había enraizado profundamente.

 

Grandes en el arte de educar

 

                Los salesianos, formados por Don Bosco, fueron grandes apasionados de la juventud y óptimos conocedores del “sistema preventivo”. Las excepciones, que no faltaron, sólo sirven para confirmar la regla. El ansia pedagógica que es ansia de evangelización y de salvación, llena totalmente su vida: sueñan en vivir con los jóvenes, en estar con ellos para elevarlos, educarlos.

 

Hubieran gozado al escuchar estas palabras del nuevo Rector Mayor: "(El sistema preventivo) nos conduce directamente al corazón oratoriano de Don Bosco, a su manera típica de concebir la evangelización como "salvacion total”, nos traslada también a las experiencias salesianas más genuinas llevadas adelante bajo la guía del mismo Fundador y convertidas, por lo mismo, en “ejemplares”... La identidad de nuestra presencia evangelizadora en la Iglesia y en el mundo consiste, también hoy, en “evangelizar educando”. (Capítulo General 21, no. 569)

Al calor de este corazón oratoriano surgieron las más bellas vocaciones.

 

CONCLUSIÓN

 

                Se ha dicho que en las épocas de rápidas transiciones los institutos religiosos se ven frecuentemente amenazados en sus orientaciones esenciales y en su identidad; es lo mismo que decir que están amenazados en su supervivencia auténtica. Las nuevas corrientes y las profundas modificaciones pueden efectivamente actuar de un modo tan poderoso que corran el riesgo de desarraigarse del propio terreno, el único que garantiza su supervivencia y su fecundidad.

 

                Nuestro tiempo es uno de ellos. Un instituto que quiere permanecer fiel a su vocación y a su espíritu, no tiene un medio más eficaz —juntamente con la asistencia que le viene de lo alto—, que el retorno a su fundador, como ha demostrado siempre la historia.

 

                Para nosotros es fundamental el retorno a Don Bosco; millares de signos nos indican que este retorno es un hecho felizmente generalizado. Quizá nunca como hoy se ha sentido la necesidad de mirar a Don Bosco como la roca de la que hemos surgido: "Attendite ad petram unde excisi estis" (Is 51, 1).

                Es una advertencia que tiene valor perenne también para nosotros.